sábado, 10 de mayo de 2014
Derivaciones
+ Tardes de domingo. La música en modo aleatorio, la lectura, el remanso de las horas muertas, café y lápices, papel, blocs. Atraviesa la tarde un extraviado pensamiento sobre lo finito. Venecia es un plus, una necesidad poética, un enigma del comercio y una exacerbada pasión por los escenarios. Hay ciudades interiores que crecen sin descanso, anteriores al nacimiento, que germinan y se reproducen, sin explicación ni glosa. El domingo es un día intermedio, una porción de olvido, de vacío. Los bares están cerrando y todavía resuenan en la calle las voces de aquellos que no desean regresar a sus casas. Eso lo conocemos bien, pero ya no interesa. Hay razones que se deslucen muy rápidamente. Es una hora propicia para encauzar el final del libro: La marca de agua, de Joseph Brodsky. Venecia, una vez más. Las camas siempre tienen un algo de góndola. Su asimetría, la deriva, el pacto con el luto. Las góndolas se pintan de negro debido a la peste. El tramo final ha sido reservado para un momento como este. ¿Un instante? La vida arde en su totalidad para alcanzar estas doméstica glorias: herméticas y definitivas.
+ La benevolencia con la falta de puntualidad es un síntoma de senectud, sin discusión posible. Los pilotos rojos de los coches se difuminan, se desvanecen misteriosamente mientras la espero en el cruce que conduce al río. Anochece y una neblina transparente va creciendo, es un esfumado, la pérdida de los límites enaltecen el horrible perfil de los edificios: ahora son un acantilado, una muralla gris, las chozas de una estirpe de gigantes. Hay faltas de ortografía como un crímen nefando, un asesinato, tal vez. Los globos de luz se transforman sin dificultad en senderos luminosos de un país, de una ciudad con la poesía orgánica de sus calles, el trazo de lo espontáneo.
+ Muy de mañana, en el coche, cuando todavía la noche no se ha retirado, allí, suena la música que abre los inicios del día. Como un barco que avanza en la oscuridad, se apartan simétricamente los campos que se orillan en la carretera. La música cesa y el locutor nos habla de voces grabadas, de directores, de interpretes, de compositores. Una cosa lleva a la otra y afirma que hubo un registro de la voz de García Lorca, añade que su pérdida es lamentable. Mientras, casi maquinalmente, mi coche, negro y con veintitrés rascazos en su vientre, dos golpes sonoros en su costado, avanza en las últimas horas de la noche, me parece, anormalmente, que yo no conduzco y dudo, profundamente dudo. Es mejor no oír su voz, preservar la superficie de su imagen, sin voz, sin carnalidad, en el centro del mito. Ay, un día atrás a alguien le escuché decir que no era Juan Ramón Jimenez quien escribía, sino Zenobia. Me enfadé, quizá sin razón. Era tarde ya y las luces muertas de las aulas trenzaban otro funeral, no recuerdo por quién, ni deseo recordarlo.
+ La rueda de la fortuna no cesa de girar. Hoy estás arriba, mañana abajo, El símbolo medieval se renueva día a día y alcanza otra actualización. Hoy, ayer, mañana. A veces, sólo a veces, y no necesariamente, el esfuerzo y la voluntad pueden engañarla, pero una debilidad, una falta de observancia hace que se enfurezca y las consecuencias sean terribles. Ya lo sabíamos, lo sabemos. Las consolaciones.
