sábado, 3 de mayo de 2014

Bosques (I)


+ La belleza de los árboles y la ausencia de gritos, bocinas, pitidos, televisores, maquinaria y velocidad. El silencio, los pájaros, el susurro del agua lejana, inaudible casi, el temblor del viento. Una sacudida recorre la espalda. El bosque bajo la lluvia, arropado por la niebla, en el espasmo de una calurosa tarde de agosto: un viento sutil y en armonía con una figura recortada por la cortante luz del sol del medio día. El bosque permanece impasible y preserva el misterio en su soledad, lejos de los hombres y sus maquinaciones. Haces que convergen en un punto, así se muestran las guías que conducen al objetivo: sobre todos los árboles destaca uno. Sólo uno. Se balancea con una ligera gracia, que semeja un artificio, que traslada de lo natural a la representación sus formas: acuarelas japonesas que delimitan el ritmo melancólico de los recuerdos. Y es ahora cuando sucede. Siempre regresan las exposiciones visitadas de esta manera: en la soledad de los bosques resucitan armadas con el fuego de lo exacto: Londres en octubre del 2013. Una exposición que muestra dibujos japoneses pornográficos del siglo XVIII y XIX. Papel de seda, xilografías, láminas. Cartulinas, telas, albumnes. ¿Tesoros o residuos culturalistas? ¿Reciclaje o inserción? No hay mucha gente en la sala. Nuestra miradas se entregan al estudio del detalle: las líneas, los colores, los formatos. Pero los órganos sexuales son tristes, nadie repara en ello, al tiempo que es imposible olvidar la famosa imagen del pulpo que copula con una mujer. El éxtasis, el pulpo recorre el sexo de ella y los tentáculos se entretienen en cada recodo de las articulaciones, en la topografía muscular, en sus colinas y valles, remansos y turbulencias. Resulta inexplicable: es el momento en el que el sol ejerce su poder narcótico, cuando ese fragmento de la exposición regresa. Vibra al compás de las hojas agitadas por el viento. En el momento, en la exposición las escenas no produjeron otra cosa que indiferencia, ahora llega una violenta humanización de aquellos cuerpos, de aquellas necesidades larvadas e incomprensibles para un occidental: tal era la codificación, la elaborada coreografía de las posiciones, el estatismo de los rostros. El tamiz de las hojas en la hora del mediodía traspasa el tiempo. No es magia, es la verdad de los recuerdos, su mentira, su indiferencia, su pulsión. El tiempo se ha detenido, nunca estuvo aquí.

+ Un domingo de madrugada. Obligación de una biografía ejemplar, con la coherencia de la novela bien trabada en su forma genérica y genética: planteamiento, nudo y desenlace. Sin experimentos, ni dobleces, ni transformaciones. El mero contar no llega, pero la vida se resiste a la cápsula y a la reducción de los términos y sus ramificaciones. Surcar los senderos que conducen al centro geométrico del bosque acentúa la sensación de inestabilidad de lo vivo, su destino sin reflejo, sin posibilidad de duplicación. La condena de lo único en la multiplicidad de formas y figuras.

+ Los teléfonos descansan sobre la cama, suena Bach, otra vez, en los altavoces del viejo equipo de música y la hora es propicia para la escritura. ¿El silencio en el bosque, como adivinar el trayecto de la cierva entre la maleza, recordarlo y ver en ello un emblema? Hay llaves que abren puertas a otra realidad, porque ésta se construye y se transforma más allá del poder, de la que los poderes desean imponernos: redundantemente. El emblema se compone de una imagen enigmática y "algún verso o lema que declara el concepto o moralidad que encierra", arroja el Drae. La cierva en el bosque es una imagen que precisa una aclaración. Su figura trasciende la maraña que el bosque despliega en aquel punto exacto, pues es un instante. Su figura desaparece después de volcar reminiscencias y otros versos. Preferir el recuerdo de la cierva al del ciervo no es casual, no es un capricho. Aunque, en cierta medida, la construcción del emblema precisa de elementos caprichosos y fundados en artificios que fusionan la autenticidad de su capacidad de cura con la propia imagen y su lema, no hay porque desconfiar de las paradojas que lo aleatorio regala sin contraindicaciones. Por eso cierva, que no ciervo. Lo femenino, el interior del bosque, su elevación, su desvanecimiento. La noche cae y Bach ha cesado, el silencio es transparente.

+ San Juan de la Cruz: Cántico espiritual:
    ¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

+ [Ilustración: Greenwich en el comienzo del otoño, hace unos años. No deja de ser un paisaje construido y, en consecuencia, en su momento, coloreé la foto con un verde irreal. Precisamente el color verde, un verde como extraído de un tintero y derramdo sobre el poliéster blanco, extremadamente blanco. No pasa de ser un artificio: el verde define lo vegetal, pero este verde está más próximo a la ciencia ficción que a lo netamente biológico, a los juegos y trucos, el afilado vértice de neón obra en las últimas horas de las noches eternas. en el perfil de los licores y en la inmovilidad de un enamoramiento. Un aparte: esta imagen es la imagen de fondo en mi ordenador, en mi portátil y mostrarla no deja de ser una confesión, otra narcisista confesión].