sábado, 7 de junio de 2014
Bosques (II)
+ [1] Romanticismo_Escenas de un bosque_Schumann: Mientras conduzco, en la radio la locutora presenta el tema del día. Los bosques. Creo que lo primero en sonar fue La entrada en el bosque [Shumann]. Una conexión, un pronostico, un acierto. Adentrarse en el bosque, presagiar el rumor de la espesura, los caminos trazados, como la magia recóndita que otros rechazan, como otros rechazan el romanticismo en sí, tal que los venenos que antes defendieron y disfrutaron, que ahora denostan con violencia. Hay poemas como señales, que transmiten instrucciones precisas para llegar al abismo.
+ [2] Tejos. Entre las copas de los tejos la montaña se alzaba, de vez en vez, vigilante. La cumbre y su gris acerado de carbón o de muerte. Riscos, desniveles, cortes asimétricos. Allí se preserva un principio rector por desvelar, por trazar, planos paralelos en el ámbito del presente: un indicio que conduce a la multiplicidad. Para investigar.
+ Aparece entre papeles un recorte de periódico del año 1996. Las tres sobrinas bisnietas de James Joyce celebran el Bloom's Day. Son hijas del presente, quizá. De aquel presente. El presente del año 1996. El maquillaje, el atuendo, la sonrisa. Cazadora vaquera, un fular deshilachado, unos pendientes de falsos diamantes. La que posa en el centro luce un atuendo victoriano: camafeo, una camisa de cuello volátil, un chaqueta que semeja terciopelo, terciopelo negro. La última, parece ajena. Allí está. Hay una vibración en sus rostros. Jóvenes y lucidas. Sonrientes, con un punto antiguo en su presente. ¿Dónde están hoy, pasado el tiempo, casi veinte años después? Ay, cuántas veces las vi en otras ciudades. En las calles, en los parques, en los gimnasios, en las piscinas públicas. Es turbio el comienzo del olvido. Pronto llegará otro Bloom's Day, sin esperarlo, por sorpresa: nos lo anunciará un periódico, mientras un café milagroso hace que penetremos en la vigilia. Así de destituyen los reyes y las fechas. Conmemorar que el tiempo nos otorga un gesto temprano, que se desarrolla durante toda la vida, como un intercambio de monedas, la filatelia del día: coleccionistas de mariposas e insectos. Lúgubres joyas en la solapa para este día incierto.
+ En la última hora del domingo vuelvo a leer el poema de Miguel Ángel Velasco La tregua. Mentalmente, mido los versos, cosa que no es conveniente, me digo al momento. Los leo, una vez más y el dibujo que transmite me resulta muy cercano. La heroína, esa droga, esa muerte en vida [creo que el poema lo pone de manifiesto con acierto, pero sin la dulce y empalagosa moral del instante: irreflexiva y mezquina]. Se han visto tantos y tantos mordidos por ese veneno. Las astillas humanas, esas heridas que nunca cicatrizan. Las ciudades no son capaces de explicar su presencia, y siempre han estado ahí. Viento fantasmal en la hora pútrida. Pero, en realidad, me interesa el final del poemas, sus últimos versos:
" (…)
Te alejas afanoso,
tu porción de letargo en el bolsillo,
y sales a la arteria donde bulle,
en la noche del sábado, la multitud festiva.
Te miran unos ojos
al pasar, y no saben
que en tu puño apretado va una tregua
de sombra con la vida."
Es el dibujo que presiente una gran verdad: el contraste del individuo con la masa, su incrustada soledad ante la fiesta del sábado. No hay otro consuelo, para ese yo poético: la posibilidad de una tregua, la que precede a la derrota, a la hecatombe. No sé. He visto ese reflejo en muchos ojos. El otro día alguien se dio la vuelta y me preguntó por mi hermano, cómo le iba la carrera. Todo pasó hace veinte, veinticinco, treinta años. La debilidad, el reloj o el calendario se habían parado. Ceniciento, adelgazado, saltarín. Pensé en el poema. No sé, en esta hora del domingo a penas puedo leer, a penas puedo escribir. [Cerraré los ojos y pensaré en el murmullo que acoge el bosque en esta hora, pero el latido de estas imágenes acompañará mi entrada en los aposentos del sueño, los aposentos de la noche].
+ [3] Asimilación_presente_silencio: Un día, en invierno, súbitamente, me llamó la atención aquél bosque pequeño y recoleto. La disposición de los árboles, su perfil, quizá. En la lejanía se agitaba el líquido resplandor de la luz incandescente contra la pizarra. Casi había amanecido, el invierno hunde el paisaje en pantanos y simas. Allí duerme el dios del momento. Las historias oídas días atrás eran una confluencias de deseos y ambiciones. Los bosques inspiran una arqueología de evocaciones, recuerdos que se alzan en un cruce luminoso. Pero llovía. Un zorro se asomó entre la maleza y volvió a la espesura. Era su pelo un rojo apagado, una luz de oro o paja, que se fundía en el verde casi negro. Esas horas y sus colores, sus sonidos, su impericia.
+ Tres pájaros se debaten en torno a un árbol muerto. ¿Tienen el instrumento del lenguaje? Semeja que sí. Ramas plateadas, el tronco roto por su base, un árbol recostado contra la hierba. Un mirlo y dos urracas. ¿Charlan o debaten, discuten o se entrevistan? El viento es suave y desde aquí se puede ver la ría, la bocana de la ría. Espejo humano: los pájaros. Coches y camiones, una motocicleta adelanta indebidamente: el mono negro con detalles en azul metálico no es un ornamento, el brillo acerado del depósito rojo, las reverberaciones, el ruido del motor, su estatura y el filtro de luces que las nubes arrojan en esta hora: afiladas sombras, humo traslucido, la arista exacta del casco. La moto se aleja. El árbol es escultura, volumen y tiempo. Bastaría con llevarlo al contexto de la sala de exposiciones. Allí en su desnudez, recortado contra los blanco lienzos de pared. Vaciarlo, quizá, en bronce, aunque eso ya lo hemos visto [Oh, London]. Esquirlas de otra vida. El árbol contiene inviernos y muertes, pero no lo sabe, pero allí construye un deseo. Los pájaros han desaparecido y un todo terreno blanco aparca en el área de descanso. Baja un hombre y prepara una pipa, se mueve nervioso. Amplios pasos e intensas bocanadas: columnas de humo sucio. Se baja, después, una mujer y enciende un cigarrillo. No hablan entre ellos, pero fuman nerviosos, miran en direcciones opuestas. No es conveniente suponer cualquier vida y los modos que la sostienen, los embates que la derrumban. El humo es una compañía fiel, agradable, desinteresada. Él se esconde tras un árbol para orinar, ella permanece con la vista fija en la nada, impasible. Su rostro es un rostro de virgen románica: recta nariz, ojos grandes, pelo lacio, pulcramente ordenado. Pronto serán las doce y hay una tarea que realizar. Suben al coche y se alejan. Un todo terreno blanco, muy nuevo, con su misterio o con su novela, con su vacío. Las urracas, una vez más, sobrevuelan el área de descanso. ¿Caligrafía, un ejercicio de caligrafía?