+ Extraño jazz parisino en la lluviosa y primera hora de la mañana del sábado. He leído algunos poemas de Antonio Colinas y recordé su porqué, la razón que me llevan a ellos, una incierta plasticidad, una sensualidad precisa y preciosa, cuerpos que se evaporan en la cremación y es su habitar el viento y el aire, queda esa “música callada” a la que yo también pertenezco. Tinta, papel, un lápiz, un poema que copio en una libreta comprada para este propósito.
+ Y apunté la palabra anoxia porque me llegó un momento en que mi padre, al pie de nuestra montaña, perdió oxigeno y sus labios quedaron amoratados. Ya muerto mi padre, muchos años después, sus labios eran pálidos y apergaminados, su cara cera quemada y amarillenta y sus ojos todavía no habían contemplado el vacío. Esto ya no era mi padre, sino materia en descomposición. Mi padre era aquel que me habló de aquella montaña, con el que recorrí la línea que marcaba el río y donde él había trabajado en las presas, era mi padre aquel con el que me planté en Ponferrada y nos confundieron con cineastas o escritor y ni una cosa ni la otra éramos, sino, fulgurantemente, algo muy superior: habíamos visto el rostro de un dios que adiviné en la infancia: el dios de inmensidad que no precisa transcendencia ni eternidad, ni control sobre los hombres, ajeno a la moral y a la justicia, implacable, temible, hermoso. Todo esto y otras cosas, encontré en algunos versos de Antonio Colinas. Así se funda una biblioteca.
+ En una red, que por el momento no parece demasiado satánica, creé una casilla, por llamarlo de alguna manera, en donde acopio datos, noticias e imágenes de arquitectura. Quizá más que el arquitecto, me interesa el personaje que conforma el arquitecto. Preciso, moderno, elegante, culto, con baje matemático, geométrico, con un saber un tanto hermético, un tanto poético, pero, también, pedante, arrogante, banal, inculto [esta incultura no se opone necesariamente a la cultura anteriormente nombrada], mercader e hijo de Hermes [el mensajero de los dioses, el dios de los ladrones, el dios del comercio], hermano y amante de Afrodita. La retahíla anterior es un impulso sin más valor que la sugerencia que me aporta la contemplación de ese almacén que yo mismo he configurado para mi mismidad. Pero, si algo de verdad se puede extraer, es el personaje en un decorado urbano: lo que me interesa es la posilibidad actoral frente a la realidad cotidiana, la excusa para el relato, la novela como cata sociológica, la novela como punta de lanza. Que conste.
+ Leo otro relato sobre lo que fue Yugoslavia, sobre muerte y terror, atroz crueldad. Al asesino del relato le gustaba pescar porque era un casi no-existir. Una vida sencilla, imbuida en lo común. Destaca en el relato la foto donde asesina a sangre fría a un hombre, la lista de atrocidades es extensa y conviene leerla. Recordé la maldad, recordé aquella visita el campo de concentración próximo a Berlín, recordé relatos de la guerra y la post-guerra que mi padre me había contado. La maldad. El contraste entre lo anodino y la maldad nos muestra que las condiciones y la impunidad pueden transformar a un irrelevante ciudadano en un monstruo. No lo olvido. Me cruzo con gente en la calle y no dejo de pensar en esto, en aquello, en lo que puede operar sobre una persona para hacerla traspasar esa frontera y sé que no hay respuesta, quizá, como mucho, la estupidez. La estupidez y la maldad van de la mano. Copio “ Un hombrecito de Bijeljina, un mecánico agrícola recién salido de la cárcel, un pescador de afición, un don nadie… que de pronto tenía un poder absoluto. Le dieron una pistola y la libertad de utilizarla, y se dejó embriagar por las nuevas posibilidades.” Así queda. El relato es de Slavenka Drakulić. Concluye la autora que el asesino, a su vez, embriagado por el nacionalismo imperante que condujo a un odio básico y violento, pero, yo, voy más allá, estaba condicionado por su principio rector y por las circunstancia que le permitieron que este se manifestara en su más profunda abyección. ¿Elegir? Se manifestó su más auténtico yo, con todo del tufo de muerte y estupidez que desprende su persona y su trayectoria. [Lo que leí es un extracto del libro de Slavenka Drakulić No mataría ni a una mosca].
+ “[El] misterio resulta importante en poesía, no es lo evanescente ni lo misterioso, sino que el misterio es lo que el ser humano desconoce.”, dice Antonio Colinas en una video conferencia a la que asisto como invitado. Pienso en la afirmación. ¿Qué desconozco? Amplia y compleja cuestión que no me capacitado para responder. Hoy no, mañana tampoco podré responder. Solo pienso en las últimas veces que hacemos algo y en su significado, el significado que pretendemos darle. En ello descanso, en este momento. Vale y guardo la cita para futuros interrogantes.
+ Misterios de lo ordinario y de lo común: espacios, personas, atuendos. La acumulación caótica, el filo de una conversación, papeles y libros, notas que nadie volverá a leer, el trabajo de años que se destina a la hoguera [ya ha cumplido su función de archivo y testimonio, ahora ya ni una cosa ni la otra es aquel trabajo]. Ellos ya no están y nosotros nos vemos reflejados en su partida. “Todavía recordaba el número de la combinación de la caja fuerte”, me dijo y yo asentí, sin convencimiento.
+ “No te engañes, los peces koi son carpas, carpas koi, pero, al fin y al cabo, no son otra cosa que carpas”. No consiguió que la magia se difuminase: como si las carpas fuesen poca cosa.
+ Imagen: fragmentos de un jardín en una línea romántica, que yo dejo que se acuse y se agazape, secuencialmente.
