viernes, 14 de marzo de 2025

Palacios de la muerte, la vida ordinaria

 


+ [Previo]: Días de Madrid: pasear, visitas a lugares que contienen o reflejan una parte de la historia de España [hastío, redundancia y revisión], música [sublime], cuadros y paseos, paseos y paseos. El paseo como eje de los días. Hablar y escuchar, ver, observar los detalles: maneras, atuendos, acentos, gestos y silencio. Música de piano en la tarde noche del domingo, cuadros en el mediodía del miércoles. Las expresiones artísticas van allá de su certero papel de catalizadores y, así, constituyen rasgos de identidad, esa identidad débil y necesaria. Escoger es negar, rechazar unas opciones en beneficio de otras. Mi posición es cambiante en sus matices, pero hay un núcleo central que sigue siendo el mismo, pero no es comodidad, sino una verdadera razón de existir [cómo no pensar esto, si es lo que me ha configurado]. El paseo continua sin límites ni pausas, una declaración de intenciones.


+ La vida ordinaria es un remanso en la corriente de la vida, pero su fluir, imperceptible, no se detiene. Leo a Séneca. Un poco de paz. El mundo en suspenso. Antes era el tabaco, ahora es el silencio contemplativo de los perros, que tan tarde he aprendido a utilizar en mi beneficio. Mi padre ha muerto en paz, rápidamente y en silencioso dejarse ir. No soy otro, me repliego y explico un pasado que construimos conjuntamente. Mi coche negro y los paisajes de su infancia y del inicio de su vida adulta. Relatos que he de guardar para mí. La narración aparece sencilla: entre Ourense y Zamora, la línea de un río y las presas, me llegaban vibraciones de otro mundo anterior a mi nacimiento, hablamos y contemplábamos aquellas moles de hormigón que contienen con extraña flexibilidad el agua, hablamos de escritores y la lectura en tiempos que ni siquiera había televisión, libros que llegaban de la mano de viajantes, como librerías móviles (Espasa-Calpe, Aguilar, alguna que otra editorial), regresamos por las carreteras que conducen a Puebla de Sanabria, la A-52, un café en un bar cualquiera, punto y seguido, la noche en la casa de mi padre (desde donde se ve otra montaña mágica), los resabios de la primera juventud que el paso de los años ha corregido, mi madre en la lejanía, en el ámbito de los muertos, donde él está ahora, humildes y honrados vasos de agua, aquel cielo estrellado (la muerte de mi madre estaba cercana), su olor, su pelo, las gafas, la cifosis, el extremo de una medición, planos y cartabones y escuadras y el escalímetro, portaminas y compases, un tratado de astronomía, un viejo estuche donde se guardan lápices sin afilar, oraciones o una biblia encuadernada en vitela que se salvó de la quema de muchos libros de un viejo tío cura, don Eladio, que alguien sin mucha sensibilidad ni cultura decidió que era mejor que desapareciesen y mi padre los salvó, creo recordar, mi teléfono donde duermen sus imágenes, donde permanece sonriente en aquellos restaurantes de A Garda, paisajes, que es lo que queda, donde fructifica todo lo bueno que las buenas comidas y las buenas sobremesas otorgan, un hilo que me remite a hombres y mujeres que no conocí y de ellos me habló pausadamente mientras transitábamos por los senderos de las sierras, a la ribera del Bibei (Sanabria, Viana, Trives, Montefurado- entrevisto desde aquellos trenes-verde-aceituna, o Bolo, Manzaneda, A Veiga, San Lorenzo - donde él nació y transcurrió su infancia y a donde fuimos cuando niños fuimos, Quiroga, Peña Trevinca), el Xares, el Teixadal de Casaio, y me hablaba de su padre, mi abuelo, que cruzaba aquella sierras en busca de pan, entre la nieve y el miedo a ser alcanzado por los contrabandistas, el maquis o la guardia civil, senderos sinuosos, llegar a Ponferrada y pasear por sus calles sin mayor trascendencia, el regreso y la sentencia de los años, en aquellos días hacía muy poco que había alcanzado los ochenta y parecía más joven, ahora todo eso es pasado, pero con su muerte el vapor se convierte en solida piedra. 92 años. Vale.


+ [Coda]: Sigue el barro en la rivera del río, los tejos, el vientre del bosque, un ciervo que entrevimos en la maleza [nos miró y lo miramos, hubo un reconocimiento y poéticamente desapareció en el bosque: puedo ver, ahora, su perfil otra vez, una vez más]. Mientras, mi padre se desvanece, solo es ceniza, solo viento, el reflejo en esto que escribo y que nadie más ha de escribir, solo yo, solo él. Lo comprendería, sin duda. Vale.


+ Imagen: mi padre se aleja, en la montaña, poco después de cumplir ochenta. La imagen guarda en sí todo lo que pensé en aquel momento: un día no estará. Ese día es hoy. Se completa un ciclo. La foto da testimonio de ello.