+ A intervalos, leo fragmentos de Travesía de Madrid, de Umbral. Leo algo sobre el metro. Puede que se sitúe en los años sesenta del siglo pasado. No antes, no después. Leo con atención y las precisas observaciones me hacen pensar en este nuestro presente. No veo tanta diferencia. El cansancio, la abulia, el trabajo embrutecedor, los desplazamientos sobrehumanos, el tiempo en suspenso, un no-lugar, la falta de aire, el enclaustramiento diario. Hay cosas que no cambian, termino por decirme mientras pienso en la última visita a Madrid, cuando acudía a primera hora del día a la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense. La aglomeración, la ropa limpia, la colonia de la primera hora del día, los aparatos para disipar la anomia del momento [esa imposibilidad de nombrar el extraño vacío vital, yo no sería capaz, pero podría intentarlo]. Nada cambia, nada permanece. La contradicción esclarece la duda. Rostros que se repiten, voladuras de lo cotidiano, la estela de la vida que se refleja en las lecturas, los teléfonos y los atuendos. Volveré a Umbral porque nunca dejó de ser su escuela una educación sentimental y cada vez que viajo a Madrid su prosa y su lírica están muy presentes, ocultas o exultantes.
+ “Podría intentarlo…” se completa con un “pero no me apetece.” Así los reencuentros se muestran imposibles. La vi pasar con su perrito y la proximidad del pasado se desveló como una lejanía sin explicación, sin ganas de adquirir sentido. No hay nada. Ni resentimiento, ni ocultamiento. Ese ocultamiento de los conejos de aquellos que los persiguen. Estamos a otras cosas. El pasado es un viento suave casi sin permanencia. Una leve substancia: la vi pasar con su perrito. Nada más.
+ “Según Nietzsche, nosotros, en cambio, tenemos aquí una carencia: sólo con esfuerzo gigantesco podemos desprendernos del lastre de la memoria. La capacidad de olvido es un poder, y sin él «no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente…».” Este fragmento lo copio y lo pego desde un artículo de Josep María Esquirol. Ilustra con bastante concisión y rigor lo que percibo esta tarde, dentro de la espiral navideña, sobrepasado el hito de la lotería. El olvido, el secuestro de la memoria que debe operar el presente. Esa tarea.
+ Lo anterior me lleva a otra cita de Nietzsche: “El remordimiento es como un perro mordiendo una piedra: no sirve para nada.”
+ Durante un instante reflexiono sobre la relación entre lo que se denomina realidad [en singular, cuando precisa, sin duda, la pluralidad] y la palabra. En concreto en ese punto en que uno sabe de que está hablando y su interlocutor entiende cosas que uno no quiere decir. Un desencuentro. Y digo “quiere decir” y no “dice” porque, en verdad, quizá haya un punto de incomunicación, un punto donde se suponen cosas para poder proseguir, pero que nunca se llega al núcleo de lo que el otro quiere transmitir. Y, tal vez, las suposiciones nos conduzcan por senderos errados. Cuántas veces me ha pasado. Por ejemplo, cuando digo que hay un algo descriptivo y un algo prescriptivo, para luego la persona con quien hablo lo traslade a un espacio donde, para mí, resulta inadecuada su aplicación. Vaya, no hay término medio entre par e impar. ¿Es necesario llenar la conversación con matices? No. Es mejor callar y no hablar por hablar. Y este párrafo es un poco de eso: charla vana. Charla vana, qué sería de nosotros, las cotorras, sin ella. ¿Podría intentarlo?
+ Imagen: giran las imágenes y, sin previsión, surge el motivo: una escala más allá de lo humano, el detalle sobre el pavimento, sugerencias, lo orgánico y lo geométrico, la abundancia que el amarillo sugiere, me digo.












