+ Hoy he leído, en la cama, sobre la heroína, aquella droga coloquialmente conocida como caballo. Su tenebrosa presencia en los años setenta y ochenta hacía que esta esta droga fuese la droga por antonomasia, aquel desquiciado camino hacia la ruina. Tras ello, leí un poco sobre la imposibilidad de la biografía. Luego, un artículo donde se intentaba acercar la figura de Maquiavelo al presente [cómo si esto fuese posible, a pesar de que existen rasgos en el pensador italiano fácilmente traspasables, la diferencia entre nuestra sociedad y aquella se traduce en abismos, por mucho que algunos deseen lo contrario: esto me dejo pensativo: qué permanece del pasado y qué se transforma, las lecciones del pasado válidas y las inválidas, etc.]. Quedó, así, en suspenso una niebla de irrealidad. La lectura es otra droga. Encendí el teléfono y consulté las noticias. La actualidad. El presente. Lo caduco y lo eterno. Desconozco por qué estas lecturas me trasladaron, antes de caer en un profundo sueño, a un bar de paredes de madera, mullidos sillones de cuero y grandísimas copas de cognac. Un sueño que se amasaba en la vigilia, con la misma e inexplicable textura. Pasó la noche y, sin darle importancia, me levante y comencé con las tareas del día. Sin pensar mucho, sin convencimiento, pero con determinación.
+ Elijo la pintura de David Hockney. Ni siquiera es una elección estética. La razón es meramente vital y se enlaza con el disfrute de tener una libreta para dibujar, fijarse en los pequeños detalles y en los objetos, en los rostro y sus inestables expresiones, en la importancia del color. Por ejemplo. Pero es mucho más. ¿Vitalidad? Es esto lo que me hace falta y es lo que ahora me aporta D.H.
+ La misteriosa calidad de una vieja guitarra se manifiesta, principalmente, en su sonido, pero también en esa presencia que se decanta por el paso del tiempo sobre sus materiales: maderas, barnices y herrajes. Su envejecimiento noble, la nobleza del craquelado en el barniz, una hermosa oxidación, huellas de golpes y del rasgueo de los dedos sobre la honesta tabla, la aristocrática tabla. Surge una duda: ¿en qué momento de su curación el instrumento comienza a ser el que es?, ¿cuándo se constituye su naturaleza, antes de ensamblar sus partes, cuando sus partes se escogen, cuando desarrolla su función? Las preguntas, lo sé, son un poco tontas, pero son las preguntas que no admiten una respuesta definitiva porque abren un abanico insospechado. Esto veo hoy. Fragmentariamente me acerco a esta naturaleza porque pretendo establecer un paréntesis, un antes y un después de este breve viaje a Madrid. La guitarra y su constitución atesora en sí una capacidad de síntesis que me sirve para explicarme el proceso que deseo llevar a cabo. Mientras, suena una vieja Torres y no puedo dejar de hacerme la pregunta: ¿por qué una Torres es una Torres, por todo su proceso y materiales o por la etiqueta?
+ ¿He olvidado aquel impulso fotográfico, el gesto del disparo fotográfico? Tal vez sí. Todo pasa y yo entiendo que hay en mí un nervio que disloca la constancia. He aprendido a vivir con esta condición, pero no me gusta. No me gusta porque me ha impedido llevar a cabo empresas. Tanto tiempo me ha llevado aceptarlo que no me acuerdo cuándo fue la primera vez que fui consciente de que hay una posibilidad de modulación, pero no de cambio. El impulso fotográfico se desvaneció y dejó una lección: no tenía importancia.
+ Ayer dibujé en la libreta: es una buena señal. Gestos de los que no se espera nada a cambio. Importa el camino, más que la posada.
+ [Para pensar]: Protágoras: el hombre es medida de la verdad.
+ [Para pensar]: Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas.
+ Imagen: insisto en la idea del desgaste noble de la materia, como metáfora, como vía.
