+ Se cierra un ciclo y otro se abre. No sé si se trata de un regreso y dudo mucho que todo esté tal como lo dejé la última vez que allí estuve. Los cambios tienen una hondura que resulta complejo determinar, ni siquiera intuir y, además, no es al primer golpe de vista cuando se perciben sus dimensiones. Estuve allí durante seis años y me ausenté once. La suma de ambas cantidades arroja un total de diecisiete años, una adolescencia que ya no es tal, pues la dirección que apunta es otra. La madurez apunta a la senectud. No hay otra reflexión posible y no sé si tiene importancia porque todo depende del punto de vista que se adopte y hay arco para elegir, al menos es lo que me gusta pensar. Que la vida nunca se detiene es un hecho y en mi ausencia las respiraciones y expiraciones se sucedieron con ritmo monótono, sin desmayo. Siempre los días se parecen los unos a los otros, como las hojas a las generaciones de los hombres: invierno, primavera, verano, otoño y, otra vez, el invierno. El invierno es el emblema de la vejez, una imagen dolorosa. Nieve, frío, oscuridad temprana. Algo le sucede al que está en la cárcel que se asemeja a mi ausencia, para el preso el tiempo se ha detenido, pero para los demás corre. Correr el tiempo es envejecer y he envejecido. Casi no me he dado cuenta. La reflexión me distancia y escucho y no debato. Las voces retumban en las habitaciones vacías, las percibo pero no escucho, solo oigo. El agua que cae desde la fuente, la corriente de un río, el oleaje. Todo se duplica y lo visto son ciclos que se cierran y se abren. En ello estamos, esa era la circunstancia: la espera. La espera da lugar al regreso y el regreso tampoco es, necesariamente, definitivo.
+ Hay algo en lo que se queda anticuado que nos da la llave para abrir insospechadas puertas del pasado. Cuanto más, cuando se trata de detalles minúsculos que se agazapan, por ejemplo, en las novelas baratas. Así, estudiamos sus portadas, la tipografía o la disposición de la propia historia porque buscamos algo que no sea la calidad, ni la excelencia, sino el impulso de un tiempo, el rastro de posibles e imposibles lectores, aquel mundo que desapareció y ahora es tan relato como las páginas que se agitan entre nuestros dedos. Esa humildad eleva otros mundos, en silencio, en la retaguardia.
+ Son las marcas del tiempo en las amarillas hojas las que traducen lo vivido a melancolía. Manchas de humedad, el amarillear, ese olor a viejo y el polvo en suspensión, cuando abres el libro. Lo poético refleja lo incompatible que resulta cierta idea de utilidad y la finitud de la vida misma. La poesía no es otra cosa que constatación del tiempo, de la muerte..
+ Podría emplear el verbo creer pero la certeza de que las imágenes que subo a Twitter tienen calidad y coherencia no admiten esta verbo estimativo. Veo en ellas una trayectoria, la huella de muchas exposiciones vistas, lecturas y encuentros y desencuentros. Reitero, cuando cuelgo una foto, esa idea de que la fotografía se ha terminado, que todas las fotos han sido disparadas ya y no cabe otra que la reiteración. Valoro mis fotos y las cuelgo como aquí escribo: una constatación de lo diario, una escritura del yo cuando sé ya que el yo no es otra cosa que una ficción. De eso se trata: de contribuir conscientemente a esta ficción.
+ Extraños adjetivos: “por las feéricas noches de Kensington”, que extraigo de un poema de Luis Alberto de Cuenca. ¿Feérico? Feérico es lo relativo a las hadas y a Kensington le va como anillo al dedo. ¿Recuerdas aquellas noches de Kensington? Calles, jardines y tabernas. ¿Habitaban las hadas allí, pequeños duendes, tal vez? Es un tiempo pasado y la melancolía resuelve el dilema. Sí, recuerdo haber visto a las hadas brillar entre los árboles de Barkston Gardens. No tiene importancia, cuenta hacer descubierto un adjetivo y constatar que hay todavía recodos y recovecos que desconozco. Kensington allí continua y nosotros añoramos una idea literaria que todavía palpita en nuestras conversaciones; hay una suerte de equiparación.
+ He puesto en marcha, otra vez, las listas de lectura de la biblioteca pública. No deja de ser una alegría que se relaciona con la obtención de la plaza. Aumenta el acceso a los libros, libros que no deberé comprar, que bastará con pedir prestados, leer y devolver. La sensación es de grandeza, la expansión del campo de lectura me produce una satisfacción íntima y duradera. Lo solido se opone a lo líquido, es lo que busco, lo cuido y lo con cariño. Los cuidados cimientan la confianza en el futuro, como si atesorase herramientas para llevar mejor los tiempos que han de venir; hay en toda lectura una conjuro contra el aburrimiento y en la escritura, también. Me encomiendo a este dios del momento y la oportunidad.
+ Un día en Viana do Castelo. Paseos, un café, una cerveza, la comida, otro café y el día se va entre conversaciones y las sorpresas que ofrece algún escaparate o la librería donde me encuentro con un grueso tomo de Viagem a Portugal de Saramago, con fotos del autor y una tipografía generosa. Continua nuestro paseo. Es un día luminoso y el tiempo semeja haberse detenido. Compro la prensa y observo como la pequeña ciudad se acicala, como las fachadas y las calles van cobrando presteza. Es un proceso, pero también un síntoma. Pronto, me digo, se restringirá la circulación de los coches y se prohibirá el aparcamiento, es la senda que se han marcado para conseguir que la ciudad resulte atractiva. La palabra que se ajusta a este proceso es gentrificación, que en ocasiones he traducido del inglés por aburguesamiento, pero no describe demasiado bien a lo que está sucediendo. Es un proceso imparable: el turismo y la inversión extranjera, la vivienda como bien de mercado, los beneficios que aporta la vivienda, un bien de inversión. Sin duda es uno de los punto calientes que conducen a un conflicto, que, en mi opinión, no deja de acentuarse. Ya en casa, al día siguiente, después de despertar (siempre tan temprano) leo algunos artículos en Público, el periódico portugués. Una economista habla que las medidas para contener el precio de la vivienda y del alquiler pasan por crear un parque de vivienda de titularidad pública, una periodista que vive en Lisboa dice que la vivienda donde habita, comprada hace quince años, hoy le resultaría inasequible. Por otro lado, también compré Paris Match y afloran problemas similares: la imposibilidad de la construcción de un proyecto vital donde la vivienda en uno de los ejes, pero también el acceso a los alimentos, a la sanidad o a la educación. Bien. Es nuestro tiempo, el tiempo donde el liberalismo o el neoliberalismo ha triunfado. Uno hablaba de “los enemigos del comercio”, que daban miedo, pero no mentaba a los “amigos del comercio”, que dan el mismo miedo, y se resuelve un idea del hombre, en sus múltiples facetas, donde, entre contradicciones, uno de los polos es la codicia. La codicia que acaba por destruir al codicioso. Vale. Que el recuerdo de la agradable jornada en Viana do Castelo y la sublime francesinha a la que acompañó la menos deliciosa cerveza sin alcohol. Vale así.
+ Imagen: mercados de Londres, cuando yo todavía no me había ido. Regreso a ese punto. La foto describe un momento, pero no traduce la circunstancia a la de hoy.

