+ Pasamos un día y una noche fuera de casa, en Santa Mariña de Augas Santas, una parroquia del municipio orensano de Allariz. Llegamos el viernes por la mañana y nos fuimos el sábado en torno a las diez de la mañana. Fue agradable en extremo, si este matiz cabe dentro del agrado [¿un agrado extremo es posible?, me pregunto tras haber escrito la frase anterior]. Hacía frío en las primeras horas del día, de ese viernes feriado, pero, conforme avanzaba la mañana, la temperatura veía atemperada. El paisaje es otro, me dije, y reconocerlo transmite una cierta sensación de paz que nada tiene que ver con la ebriedad. Pienso en la ebriedad y las obligaciones que conlleva, su adquisición y las alegrías y dolores que transmite, el pesar y el remordimiento que trasmite ese extraño olvido que otorgo el vino bueno y el mal vino. He leído sobre el tema y en línea veo vídeos. Deja de interesarme pronto porque es una asunto del pasado, una cuenta saldada. ¿Abstención o renuncia? Qué importa. Sin embargo, persiste la certeza de que es uno mismo quien debe decidir sobre el asunto, nadie más. Se clarifica mi posición: tomo de aquí y de allá, rechazo algunas cosas y me reitero en otras, sé que este punto de indiferencia es algo propio de la edad y me digo que la juventud está sobrevalorada. Es una boutade, pero hay un aprendizaje en esta manera de tomar posición. Soy yo el que decidió argumentar o posicionarse así, hoy es distinto porque se eleva una suerte de ironía. Discursos que jamás volveré a pronuncias. El sur de la provincia de Ourense resulta ser un mundo por explorar y, por lo tanto, es necesario volver a él en estaciones y circunstancias distintas a las visitas anteriores. En ello me centro y veo que es otra suerte de ebriedad. Ebriedad, qué palabra para enlucir los trabajos y los días.
+ Y avanzo en la lectura de Gracián, vuelvo sobre las frases y su complicación sintáctica. ¿La sintaxis, como decía alguien el otro día, es un producto del siglo XIX? Cuantos espectros me acosaron en el sueño plácido de Santa María de Augas Santas. Gracián me acoge en su prosa y desliza en un acertijo mediante una de sus sentencias: ni escucho secretos ni comunico secretos [más o menos así era la cita, pero se mantiene la idea: el rechazo al secreto y la discreción en las conversaciones, punto menos, punto más]. He recuperado un tomo: El héroe / El Discreto / Oráculo manual y arte de prudencia. No sé si enlaza con lo anterior pero me agrada pensar que sí. La prudencia no necesariamente es enemiga de la ebriedad, pero sí hay rechazos y alejamientos que ahora entendemos con claridad, pero sin pena ni arrepentimiento. Los sueños están obligados a sumergirse en el olvido, es su destino, pero eso a todo concierne. ¿La sintaxis es una facultad del alma, según cita de Paco Umbral que sería a P. Valery? A saber. Hoy es domingo y todo se traduce en una espera sosegada.
+ De la misma manera que hay personas que, de natural, tienen una pasmosa habilidad para el debate, también hay otros que operan de con una manera similar en la prosa, la construcción de un largo texto o discurso. Ensayos, tratados o tesis doctorales. Que tengan esta habilidad no tiene que conducir a lo cierto, a la verdad o a la adecuación de lo expresado con ciertos hechos. Se trata, sencillamente, de retórica y la retórica no es otra cosa que el arte de la persuasión. Con la edad uno ha construido una suerte de defensas contra la persuasión y no sé si es bueno porque, al final, supone un endurecimiento y la dureza nos aleja de lo humano. Pero así es, cada vez soy más reacio a tomar por cierto lo que no es otra cosa que ornato, elegancia o adecuación al momento y a la circunstancia. Repito, no sé si es bueno o malo, pero es. Así he visitado las labores de un cierto ensayista con el marchamo de filosofo y me encuentro su capacidad me hizo caer en confusiones. Todo esto fue mucho tiempo atrás y sentía yo un deslumbramiento por el personaje que me impedía leer la obra con la distancia necesaria que me permitiese identificar o separar el trigo de la paja. No ha sido una decepción, sino una constatación de cómo el lector varía en su criterio a lo largo de su vida y este rasgo traspasa, finalmente, la edad misma para dar cuenta de algo nuclear: la apertura que tiene la labor lectora, su inconsistencia y la necesidad de establecer criterios de adhesión y deserción. Qué lejos quedada todo, hoy.
+ De Gracián copio la cita que ocupa el frontón del tomo que compré hace ya tanto tiempo: “tanto se vive cuanto se sabe” Retengo su música e intento aplicarla a los días pasados como a los tiempos que están por venir y presiento, en sus venturas y desventuras. Cuánto de cierto tiene esta frase, ya que la amplitud de la vida está condicionada por la capacidad de leer y retener, que no es otra cosa que el estudio. El estudio, es fármaco. Y fármaco, en su doble acepción, es remedio pero también veneno. Ahí estamos, lo sé, en mi humildad y en mi grandeza. Y leo en la introducción: “una clara codificación de la existencia” (Raquel Asun)
+ Debo buscar referencias de Raquel Asun tras citar el sintagma empleado en el párrafo anterior y veo que falleció a los 37 años. La cifra me conmueve y trazo una idea que obligatoriamente parte de Marco Aurelio, donde las vidas longevas y las breves resultan intercambiables. ¿Tiene mucho peso vivir una hora más, un mes, un años? Hay un pesimismo claro en el designio de Marco Aurelio. No lo esquivo. Busco el rostro de la filóloga y solo encuentro una imagen, que ya me sirve para saber que todo se disuelve: es una foto que destila antigüedad, desliza ese rumor del paso del tiempo, su incontrovertible sentencia. Me digo que los rostros contienen el esbozo o el punto de partida de una biografía; sin embargo, sé que no es cierto. He observado con cuidado rostros de escritores y he buscado ese reflejo en su obra y no lo he encontrado. Quizá se trate de una actitud, nada más, y esta actitud sí tiene reflejo en el rostro, pero poco importa. Qué más da. Murió joven y ahora yo leo su introducción a tres obras de Gracián. Gracián murió a los 57 años, una edad que no es precisamente avanzada. La muerte es final del camino, pero también es una meta que da sentido a la narración de una vida, es el punto donde se completa la persona y asciende el personaje. Un personaje en el recuerdo, que, una vez más, en la línea de Marco Aurelio, también está llamado al olvido.
+ Don de la ebriedad: volveré a leer estos poemas y sentiré que fui adolescente hasta avanzada edad, este retardo se debió, precisamente, a la lectura de estos poemas. Iluminaciones y senderos en la noche que conducen hasta el corazón de los abismo. La ebriedad como incierto incierto de verdades y sabidurías, la ebriedad conformada en un haz de destellos pero sin dirección, la falta de dirección resalta sobre otros rasgos de aquella juventud extraviada. “No volveré a ser joven”, el verso de Gil de Biedma [tema para otra entrada, que hoy no tendrá lugar]. La poesía y su reflejo en lo diario, lo diario como instrumento para indagar en la realidad. No hay otra posibilidad. Porque “Que la vida iba en serio / uno comienza a entenderlo más tarde” y así.
+ Se cierra la circunstancia y con ella, la espera. Todo llega y todo pasa, como el verso de Machado, como las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Cada cambio, cada tránsito es una lección, una pronóstico de lo que ha de suceder. Hoy me repliego y mañana, una vez más, escribiré en este diario.
+ Imagen: Sombras