+ El mes de febrero comienza con buen tiempo, si por buen tiempo entendemos que luzca el sol aunque haga frío. El frío se convierte en una suerte de catalizador, a través de su influencia percibo los perfiles exactos de las montañas, la longitud de las nubes o la línea clara del horizonte, el mar. El frío me gusta. Leo y escribo, pero el tiempo metereológico me ayuda a avanzar. El ánimo se revela.
+ Pasamos C. y yo la tarde de sábado en Portugal, en Caminha. Lucía el sol y había un recorte exacto de las piedras, un perfil que invitaba a reflexionar sobre las posibilidades de mis dibujos, dibujos precisos y sin ambición, dedicados al pasatiempo o un ejercicio del pulso. Esa mi nueva afición. El cuaderno rojo donde torpemente yo dibujo, me digo, es un diario, pero el reflejo que ofrece es limitado. Tomamos café y natas, también torradas. Pequeños placeres, grandes placeres. Es una saludable costumbre dedicar el tiempo a lo minúsculo, enamorarse de estos instantes y olvidar que el tiempo es una realidad que no ofrece resistencia pero tampoco se detiene. El tiempo es creación y olvido, pero no admite cuestionamientos. Después de cultivar este y otros ritos fuimos a la tabacaria y compré un ejemplar de Público, el diario portugués. Regresamos por la autovía y me pregunté por esta geografía de la frontera, las diferencias y las afinidades de la población en ambos márgenes de la raya, como el hecho de vivir aquí condiciona la visión que de los dos países se tiene. Caía la noche y en la cabeza pesaba más el sueño que en la vigilia, no era solo un deseo, era la primera etapa que conduce hacia una apacible cama. Todavía había que hacer el camino de regreso. Atrás quedaba Portugal y se apuntaban en el paisaje montañas y construcciones, escenarios, recuerdos y un etcétera sin concesiones. Cenamos y en cama, ya, por el aire, leí el diario que había comprado unas horas antes. Resultó ser una suerte de preparación para el día siguiente aquel leve ojear las páginas de. Público. Apagué la luz. El sueño resultó una reparación de lo no sufrido, no había tomado demasiado café y estaba cansado: la conjunción de las dos circunstancias me regaló un sueño profundo y el sueño fue punto más que excelente. Me desperté, desayuné y regresé a la cama para leer el periódico. El domingo, me dije mientras abría el diario del día anterior. Así, llegué hasta el artículo de Bárbara Reís “Ele tinha em casa um frasco com orellas de preto”, que traducido viene a ser: “él tenía en casa un frasco con orejas de negro” En fin, comienza el artículo con el relato de una selección de personal en el que el candidato parece el más adecuado, salvo por la circunstancia que se devela, ya, en el titular: en su casa tenía un frasco lleno de orejas obtenidas en su estancia en África, orejas de negro. Continua el artículo diciendo que no eran algo extraño estas colecciones, así como las de manos humanas momificadas. A continuación, se habla de que un integrante del partido de extrema derecha portugués Chega, que niega la masacre de Wiriyamu. Después de indagar en la noticia, de comprobar la afirmación [que el partido se encargó de borrar de la intervención que se guarda en su canal de televisión en línea], la periodista reflexiona sobre la negación de la matanza. La negación es punzante y tiene la capacidad de paralizar. La negación es un rasgo que define nuestra época, esta primera parte del siglo XXI. Alentado por los populismos de extrema derecha, la negación de las realidades antes incuestionables se ha convertido en una herramienta del marketing político muy eficaz. Es fácil de blandir y difícil de desmontar su esparcir toxicidad. Una herramienta muy eficaz, sin duda. Negar es gratis y cerrarse en banda la receta para cualquier crítica o cuestionamiento. Un poco más tarde, después de trastear en Twiter, visito la página de un centro de formación de líderes que se debaten entre lo autoritario y lo neoliberal, el ensalzamiento de una derecha desvergonzada. De repente reclaman para sí el pensamiento crítico y me doy cuenta de que el pensamiento crítico no es un talismán. Lo había visto anteriormente, pero en ese momento relacioné una cosa con la otra, con el resultado de que no es posible convencer a nadie de sus razones íntimas e identitarias, quizás sí se podrá vencer, pero a la vuelta de la esquina regresará a lo que antes dijo. La propaganda tiene pilares sólidos, los deseos y las ambiciones, la negación y el fracaso, la decepción y el resentimiento. Los pilares que se hunden en la ciénaga. No sé si soy pesimista, pero veo el avance de esta entente de neoliberalismo y autoritarismo.
+ Suena algo de Bach, un violonchelo en su soledad, y el mundo parece mejor. Sin embargo, no es así. La perfección de la música, este entender la madera y la cuerda, la arquitectura perfecta no dejan de ser perfecciones que viven en su esfera hermética y el mundo gira sin importarle nada. Gira ajeno a esta y a otras perfecciones. Solo queda esta senda como posible camino hacia el olvido. Y pienso en la matanza de Wiriyamu y en otras matanzas, en el campo de concentración que C. y yo visitamos en Berlin. Pienso en la maldad y en mis errores a lo largo de mi vida, en la juventud y en una despiadada violencia que se eleva en el relato de la historia. Me resulta complicado entender, antes era más sencillo. Qué complejidad, qué complicación. Bach es un medicamento, hoy.
+ Así, cierro la entrada. Pienso en estas razones de la negación y la toxicidad que esparce.
+ Imagen: Senda.
