+ Me paro a pensar en aquellos que en su juventud fueron comunistas y hoy se sitúan en el extremo contrario, con una exacerbada defensa de aquello que parecían atacar en su momento. Si de tener razón se trata, no creo que tengan razón ahora, pero tampoco antes. Es más, me parece que para explicar estos cambios se debe indagar no tanto en las razones que aportan, por muy elaboradas y fundamentadas que se nos aparezcan, sino que es su trayectoria vital la que puede arrojar luz sobre sus cambios de parecer. Sus trayectorias vitales parecen apuntar más bien a un regreso a los orígenes, a la casa paterna, a aquel punto del que un día se alejaron y deben volver, ahora que los años los han hecho sabios y han estudiado lo que antes aceptaron espontáneamente. Tal vez, nunca dejaron de ser lo que fueron y el comunismo fue una veleidad propia de la juventud, que el tiempo ha aclarado. Otros tomaron drogas y hoy postulan contra los perjuicios que ocasionan las substancias, como el fumador que pontifica sobre los males del tabaco. No sé si hay un paralelismo entre una cosa y la otra, pero me parece que una falta de coherencia vital se manifiesta, sobre todo, en la pasión con la que aparece el nuevo discurso, su voluntad de erigir un edificio, una torre que alcance a iluminar con la verdad de la conversión. El hijo pródigo regresa a la casa del padre.
+ Pienso que la casa del padre es un síntoma, pero también una suerte de relato donde se citan la expulsión, el abandono y el regreso. Hay late la parábola del hijo pródigo y sus inconsistencias, que, al tiempo, hacen mella en el imaginario mientras arrojan un rédito de perdón y olvido que hiere al que estuvo ahí: en la casa del padre.
+ La cuarentena pasó a la historia y no sé muy bien qué significa esto de “pasar a la historia.” Escucho la canción de Los Enemigos, Siete mil canciones, versión cuarentena, y me hago la pregunta anterior a raíz de esa etiqueta que a la canción le ponen. Queda todo tan lejos, tan extraño resulta pensar en aquel encierro, un estado que ahora es un reflejo o el recuerdo de un sueño, con esa deletérea materia que se diluye en el olvido. La canción está bien pero me parece antigua como yo me veo antiguo. Son años que pasaron y su rastro es la senda del recuerdo. Ay, el recuerdo. Sin contexto no hay sentido
+ La casa del padre, qué título. Indago.Lo sabía. Hay una novela con ese título. Karmele Jaio. Una novela sobre escribir novelas. Qué género, pues. Extraño tipo de novelas donde la tipología es una parte de la trama, un rasgo más. El título es bueno, pero lo que leo el resumen y no me motiva. Tanto por leer y tan poco tiempo.
+ Los hijos guardan con sus padres una relación muchas veces insospechada que va más allá de los rasgos físicos y acentos del carácter. Como si fuese un secreto, algo que se tiende a ignorar, pero que termina por emerger. Según pasan los años se delimita el perímetro de estas fluctuaciones del destino y es aquí donde recuerdo la máxima de Heráclito El Oscuro: “el carácter es el destino”; una cosa lleva a la otra y entre ambas terminan por definirse. Observo ciertas personas de las que sé lo suficiente para ver ese alargado reflejo de sus padres en sus acciones, cómo se van desplazando hacia esa frontera entre el deseo y la obligación, donde triunfa una suerte de solida tendencia. Una tendencia que no se puede ignorar, a la que no se le puede decir que no. Esa insospechada relación no es otra cosa que el destino que se inscribió en el momento mismo de la concepción. El determinismo que comporta resulta desagradable en un primer momento; después, es liberador.
+ Notas a pie de página es este diario, pues otra cosa no es. Constituye una herramienta, como es la vida misma herramienta para reflexionar y yo no hago otra cosa que observar y reflexionar. Trabajar con lo que se tiene: despertar, el tajo diario, la comida, las palabras y los silencios, los trayectos en coche, la música, los encuentros y los enfados, el peso del pasado que ejerce su fuerza sobre el presente, la idas y venidas de las personas, conversaciones en la calle y otra vez a comenzar el ciclo: dormir y despertarse. Los paisajes, las varias arquitecturas, la forma de una taza de café, el apunte rápido de una plaza en algún lugar del Norte de Portugal, próximo a la frontera, una paloma o un niño que se entretiene con un charco, poco más hace falta. Notas a pie de página elaboradas con una cierta improvisación y bajo el espontáneo gobierno de los trabajos y los días. ¿Espontáneo es? Así redacto.
+ ¿Es poca cosa un título o encierra algo más que una promesa? ¿Podría recordar a aquel hacedor de títulos, el coleccionista de novelas nunca escritas?
+ Sigue mi lectura de Gracián. No sé que he encontrado o, quizá, no buscaba nada, aunque tenía un propósito claro y eran textos que me obligasen a pensar en propia sintaxis y su ramificación de sentido y mensaje. ¿La dificultad ofrece mensajes y sentidos? No me cabe la menor duda y así visito al Conde de Villamedina, así regreso a su Faetón. De eso se trata, de un ejercicio que me obliga a pensar más allá de la rutina y el texto instrumental, de la bendita rutina extraigo ese material que me ayuda a establecer un mundo, la infinita y deseable realidad, nunca definida, nunca atrapada. No añoro otros tiempos y esta lectura me reconforta porque renueva una idea sobre la lectura misma. La lectura por sí misma, sin otro propósito.
+ Imagen: el regreso podría ser recuperar fotos de cámaras de fotos olvidadas, me sorprende que funcione y que atesore fotos que ya no son otra cosa que arqueología [de mi propia vida].