+ Otra vez llueve. Estoy seguro que en algún lugar habrá un manual de escritura que recomiende no utilizar los fenómenos meteorológicos como recurso expresivo. Quizá sí, quizá no. Sin embargo, a mí se me parece que contienen en sí mismos un sistema de balizamiento que muestra el discurrir de lo diario y su efecto sobre el ánimo. Llueve. Podría sentir la melancolía del pasado y otras aventuras, pero no es así, la lluvia certifica la solida estructura de este presente que yo me he dado. En este sentido, me gusta emplear con contundente audacia el pronombre de primera persona del singular a sabiendas de que no deja de ser un trampantojo. En realidad ese yo es una construcción y, estoy seguro, está determinada por múltiples factores que no se puede alcanzar a identificar y clasificar, algo que resulta indiferente para mi propósito. ¿Mi propósito? Me gustaría que esto fuese un conjunto vacío, pero no es así. Creo que aspiro a un discurrir tranquilo en la playas de la lectura. Ese pasión, ese vicio.
+ ¿El estudio? Creo que ese trata de un sesgo contemplativo y no de una acción. Pero puedo variar mi opinión. Es la costumbre.
+ Continuo con la lectura del libro de Mariana Enriquez El otro lado. Me sorprende mucho su inclinación hacia lo esotérico, los fantasmas y los espíritus. Dice, en algún momento, que mantiene estas creencias por razones estéticas. Esta afirmación se cruza con lo que de Jan Mukarovsky voy leyendo: no se puede desligar lo estético de lo histórico. Sí, la recepción de las obras de arte se subordinan a lo social y a lo histórico. ¿Los fantasmas y los espíritus? Ambos son rasgos de determinados momentos históricos, que hunden sus raíces en el Romanticismo. Un rasgo del momento donde la necesidad de espiritualidad se ve colmada por diversos tipos de ficción y es en este marco donde se inserta esa posible estética a la que se entrega la escritora: vampiros, espíritus y fantasmas. Romanticismo, literatura y drogas. La triada resulta significativa y, en algún sentido, me identifico con ella y sus extensión. Me lleva a la adolescencia y aquellos senderos en lo boscoso, la indagación y el descubrimiento de la lectura como una forma de identidad. Una identidad más recoleta y menos expresiva, reconcentrada y sin alarmas, sin imposiciones. Lo sé, es imposible la existencia sin identidad, pero su conformación puede conducir a extremos indeseados. Yo siempre he huido de esta circunstancia, me cuesta identificarme con una colectividad. Esos caminos de la adolescencia se veían vestidos de música y libros, ensoñaciones de hadas o cloróticas ninfas. Las ninfas eran uno de aquellos estadios que se la edad disolvió. No tengo añoranza, ni veo otra posibilidad que el sosiego. Me duermo y no tengo ganas de encontrar razones donde no las hay, conozco nuevas personas y los veo como personajes o arquetipos. Ya no soy el mismo y algo de aquello permanece. Se han ido los amigos y se refleja en el rostro el paso del tiempo, pero creo que tengo la serenidad necesaria para poder sonreír y no darle demasiada importancia a lo que no la tiene. Es ese el que lee con asombro de su prosa el libro de Mariana Enriquez, el que no juzga y el que reposa sobre las posibilidades de una nueva divagación.
+ Aparcados están algunos libros, la poesía y la literatura sapiencial a la que lleva mi afición por trazar límites, fronteras, marcos. No es tarde, me digo, pero no regreso a los libros. Es una etapa de vacío y ese vacío es barbecho, que ha de aportar lo necesario para regresar al placer, a la noticia que los muertos nos traen del más allá: aquel momento cuando escribieron. No son fantasmas, son carne de viento y lluvia.
+ Me cuesta mucho trabajo continuar con tareas que son algo más que un compromiso. La reiteración es la clave, no se debe desistir. Pero hay días que son nefastos, temporadas de inactividad que me resultan dolorosas. Veo una cierta incapacidad y enfrentarme a mí mismo ante este espero me desconcierta, aunque, lo sé, se ha atenuado y es un efecto del paso del tiempo, del envejecimiento. La oración adquiere diversas formas: escribir sobre la circunstancia es una más.
+ He vuelto a leer algo de Marina Enriquez, de ese libro que antes cité. Vuelve la autora sobre los fantasmas, me gusta que se refiera a ellos como “filamentos", me parece un gran hallazgo. Como las patitas de la gata que se extienden en un intento de atrapar el viento que se desliza entre mis dedos: jugamos y ella siempre gana. No hay reglas. Leo el libro de Mariana Enriquez en la primera hora de la mañana y sé que es eso un condicionante, una apuesta perdida contra los fantasmas. Las múltiples caras de los espíritus son solo una cara y esa cara, ese rostros me indica mediante un gesto austero a dónde se dirigen los pasos perdidos, aquel deslizarse de la nombrada adolescencia. Hoy más que un paisajes es un gesto, aquellos recuerdos, materia poética, poética del deslizamiento.
+ Imagen: líneas y una ausencia, la lectura de los momentos que fuimos dichosos se traduce en imágenes que tienen valor individual pero no transmiten la dicha, sino, cómo no, lo aleatorio que los disparos fotográficos son. ¿En Coimbra?
