sábado, 5 de noviembre de 2022

La postración

 
 

+ De Madrid traje una enfermedad. Poco a poco se apoderó de mí y surgió una postración que me ha llevado a reflexionar, desde la inactividad, sobre los derroteros de los últimos años. Supongo que la fiebre ha aportado cierta distancia, el sueño profundo y arrítmico, la distancia entre la vida cotidiana y la vida del enfermo. Notas en lo diario y un sermoneo sordo y constante para mí mismo, sin otros interlocutores. No debería ahondar en la búsqueda de razones que no voy a hallar. Se trata de otra cosa. Hay una lírica que oculta la lucha diaria, que se convierte en un hipócrita fragor que prefiere mirar hacia otro lado, tras las cortinas, tras los visillos, lejos allí donde todo tiene sentido y nada se ha obtenido sin lucha. La enfermedad me ha pensar en ello y en otras aristas, sigo con el ensimismamiento que es un niebla y un malestar dulce que me traslada a un sueño espero y sin erotismo. La enfermedad es recta, la enfermedad es curva.

+ También el ordenador ha enfermado y esto es un problema. La dependencia del escritorio digital es muy grande. He conseguido realizar copias de seguridad, pero la enfermedad se ha instalado en su interior, en su sistema. Vaya. El virus es una forma de vida que se manifiesta en la enfermedad, con un doble sentido de lucha y distancia. No tiene conciencia de su trabajo, pero su trabajo no admite razones ni juicios morales. Lector de poemas menores, embelesado con vagos aciertos conceptuales, se recreaba en dotar a lo que no tiene pensamiento de ideas y propósitos. Qué error. Conseguí arreglar el problema gracias a un vídeo en línea. ¿He de buscar un poso de meritocracia en mi acción, en la solución al problema? De ninguna manera. Uno por uno, rechazo los motivos morales que me podrían conducir a una solución a mis tribulaciones. En este sentido, luego leeré un poco más en libro que quedó pendiente en el viaje a Madrid, sobre el cerebro, sobre el libre albedrío, sobre los ordenadores.

+ [De ordenadores]. Cuando yo nací, los ordenadores ya existían de una manera, más o menos, extendida, pero eran una realidad lejana y novelesca. Ocupaban edificios enteros y realizaban cálculos para erigir presas o determinar modelos estadísticos, había que pedir vez para usarlos y estaban reservados a grandes compañías. Años más tarde, una vez oí hablar de alguien que en Madrid trabajaba con ordenadores y, en la coversación, mencionaban las tarjetas perforadas. Me intrigó y me gustó la denominación de tarjeta perforada. Un día vi una tarjeta perforada y sentí que tenía su punto artístico. Estaba en el suelo, se había escurrido de la basura de un banco. Yo tendía diez años, eran los años setenta del siglo pasado. Hoy es otra cosa. Hoy es la vida misma y no una suerte de redes de complejas operaciones realizadas en los fríos sótanos de un gran edificio. La realidad, esa palabra. La cogí en la mano y, luego la guardé, era un tesoro. La veía e intentaba descifrar aquella geometría que, necesariamente, respondería una arquitectura hermética y fundamental, que consistía en troquelar cifras y obtener así una especie de mosaico abstracto, por el derecho y por el envés. Nunca volvía ver aquella tarjeta perforada y en ello reposa una nostalgia levantista. Nostalgia, el deseo de regresar a la patria, el Nostos. Ay, no tengo deseo de regresar pero la tarjeta me ha devuelto espumas de ciencia ficción del pasado. Es la postración de la enfermedad la que me hace pensar en estas cosas, mi enfermedad y la de mi ordenador.

+ [Madrid]: Cuando me perdí de camino al aeropuerto de Santiago de Compostela escuchaba a Bach. Había conseguido centrarme en la música y en la conducción, sin otras distracciones. Pero me perdí. Me pareció que había una semejanza con la oración mientras oía y modulaba la velocidad hasta ajustarla a la vía y la lluvia. Qué perfección. Una cápsula, un vacío deseable. No sé, quizá no, quizá se trata de otra cosa y se debe dejar a un lado comparaciones sin sentido y centrarse en lo nuclear: estaba triste. Me desorienté. Entonces me perdí y apagué la música. La noche era cerrada y por momentos llovía a chaparrones. Se me aceleró el corazón y percibí un aliento de vida en todo el entramado de carreteras y carteles indicadores, peajes, coches veloces, luces rojas de intermitentes que se pierden en la aparente nada, luces de viviendas de las que nada se puede adivinar. Había poesía en la situación y en el escenario, como si se condensase una inquietud latente, una necesidad de expresar el temor y la lucha contra los fantasmas del pasado y los monstruos del presente. Era la tristeza que aflora en secuencias sin ritmo. La lucha contra la culpa y el pecado, losas indeseables. La tranquilidad volvió cuando me vi sentado en mi sitio, en el avión, cuando este se separaba se la pista y la blanda sensación de flotar en el aire me embargó. Los aviones. Madrid estaba en línea. Aterrizamos, salí del avión, cogí el metro y crucé la ciudad bajo la tierras, sin ver otra cosa que los compañeros de viaje. El desplazamiento me llevó a la ciudad universitaria y allí hice lo que tenía que hacer, sin más. La vibración del extravío se mantuvo durante todo el día y no se atenuó hasta pasadas unas horas del regreso. He traspasado una línea, me dije y me corregí al momento pues de eso no se trataba. Ya estaba enfermo y no lo sabía, ahora sí lo sé. Pero la tristeza permanece, en su redil, pero está ahí, oigo su respiración.

+ Hace días que no dibujo y no se debe a otra cosa que al estado de postración al que me veo sometido. Esperaba en el mini-break que disfrutaríamos en los días pasados encontrar algunos motivos para llenar algunas páginas, pero no ha sido así, la enfermedad lo ha impedido y, me da la impresión, se trata de un tiempo de afección y reposo que me inclina al balance y pone distancia. El dibujo es una afición y bajo la égida del amateurismo, que no se puede traducir sino a través de la etiqueta del amor, siento una comunicación con lo visible que me revela intersticios insospechados. Ahora toca ver los dibujos que se han hecho y explicarse como se conectan con aquel momento, con los momentos precedentes. Así, cierro el ordenador.

+ Hoy es Día de Difuntos y llevo más de cien páginas leídas de La educación sentimental. No sé si es por entretenerme o por indagar en el pasado, en mi pasado ya que en el libro se reflejan ambiciones y decepciones que fueron mías, pero, más allá de lo anterior, la novela me devuelve algo actual respecto a los proyectos de vida artística. Flaubert es moderno a su pesar, actual sin pretenderlo, quizá por eso alcance esta universalidad al dibujar como se busca una personalidad y cómo se construye, algo tan romántico, stricto sensu . Las peripecias y anhelos de Frederic Moreau nos arrojan el retrato de un joven de su época, enamoradizo y con ínfulas artísticas, algo que, sin mucha dificultad, se puede trasladar al presente. Y la razón de esta traducibilidad está en la raíz romántica que hay entre ambos, entre Frederic y nuestro presente. La lucha entre desleído yo y los corsés sociales se manifiesta tanto en el vagabundeo ocioso de Frederic como en las inerte soflama de iras en las redes sociales y, también, con la elevación lírica de los cantantes de trap, tan pendientes del amor en sus distintas variantes. Día de difuntos, día de lectura, día de aislamiento. Una leves notas.

+ Imagen: Madrid_2011