+ Pronto comenzará el último mes del año, diciembre. Diciembre se corresponde con décimo, así era en calendario romano y en el calendario revolucionario estaría entre frimario y nivoso, entre la escarcha y la nieve. Es un mes que invita al balance, que ofrece el pasado como un producto terminado y se asoma al futuro y su incerteza. En realidad cualquier mes valdría para las dos operaciones anteriores, pero si nos sumamos a la comunidad, es diciembre el mes adecuado para examinar lo que hemos hecho y lo que podemos hacer. Así, en el silencio de la noche, antes de ser acogido por el sueño, repaso lo que ha sucedido: éxitos, derrotas, victorias, enfermedades, la lucha contra ellas y la batalla ganada, la guerra que continua, la guerra que sabemos perdida pero que no nos vence. Poco más se podría decir, salvo que otro año se termina y se asoma una aceptable perspectiva de futuro. No es poco, pero se debe alimentar con cariño y cuidado.
+ Mientras Twitter se derrumba (?), observo mis publicaciones en ese espacio y entiendo la caducidad de todo lo humano, incluso más allá de lo humano [la manida sentencia de que “hasta un día el sol se apagará]. Es esta sarta de imágenes, algunos textos y los enlaces al presente diario un espejo donde se refleja un nivel de mi yo biográfico. Me ayuda a recordar, a matizar los momentos que no han de volver, a establecer distancia pero también a aproximarme a aquel que fui y del que algo queda mientras se diluye en el tiempo ese mismo yo. ¿Permanecerá Twitter? Todo permanece abierto y la posibilidad de cambio está ahí, a la vuelta de la esquina, como motor verdadero de la realidad [en todos sus niveles]. Cierro el párrafo y cuelgo otra foto ahí, a sabiendas de su caducidad necesaria.
+ Un catedrático de ingeniería expone una serie de puntos que delimitan la evolución del ingeniero a lo largo de su vida profesional y las tribulaciones que en cada una de esas etapas le van asaltando. Desde la insuficiencia para afrontar extraños retos técnicos, pasando por una carencia de formación en dirección de equipos, administración o habilidades de expresión en público. Hay muchos detalles, pero uno me llama la atención: llegados a los veinticinco años de ejercicio de la profesión surge el vacío que provoca la ausencia de lo que denomina cultura. Y, así, reclama formación en artes, humanidades […] Dicho esto me repliego y no sé qué pensar. No es lo que yo esperaba y lo que yo entiendo es que me aporta un nuevo punto de vista para estudiar, para observa [ay, como siempre, la observación y el punto de vista] Coincide esta noticia con la lectura sobre los paradigmas de Kuhn y veo cierta nota sociológica en este apunte.
+ Twitter no se derrumba. He aprendido a no confiar en los vaticinios: económicos, sociales, políticos […] Pero tampoco tengo confianza en los vaticinios que se restringen a un ámbito íntimo o personal. La predicción suele equivaler a error. El error o la equivocación se dan por falta de datos o por la precipitación o atolondramiento de las opiniones. El mejor camino, el silencio.
+ Entre la escarcha y la nieve es poético y se enlaza con el punto francés, tan deseado, tan lejano hoy. Mientras lejanos tambores interrumpen la concentración, pero logró mantenerlos a un lado y regreso a la tarea lectora, infructuosa y rítmica. Me pregunto que es la poesía y no respondo. Así, la lluvia no nos abandona.
+ Vuelvo a leer la palabra cultura. El puerto de llegada es determinista en exceso e impide que la confianza que antes tenía cobre, otra vez, fuerza. Un aforismo lo resolvería todo. Copiaría del Oráculo manual y arte de prudencia alguna entrada, sobre todo aquella que reza: “Pensar anticipado”, pero con una sola frase me parece suficiente: “Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que desvelarse sobre ellos” Como aclaración: dormir sobre los puntos no es otra cosa que “reflexionar sobre los asuntos.” ¿Como se relaciona con la palabra cultura? No importa, así queda el acertijo abierto.
+ Imagen: yuxtaposición, 2013