sábado, 26 de noviembre de 2022

Entre la escarcha y la nieve



+ Pronto comenzará el último mes del año, diciembre. Diciembre se corresponde con décimo, así era en calendario romano y en el calendario revolucionario estaría entre frimario y nivoso, entre la escarcha y la nieve. Es un mes que invita al balance, que ofrece el pasado como un producto terminado y se asoma al futuro y su incerteza. En realidad cualquier mes valdría para las dos operaciones anteriores, pero si nos sumamos a la comunidad, es diciembre el mes adecuado para examinar lo que hemos hecho y lo que podemos hacer. Así, en el silencio de la noche, antes de ser acogido por el sueño, repaso lo que ha sucedido: éxitos, derrotas, victorias, enfermedades, la lucha contra ellas y la batalla ganada, la guerra que continua, la guerra que sabemos perdida pero que no nos vence. Poco más se podría decir, salvo que otro año se termina y se asoma una aceptable perspectiva de futuro. No es poco, pero se debe alimentar con cariño y cuidado.


+ Mientras Twitter se derrumba (?), observo mis publicaciones en ese espacio y entiendo la caducidad de todo lo humano, incluso más allá de lo humano [la manida sentencia de que “hasta un día el sol se apagará]. Es esta sarta de imágenes, algunos textos y los enlaces al presente diario un espejo donde se refleja un nivel de mi yo biográfico. Me ayuda a recordar, a matizar los momentos que no han de volver, a establecer distancia pero también a aproximarme a aquel que fui y del que algo queda mientras se diluye en el tiempo ese mismo yo. ¿Permanecerá Twitter? Todo permanece abierto y la posibilidad de cambio está ahí, a la vuelta de la esquina, como motor verdadero de la realidad [en todos sus niveles]. Cierro el párrafo y cuelgo otra foto ahí, a sabiendas de su caducidad necesaria.


+ Un catedrático de ingeniería expone una serie de puntos que delimitan la evolución del ingeniero a lo largo de su vida profesional y las tribulaciones que en cada una de esas etapas le van asaltando. Desde la insuficiencia para afrontar extraños retos técnicos, pasando por una carencia de formación en dirección de equipos, administración o habilidades de expresión en público. Hay muchos detalles, pero uno me llama la atención: llegados a los veinticinco años de ejercicio de la profesión surge el vacío que provoca la ausencia de lo que denomina cultura. Y, así, reclama formación en artes, humanidades […] Dicho esto me repliego y no sé qué pensar. No es lo que yo esperaba y lo que yo entiendo es que me aporta un nuevo punto de vista para estudiar, para observa [ay, como siempre, la observación y el punto de vista] Coincide esta noticia con la lectura sobre los paradigmas de Kuhn y veo cierta nota sociológica en este apunte.


+ Twitter no se derrumba. He aprendido a no confiar en los vaticinios: económicos, sociales, políticos […] Pero tampoco tengo confianza en los vaticinios que se restringen a un ámbito íntimo o personal. La predicción suele equivaler a error. El error o la equivocación se dan por falta de datos o por la precipitación o atolondramiento de las opiniones. El mejor camino, el silencio.


+ Entre la escarcha y la nieve es poético y se enlaza con el punto francés, tan deseado, tan lejano hoy. Mientras lejanos tambores interrumpen la concentración, pero logró mantenerlos a un lado y regreso a la tarea lectora, infructuosa y rítmica. Me pregunto que es la poesía y no respondo. Así, la lluvia no nos abandona.


+ Vuelvo a leer la palabra cultura. El puerto de llegada es determinista en exceso e impide que la confianza que antes tenía cobre, otra vez, fuerza. Un aforismo lo resolvería todo. Copiaría del Oráculo manual y arte de prudencia alguna entrada, sobre todo aquella que reza: “Pensar anticipado”, pero con una sola frase me parece suficiente: “Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que desvelarse sobre ellos” Como aclaración: dormir sobre los puntos no es otra cosa que “reflexionar sobre los asuntos.” ¿Como se relaciona con la palabra cultura? No importa, así queda el acertijo abierto.


+ Imagen: yuxtaposición, 2013

sábado, 19 de noviembre de 2022

La incógnita sentimental




+ Durante largos años he pensado en Nueva York como un destino novelesco, poético y artístico. Es algo que gira en torno a mi idea de literatura; bien el proyecto vital, bien el prisma para tratar de entender y establecer la realidad, una posible realidad. Y creo no haberme equivocado en la elección, porque es eso y no otra cosa lo que ha dado sentido a tantas cosas como otras ha tamizado hasta llegar al momento actual, tan variable como lo fueron los anteriores. Ese es el camino. Un punto romántico en un sentido laxo del término, que se desvanece, que se materializa. Hoy las cosas se han cargado de otros matices hasta el punto que lo nuclear ha variado. Ahora tengo el convencimiento que la palabra en sí, destino, va unida a otro término: turístico. Es aquí donde está el quid de la cuestión: el destino turístico y su implicación. Un paso más allá me lleva a pensar en cómo lo turístico termina por constituirse en parque temático. Y es aquí a dónde yo quería llegar. He leído, en los últimos días, poemas sobre Nueva York de poetas destacados que han encontrado abrigo en la crítica académica y, al tiempo, no puedo sentir menos que esos poemas se inscriben en esta suerte de parque temático, en esa ficción o simulación de la realidad. Nueva York responde a esa incógnita sentimental en la que se refleja un ansia por la excelencia, mientras hace aparición esa fascinación que ha alimentado el cine y la televisión, los tan actuales seriales.


+ Ay, ¿quién fundó Nueva York?


+ No es mi intención menospreciar el turismo, porque ahí yo también me veo y me agrada. Y, bien está, prefiero ser turista, hacerme con esa identidad, tan variable, lo prefiero al imposible anhelo del viaje. El viaje precisa algo de trabajo, de ocupación, de misión que se aleja del entretenimiento y la vacación. El viaje implica obligaciones, el turismo tiene el aspecto contrario: derechos. Me desdoblo y me remito a mi pasado, sin convencimiento.


+ [Simulación de la realidad]: en primer lugar se debería saber a ciencia cierta qué es realidad y luego establecer simulacro. Queda pendiente la tarea


+ Yo trazo la incógnita y me aparto de ella. Se trata de que he tenido que cambiar mi ordenador, el anterior falleció y le ha sucedido un joven hermano. La lustrosa apariencia de lo nuevo me hace pensar en el tiempo, cómo no. Lo observo y me digo, qué hermosa es tu juventud mientras tu hermano yace enterrado con el anterior portátil. Así, como marcas en un reloj, descansan en armoniosa unión. Yo, sentimentalmente, me dejo mecer por ese aliento sentimental.


+ ¿Una entrada corta? En el párrafo anterior la razón queda explicada. Al menos he llegado a la cita, que poca cosa no es.


+ Imagen: tres imágenes que se solapan: Oporto/Porto. Una única idea, la persistencia del recuerdo y la imposibilidad del regreso al pasado. La incógnita sentimental, también. Como en los sueños, no hay un programa previo.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Lo arbitrario, la espera y su reflejo

 


+ [Apunte del natural]: Llevo años con un sistema o subsistema de observación, centrado en aquellos que piensan que son más de lo que son. Podría incluirme en esta observación, menos sistemática que recurrente; una porque yo también estoy dentro del conjunto que estudio y, otra, porque así obtengo un punto de vista privilegiado. Y, vaya, ¿qué es tener ese alto concepto de uno mismo, en qué se resuelve: en autoestima o en lo contrario? Quizá se trate del desconocimiento de que cualquier posición en la vida responde más a la arbitrariedad de lo que nos gustaría, tanto nos seducen las certezas. Lo leí en un recorte de Bourdieu: son las consecuencias y el consenso en torno a lo arbitrario lo que le otorga fuerza. En fin, observo y noto como en muchas ocasiones el comportamiento altivo responde a una posición alcanzada mediante una serie de carambolas [en la vida, la suerte es un componente muy importante] y esto da una fuerza especial, que se magnifica y se traduce en un automóvil, un atuendo y un teléfono o un carísimo reloj. Los elementos ornamentales necesarios para comunicarle a los demás eso que el triunfo aporta. Pero, tantas veces lo he dicho que hace años que perdí la cuenta, yo soy un observador y me detengo en cómo se construye el personaje, sus motivaciones y la condición mortal que se elude.

+ La suerte gobierna sobre el mérito, me dice. El mérito y la culpa se han visto desterrados de la explicación, porque hay otros caminos, menos transitados, que ofrecen explicaciones más acordes con el deseo y su consecución, con el deseo y su fracaso, continua. No me queda otra que pensar sobre lo dicho y no precipitarme en el juicio. No es fácil la cuestión: el mérito, la culpa y el azar. Leo sobre el tema, pero siempre en el mismo sentido y eso no es bueno. Se deben buscar argumentos contrarios a lo que nos ofrece seguridad y no lo hago. Mi refugio no son las certezas, aunque se aproximen a su solidad presencia. ¿El mérito, la culpa y el azar? Así comenzó todo, pero sin interrogaciones.

+ Regreso a la lectura de La educación sentimental, pero hoy es otro mundo que no reconozco. No ha pasado ni una semana y yo pienso que es un siglo. El tiempo de la lectura es movedizo, variable y tiende a la ausencia. Necesito una estructura y no la tengo, en su lugar un entramado de listones flexibles entorpecen el necesario orden, un necesario orden estructural. Dejo el libro, apago la luz, duermo la siesta [ay de aquellos que no aprueben mis postergaciones].

+ Estimo una distancia motivada por la diferencia económica. La motivación tiene una base indiscutible que corre en paralelo con los ingresos mensuales y el patrimonio. Así, recuerdo a quién me dijo un día que no le importaba en dinero porque nunca le había hecho falta, pero yo hablo de otra cosa, yo hablo y entiendo que se trata de la codicia y la soberbia que conlleva. Ni una cosa, ni la otra, ante ninguna de ellas me pliego. Seguiré con mi observación. No me gustaría establecer un criterio moral pero no cabe otra cosa. Juzgo acciones y actitudes que se elevan sobre el suelo para establecer una distancia, la superioridad inmotivada pero que se asegura mediante el dinero. No es poca cosa, me digo y trato de regresar al emblema de la fuente, que mana limpia y nunca la inmundicia se estanca, pues a sí misma se limpia.

+ Sin una red de relaciones todo campo artístico resulta inconcebible, sin lo primero lo segundo es imposible. No me ha dado cuenta hasta hoy mismo, me digo no sin cierta ironía. Ay, el dinero y el poder. Lectura de precisión y lectura en voz alta, pues: ahí está la diferencia.

+ Sigo a la espera de una decisión, de que un organismo se pronuncie. La espera y su reflejo.

+ Imagen: 32/sombra

sábado, 5 de noviembre de 2022

La postración

 
 

+ De Madrid traje una enfermedad. Poco a poco se apoderó de mí y surgió una postración que me ha llevado a reflexionar, desde la inactividad, sobre los derroteros de los últimos años. Supongo que la fiebre ha aportado cierta distancia, el sueño profundo y arrítmico, la distancia entre la vida cotidiana y la vida del enfermo. Notas en lo diario y un sermoneo sordo y constante para mí mismo, sin otros interlocutores. No debería ahondar en la búsqueda de razones que no voy a hallar. Se trata de otra cosa. Hay una lírica que oculta la lucha diaria, que se convierte en un hipócrita fragor que prefiere mirar hacia otro lado, tras las cortinas, tras los visillos, lejos allí donde todo tiene sentido y nada se ha obtenido sin lucha. La enfermedad me ha pensar en ello y en otras aristas, sigo con el ensimismamiento que es un niebla y un malestar dulce que me traslada a un sueño espero y sin erotismo. La enfermedad es recta, la enfermedad es curva.

+ También el ordenador ha enfermado y esto es un problema. La dependencia del escritorio digital es muy grande. He conseguido realizar copias de seguridad, pero la enfermedad se ha instalado en su interior, en su sistema. Vaya. El virus es una forma de vida que se manifiesta en la enfermedad, con un doble sentido de lucha y distancia. No tiene conciencia de su trabajo, pero su trabajo no admite razones ni juicios morales. Lector de poemas menores, embelesado con vagos aciertos conceptuales, se recreaba en dotar a lo que no tiene pensamiento de ideas y propósitos. Qué error. Conseguí arreglar el problema gracias a un vídeo en línea. ¿He de buscar un poso de meritocracia en mi acción, en la solución al problema? De ninguna manera. Uno por uno, rechazo los motivos morales que me podrían conducir a una solución a mis tribulaciones. En este sentido, luego leeré un poco más en libro que quedó pendiente en el viaje a Madrid, sobre el cerebro, sobre el libre albedrío, sobre los ordenadores.

+ [De ordenadores]. Cuando yo nací, los ordenadores ya existían de una manera, más o menos, extendida, pero eran una realidad lejana y novelesca. Ocupaban edificios enteros y realizaban cálculos para erigir presas o determinar modelos estadísticos, había que pedir vez para usarlos y estaban reservados a grandes compañías. Años más tarde, una vez oí hablar de alguien que en Madrid trabajaba con ordenadores y, en la coversación, mencionaban las tarjetas perforadas. Me intrigó y me gustó la denominación de tarjeta perforada. Un día vi una tarjeta perforada y sentí que tenía su punto artístico. Estaba en el suelo, se había escurrido de la basura de un banco. Yo tendía diez años, eran los años setenta del siglo pasado. Hoy es otra cosa. Hoy es la vida misma y no una suerte de redes de complejas operaciones realizadas en los fríos sótanos de un gran edificio. La realidad, esa palabra. La cogí en la mano y, luego la guardé, era un tesoro. La veía e intentaba descifrar aquella geometría que, necesariamente, respondería una arquitectura hermética y fundamental, que consistía en troquelar cifras y obtener así una especie de mosaico abstracto, por el derecho y por el envés. Nunca volvía ver aquella tarjeta perforada y en ello reposa una nostalgia levantista. Nostalgia, el deseo de regresar a la patria, el Nostos. Ay, no tengo deseo de regresar pero la tarjeta me ha devuelto espumas de ciencia ficción del pasado. Es la postración de la enfermedad la que me hace pensar en estas cosas, mi enfermedad y la de mi ordenador.

+ [Madrid]: Cuando me perdí de camino al aeropuerto de Santiago de Compostela escuchaba a Bach. Había conseguido centrarme en la música y en la conducción, sin otras distracciones. Pero me perdí. Me pareció que había una semejanza con la oración mientras oía y modulaba la velocidad hasta ajustarla a la vía y la lluvia. Qué perfección. Una cápsula, un vacío deseable. No sé, quizá no, quizá se trata de otra cosa y se debe dejar a un lado comparaciones sin sentido y centrarse en lo nuclear: estaba triste. Me desorienté. Entonces me perdí y apagué la música. La noche era cerrada y por momentos llovía a chaparrones. Se me aceleró el corazón y percibí un aliento de vida en todo el entramado de carreteras y carteles indicadores, peajes, coches veloces, luces rojas de intermitentes que se pierden en la aparente nada, luces de viviendas de las que nada se puede adivinar. Había poesía en la situación y en el escenario, como si se condensase una inquietud latente, una necesidad de expresar el temor y la lucha contra los fantasmas del pasado y los monstruos del presente. Era la tristeza que aflora en secuencias sin ritmo. La lucha contra la culpa y el pecado, losas indeseables. La tranquilidad volvió cuando me vi sentado en mi sitio, en el avión, cuando este se separaba se la pista y la blanda sensación de flotar en el aire me embargó. Los aviones. Madrid estaba en línea. Aterrizamos, salí del avión, cogí el metro y crucé la ciudad bajo la tierras, sin ver otra cosa que los compañeros de viaje. El desplazamiento me llevó a la ciudad universitaria y allí hice lo que tenía que hacer, sin más. La vibración del extravío se mantuvo durante todo el día y no se atenuó hasta pasadas unas horas del regreso. He traspasado una línea, me dije y me corregí al momento pues de eso no se trataba. Ya estaba enfermo y no lo sabía, ahora sí lo sé. Pero la tristeza permanece, en su redil, pero está ahí, oigo su respiración.

+ Hace días que no dibujo y no se debe a otra cosa que al estado de postración al que me veo sometido. Esperaba en el mini-break que disfrutaríamos en los días pasados encontrar algunos motivos para llenar algunas páginas, pero no ha sido así, la enfermedad lo ha impedido y, me da la impresión, se trata de un tiempo de afección y reposo que me inclina al balance y pone distancia. El dibujo es una afición y bajo la égida del amateurismo, que no se puede traducir sino a través de la etiqueta del amor, siento una comunicación con lo visible que me revela intersticios insospechados. Ahora toca ver los dibujos que se han hecho y explicarse como se conectan con aquel momento, con los momentos precedentes. Así, cierro el ordenador.

+ Hoy es Día de Difuntos y llevo más de cien páginas leídas de La educación sentimental. No sé si es por entretenerme o por indagar en el pasado, en mi pasado ya que en el libro se reflejan ambiciones y decepciones que fueron mías, pero, más allá de lo anterior, la novela me devuelve algo actual respecto a los proyectos de vida artística. Flaubert es moderno a su pesar, actual sin pretenderlo, quizá por eso alcance esta universalidad al dibujar como se busca una personalidad y cómo se construye, algo tan romántico, stricto sensu . Las peripecias y anhelos de Frederic Moreau nos arrojan el retrato de un joven de su época, enamoradizo y con ínfulas artísticas, algo que, sin mucha dificultad, se puede trasladar al presente. Y la razón de esta traducibilidad está en la raíz romántica que hay entre ambos, entre Frederic y nuestro presente. La lucha entre desleído yo y los corsés sociales se manifiesta tanto en el vagabundeo ocioso de Frederic como en las inerte soflama de iras en las redes sociales y, también, con la elevación lírica de los cantantes de trap, tan pendientes del amor en sus distintas variantes. Día de difuntos, día de lectura, día de aislamiento. Una leves notas.

+ Imagen: Madrid_2011