+ «… si nous savons que nous sommes les détecteurs de l’etre, nous savons aussi que nous n’en sommes pas les producteurs.» J.P. Sartre en Qu’est-ce que la littérature?
+ Una publicidad perdida en una perdida página electrónica me devuelve un edificio entrevisto en Berlín. Ya conocía el edificio en cuestión antes de viajar a Berlín, pero no sabía que se ubicaba en Berlín. Tiempo atrás me había llamado la atención por su aspecto estereotipado, verlo en Berlín fue un descubrimiento porque era incapaz de imaginar dónde estaba situado, lo que no deja de ser una característica del propio edificio: un no-lugar, ya que nada indica en él su filiación. Es un edificio peculiar pero, al mismo tiempo, carente de carácter, así que su imagen se adapta a diversas posibilidades y usos, pero en todas en las que lo he visto se ve enmarcado en un entorno financiero-económico. ¿Qué importancia tiene este pequeño detalle inserto en un fragmento minúsculo de la vida cotidiana? ¿Es una baliza en lo diario, en la confusión entre la representación y la vida cotidiana? Los elementos de la ciudad son variables en sus significados, apuntan verdades y construyen mentiras, se muestran como decorados operísticos o son contextos para el pensamiento y la reflexión, pero nunca en un sentido único ni determinado por quien los ideó y planificó. Al final, la ciudad es una obra colectiva que tiende al anonimato y a la abstracción. Las luchas de egos son una espuma que se disuelve en la marea del tiempo. Para los que nos hemos postulado en la observación poca sorpresa nos causan las batallas, las victorias y las derrotas, el final insatisfactorio de una guerra. Alcaldes, arquitectos o sociólogos tienen el mismo valor que los tenderos, albañiles o mendigos. Todos son intercambiables como son intercambiables los actores que interpretan, con mayor o menor maestría, su papel en la función. Lo que permanece es el papel teatral, el texto, pero nunca el actor en sí mismo, sin restar la necesaria destreza a los oficios, que irremediablemente se emboscan en los personajes. El edificio que me ocupa, ajeno a este uso publicitario, podría recuperar un halo de fantasía con el acento del arte narrativo o la bendición de la cámara fotográfica, de unos hábiles e hiperrealistas pinceles motivados por una niebla melancólica, pero, mientras, tal que actor, permanece a la espera de un rol más relevante que la simple ilustración de una posible venta, un probable negocio, quizá esa nueva vida no sea posible porque su materia es lo financiero sin huecos para la lírica o el Romanticismo, en su sentido más proximo a aquella realidad histórica.
+ Sí, en este momento, sí creo que hay lugar para lírica, para una romántica existencia.
+ Busqué en mi archivo y terminé por encontrar la imagen del edificio en cuestión [nunca dudé que la foto aparecería]. Cuando disparé, como dije, ya conocía del uso publicitario porque mi entidad bancaria en línea utilizaba su imagen para promocionar una hipoteca, dizque muy ventajosa. Lo recordé y emprendí la búsqueda, recordé el momento del disparo, recordé como recordé la publicidad hipotecaria, recordé que estábamos junto a unos restos del Muro de Berlín a la orilla del río Spree. Esta serie de eslabones se unían con una idea que yo había construido antes de viajar a Berlín. Hoy apareció su perfil, su geometría, su presencia un tanto vacua, un tanto ucrónica, un tanto versátil en su verosimilitud publicitaria y vacía. Dejaré la foto y su entorno en esta entrada de hoy para que quede constancia de cómo se hilan ciertas observaciones, su peso y la brisa que despliegan en lo diario, en lo cotidiano, en la rutina. Impersonal, high tech, elitista.
+ Hay otras fotos, son los aledaños del edificio. Se percibe con nitidez que se trata de un barrio que ha emprendido el tránsito de un punto a otro en el esquema de la ciudad, en su traza, en ese solaparse las secuencias arquitectónicas. Se transforma la ciudad desde lo que fue ayer hasta lo que quiere ser mañana [¿quién ejerce esa voluntad?, ¿los políticos, los arquitectos, los financieros?]. Se trata de ese movimiento que se ha venido a denominar gentrificación, palabra importada del inglés y que se podría traducir por aburguesamiento, aunque esta última no recoge algunos de los matices de la primera. La operación consiste en transformar un barrio humilde en un lugar acogedor y moderno [en el sentido etimológico que la etiqueta tiene: lo del día, lo más actual si cabe: modus (+) -ermus: el modo del día de hoy]. Algo muy siglo XXI, esa conjunción de tecnología, impostada bohemia [mobiliario, atuendo y costumbres] y dinero. Los aledaños del edificio dan testimonio de ese trabajo intestinal del ciudad, de la digestión, el crecimiento y la transformación. Pienso en ello porque lo mismo vimos en Londres o en Madrid, los barrios fabriles se convierten en apetecibles emplazamientos para la burguesía, barrios populares que son tomados por diseñadores y jóvenes profesionales, los márgenes de la ciudad en metamorfosis, de donde los antiguos moradores son expulsados mediante un alza de los precios, una expulsión que contiene un mensaje que debe ser leído con cuidado e interpretado con exactitud: la ciudad refleja el tiempo en el que vivimos: espejo del triunfo del capital, que interpreta en su beneficio toda realidad dada, aunque le resulte ajena o contraria: la digiere.
+ El buscador de imágenes en línea cuando introduzco el sintagma high tech arroja edificios más o menos ligados a una suerte de ciencia ficción construida en acero, hormigón y cristal. Escenario y escenas posibles. Películas y actores. Hay una acumulación de sugerencias que se mueren sin haber nacido.
+ [Lecturas]. No deja de ser esta entrada un excurso en relación a la tarea emprendida sobre las guerras de Yugoslavia. Se suma, ahora, a las lecturas extracurriculares Trilogía de la noches. La noche. El alba. El día de Elie Wiesel. Pero su reflejo quedará pendiente para las próximas semanas. Ya no puedo leer a Nietzsche, ahora no puedo; se ha detenido por la contundencia del efecto del libro de Elie Wiesel. Observo cómo se trenzan las tareas y las lecturas conforman una unidad, en ella cabe Nietzsche, pero hoy no es momento. También N. puede estar sometido a una inversión de valores: la voluntad de poder se debilita. Reposan los libros en sus estantes.
+ Regreso al edificio a la orilla del Spree. Me he dado cuenta de que siempre se muestra fuera de su ambiente, recortado contra el cielo, sin poder ver su base, la conexión con el suelo, con alguna otra parte de la ciudad [y qué bien lo recuerdo: con vistas al río, en un barrio en plena transformación, con la compañía de los restos del Muro de Berlín y la Sede de Mercedes Benz, con su enorme estrella rotatoria que tanto nos llamó la atención (…)]. Vuelvo sobre su desafío a la simetría y su inserción en lo que se espera de una vivienda de lujo acorde con los tiempos, con este siglo XXI que avanza sin descanso. El edificio posee algo de emblema que sintetiza las ansias de ciertos grupos sociales. El edificio conforma un rasgo de identidad que traspasa fronteras, por lo que se puede considerar, simultáneamente, un emblema de la globalización [he hecho búsquedas de imágenes y aparece en los más diversos e insospechados países: de la India a Italia, de Italia a Japón, de Japón a Rusia]. Finalmente, no deja de ser una baliza en la ciudad que resulta aliento de deseos y esperanzas. Por esto, representa tan bien el espíritu de la globalización: es intercambiable y siempre transmite el mismo mensaje: seguridad, capacidad constructiva y éxito ante desafíos estructurales, todo lo que necesitas tener asegurado cuando contratas una hipoteca [por ejemplo]. Su calidad de pieza clave se refleja en su encaje múltiple.
+ Por último, y fuera del tema, una mención a Leopardi encontrada en un libro de William Marx, Vie du lettre: hacer de la escritura de cartas el fin de una vida es un síntoma de locura. Para reflexionar. Quede para otro día.
+ Imagen: una vista del edificio, dos fotos de los aledaños. Tres ilustraciones del asunto del día que se desvanece.


