+ El viernes a última hora de la tarde, cuando un velo anaranjado recubre el paisaje y el calor no cesa, es entonces, en este momento, cuando disparo mi pequeño teléfono móvil sobre la ría, que más que ría se diría lago. Ese engaño que la fotografía me permite revela una ausencia en el recorte sobre lo real, en su inmensa amplitud falta la realidad y nunca podrá estar contenida en el disparo porque ella no se deja atrapara, la cámara esa capacidad no la tiene. ¿Las palabras? Las palabras y su orden o desorden, sí. Y ahí está la miseria de la fotografía y, también, su grandeza. No es tiempo de detenerse con evaporadas reflexiones y continúo con mi trabajo, con las inspecciones y las fotografías que dan idea del estado de algunas obras, las pequeñas obras de fábrica. El trabajo y las fotografías que forman parte de él establecen un ámbito para clasificar y como toda taxonomía desvela profundas y dormidas características: la unidad, en ensamblaje, la distancia, la ruptura, la desigualdad […]. El calor aprieta y necesito beber agua, el agua aporta un grado de verdad que no se puede soslayar. Fotos, acotaciones de lo real que lo deforman en función de nuestros intereses. Envío la foto de la ría a tres personas y a un grupo, vuelan con rapidez y me puedo preguntar por las impresiones que la foto ha despertar o por la indiferencia, cualquiera de las dos, la presencia o la ausencia, tienen su propio significado, que, evanescentemente, a mí se me escapa ya, porque ya la foto no es mía sino de la más absoluta nada. La vibrante red de redes.
+ Las vidas leídas (bien en libros, en revistas o en periódicos, bien en la red) parecen funcionar a modo de ejemplos, como guías para tener una idea moral de la vida en toda la variedad inasible de momentos y oportunidades. Hoy pongo en el reproductor en línea, una vez más, Gaspar de la nuit, Ondine, lo interpreta Ivo Pogorelich. Busco al interprete en la red y ésta me arroja que estuvo casado con su profesora de piano durante dieciséis años, una mujer notablemente mayor que él, cierro la página. La posibilidad del amor más allá de las barreras que impone la edad u otras condiciones se transmite en forma de cuento fantástico en una página a la que llego mediante una foto del matrimonio. Hay una verdad incuestionable que no se alcanza a entender mediante los resortes de la reproducción porque el amor se eleva sobre esta magestuosamente, con la autoridad que concede lo construido sobre la roca. La esposa murió y el pianista se sumió en el silencio, acosado, él también, cómo no, por enfermedades dolorosas y persistentes. No hay moraleja, solo la imagen del triunfo del amor contra lo arbitrario biológico. Este es el emblema para este lunes: el pianista y su profesora, el amor y el envejecimiento y la muerte.
+ Franz Schubert Quinteto de cuerda en Do Mayor D. 956. Mientras conduzco suena la obra mencionada, me fijo con particular atención en el equilibrio entre los dos violonchelos, en su amplitud y lirismo. Las palabras no pueden recoger lo que transmiten los encajes entre los cinco instrumentos: los violines, los chelos y la viola. El paisaje se ve engrandecido y retorna otro mundo, un país sin determinaciones, una ensoñación más propia de un dilectante que de un trabajador en el filo de su jornada laboral. Son compatibles la obligación, el desplazamiento y un aliento poético en esta hora extraña de la tarde, la última hora de la tarde, que ya casi es noche. Se ensambla la perfección armónica con el recorte que los eucaliptos trazan sobre el cielo, un cielo que oscila entre el naranja desvaído y un azul lechoso por momentos, profundo al tiempo. Lo fugaz se manifiesta en el desarrollo del tema principal, pero yo me fijo en mi tarea: conducir. La música permite ilusiones que están vedadas a otras manifestaciones artísticas mucho más literales, mucho más tangibles. Es en esa abstracción donde me detengo y la música cesa. La jornada ha terminado, ha terminado satisfactoriamente. Schubert se desvanece en el oscuro horizonte. Muere el día.
+ Al hilo de lo anterior, Viaje de invierno. La fuerza de la voz humana es más sugestiva, más intensa, llega al fondo de la percepción una mirada a la posibilidad de una narración, pero desprovista de todo aquello que no es poesía. La poesía como ese reino que instaura tras el romanticismo, la lírica y el dominio y reinado del yo. Las variantes se corresponden con los matices que ofrecen las facetas del día, sus afanes. En ellos descanso y en ellos me elevo. Dejo de escribir para que la música y la palabra se fundan en esta mañana calurosa de julio. Nostalgia del invierno.
+ «La “verdad poética” no necesariamente debe ser referencial. La verdad y la mentira son categorías pertenecientes al ámbito del conocimiento científico, no al de la literatura», cita que resume una cierta idea de Luzán en su Poética, tomado de un artículo de José Checa Beltrán.
+ No puedo leer y escuchar el Viaje de invierno al mismo tiempo, la concentración para las dos actividades es muy exigente y no tengo yo esa capacidad de disgregación. La obligación ahora mismo es la lectura, postergo el Viaje de invierno. El día y sus afanes, el día y las tareas a las que nos obligamos es lo que da sentido a la rutinaria sucesión de los días, a la fluida corriente de hechos y trabajos alcanzados. El día sigue su curso.
+ He comenzado otra vez Justicia para Serbia después de leer las última páginas por segunda vez. Hay algo que me intriga e incomoda, pero que resulta atrayente. El libro tiene un tono al que me siento cercano, pero la duda que plantea es especular: yo también dudo de la tesis del libro, sobre todo cuando me enteré de que P. H. visitó a Milošević en la cárcel. La perplejidad anega la lectura, el resultado se debe esperar y entre una cosa y la otra tomo notas, leves notas, pero condicionadas por lecturas académicas sobre el tema, un tema que quizá no interese tanto, o no interesa una posible y aproximada verdad, un texto que hable de la incoherencia del relato periodístico y la contrapartida en la literatura y en la historia. Son razones que fructifican en el caluroso día de julio y que conducen hacia el desasosiego vespertino: luces marcadas de los pilotos de los coches y motos, el recorte de las montañas contra el cielo que se dirige hacia la profundad oscura de la noche, las parejas que salen a pasear, la quietud de la isla en un lateral de la ría, los cuervos, la intensa luz de un proyector sobre la glorieta, páginas de instrucciones y olvidos meditados. Por un inexplicable sortilegio, desde el Festival de Granada, desde Radio Clásica, en directo, suena el Viaje de invierno, ¿hay una conjunción, una conexión tal vez? Regreso a Justicia para Serbia, mientras la música me traslada a un paisaje nevado e infinito. Me gustaría tener un interlocutor interesado en este mi tema del día [que enraíza años atrás, quizás desde el origen: la proclamación de La guerra de los diez días], pero no lo encuentro, lo busco pero no lo encuentro y sé que ese es el camino hacia la escritura, lo sé y lo rechazo [salvo por estas escuetas notas sin demasiado interés, salvo para mi particular adiestramiento].
+ ¿El tema no es otro que el nacionalismo, en todas sus particulares variantes?
+ Espero con ansia el disco que he encargado a Inglaterra. Viaje de invierno. Tardará unas semanas y la espera tiene algo de erótico, en la ilusión de escuchar cada una de sus partes en los desplazamientos diarios, en las excursiones con C. hacia tres o cuatro puntos de la provincia. Son pequeños placeres, baratos y excelsos.
+ Imagen: como muchas otras veces, la esperanza puesta en la yuxtaposición: la tarde, las hojas de yedra en el inicio del invierno y la noche, la noche en la ciudad, de la que queda constancia mediante el esbozo incierto de las luces de los coches, semáforos y publicidad retroiluminada, conjuntos de selección aleatoria.


