+ Empiezo a leer Justicia para Serbia. Me gusta el tono narrativo, la parsimonia, el detalle y la conexión con lo cotidiano. No he percibido por el momento nada que me perturbe, pero está tras de mí esa idea que el libro contiene, que pertenece a las noticas previas sobre él. En ello trabajo, yo soy un objeto de observación en el camino hacia el núcleo de la polémica. Lo sé, los Balcanes, sus guerras, la fragmentación de Yugoslavia se ha convertido en un tema, un interés que venía desde muchos años atrás: quizá desde los años noventa, cuando yo percibía el horror mediante el tamiz de la prensa, las televisiones y las fotos. Siempre estuvo en un segundo plano y hace unos días, como ya dije en una entrada anterior, emergieron las sospechas desde un pasado remoto, para mi desarrollo biográfico, muy remoto. Le lectura del libro de P. Handke me inquieta, como si esperase una justificación de la atrocidad. La polémica sobre el genocidio late tras cada página superada, pero debo juzgar por mí mismo, aunque ello lleva alcanzar un estado móvil y ausente, donde solo la lectura puede suplir a la experiencia.
+ Tanteo la lectura de Territorio Comanche de Pérez Reverte. Se trata de tener una idea más allá de lo superficial y tocar lo que ha sido un éxito de ventas es penetrar en la idea general, en la configuración de un contexto que nos atañe como generación pero también como ciudadanos y como hombres. Rechazar lo popular por popular es tan erróneo como tomarlo por válido.
+ Porque el tema en su cumbre no es otro que el nacionalismo. ¿La cuestión europea? Europa también, Europa y su papel, Europa y su misión
+ ¿Tienen importancia las anécdotas frente al discurso de la historia, el discurso que hemos elegido como central en el desarrollo de una investigación, siempre dispuestos a desplazarlo si la necesidad lo exige? La anécdota da color y resulta verosímil, convincente, pero se revela como una trampa para el entendimiento o la construcción del entendimiento. La fuerza del yo lo viví se opone la debilidad del yo lo leí. ¿Qué escogemos, dónde situamos nuestro interés? Con la certeza de la imposibilidad de acierto incuestionable, dejamos las dos posiciones a un lado y continuamos con la lectura pausada y distanciada de todo aquello que entendemos que puede contribuir a la construcción de un teatro móvil. Un contexto y el cuestionamiento del contexto. En este ámbito se incluye el libro de Pérez Reverte, la anécdota como piedra de toque, pero, también, es necesaria su contribución a un estado de cosas. La cuestión permanece y sobre ella se eleva la maldad del ser humano guiada por la codicia, reflejo de la voluntad de reproducción. Ay, ¿podría dejar esto a un lado, el dolor que me causa? No, no puedo, pero confío en que el tránsito por esta senda me hará más viejo, menos crédulo, más centrado en el perfil que adopto desde la lejanía. Quiero recuperar mi posición de observador, la altura del vigía, la necesidad del que olvida que es humano.
+ Estoy leyendo, como ya dije, La fábrica de fronteras. Es sábado, la temperaturas son altas y me encuentro con una cierta nostalgia propia de estos días pandémicos. La nostalgia es el deseo de regresar a la patria, el nostos, pero en mi caso, desconozco dónde está esa mi patria, incluso dudo si ha existido alguna vez. ¿Es el deseo de regresar a una situación anterior, una realidad que no se vea comprometida por el contagio? No lo sé, me he asentado en esta rutina que se ordena en el trabajo por la tarde, en el desenlace vespertino de las tareas programadas, en la llegada a la cama con cansancio, un levantarse relativamente madrugador, la lectura, el estudio, el ejercicio. Toda la salud pasa por la rutina constato, pero una leve enfermedad del alma me acecha. Leve porque sé que la superaré sin mayores consecuencias que un incremento del escepticismo propio del observador, pero con un dolor punzante carente de sentido. La lectura de la Fábrica de fronteras se une a una lista pendiente, que traza una temática sobre las guerras en la ya extinta Yugoslavia, las guerras de los años noventa, pero el asunto rebasa el propio libro y los adyacentes. Recuerdo ahora, mientras escribo en el ordenador y de fondo suena un archivo continuo con oleaje, la visita al campo de concentración de Sachsenhausen, hace casi dos años; en esta línea se sitúan estas lecturas, un todo que se alimenta de intuiciones y tanteos, que, yo creo, se dirigen por un camino correcto, hacia la determinación del mal. El mal, qué palabra, pero con una correlación que no se puede omitir. El ansia y la codicia, el odio y la crueldad, la vulgaridad y la estupidez. Todo ello se une y nos arroja a un abismo insondable. La lectura es poca cosa si se compara con la urgencia de lo real, de la multiplicidad de lo real, pero otra cosa no tenemos, otras experiencias no alcanzamos. A veces la lectura se me asemeja a la oración. En ello estoy. Vale.
+ Mirroirs de Ravel, en la mañana del lunes. Comienza a subir la temperatura. Tras las elecciones siento ese asombro ante las declaraciones de los políticos y ante las opiniones de los periodistas. Me siento más cómodo en la distancia que la historia otorga. No veo sentido a las explicaciones, salvo que medie la separación de los hechos que el paso del tiempo da. Me envían un análisis del porqué de los éxitos y los fracasos, lo dejo a un lado. Sigue el desarrollo de los espejos. Otra vez, me quedo en el lado de los observadores y no sé si he participado del proceso o no. Sigo con la investigación, continúo con las lecturas al margen, dejo que la mañana consolide mi tendencia a la inacción. ¿Soy culpable? ¿Se trata de la culpa y la inocencia, o es, más bien, un problema de insatisfacción congénita?
+ ¿He encontrado una traducción para flamboyant? ¿Bombastíco? Encontramos la palabra C. y yo el sábado pasado en Caminha, en una valla publicitaria. Le di vueltas y al llegar a casa la busqué en el diccionario español [tantas coincidencias insospechadas hay]. [Drae] Bombástico= adj. Dicho del lenguaje: Hinchado, campanudo o grandilocuente, sobre todo cuando la ocasión no lo justifica. No se corresponde con exactitud, porque yo creo que ese matiz peyorativo en inglés no lo hay, tampoco en francés, porque su campo semántica se inclina hacia lo llamativo, colorista, extravagante; sin embargo, veo un punto de conexión entre lo uno y lo otro. En portugués sí aparece la acepción extravagante, que se remite al estilo ampuloso del médico suizo Bombast von Hohenheim, es decir: Paracelso; a ello se suma: pomposo, estilo oscuro, estruendoso [en el Diccionario da Língua Portuguesa, Porto, Porto editoria, 1998, 8ª ed.].
+ Acabo de terminar mis ejercicios físicos diarios. El deporte es una medicina, sin duda. Tras la ducha, después de dos llamadas telefónicas de trabajo, con la comida en la mesa a punto, veo la vida de otra manera. Necesito las rutinas, necesito el ejercicio. Tengo presente a Fr. Luis de León en la cárcel vallisoletana, sus lecturas y sus apuntes; un espejo en el que mirarse. No hay lugar para la queja.
+ Ayer quería leer antes de dormir, pero resultó imposible, el sueño me venció. Pesadamente caí, un pozo profundo que conducía a una claridad límpida, de prados y arroyos, fuentes y pájaros cantores. El Renacimiento, la flor esmaltada, la trama de los trabajos y los días. El sueño es un resumen de lo vivido, una digestión que se resuelve en el expulsar lo tóxico. Soñé con el Ogro en dos ocasiones pero su rostro había desaparecido, una cabeza donde los rasgos ya no estaban: un difuminado tan pictórico como inquietante. Salí de aquella trampa y regresé al locus amoenus y la conjunción de la música y el paisaje iluminaron el descanso. Hoy es miércoles y el tema de la guerra y el nacionalismo está enfrente de mí, en la estantería, deberá esperar al fin de semana, poco falta.
+ Imagen: la sombra, son mis manos, es mi pequeña cámara, pero ya no soy yo .
