+ Recuerdo perfectamente el día cuando perdí la fantasía. El día que dejé de ser niño y la inocencia se disolvió. Jugaba con mis hermanos sobre una carroza de laca negra y de repente me di cuenta que no había caballos y la carroza no era tal sino una vieja máquina de coser Singer. Lo vuelvo a sentir con detalle y me asusta esa capacidad de reconstrucción. No tengo memoria para muchas cosas pero hay balizas en la vida que regresan con una urgencia y precisión que me inquieta. Aquella no fue la última pérdida, ahí es donde la inquietud se agita, vibra, respira. A lo largo del tiempo la inocencia se desvanece conforme uno cumple años, pero no es una sola la inocencia sino que son múltiples y envejecer y crecer en sabiduría no es otra cosa que el acopio de dudas e incertezas. Veo los telediarios, consulto la red, leo periódico. Toda esta suma de noticias me fatiga, su necesidad de novedad traiciona cualquier atisbo de rigor. La vieja máxima: no es noticia que un perro muerda a un hombre sino que el hombre muerda al perro. Esto nos lleva a clasificar al periodismo con la industria del espectáculo. Nada descubro, pero me gustaría incidir en cómo se van cayendo los velos y podemos ver tras su desaparición como todas aquellas verdades en las que un día creímos no son otra cosa que construcciones más o menos interesadas. La fantasía se disolvió en el océano de las edades, nunca regresó la carroza de laca negra.
+ Sobre la nostalgia de los discos de vinilos, sobre los Cd’s también. Un artículo en un periódico en línea invoca la colección de discos de los padres, con el acopio de la colección de un tío. Es la necesidad de emblemas que hagan solida una identidad. No tengo una posición clara al respecto, pero he llegado a una serie de conclusiones y entre ellas destaca que todo aquel que posea una biblioteca cierto interés debería donarla a una biblioteca, si carece de interés: entregársela al trapero para que recicle el papel, lo que se denomina hacer un expurgo. La nostalgia y los vinilos, cuántas veces he asistido a esa estéril conversación que tanto recuerda a la filatelia y a la numismática, a los mercadillos de domingo en las plazas recoletas, a los anticuarios y a los catálogos que dan el precio de venta, pero que el incierto precio de compra se enmascara. Sentí yo la nostalgia de otros tiempos y otras conversaciones cuando leí sobre la nostalgia del vinilo y su liturgia, pero me la sacudí pronto y, así, alcancé un estado de separación que me resultó beneficioso para mi delicada salud moral. Cómo debo cuidarme de todas esas afirmaciones, de todas esas constituciones de autor que veo en los periódicos y televisiones [ay, cómo me cuido de esos venenos, pero, a veces, agazapados, me atacan]. Dejé el artículo y esa misma tarde vi al articulista con su hijo, paseaban y había algo enternecedor, como si algo hubiese llegado a un equilibrio difícil de alcanzas, pero resultaba engañoso: solo era apariencia, la apariencia de orden y simetría que nos ofrece la vida cotidiana, solo era un hombre con su pequeño hijo, el asunto de los vinilos se había desvanecido y yo también me diluía, con intención y presencia.
+ «La Historia muestra que todo lo que se ha pensado será pensado aún por un pensamiento que todavía no ha salido a la luz.» Foucault en el último tramo de Las palabras y las cosas. Después de tantísimo tiempo estoy llegando al final de la segunda y sistemática lectura de Las palabras y las cosas. Independientemente del contenido del libro, permanece la compañía que me ha hecho en aeropuertos, salas de espera o en este gabinete que me he dado. Lo que extraigo de la lectura es la característica y el afán de obra nunca terminada que constituye cualquier labor humana, máxime en el ámbito de las humanidades. Me siento interpelado y no respondo, por el momento. Quedará el libro en su balda durante una prudencial cuarentena, luego volveré sobre las notas y trataré de extraer una conclusión ajustada al momento, un pensamiento que todavía no ha salido a la luz.
+ Algunas incomodidades derivadas de la gestión de los problemas que ocasionan las tuberías de la vivienda me desconcentran. Son cuestiones menores que tienen una importante relevancia, que se deben solucionar en previsión del futuro, pero que trastornan el plan del día. Me paro. Pienso en el particular y me doy cuenta de que soy una maniático que no admite variaciones en su rutina porque suponen un hiato desagradable, dañino, ensordecedor. Medito y creo que debería solucionar esta cala, este defecto. ¿Es un defecto? Todo lo que no se traduzca en una plácida e invisible indiferencia es un defecto, si no se tiende hacia la ausencia de deseos y temores hay error. Lo invisible me atrae, lo imperceptible me subyuga.
+ Con especial intensidad recuerdo antes de la siesta un terror infantil. Se trata de una película donde se ofrecían los preparativos previos a una tormenta tropical. Acopio de provisiones y agua, sellado y claveteado de ventanas, conversaciones sobre la fuerza del viento y de la lluvia, la implacable y mortífera lluvia. Se oía rugir el viento, se agitaban las palmeras y las puertas batían con estrépito. La película era en blanco y negro, lo que a mi entender hacía que ese extraño terror se incrementase. Ya en la cama, se reproducía esa impotencia del hombre contra los elementos, la imagen de los personajes encerrados en un hotel con cantina, la edificación convertida en una burbuja contra la que se estrellaba la naturaleza. Sobre ello reflexionaba en mi cama, sobre la dimensión de las montañas, las grandes olas y las tormentas tropicales, qué pequeño me parecía el ser humano ante lo descomunal de la palpable realidad natural. Esta idea me ha acompañado muchas veces, todavía tengo presente lo minúsculo de nuestra existencia, la fragilidad del microcosmos donde nos desenvolvemos. Ahora el terror viene de un ser invisible, el virus; como si en lo macro y en lo micro las tormentas se equiparasen. Así quedan las cosas: anotadas y fugaces, pero con la presencia que todos los sueños le dejan al insomne, al hipnotizado, al sonámbulo. Yo completo esa triada, mis miedos infantiles, mi espejo a media noche
+ Imagen: ese desprenderse de los azulejos que dejan capas del pasado al descubierto parece una buena metáfora de los propios procesos biográficos, pero también de la Historia misma. La abstracción le añade una personal tendencia, el arte está donde queremos que esté porque es nuestra mirada la que hace y deshace, un juez portátil.
