sábado, 29 de agosto de 2020

Medio y extremo

lo-irrelevante
 

+ Necesito información sobre un tomo de un autor dramático del siglo XIX y acudo a la Biblioteca Digital de Castilla y León. En la portada de la página electrónica me encuentro con la foto de un [o una] joven. Al primer golpe de vista no reconozco a la persona. No puedo evitarlo, acabo por pinchar el enlace. Se trata de Carmen Martín Gaite, una jovencísima Martín Gaite [quizá no tanto, porque ha rebasado la treintena, pero su aspecto es juvenil, casi adolescente]. Con el pelo muy corto, en actitud pensativa y en el fondo el conocido y, probablemente, apócrifo retrato de Miguel de Cervantes. En una nota se aclara que la foto sirvió para ilustrar una entrevista del Abc cuando a la escritora le otorgaron el Premio Nadal. He dejado la foto en el visor, por lo tanto cada vez que voy a ver un Pdf aparece y expande su presencia. Es una invitación a regresar al pasado, a la lectura de Entre visillos, una novela que me interesó especialmente cuando yo era un adolescente que devoraba novelas e indagaba en un posible vocación que no ha dejado de transformase hasta llegar a lo que hoy es mi investigación. El camino recorrido se percibe en la foto, porque más allá del retrato hay una actitud hacia los libros y la escritura. Ella forma parte de mis mayores, se incluye en una senda de explicaciones y estructuras que me ayudan a entender el pasado [esa constante y móvil construcción, equiparable en su impermanencia biográfica con la Historia (en mayúsculas)]. La capital de la provincia, el aburrimiento y la mediocridad. Un reflejo, me pregunto hoy ante la fotografía, cuando C.M.G. ya vivía en Madrid. Mucho tiempo ha pasado y la foto clava la sensación de finitud y tarea incompleta que me lleva a recabar datos sobre mi biografía, que pronto abandono porque lo que busco es común a cualquier desarrollo vital. Termino por decirme que debería volver a leer Entre visillos, pero no lo haré: Ars longa vita brevis.

+ Si veo tan sumamente joven a C.M.G. en su treintena es porque yo ya no soy joven y todo aquello que tras de mí está resulta ser juventud.

+ ¿Qué el lo que busco cuando indago en la condición autorial, de qué se trata sino desvelar una parte de mi persona? Hasta aquí he llegado por casualidad, pero no, no es una casualidad: es el resultado de toda la biografía de un yo paralelo que se impone y sucumbe alternativamente. Soy ese yo-no-autor, una vía que rechacé hace ya mucho tiempo después de empeñarme en ella. Cuando veo el retrato de Carmen Martín Gaite llego a rozar el entendimiento de razones que me llevaron a desistir de una carrera literaria, no de una manera consciente, pero sí con su presencia. La academia ha resultado ser un cómodo refugio porque solo es un entretenimiento donde no me veo obligado a luchar por una posición, por una colocación, por un empleo. Terminando con el asunto: se trata de un rasgo más de mi condición de observador, que rechaza todo aquello que implique comunidad o, de ser aceptada ésta, que sea de una manera atenuada. La debilidad es la marca, el pensamiento errante que no quiere manifestarse por temor a la confrontación. Ahí está esta marca, el reflejo de lo efímero en la sombra proyectada sobre los días, tangentes e intersecciones.

+ «Siempre estoy a la altura del azar; para ser dueño de mí tengo que estar desprevenido», Nietzsche en  Ecce Homo, cita del libro de Fernando Saváter: Idea de Nietzsche.

+ Aparece en la primera hora de la mañana, esa mi primera hora, el nombre de Pascal Quignard. Lo escucho en Radio Inter, con atención. Emprendo una búsqueda sobre su obra. Una cita emerge y me da una guía para el día, para la semana, para el mes: «Quizá deteste a todos los que aman su lengua, su apellido, su nombre, su nacionalidad, su religión, su estatus, su pensamiento». ¿Hasta donde alcanza la cita, y, quizá, no viene de tiempo atrás, de un mundo anterior a mi nacimiento? Apunto un libro que trata sobre una posible comunidad de solitarios. Habla, ahora mismo, en la radio, en directo, sobre sus manuscritos, los borradores, pequeños dibujos. Hay, sin duda, una conexión. En la cesta de la librería en línea he depositado un libro. Ay, esta adicción a la lectura, esta compulsión de la compra de libros. La fuerza de la persona, la identidad que me perturba y rechazo. Múltiples razones, pequeñas certezas que se desmoronan cuando la marea sube. Cierro la página.

+ La lectura: ese vicio con apariencia de virtud.

+ Finalmente hago el pedido del libro de Quignard, la edición francesa: of course.

+ Imagen: lo-irrelevante. El gris motiva el disparo, la suma de elementos no es mayor que el conjunto: ese color, ese no-color, la sombra, la luz diurna que acuchilla la acera. Una otra abstracción más en el censo.

sábado, 22 de agosto de 2020

Extravío y liturgia

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+ Recuerdo perfectamente el día cuando perdí la fantasía. El día que dejé de ser niño y la inocencia se disolvió. Jugaba con mis hermanos sobre una carroza de laca negra y de repente me di cuenta que no había caballos y la carroza no era tal sino una vieja máquina de coser Singer. Lo vuelvo a sentir con detalle y me asusta esa capacidad de reconstrucción. No tengo memoria para muchas cosas pero hay balizas en la vida que regresan con una urgencia y precisión que me inquieta. Aquella no fue la última pérdida, ahí es donde la inquietud se agita, vibra, respira. A lo largo del tiempo la inocencia se desvanece conforme uno cumple años, pero no es una sola la inocencia sino que son múltiples y envejecer y crecer en sabiduría no es otra cosa que el acopio de dudas e incertezas. Veo los telediarios, consulto la red, leo periódico. Toda esta suma de noticias me fatiga, su necesidad de novedad traiciona cualquier atisbo de rigor. La vieja máxima: no es noticia que un perro muerda a un hombre sino que el hombre muerda al perro. Esto nos lleva a clasificar al periodismo con la industria del espectáculo. Nada descubro, pero me gustaría incidir en cómo se van cayendo los velos y podemos ver tras su desaparición como todas aquellas verdades en las que un día creímos no son otra cosa que construcciones más o menos interesadas. La fantasía se disolvió en el océano de las edades, nunca regresó la carroza de laca negra.

+ Sobre la nostalgia de los discos de vinilos, sobre los Cd’s también. Un artículo en un periódico en línea invoca la colección de discos de los padres, con el acopio de la colección de un tío. Es la necesidad de emblemas que hagan solida una identidad. No tengo una posición clara al respecto, pero he llegado a una serie de conclusiones y entre ellas destaca que todo aquel que posea una biblioteca cierto interés debería donarla a una biblioteca, si carece de interés: entregársela al trapero para que recicle el papel, lo que se denomina hacer un expurgo. La nostalgia y los vinilos, cuántas veces he asistido a esa estéril conversación que tanto recuerda a la filatelia y a la numismática, a los mercadillos de domingo en las plazas recoletas, a los anticuarios y a los catálogos que dan el precio de venta, pero que el incierto precio de compra se enmascara. Sentí yo la nostalgia de otros tiempos y otras conversaciones cuando leí sobre la nostalgia del vinilo y su liturgia, pero me la sacudí pronto y, así, alcancé un estado de separación que me resultó beneficioso para mi delicada salud moral. Cómo debo cuidarme de todas esas afirmaciones, de todas esas constituciones de autor que veo en los periódicos y televisiones [ay, cómo me cuido de esos venenos, pero, a veces, agazapados, me atacan]. Dejé el artículo y esa misma tarde vi al articulista con su hijo, paseaban y había algo enternecedor, como si algo hubiese llegado a un equilibrio difícil de alcanzas, pero resultaba engañoso: solo era apariencia, la apariencia de orden y simetría que nos ofrece la vida cotidiana, solo era un hombre con  su pequeño hijo, el asunto de los vinilos se había desvanecido y yo también me diluía, con intención y presencia.

+ «La Historia muestra que todo lo que se ha pensado será pensado aún por un pensamiento que todavía no ha salido a la luz.» Foucault en el último tramo de Las palabras y las cosas. Después de tantísimo tiempo estoy llegando al final de la segunda y sistemática lectura de Las palabras y las cosas. Independientemente del contenido del libro, permanece la compañía que me ha hecho en aeropuertos, salas de espera o en este gabinete que me he dado. Lo que extraigo de la lectura es la característica y el afán de obra nunca terminada que constituye cualquier labor humana, máxime en el ámbito de las humanidades. Me siento interpelado y no respondo, por el momento. Quedará el libro en su balda durante una prudencial cuarentena, luego volveré sobre las notas y trataré de extraer una conclusión ajustada al momento, un pensamiento que todavía no ha salido a la luz.

+ Algunas incomodidades derivadas de la gestión de los problemas que ocasionan las tuberías de la vivienda me desconcentran. Son cuestiones menores que tienen una importante relevancia, que se deben solucionar en previsión del futuro, pero que trastornan el plan del día. Me paro. Pienso en el particular y me doy cuenta de que soy una maniático que no admite variaciones en su rutina porque suponen un hiato desagradable, dañino, ensordecedor. Medito y creo que debería solucionar esta cala, este defecto. ¿Es un defecto? Todo lo que no se traduzca en una plácida e invisible indiferencia es un defecto, si no se tiende hacia la ausencia de deseos y temores hay error. Lo invisible me atrae, lo imperceptible me subyuga.

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Con especial intensidad recuerdo antes de la siesta un terror infantil. Se trata de una película donde se ofrecían los preparativos previos a una tormenta tropical. Acopio de provisiones y agua, sellado y claveteado de ventanas, conversaciones sobre la fuerza del viento y de la lluvia, la implacable y mortífera lluvia. Se oía rugir el viento, se agitaban las palmeras y las puertas batían con estrépito. La película era en blanco y negro, lo que a mi entender hacía que ese extraño terror se incrementase. Ya en la cama, se reproducía esa impotencia del hombre contra los elementos, la imagen de los personajes encerrados en un hotel con cantina, la edificación convertida en una burbuja contra la que se estrellaba la naturaleza. Sobre ello reflexionaba en mi cama, sobre la dimensión de las montañas, las grandes olas y las tormentas tropicales, qué pequeño me parecía el ser humano ante lo descomunal de la palpable realidad natural. Esta idea me ha acompañado muchas veces, todavía tengo presente lo minúsculo de nuestra existencia, la fragilidad del microcosmos donde nos desenvolvemos. Ahora el terror viene de un ser invisible, el virus; como si en lo macro y en lo micro las tormentas se equiparasen. Así quedan las cosas: anotadas y fugaces, pero con la presencia que todos los sueños le dejan al insomne, al hipnotizado, al sonámbulo. Yo completo esa triada, mis miedos infantiles, mi espejo a media noche

+ Imagen: ese desprenderse de los azulejos que dejan capas del pasado al descubierto parece una buena metáfora de los propios procesos biográficos, pero también de la Historia misma. La abstracción le añade una personal tendencia, el arte está donde queremos que esté porque es nuestra mirada la que hace y deshace, un juez portátil.

sábado, 15 de agosto de 2020

Música y fotos cuando el año ya va mediado

 

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 + [Música]. Domingo por la mañana, la lectura ocupa mi tiempo y se ve arropada por Mozart. Recuerdo que en el coche cambié a Stravinsky por Ute Lemper, La consagración de la primavera me impedía conducir adecuadamente, es decir: me hurtaba la concentración necesaria. Corro con un variedad de canciones que se oponen a la música que acabo de citar. ¿Se oponen en realidad? ¿Cómo se ha constituido este catálogo móvil y cuál es el reflejo que arroja? ¿Hay un tramo por recorrer entre ambos polos? La respuesta a estas cuestiones es difícil porque no dejan de ser un análisis de toda una trayectoria, de lo que ha quedado fosilizado en mi gusto y que deviene en una querencia hacia la música clásica, que se podría traducir en un especial aprecio por el trabajo, el trabajo académico [sin duda gobernado por mis propios intereses, porque esta es la nave en la que me embarcado]. Mi personalidad se forja en relación con la música desde temprana edad, con el agravante que yo estoy incapacitado para ella, para su ejecución, pero no para su recepción. Cuánto sufrimiento me ha producido esta falta de talento, aunque hoy lo comprenda y me ayude a explicar ciertas calas en la biografía, al fin en su asunción con la ayuda, entre otros, de Marco Aurelio. La música es la expresión de un deseo que no se alcanzará nunca, saberlo me une a una legión de desposeídos; sin embargo, me elevo sobre esta carencia y regreso a la lectura, donde yo soy yo, el que elige: Mozart, verbi gratia.

+ Fotos de Stravinsky: indago en su rostro, en su gesto, en las poses. La configuración del autor es tan interesante como su propia música, porque su rostro es adecuado para el retrato, porque transmite razones que se atisban en su música. Lo dije hace un momento, debí guardar el disco de La consagración de la primavera: una elección entre la seguridad y el placer. Hoy, en contra del ayer, elijo la seguridad. Vuelvo a las fotos de Stravinsky. Me llama la atención la muy conocida de Irvin Penn, uno de esos retratos en esquina, marca del fotógrafo estadounidense. La escucha que se ve materializada en la mano que forma una concha contra la oreja, el atildado atuendo, el brillo acerado de los zapatos, el gesto serio, reconcentrado, severo. ¿Se une la imagen del autor a su música? Sí, así lo deseo yo y en función de esta foto planeo volver a escuchar La consagración de la primavera. Todo lo dicho se resume en esa última sentencia, el proyecto de oír con una condicionante elegido: la foto del autor. En otras palabras, se debe aprovechar la posibilidad de erigir nuestros propios prejuicios para modular la recepción. Ahí estamos, allí vamos mientras el domingo se desliza calle abajo.

+ Otra foto de I. S. Se trata de la foto de Richard Avedon de Igor Stravinsky. La veo en detalle y me parece la configuración de otro autor distinto, más próximo a una estrella del cine o del rock. Esta visión puede cambiar de eje la posición del prisma desde donde escucho su música. Las desafiantes gafas de sol que se retiran para mostrar la mirada severa del autor, tan severa como en la foto la anterior, pero marcada, en las dos, por una decisión que se nos oculta, que no es posible descubrir. Escribo y suena Mozart y no deja de ser un hiato entre lo expresado y la música en sí. Quedará siempre ese rédito abstracto que la música comunica y que podemos traducir casi a voluntad, salvo por una guías que resultan insoslayables. ¿Mozart o Stravinsky? Las fotografías a su lado resultan evidentes y sin mayor liturgia que un deseo de atrapar el instante, algo reservado a un arte del movimiento: la música. Yo escribo y eso es un poco morir, la música me acompaña en la cabalgada, las fotos en la orilla intentan ilustrar lo que no admite ilustraciones.

+ Atrás quedó el manual de fotografía. Los conceptos que postulaba los he olvidado y sigo recuperando fotos del archivo con un criterio no explícito que conduce a esta colección que aumenta semanalmente. Prefiero ese vértigo irracional de traer al presente aquello sobre lo que disparé en el pasado y hoy toma otro sentido [sólo durante el momento de la elección, luego ya no me pertenece]. Los manuales son útiles para establecer una cuadrícula pero la vida no debe confundirse con la cuadrícula misma. Con ello no quiero negar su utilidad, pero sí afirmar sus limitaciones. Los límites son el propio fotógrafo y su configuración vital, que tal vez salga a relucir en el espasmo del disparo o no [caso en el que todo habrá sido un error], la selección es un arte o el arte se centra en ese seleccionar. Arte, qué palabra. Prefiero tomar las fotos que aquí cuelgo como ilustraciones que complementan el texto o fotos que se ven complementadas por el texto, sin mayor intención que cuajar la entrada semanal en su vertiente más auténtica: el diario, el paso de los días a través de las palabras y las imágenes. El manual de fotografía descansa a la espera de ser recuperado, algo que llegará, tarde lo que tarde.

+ Recupero Mitologías de Roland Barthes de algún lejano lugar de mi biblioteca. El espacio es muy importante y la disposición de los libros, las materias y su agruparse, me define, por lo tanto la idea de desorden no cabe en la colección de mis libros porque ese desorden es un otro orden posible. Es paradójico pero la esencia que determina mi biblioteca personal gira sobre el eje de la intuición y la disciplina académica, que un día necesitará una taxonomía y que mientras tanto permanece esta su colocación. Con todo, rescato un artículo incluido en el citado libro de R.B. sobre la vida en el Nautilus contrapuesta al barco ebrio de Rimbaud, ese ámbito de totalidad que es el submarino enfrentado a la inmensidad del océano y el deshabitado barco del iluminado poeta. Desde una gran ventanal el Capitán Nemo contempla el infinito abisal mientras le rodea esa abigarrada y burguesa colección de elementos que aportan seguridad, desde ahí partimos a la butaca, las zapatillas, la copa de coñac y la lectura, como epitomé de una biografía burguesa entregada al extraño placer de la lectura [censo donde yo me inscribo]. Qué notas grandiosas para elaborar el decorado de un relato, qué significativas, literarias o líricas.

+ Recuerdo una película en tecnicolor donde el Capitán Nemo interpretaba Tocata y fuga en Re menor de Bach. Un anzuelo que me lleva a la infancia, pero no regreso y la música suspendida flota en el ambiente, en el trazo del párrafo anterior.

+ Del libro sobre la mirada fotográfica he extraído una conseja: la importancia de hacerse con un archivo de fotos que reflejen nuestro gusto o que lo construyan [¿no cabe la posibilidad de se trate de lo mismo?]. Sin habérmelo propuesto, he acopiado ocho fotos en el escritorio del ordenador, que no deja de ser una pequeña y significativa colección. El censo es el siguiente: dos fotos de Stravinsky [de las que hablé un poco más arriba]; una del tenista Fred Perry; un paisaje de Madrid desde una azotea, claramente modificado mediante filtros que hacen que la escena tienda al amarillo intenso y africano;  una pequeña isla en el Danubio donde se ha montado una peculiar cabaña; dos fotografías de coches que yo mismo he disparado y que tienen relación con mi ámbito laboral, pero que no se traducen en identificaciones y ni en renuncias. Ahora pienso en el conjunto y en los sentidos posibles, veo que me manifiestan una cercanía a una idea de paisaje que me remite a lecturas y viajes, a desplazamientos y películas que ya no recuerdo, conversaciones perdidas el tiempo. La conseja habla más de la personalidad y sus tendencias que de la realidad fotográfica, o así yo lo interpreto porque las interpretaciones son siempre interesadas y mi interés hoy está en la definición de mis tendencias fotográficas [que se atestiguan en el desarrollo que alcanza a este diario, la imágenes que se van insertando semanalmente] y que tienen a una suerte de autobiografía interesada en detalles menores, vacío y descontextualizados. Una suerte de emboscadura, un alejamiento de la definición y de la identidad. Volveré al libro para comprobar que los consejos son consejos y se toman, se posan y terminan por olvidarse, aunque de ellos quede una niebla imperceptible pero condicionante.

+ Imagen: los colores, el contraste, el desenfoque que la cámara permite. Esas imágenes que me interesan y me definen, en ello indago, luego interpreto. Nada permanece.

sábado, 8 de agosto de 2020

Cartas a mi espectro

Caen
+ El último párrafo de la entrada anterior fue una mención a Leopardi encontrada en un libro de William Marx, Vie du lettre: hacer de la escritura de cartas el fin de una vida es un síntoma de locura. Dejaba una posible reflexión para un día posterior. El día posterior es este, cuando releo la cita y la sitúo en una cuadrícula de apetencias y deserciones. Las cartas han muerto, o son ya una arqueología. Nadie se dedica a la practica epistolar como la conocimos, con el rito de la caligrafía, la dirección, el sobre y el sello, la espera a la respuesta. Recuerdo, ahora, aquel placer del que hablaba Baudelaire que consistía en recibir una carta y posponer su apertura, como el estoico que retrasa en el punto álgido de la sed el vaso de agua para acrecentar el placer de beber. La locura de la que habla Leopardi yo la vi reflejada en diferentes biografías que ante mí se ofrecieron. La carta como dedicación vital absurda admite intercambios: la lectura, el deporte, el estudio, cuando estas actividades no tienen un correlato económico y se convierten en el único propósito de una vida. El dinero ayuda a entender muchas cosas, como piedra de toque para situación extrañas. He visto corredores profesionales, con dedicación plena, que no percibían remuneración alguna, salvo la recompensa sentimental que les aportaba su esforzada tarea. También, y en la misma línea, chicas que coleccionaban carreras universitarias pero sin iniciar nunca la vida laboral; estériles notas altísimas que son más un calvario que una satisfacción. ¿La lectura? Un vicio disfrazado de virtud que puede tener nefastas consecuencias porque la lectura es un fármaco: unas veces remedio, otras veneno. Yo sé bien de lo que hablo y con ello me identifico. Generalmente, creo, se persigue acopiar piezas de un soñado capital simbólico, que tal vez carezca de traducción, pero al mismo tiempo este crecimiento es dolor, porque se sabe de una inútil y alocada persecución que no conduce a ningún lugar. Finalmente, la materia de las novelas abunda en lo cotidiano y es más inquietante en el día a día que en el papel. El que lo probó lo sabe.

+ Continuan mis lecturas en torno al nacionalismo español, que es invisible en tantas y tantas ocasiones. Tratar de establecer una distancia no es fácil o, tal vez, resulte imposible, aunque no en mi caso. La balanza se compensa con la lectura sobre las guerras yugoeslavas, con los acuerdos y desacuerdos, con el tramo que va desde aquel tiempo de los años noventa hasta hoy, con todo lo que separa Yugoslavia de España, y, también, con las concomitancias. Eso trato de buscar, me digo, pero no lo encuentro. Lo sé: debería construirlo yo, construir un artefacto que me permitiese explicar las dudas que me asaltan, porque esas dudas no se relacionan tanto con el presente y el pasado como con las líneas de fuerza de las tendencia que nos lanzan hacia el futuro. ¿El estado-nación o las grandes corporaciones globales son las que ganarán la partida, nuestra filiación pasará de ser nacional a ser cibernética y ubicua, el documento de identidad como cuenta bancaria, cuenta de correo o perfil en las redes sociales? ¿Somos, ya, una IP? Yo sigo en el siglo XIX y en la definición de lo nacional mediante la constitución del sujeto colectivo que tan grato le resultaba al Romanticismo. La unión entre el rechazo a la razón como explicación última de las verdades más profundas del ser humano, la resurrección de la Edad Media [una construcción esquemática que se completa con la imaginación adecuada al momento y a los propósitos de los poetas, dramaturgo, novelistas y políticos], el relato nacional como fundación de la identidad a la que se debe sumar el ciudadano [qué papel tan importante asume la educación en su disfraz neutral y justo, pero que se desvanece según uno indaga, según uno avanza]. Las lecturas configuran un punto de vista variable, aunque, es cierto, tienda a una estabilidad cierta, no en un punto, sino en una zona de luz entre sombras, sombras que dejan atisbar las figuras sin distinguir los perfiles. Esta tarea es ardua, complicada y extenuante [tampoco hay para tanto, no se debe ser quejica, me digo en cuanto completo la frase], pero que aporta satisfacción y me ayuda a dar pasos en el camino de la investigación. Ese es el trabajo, el día a día, la construcción en la que me ocupo sin más orden que el yo me impongo [y creo que es estricto en su fundamento y en sus objetivos]. Vale.

+ Lunes en compañía de Mozart. He descubierto una emisora en línea que pone sin pausas música del W.A.M. No hay publicidad, no hay introducción, sólo música. Me acompaña y consigue que me centre en la tareas diarias que me he impuesto; también la pongo para dormir y el sueño resulta extrañamente profundo y reparador, por lo tanto me pregunto si el genio austriaco tiene poderes medicinales. La respuesta es irrelevante porque en el caso lo que cuenta es la creencia y el resultado de la misma, lo que se podría etiquetar como placebo. Es común admitir en lo diario amuletos y pequeños dioses protectores, dioses lares, así: creo que es una incorporación a divinidades menores que me ayudan a esquivar la melancolía y la tristeza que me asalta en tantas ocasiones, que soy capaz de atenuar pero no eliminar definitivamente. Me he habituado. La línea oscilante de la melodía me otorga una guía para acometer el día en sentido correcto: el trabajo y la ausencia de pensamiento más allá de los precisos para elevar el edificio que me propuesto construir con mis propias fuerzas. La investigación en marcha, la vida en curso.

+ «… la condición posmoderna no puede ser sino poshistórica y posmetafísica, aviso de una imagen del acabamiento.» Alfredo Saldaña.

+ No hay aventuras ni riesgos, al menos en apariencia. La vida se desarrolla en la celda y las obligaciones laborales. Una vida, en apariencia, plana, rutinaria, sin relieve. En apariencia, como acabo de decir. La vida interior es rica y variada, recoleta, lo íntimo se impone al tránsito diario y condiciona mi relación la actualidad, con el periodismo, con la espuma de los días devorada por la violencia de la marea de la historia. Una voluntad ciega, Schopenhauer, que se lanza hacia el futuro sin planes ni cálculos, me da la medida de las cosas, no la información que llega a mi orden y a mi poco interesante vida [y me pregunto yo qué importancia tiene la opinión de los otros cuando los objetivos se van alcanzado, cuando estos son móviles y permeables, cuando su espesor es el espesor deseado, en su confirmación o abatimiento].

+ Mi relato se ha fosilizado y el discurso resulta espeso, lo sé. Este es el tono de mi aislamiento: lectura, escritura y música. Densidad. Distancia y silencio. ¿Aislamiento, reclusión, voluntad?

+ La pandemia ha modificado mis hábitos, resulta ser una adaptación que funciona bien. El deporte, la lectura y el estudio son bloques que se desplazan en la cuadrícula diaria: tareas que se deben ejecutar con independencia del horario, pero siempre con una cierta rutina. La rutina nos salva, en la pandemia, en su ausencia. Qué bien lo sabían los monjes cuando distribuían con tanta inteligencia el día, con sus hitos bien marcados mediante la oración, que separaba el ocio del trabajo, la lectura del estudio. En ello estoy, en ello pienso.

+ Imagen: la noche, el azul intenso, la ventana iluminada, sugerencia que tiene a lo romántico como visión de lo cotidiano, una esfurmada tendencia.

sábado, 1 de agosto de 2020

Ensamblajes [Tower Block Spree River in Berlin Friedrichshain]

Spree River

Spree River

Spree River


+ «… si nous savons que nous sommes les détecteurs de l’etre, nous savons aussi que nous n’en sommes pas les producteurs.» J.P. Sartre en Qu’est-ce que la littérature?

+ Una publicidad perdida en una perdida página electrónica me devuelve un edificio entrevisto en Berlín. Ya conocía el edificio en cuestión antes de viajar a Berlín, pero no sabía que se ubicaba en Berlín. Tiempo atrás me había llamado la atención por su aspecto estereotipado, verlo en Berlín fue un descubrimiento porque era incapaz de imaginar dónde estaba situado, lo que no deja de ser una característica del propio edificio: un no-lugar, ya que nada indica en él su filiación. Es un edificio peculiar pero, al mismo tiempo, carente de carácter, así que su imagen se adapta a diversas posibilidades y usos, pero en todas en las que lo he visto se ve enmarcado en un entorno financiero-económico. ¿Qué importancia tiene este pequeño detalle inserto en un fragmento minúsculo de la vida cotidiana? ¿Es una baliza en lo diario, en la confusión entre la representación y la vida cotidiana? Los elementos de la ciudad son variables en sus significados, apuntan verdades y construyen mentiras, se muestran como decorados operísticos o son contextos para el pensamiento y la reflexión, pero nunca en un sentido único ni determinado por quien los ideó y planificó. Al final, la ciudad es una obra colectiva que tiende al anonimato y a la abstracción. Las luchas de egos son una espuma que se disuelve en la marea del tiempo. Para los que nos hemos postulado en la observación poca sorpresa nos causan las batallas, las victorias y las derrotas, el final insatisfactorio de una guerra. Alcaldes, arquitectos o sociólogos tienen el mismo valor que los tenderos, albañiles o mendigos. Todos son intercambiables como son intercambiables los actores que interpretan, con mayor o menor maestría, su papel en la función. Lo que permanece es el papel teatral, el texto, pero nunca el actor en sí mismo, sin restar la necesaria destreza a los oficios, que irremediablemente se emboscan en los personajes. El edificio que me ocupa, ajeno a este uso publicitario, podría recuperar un halo de fantasía con el acento del arte narrativo o la bendición de la cámara fotográfica, de unos hábiles e hiperrealistas pinceles motivados por una niebla melancólica, pero, mientras, tal que actor, permanece a la espera de un rol más relevante que la simple ilustración de una posible venta, un probable negocio, quizá esa nueva vida no sea posible porque su materia es lo financiero sin huecos para la lírica o el Romanticismo, en su sentido más proximo a aquella realidad histórica.

+ Sí, en este momento, sí creo que hay lugar para lírica, para una romántica existencia.

+ Busqué en mi archivo y terminé por encontrar la imagen del edificio en cuestión [nunca dudé que la foto aparecería]. Cuando disparé, como dije, ya conocía del uso publicitario porque mi entidad bancaria en línea utilizaba su imagen para promocionar una hipoteca, dizque muy ventajosa. Lo recordé y emprendí la búsqueda, recordé el momento del disparo, recordé como recordé la publicidad hipotecaria, recordé que estábamos junto a unos restos del Muro de Berlín a la orilla del río Spree. Esta serie de eslabones se unían con una idea que yo había construido antes de viajar a Berlín. Hoy apareció su perfil, su geometría, su presencia un tanto vacua, un tanto ucrónica, un tanto versátil en su verosimilitud publicitaria y vacía. Dejaré la foto y su entorno en esta entrada de hoy para que quede constancia de cómo se hilan ciertas observaciones, su peso y la brisa que despliegan en lo diario, en lo cotidiano, en la rutina. Impersonal, high tech, elitista.

+ Hay otras fotos, son los aledaños del edificio. Se percibe con nitidez que se trata de un barrio que ha emprendido el tránsito de un punto a otro en el esquema de la ciudad, en su traza, en ese solaparse las secuencias arquitectónicas. Se transforma la ciudad desde lo que fue ayer hasta lo que quiere ser mañana [¿quién ejerce esa voluntad?, ¿los políticos, los arquitectos, los financieros?]. Se trata de ese movimiento que se ha venido a denominar gentrificación, palabra importada del inglés y que se podría traducir por aburguesamiento, aunque esta última no recoge algunos de los matices de la primera. La operación consiste en transformar un barrio humilde en un lugar acogedor y moderno [en el sentido etimológico que la etiqueta tiene: lo del día, lo más actual si cabe: modus (+) -ermus: el modo del día de hoy]. Algo muy siglo XXI, esa conjunción de tecnología, impostada bohemia [mobiliario, atuendo y costumbres] y dinero. Los aledaños del edificio dan testimonio de ese trabajo intestinal del ciudad, de la digestión, el crecimiento y la transformación. Pienso en ello porque lo mismo vimos en Londres o en Madrid, los barrios fabriles se convierten en apetecibles emplazamientos para la burguesía, barrios populares que son tomados por diseñadores y jóvenes profesionales, los márgenes de la ciudad en metamorfosis, de donde los antiguos moradores son expulsados mediante un alza de los precios, una expulsión que contiene un mensaje que debe ser leído con cuidado e interpretado con exactitud: la ciudad refleja el tiempo en el que vivimos: espejo del triunfo del capital, que interpreta en su beneficio toda realidad dada, aunque le resulte ajena o contraria: la digiere.

+ El buscador de imágenes en línea cuando introduzco el sintagma high tech arroja edificios más o menos ligados a una suerte de ciencia ficción construida en acero, hormigón y cristal. Escenario y escenas posibles. Películas y actores. Hay una acumulación de sugerencias que se mueren sin haber nacido.

+ [Lecturas]. No deja de ser esta entrada un excurso en relación a la tarea emprendida sobre las guerras de Yugoslavia. Se suma, ahora, a las lecturas extracurriculares Trilogía de la noches. La noche. El alba. El día de Elie Wiesel. Pero su reflejo quedará pendiente para las próximas semanas. Ya no puedo leer a Nietzsche, ahora no puedo; se ha detenido por la contundencia del efecto del libro de Elie Wiesel. Observo cómo se trenzan las tareas y las lecturas conforman una unidad, en ella cabe Nietzsche, pero hoy no es momento. También N. puede estar sometido a una inversión de valores: la voluntad de poder se debilita. Reposan los libros en sus estantes.

+ Regreso al edificio a la orilla del Spree. Me he dado cuenta de que siempre se muestra fuera de su ambiente, recortado contra el cielo, sin poder ver su base, la conexión con el suelo, con alguna otra parte de la ciudad [y qué bien lo recuerdo: con vistas al río, en un barrio en plena transformación, con la compañía de los restos del Muro de Berlín y la Sede de Mercedes Benz, con su enorme estrella rotatoria que tanto nos llamó la atención (…)]. Vuelvo sobre su desafío a la simetría y su inserción en lo que se espera de una vivienda de lujo acorde con los tiempos, con este siglo XXI que avanza sin descanso. El edificio posee algo de emblema que sintetiza las ansias de ciertos grupos sociales. El edificio conforma un rasgo de identidad que traspasa fronteras, por lo que se puede considerar, simultáneamente, un emblema de la globalización [he hecho búsquedas de imágenes y aparece en los más diversos e insospechados países: de la India a Italia, de Italia a Japón, de Japón a Rusia]. Finalmente, no deja de ser una baliza en la ciudad que resulta aliento de deseos y esperanzas. Por esto, representa tan bien el espíritu de la globalización: es intercambiable y siempre transmite el mismo mensaje: seguridad, capacidad constructiva y éxito ante desafíos estructurales, todo lo que necesitas tener asegurado cuando contratas una hipoteca [por ejemplo]. Su calidad de pieza clave se refleja en su encaje múltiple

+ Por último, y fuera del tema, una mención a Leopardi encontrada en un libro de William Marx, Vie du lettre: hacer de la escritura de cartas el fin de una vida es un síntoma de locura. Para reflexionar. Quede para otro día. 

+ Imagen: una vista del edificio, dos fotos de los aledaños. Tres ilustraciones del asunto del día que se desvanece.