sábado, 27 de junio de 2020

Series y reiteraciones

Wall

+  El viaje no termina con el regreso, sino que se extiende en el tiempo, se embosca y, un día, renace. Su renacimiento viene dado por la nostalgia o la chispa que enciende una canción. Hoy, mientras corría, como todos los días, una canción de David Bowie me devolvió un Berlín en el que estuve pero no vi, no llegue a ver en ese sentido que evoca la canción de D.B. Se trata de arquitecturas insertas en un urbanismo de amplia avenidas donde los edificios de viviendas, tan solo cuatro pisos, se disponen simétricamente, las calzadas separadas por las vías del tram, y una perspectiva que no deja de invitar a la melancolía, a las patrias perdidas antes de alcanzarlas. Sonido electrónico, reiterativo, monótono, un palacio en los pliegues de la memoria, un palacio en ruinas deudor de ese espíritu de raíz romántica que nos invade, en el recuerdo, en la arqueología de lo propio. Así, repito, el viaje no termina con el regreso.

+ ¿Volveremos a Berlín?

+ El invierno de Vivaldi. La foto de Nietzsche de un artículo pendiente. Las dos y veinte de la mañana. Entrevista en línea, palabras, sentencias, un modo de vida, otro modo de vida. El desacuerdo. Plegarias atendidas. Vivaldi ha sufrido un desgaste inmerecido. Sigo con Bach. Instrumentos de época. ¿Qué es un poema? Avanza hacia el silencio, me dice. Hoy me cuentan una historia, me conmueve, pero la vida sigue. Su vida, sus padres muertos con diferencia de cinco meses. La vida sigue. La casa debe mantenerse en pie, lo primordial es el arreglo del tejado. Las dos y veinticinco. Vivaldi llega desde otra parte de la noche, un tiempo en suspenso. Persiste la idea de superficie y distancia, de separación entre lo humano y la delgada capa de realidad que me acoge. Delgado y delicado tienen el mismo origen, pienso en ello. La tarde fue luminosa, pero nada queda de ella. Un escritor de 55 años ha muerto hoy. Los violines. El reloj. El teléfono. Comidas familiares, palabras, regalos, risas, postre, vino, champán. El sábado como meta semanal, pero así la vida se va y no regresa. La chacona  de Bach. Un violín solo, en el interregno que no deja de ser el ordenador. El tiempo, el ordenador lo eleva. Casi las tres. Mañana es sábado.

+ Entre el viernes y el sábado dormí poco, los sueños fueron profundos y, en el despertar, se dibujó una línea de lucidez que me impedía leer. Leer. Debería darme un descanso, cesar en este vicio sin apariencia de vicio, aunque yo sepa de su verdadera naturaleza. Elegir entre la vida y el recogimiento, la alegría vital del sol y la cueva recogida y silenciosa, oscura y húmeda. Ay, el conjunto de oscuridades donde se dan las posibilidades de un paisaje sin fronteras ni propietarios. La semana discurrió en armonía y con fluido entretenimiento, ese tránsito donde no se repara en el discurrir de las horas, los minutos, los segundos. La certeza de que somos, sustancialmente, tiempo. No me entristece, no me alegra, lo doy por hecho como doy por hecho la calidad del aire que respiro [las enfermedades ponen de manifiesto la consecución de nuestro organismo, subraya el órgano o la función afectada, así el fluyo temporal no deja de ser salud en su más exacta definición]. Hoy iré a la biblioteca, a buscar el libro de Cristina Morales, tanto tiempo esperado, luego en el olvido y elevado por un correo electrónico y una llamada desde la Biblioteca Pública. Sigo con mi adicción, la necesidad de poseer lo que no admite propietarios, pero en lo paradójico me sitúo y me defino. Vale.

+ Una mentira torpe, la voz suficiente, la cara hinchada y rojiza. Viste de negro, su descuidado cabello está mojado, las manos son grandes y amoratadas. Me dice que vive en el edificio de enfrente y tiene tres hijos. Baja la mirada. Me pide dinero y yo no tengo dinero en este momento [llegado a un punto, todo lo pago con tarjeta]. Le digo que lo siento y cierro la puerta. La mentira flota, pero no es una mentira, se trata de una estrategia, un detalle para la ternura, para que aflore la compasión. Los bancos también lo hacen con sus publicidades sobre lo fuertes que nos hará pandemia, lo unidos que vamos a estar o cómo saldremos todos juntos de esto. Lo del banco me parece peor, porque lo del banco sí que es mentira. Me tiro en el diván, leo y no me concentro. No puedo dejar de pensar en ella, pero el zumbido que provoca se desvanece paulatinamente. Regreso y debo escribir. Escribir. Queda constancia del momento, del instante en la mañana de domingo. Ella no es culpable, yo no soy culpable, tampoco la brutalidad del vino barato es culpable.

+ La indagación en Nietzsche resalta la contradicción de mis acercamientos. Posturas que me resultan realmente desagradables, pero se matizan en posteriores reflexiones, la imposibilidad de una comprensión total. Me centro en la prosa y dejo a un lado las detestables conexiones que no deseo establecer. No me siento culpable, ya nunca me siento culpable (?), al contrario: intento integrar lo contradictorio en el esquema diario. Lo repito: no me parece una virtud la coherencia, el cambio es la señal. La señal no de la cruz sino de la permanencia dentro del cambio. Así, regreso a la paradoja. La permanencia del cambio. Cierro el ordenado y vuelvo al libro de Fernando Savater,  Idea de Nietzsche. E la nave va.

+ Nietzsche y Nápoles. Nápoles. Siempre regreso a Nápoles cuando lo deseo: cae la noche y ahí está el Decumano Mayor. ¿Volveremos a Nápoles, volveremos al San Carlo? ¿Volveremos? Las preguntas se cierran en su propio espesor, el tiempo.

+ «Es significativo que el acortamiento de los plazos postales no sólo no haya conducido a una intensificación de esta forma de comunicación, sino que por el contrario haya favorecido la decadencia del arte de escribir cartas.», Gadamer en Verdad y método. ¿Qué decir, pues, de nuestro presente, donde la carta postal ha desparecido casi en su totalidad? ¿La ha suplantado el correo electrónico, el microblogging o la mensajería instantánea? A saber, sólo el tiempo nos dará perspectiva que explique este presente, cuando ya sea pasado, un explicación con su particular y necesaria caducidad.

+ En la radio un pianista destaca la influencia sobre él ha tenido la idea de piano que pertenece a Grigori Sokolov. Se ilumina entonces el concierto al que asistimos suyo, en el San Carlo en Nápoles. Hay felices coincidencias que parecen dotar de sentido el flujo diario, un duende que atrapa en nuestro nombre la corriente continua y subterránea de una magia recién creada. Hemos alcanzado ese punto donde el rememorar los recuerdos se carga de sentido porque el sentido se lo hemos otorgado nosotros, con una sólida coherencia.

+ [Resurge el final del concierto de G. S en su apoteosis romántica, tan física, tan espiritual, tan contradictoria y acertada, tanto trabajo, después de tres horas no se inmunta y le cuesta saludar al enfervorecido publico napolitano].

+ Imagen: la textura de la pared tiene algo pictórico, una pintura netamente contextualizada en los años cincuenta del siglo XX, otra rememoración de un tiempo que ni nos pertenece ni nos perteneció, pero hacemos nuestro en el propio disparo.