sábado, 13 de junio de 2020

Adelgazamiento (-s)

Elvis


+ Se adelgaza un segmento de la realidad, el que se constituye como tiempo, digamos con una incierta incorrección, social. Restrinjo mi contacto con los otros o, mejor dicho, lo reduzco a un pequeño círculo. La relación con la prevención que requiere el virus determina este movimiento, pero, simultáneamente, era una tendencia que germinó hace tiempo. No soy capaz de saber si es positivo o negativo; sin embargo, no es el alejamiento o distancia una erupción espontánea. Al contrario, proviene de una larga reflexión y de un ejercitarse, el alcanzar una posición que protege lo nuclear del desarrollo diario. No sé, supongo que son cuestiones que se relación con la edad, con la tendencia que la edad impone, esa tendencia a la soledad que el envejecimiento trae consigo. Me refugio en la lectura como otros lo hacen en el alcohol.

+ Me parece que lo expresado en el párrafo anterior peca de solemnidad, de pedantería, de verbosidad innecesaria, aunque es así como me encuentro hoy viernes, quizá también sea así como soy yo.

+ Y en este viernes suena la Novena de Beethoven dirigida por Barenboim. Una especular tendencia me lleva a plantear paisajes donde solo hay oscuridad. Como si la perfección musical que nos ofrece Beethoven de la mano de Barenboim contrastase con la actualidad política y social. Entre los bulos y las mentiras discurre la actualidad, no es fácil discernir, pero si elevamos la mirada y en lugar de fijarnos en lo que se reduce a la circunstancia y lo caduco observamos lo que se eleva y determina lo sustantivo podemos ver que el problema es más que nada sistemático. ¿No hay solución? El perfeccionamiento se produce en un largo tiempo, imperceptible casi,  lentamente se producen los cambios y nunca son definitivos, las capas superpuestas que sostienen la vida están condicionado por la inestabilidad consustancial a su naturaleza.

+ La música se disuelve en el rumor de la mañana: gritos de niños, la percusión de una máquina perforadora, un timbre lejano. Espero al cartero, pero una comunicación en el correo electrónico me dice que no llegará hasta el lunes. Lecturas que deberán esperar. La acumulación de libros no difiere mucho de una adicción, principalmente en el absurdo que conlleva. ¿El lector, cuántos libros compra que nunca leerá? ¿Quién responde, quién pregunta? ¿Yo?

+ [La posverdad]. La palabra posverdad se incrusta en lo diario. El otro día un periodista decía que hablar de ‘nueva normalidad’ es un oxímoron. No estoy de acuerdo, porque las etiquetas condicionan, y quizá en esto que ha sido denominado ‘nueva normalidad’ esté el comienzo del siglo XXI, como el siglo XX comenzó con la I Guerra Mundial. Para emitir juicios en un ámbito tan amplio se necesita reposo y distancia. La ‘nueva normalidad’ es una etiqueta inquietante que ha de engordar a costa de los sucesos, su peso y su valoración [según las verdades lógicas, ontológicas y judiciales]. La palabra posverdad nos puede servir de indicio, aunque solo sea temporalmente.

+ Conforme me sumerjo en el contexto del Renacimiento español adquiero una idea sobre el momento actual bien diferente a lo que los diarios me ofrecen, pero la idea no termina de cuajar debido a la dificultad de su expresión [otro trabajo pendiente, una carencia mía para sumar en una larga cuenta]. La clave consiste en tratar de establecer la mirada y el prejuicio renacentista enfocado a nuestro presente, en lugar de juzgar el Renacimiento con mirada de nuestro siglo, juzgaría nuestro siglo desde ese punto de vista que nunca podrá otear nuestra realidad. Una inversión más en un sistema de engranajes que trato de ensamblar. Se podría traducir, si esto fuese necesario, en que el juego de las lecturas tiende a la pluralidad, a la adaptación, a los momentos y los deseos. Mi deseo es observar lo actual desde diversos prismas, y este solo sería uno más, entre los que voy construyendo o ensamblando los engranajes. En definitiva, el rédito que me puede ofrecer el Renacimiento es establecer una distancia necesaria. Qué tiempo aquel, qué España aquella, me digo. El contraste con la que hoy habitamos en muy grande, grandísimo. Las personas morían muy jóvenes, se pasaba hambre, hambre y necesidad, frío, dolores innecesarios, como nos recordaba Foucault: la mayoría de las personas sabían que serían torturadas en algún momento de su vida, la vida de los niños era propiedad de sus padres, las mujeres no contaban nada. Pero también había luces, destellos que ha conservado la literatura, una vida cotidiana rica y vibrante. Nuestro mundo visto desde esta perspectiva causa una mayor perplejidad que la que pueda causar cualquier film de ciencia ficción. Los coches, nuestros teléfonos, la alimentación, el atuendo, el desplazamiento […], pero sobre todo ello deberíamos valorar especialmente  las maneras, el amor y la amistad, los derechos, la individualidad, el peso del individuo en la masa, la tecnología sanitaria que esquiva la muerte y el dolor. Ahora que ha terminado el confinamiento y hemos escuchado tantas cosas sobre lo insoportable que resultaba, me digo que tampoco era para tanto [mientras, claro está, no hubiese problemas económicos, problemas que persisten y persistirán], que la queja era gratuita, que todo se ha desvanecido y se recuerda como se recuerda un sueño. Suena Tomás Luis de Victoria y pienso en los cuatro años de reclusión de Fr. Luis de León en Valladolid, ¿qué podemos entender bajo esa luz de la prisión, cómo podemos explicar el confinamiento? Regreso, una vez más, a la lectura, encuentro sugerencias pero no veo otra debilidad que la que me rodea. Nada va a cambiar, como bien apuntó en un primer momento Michel Houellebecq, todo será un poco peor.

+ Imagen: el busto en la tienda de antiguedades, ahora: dizque vintage. Como la hierática estatua del pasado que es, nos habla de todos los tiempos superados y su permanencia desde la mirada del presente. Lo recuerto y, quizá, él me recuerde; nos miramos fijamente y nos reconocimos.