+ «… la repugnante brusquedad del veneno europeo, el alcohol», Nietzsche en La gaya ciencia.
+ La imagen que se ha consolidado es la de una extensa superficie espejada sobre la que se eleva una construcción de humo, el espejo es la naturaleza, el humo las construcciones humanas. Las construcciones humanas van desde las pirámides hasta el derecho, la diplomacia o la música sinfónica, la literatura o el amor. Solo se trata de resaltar la caducidad y la inconsistencia de la materia humana. Lo humano remite al humus, a la tierra, a su mortalidad, la tierra que ha de acoger, finalmente, toda creación humana. Es esta una herencia de los días del confinamiento. Ahora no soy capaz de cerrar esta sima, de volver a unir los territorios que conforman lo cotidiano, la vida ordinaria. ¿Es una tarea a lograr o, por el contrario, es preferible dejar este hiato en permanente presencia? Lo sé, todo se disolverá en el curso de los días, los meses, los años, el curso del olvido.
+ ¿Naturaleza? ¿En el mismo plano: la mariposa que se confunde y entra en la galería, el giro de los astros, su evolución en el espacio, la composición y la textura de la piedra, la reproducción o la manifiesta superioridad del amor? ¿Un todo continuo o una cuadrícula impuesta?
+ Los diarios desplazamientos en automóvil representan, como lo hace un reloj de arena, el transcurrir del tiempo. A la misma hora, emprendo el camino hacia mi centro de trabajo. Hay algo que se repite y otro algo que es novedad. Siempre se ve orlado por la música que en modo aleatorio surge del Mp3 conectado al equipo de música del vehículo. En lo repetido se aprecian personas que, en paralelo, se dirigen o regresan de sus labores, la apertura de los concesionarios de coches, los bares y sus terrazas, la panadería o el vendedor de boletos de la Once, tan infatigable en su interminable jornada. Lo observo y me siento más observador que nunca, dentro de esa burbuja que es mi coche. En todo ello veo un distanciamiento, una distancia que es material y temporal, mi vida se cierra sobre sí misma y las obligaciones laborales me lanzan contra lo cotidiano. Me reconozco en la observación y la distancia y no soy quién para decir si es bueno o malo, ni siquiera si es adecuado medirlo en estos términos, porque hay un resto de determinismo que me impide valorar, mientras veo, anoto y olvido. El paisaje y su reflejo en el lienzo, eso me interesa como me interesa la anécdota que se ha transcrito, que es texto y se ha desprendido del que la escribió. Una invención, un tema, el paso del tiempo.
+ La melancolía se posa en las ramas del árbol, ese pájaro negro y esquivo. Insistente me muestra la calidad de la tarde y su correlación: la inexorable realidad: el camino que no se ha de volver a pisar. No importan sus sentencia, contra ellas se debe luchar mediante el silencio, sin permitir que sus deseos colmen la paz solar que se ha inaugurado. Ahí descansa, la distancia.
+ Archivos, carpetas, documentos. Textos que flotan en el ciberespacio, letras evaporadas, el consenso para lo válido y lo inválido. Me resulta vertiginoso, no pienso demasiado. Uso de la informática como uso del grifo del agua corriente, sin preguntarme por las canalizaciones, solo me interesa el agua, solo me interesa el texto. ¿Una boutade? La extensión de la paradoja.
+ «Todo conocimiento no se elabora en función de una urgencia práctica, como parecía afirmar la epistemología clásica, sino porque otros conocimientos le dieron la posibilidad del aparecer.» Gundez. Copio la cita en la línea de Foucault, cinta que ofrece Miguel Morey. La constitución del objeto se traduce en una operación creativa, así voy dando forma a una suerte de ideas que se conectan con intuiciones e indicios. Supongo que se debe en gran parte a que este es el momento adecuado, tras la experiencia y la acumulación de lecturas. Me acompaña desde hace mucho tiempo Foucault, me ha servido para dibujar un patrón, para indagar, dibujar una cartografía válida, con sus actualizaciones y correcciones. La «urgencia práctica» tiene mucho que ver con la situación de pandemia actual, con la poca utilidad que tiene la lectura, donde lo que para el cuerpo social ha servido es el conocimiento positivo. Pero, con todo, no hará esto que desistamos de nuestra particular aristocracia. No son venenos, tampoco remedios, es la vida en sí, el placer de la observación, la satisfacción del acierto. Arquitecturas, ingenierías, medicina y fármacos, la presión cierta del derecho, el bisturí de la psicología, nada de ello se opone a sí mismo. La burbuja nos ofrece una constitución sólida e inherente. Se descubre mientras se lee, mientras se escribe. Vale.
+ Imagen: tres ventanas, en el Museo ABC, Madrid.
