sábado, 29 de febrero de 2020

Bifurcación



+ Estuve tres días en Madrid. Quizá no fueron tres días sino dos días y medio. Con todo, me pareció que pasó un mes. Un largo mes de comunicaciones y charlas. La intensidad del trabajo y la relación con la ciudad ensancharon la percepción temporal. Llegué un miércoles y me fui un viernes a las ocho de la tarde. En primer lugar tuve que cruzar la provincia bajo el manto espeso de la niebla; la autopista resultaba confusa, sus límites, la banda de balizas, los pilotos de los otros coches. Entré en el aeropuerto y comenzaba a despertarse, todavía no eran las seis de la mañana. Rostros dormidos, café cargado, libros, portátiles, tabletas y teléfonos. Es un estallido que nos comunica el tiempo en el que vivimos: los atuendos y los adminículos, los peinados, la actitud ante el viaje, esa indiferencia, música en los oídos, el aislamiento, la barrera de los años. Todo esto lo reconozco sin dificulta y lo comparo con tiempos pasados. Las épocas se suceden y el movimiento es imperceptible, aunque uno se detiene y alcanza a ver todo lo vivido. Es ese el estallido, la chispa que marca el antes y el después. No somos nada, me digo con un cierto punto de cinismo. Ya no soy joven y lo asumo con cierta alegría. Comienza el día.

+ Mediante una referencia a Christopher Isherwood llego a David Hockney. Se trata de la pareja de Ch. I., Don Bachardy. Don Bachardy es un pintor, mejor: un retratista. Veo algunos cuadros y me interesan mucho, debería indagar en su obra.

+ [Tres notas en la libreta que siempre viaja conmigo]. Profesoras que hablan de los problemas en el trabajo, principalmente sobre la indisciplina y las derivadas de las nuevas tecnologías. Una conversación en inglés que mantienen dos personas en torno a los treinta años, se percibe con claridad que ninguno de los dos es hablante nativo. Gentes que ríen. Las notas no tienden a la escritura, sino que se lanzan hacia lo pictórico. Son cuadros que nunca se ejecutarán. He valorado colores, encuadres, gestos. El boceto de algo que resulta peculiar y unido al momento, al presente. La historia precisa ilustraciones de este tipo, donde se den los rasgos que nos hacen particularmente contemporáneos. La aparición de la cerveza y el risotto me separo de la ensoñación. Guardé la libreta y entre en el confortable mundo de la gastronomía, no muy elevada, no muy baja. Placeres accesibles y no demasiado caros. Madrid se extendía hasta los límites de mi compresión, no continué más allá.

+ [Una casa en la playa o el esbozo de un cuento con tintes sociológicos y provincianos]. Mi padre y yo, como todos los años, vamos a la frontera portuguesa a comer la lámprea. Es un rito, algo, entre muchas cosas, que nos une. Hablamos de cuando él por primera vez la comió, cómo los camineros las guardaban en el agua limpia de alguna tajeas, hablamos de los que ya no están. He pensado en varias ocasiones que tiene algo de comunión bajo la especie del muy extraño pescado. Su carne, su boca dentada en espiral, los cartílagos. Caminábamos por la calles de la Fortaleza, ese recinto amurallado dedicado a la venta de toallas y restaurantes (en uno de ellos comimos la muy deseada lámprea), y fue entonces cuando vimos descender la cuesta a la pareja: ella hecha un remolino y él, alto y grave, con una gravedad vacía y prescindible, pero muy acorde con la posición que cree ocupar. Los conocemos y nos ignoraron con manifiesta mala educación, que ellos confunden con un estilo superior que les otorga una dudosa pertenencia a la pequeña burguesía de la provincia, esa que se hace espuma en los bailes del casino y cree codearse con la trufa importante de la política nacional. Cuando pasamos a la altura de ella, la oímos referirse a la vendedoras de toallas con tonta presunción: son para la casa de la playa, son para la casa de la playa, repitió. Mi padre y yo, con disimulo, nos reímos. Para la casa de la playa, ese emblema de la buena sociedad provinciana. Se lo conté a C. y los dos nos reímos con ganas. Ella es una boba, él es otro bobo, lo dice porque no se puede encontrar otro adjetivo. Otro adjetivo no hay, pero el adjetivo tiende al sustantivo: los bobos de la casa de la playa.

+ Los dos bobos son vecinos, alguna vez en el ascensor se quejó de que tenía unos contratiempos tremendo con la mudanza a la casa de la playa. La casa de la playa pertenece a la familia de su marido y ella es una ¿acoplada? Se siente una señora de la alta sociedad, pero no llega. Poco importan. Sólo es un apunte para una narración que no llegará a nacer. La tristeza de la provincia, su ruina y su indefinición.

+ Madrid queda lejos y de Madrid hablamos mi padre y yo mientras comíamos. Se veía un tramo del rio Miño desde la mesa que ocupábamos. Tanto para él como para mí Madrid es un territorio mitológico. Un lugar al que regresar. Se fusionan Galdós, Baroja o Umbral en su geometría. Lo valoramos desde el punto de vista de la literatura, pero también desde la amistad. Ahora yo me he ligado a Madrid mediante mi investigación, que fue la causa del viaje. Escucho a mi padre, pruebo con los labios la cerveza sin alcohol helada, siento el triunfo del instante y le recuerdo el episodio recién vivido, el de los dos bobos. Sonreímos y él dice que son manías de la provincia, asiento y lanzo mis ojos al otro lado de la frontera, a España.

+ Compramos una lámprea viva. 30 euros. Saltaba sobre el hormigón pulido del vivero. Un kilo y medio. La metieron en una malla y luego en una bolsa de plástico. Regresábamos en mi humilde coche y la lámprea se agitaba en el maletero. Mi padre estaba contento, yo también, habíamos cumplido, un año más, con el rito. El día declinaba.

+ El ogro ha sucumbido, ya solo es una sombra del pasado. La resolución del relato. La niña y su gatita duermen tranquilas.

+ Imagen: primera hora de la mañana, Madrid, Moncloa.

sábado, 22 de febrero de 2020

En medio de un gran silencio

Vegetal

Vegetal 
+ Noticias de accidentes de tráfico con resultado de muerte, divorcios y despidos, mientras yo continúo en gimnasio con la lectura de Germinal. Como una burbuja, y la vida sigue su curso. Las muertes, los nacimientos, los olvidos. Todo tiempo tiende a su propia combustión.

+ Santiago. Quedamos con E. para ir al CGAC. La visita, como en otras ocasiones resultó estéril, fallida. Nada de lo que había allí nos interesaba, la exposición que esperábamos ver se había terminado y las fotografías con las que nos encontramos nos decepcionaron especialmente. El CGAG ha perdido el oremus. No le veo mucho sentido a su programación, sobre todo porque se percibe con demasiada claridad una ausencia de proyecto. Me dio pena. Es una deriva que se manifiesta en otros ámbitos culturales, pero, en línea que yo mantengo, mi lugar está en mi estudio y en la lectura, esa concha gruesa donde me repliego. Hay un punto de indiferencia. Sin embargo, la visita sí mereció la pena porque estaba E. y tanto C. como yo disfrutamos muchísimo de su compañía, de sus palabras y de su risa, de la certeza de sus ilusiones. Hablamos, tomamos café y vimos como las sombras se apoderaban de la ciudad del Apóstol. Yo les expliqué lo extraña y terrorífica que me resultan sus calles, esa humedad, esa oscura certeza que la transforma en un escenario de cine expresionista alemán. Les dije que muchas veces me lleva por sorpresa la conciencia de lo remoto que es un nuestra pequeña región, lo lejos que de todo está. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Llovía y las sombras eran algo más que el rasgo de la noche, pero los tres estábamos alegres, esa alegría que no se puede comprar.

+ De regreso, mientras yo conducía, C. y yo volvimos a hablar de los ogros y de su madriguera. Hace dos semanas que C. no tiene que ver al ogro. Ha sido un triunfo que se demoró demasiado. Ahora es un recuerdo, un mal recuerdo. No todo está cerrado, pero los dos sabemos que no volverá al martirio diario de enfrentarse a su maldad, a sus mezquinas palabras, a su intolerable presencia. C. ha actuado correctamente y eso es lo que vale, para mí, para ella, para E.

+ Lo moral, lo ético y lo legal. No pretendo iniciar un debate sobre la colisión entre ética y legalidad, pero sí me gustaría manifestar la posición del ogro cuando decía que él solo deseaba lo legal. Afirmaba sin llegar a conocer con exactitud el alcance de sus palabras, pero con la contundencia del ignorante que ha triunfado en la vida. Ay, el triunfo y sus engaños. Se trata de un uso interesado de las palabras que imponen un marco discursivo, un marco que se debe huir como se huye de la peste. El ogro y la peste es un todo un emblema: su maldad, su ignorancia, la crueldad con débil y la sumisión ante el fuerte. Me gustaría que se convirtiese en humo y camino de ello va su presencia. No existe ya para nosotros, pero todavía palpitan esas palabras: yo solo quiero lo legal, cuando la propia legalidad se la ha fumado durante años, pero lo formal de la justicia establece su realidad judicial que no coincide necesariamente con la realidad cotidiana. Es más, la contradice.

+ A estas horas la niña y su gatita duermen tranquilas, los ogros se revuelven en su madriguera ante el embate de un enorme cangrejo. Otro emblema.  ¿El lema? Toda mala acción tiene su vuelta en su  propio espesor.

+ El título de la entrada responde a la reiterada aparición de la expresión en la novela de Zola, Germinal. Me llama la atención y así lo anoto. Al mismo tiempo, recuerdo como comenzaba El vientre de Paris, también de Zola. En medio de un gran silencio. El silencio como emblema, el silencio como marca del momento, la incertidumbre que un silencio inmenso provoca. En medio de un gran silencio me preparo para mi viaje a Madrid, donde tantas aventuras me esperan (esas aventuras tranquilas que yo emprendo).

+ Imagen: el silencio, lo vegetal, la espera, el viaje.


sábado, 15 de febrero de 2020

Escenarios


Berlin


+ He conseguido establecer un sistema para cenar que me resulta satisfactorio. Se trata de una ensalada cuyos ingredientes son varios tipos de lechuga y brotes diversos, atún, aguacate, pan tostado que rompo sobre los vegetales y, por último, salsa para ensalada César. Debo adelgazar, de eso se trata. Recuerdo que los asiáticos dicen que el que está gordo es porque quiere. No sé, tal vez no sea del todo cierto, pero yo creo que en mi caso sí se cumple. Este particular diario debe reflejar mis preocupaciones, porque no deja de ser una preocupación ética, algo que rebasa el propio terreno de la salud corporal para entrar en la salud del yo. Escribo esto que escribo y pienso en mi regreso del gimnasio. Son incorpóreas anotaciones en el papel pautado de lo diario, esa colección de mapas y contabilidades, libros y asientos, traiciones, derrotas y victorias. Hoy he cumplido con lo que me había propuesto, el principal objetivo.

+ Soñé que estaban vivas personas que han muerto recientemente. Soñé que el padre de K. todavía estaba vivo y se alegraba de verme, me abrazaba y sonreía. Al momento desperté confuso. Fue una siesta demasiado larga, el día anterior apenas había dormido y necesitaba recuperarme del cansancio. Preocupaciones que me asaltan y discusiones absurdas e innecesarias, que nos hacen daño, a C. y a mí. Lo dejo a un lado. Pienso en el tiempo que ha pasado desde que vi por primera vez al padre de K. Todo se ha desvanecido. Recuerdo con precisión a la hermana de K. y a su padre en coche, un coche grande, azul metalizado, familiar. Tanto tiempo atrás, pero por sorpresa regresa al mundo de los sueños, donde se dan cita la oscuridad del principio rector. «El mundo es parte luz y parte sombra / y yo soy parte fuerza y parte indecisión», cantaba Radio Futura en Mercuriana.

+ Mecuriana: recuerdo la primera vez que oí la canción, recuerdo el estribillo y recuerdo la frase de la guitarra, tan sencilla, tan certera. Resumía bien una idea que tenía yo en aquel momento, que mantengo: la unión entre fuerza e indecisión, entre luz y sombra. Yo estaba en la Isla del Hierro. El mar, las negras rocas, la infinita línea del horizonte. Recuerdo aquellos momentos con una gran precisión. El paisaje, las conversaciones, el mar y sus cambios de estado. Recuerdo una gran tormenta y recuerdo pensar en esta canción. Estas estrategias de recomposición del pasado me aportan una calma que tiene su base en lo vano que resulta todo, en cómo el prisma de la muerte desvela una carencia fundamental, que, paradójicamente, resulta liberadora. Soy el mismo y soy otro, persevera un cierto principio rector, pero se ha afinado y hoy es un instrumento preciso, que tiende, más bien, a la precisión. Suena la canción y con la guitarra repito el riff. Regresa así el año 1990, el año que nunca volverá.

+ Palabras que busco en el diccionario: beneficio, lucro, avaricia. Debo adecuar mi camino y para ello es necesario limpiar de maleza sus márgenes. Las palabras, cuando se indaga sobre ellas, tienen el poder que tiene el mapa, que sin llegar a ser la realidad son un buen punto de partida. Necesito explicarme algunas cosas sobre el ogro, el proceso y los abogados. Los tratos y el decaer de las exigencias. Sé que es tóxico conversar sobre todo el entramado que compone el proceso, es un gran aprendizaje. En ello descanso. La triada (beneficio, lucro avaricia) me acercan a una explicación general que debe ser compensada por una idea de generosa bondad, que también existe en el ser humano. Me asomo a la posibilidad y me parece inmensa, es cuando recuerdo a Foucault que dice que el hombre como construcción se ha terminado, que llega a su final. Una muerte del hombre. Pero yo debo encontrar ese equilibrio entre lo mezquino y lo generoso. Gestores, empresarios y abogados, su presencia debe ser contrastada con otras realidades.

+ La realidad y su contraste. Un refugio: mi investigación. Hoy me han llegado las confirmaciones de la ponencia y de mi artículo sobre Faetón. El camino se hace caminando, nuestros pasos abren la senda y en este caso siempre es un terreno hollado, pero que nuestras huellas transforman en algo nuevo, extrañamente nuevo. A mí se me hace raro, lejano y no obra de mi trabajo. Este es un punto del que parto en la lectura: el que escribe pierde el poder sobre escritura en el momento que lo entrega al juicio de los otros. Por eso la investigación es un refugio, ya que aquí sólo estoy yo, en el silencio de la lectura y la escritura, actos que no precisan demasiado espacio pero son, al mismo tiempo, realmente expansivos. Me siento a caballo entre la satisfacción y la constatación de que todavía me falta mucho, con el convencimiento de que allí no llegaré nunca. Esta es la realidad de contraste que se opone a la realidad cotidiana, a la verdad judicial o las construcciones administrativas contra las que me enfrento a diario. Debo afilar la herramienta y ajustar su uso.

+ El modisto vive en un hotel. Vi por casualidad en la televisión una entrevista con un modisto. Mi padre y yo hablábamos y como telón de fondo estaba la televisión. Salió el modisto y enseñó el lugar donde vive. Un hotel en el centro de Madrid. ¿Un principio paradójico? Siempre hay que indagar en los detalles que orlan la biografía, ahí se esconden extrañas razones que se proyectan sobre la totalidad de la vida. Yo tengo mis particulares y cultivadas extravagancias, con el fin de alimentar mi propio margen, el apartarse del carril dado, sin llegar a la exhibición pública. Al final, la soledad dibuja círculo en torno a nosotros contra el que debemos luchar. El modisto parece triste, condenado por su personaje, alzado, elevado a los altares de las pantallas. Lo compadezco, de alguna manera lo compadezco. La televisión es un horror de entradas y salidas, amores, muertes y traiciones. Me rindo y mi padre cambia de canal. Aparecen unos animales que son como perros pero no son perros, en una playa. Observo a mi padre y creo que el no necesita paradojas, tiene una libertad, otra altura. Muere el día.

+ Imagen: rectas que interseccionan y, así, rompen una posible identificación.

sábado, 8 de febrero de 2020

Emanaciones

musee beaux arts rouen

+ Me encuentro con ellos a las siete de la tarde. Ella me reconoce y comenzamos a hablar, él se había adelantado con la perra, lo llamo, se acerca y sonríe. Ella me cuenta cómo sus problemas de espalda están minando su persona, su integridad. Sigue de baja laboral y no sabe cuándo volverá a dar clase. Su espalda está enferma, pero también su pie izquierdo. Tiene dolor el rostro, me fijo en sus manos y están contraídas, agarrotadas. Él me habla de disciplina y se refiere al deporte y a la lectura, yo le digo que eso es posible porque goza de buena salud, cimiento de cualquier actividad. Nos despedimos. Los veo alejarse con la perra, que salta contenta. Continua la lluvia, esa intensa humedad, el gris profundo que ya es noche cerrada.
 

+ Desconozco los límites, pero los percibo en su indefinido perfil.

+ Fuimos a Baiona, fuimos a A Garda. El mar encrescapado parecía una suma de suaves telas, espuma agradable y móvil. Como la belleza peligrosa del tigre, el mar manifestaba una hermosa imagen [desde el coche], pero su fuerza brutal estaba allí, su inmensidad, la ciega voluntad de su esencia. Se trataba de establecer un límite entre el tiempo de los ogros y una nueva edad, luminosa y prometedora. El cielo era gris y la carretera brillaba como la piel de un reptil negro, la intensidad de la gama de verdes orlaba el paisaje y se veía apagada por cortinas de lluvia. El escenario era adecuado para la situación, nuestra situación. Cansados, nerviosos, regresando de la tierra de los ogros, de su dominio y ambición, con dirección a ese nuevo espacio: el reino de C.


+ Pescado, cerveza, la soledad del restaurante en invierno. C. estaba contenta, pero prefería, por precaución, no alegrarse demasiado, yo estoy de acuerdo con ella. Hacíamos recuento de las mezquindades del ogro, sus faltas de respeto, el machismo, su estupidez. Recordamos que el primo de C. nos dijo que era muy astuto o un necio. El discurrir de los acontecimientos nos dio la respuesta. C. tiene ahora una belleza que emana de su bondad sin dobleces, pero también posee una fuerza que la hacen actuar con determinación cuando resulta preciso. Somos más fuertes, juntos somos más fuertes, mucho más fuertes.


+ Llegan los libros. En el buzón hay una nota de correos, como y voy a recoger el libro. El libro tiene una lírica intensa, lo esperado, las promesas. Quizá sólo lea unas pocas páginas, pero queda su constancia, el acero en la memoria. La estantería es un depósito donde se atesoran los colores y los formatos, se constituye así un extraño cuadro, un muro con inesperadas implicaciones. Esa selección soy yo y yo soy los libros que habitan en este espacio, los veo y siento su presencia, sin leerlos, sin intuir sus títulos. Hoy llega otro libro y yo soy el mismo, abro el paquete y se lo doy a mi padre. Será él quien lo lea, a veces hay un ejercicio generoso en la compra de los libros para los demás, pero el punto de egoísmo no te termina por desaparecer: todos los libros que compro son para mí, incluso los que regalo, también los que no leo.

+ Elie Wiessel, Trilogía de la noche. Las razones de la estupidez y la maldad me interesan especialmente.


+ La carretera resultaba amable, su geometría y su lírica. Esas historias que se atesoran en los recovecos, en su espesor, las personas y los animales, lo árboles y las casas. Me detengo y durante un momento trato de atesorar el presente, pero éste se abre y no consigo alcanzar su densa profundidad, sé que nunca lo conseguiré. A lo lejos una nuble flota, pasa un pájaro y la claridad resulta hiriente. Hay un regalo, pero no quiero que se desvele. Furtivamente conduzco y establezco un límite entre el tiempo del trabajo y el tiempo de la contemplación. Leer, ya lo he dicho, es más que un escapismo, pero nunca pierde esta característica. Mi debate se levanta y continúo con el trabajo, recojo esas derivaciones sin sabe si llevan o no llevan a algún lugar. Es martes y su reflejo en el calendario no tiene mucha importancia, como la escritura automática, no hay ningún plan previo. Apago la música y sólo el ruido del motor me acompaña. + He vuelto a darle uso al libro electrónico. Cuando voy al gimnasio lo colocó sobre la pantalla de la cinta y me entrego a la lectura. En este momento, Germinal. He pensado que tampoco hay tanta diferencia con los usuarios que ven las series en las pantallas de sus teléfonos móviles; al fin y al cabo, el sistema narrativo de las series no es muy diferente a lo que ofrecían los folletines. Los folletines alimentaban el ocio de diversas clases sociales, con las series sucede lo mismo. La diferencia fundamental es que los folletines son ya arqueología, que no está al alcance de una gran mayoría, pues la lectura, en contra de la pasividad de lo audiovisual, es necesariamente actividad. Esta arqueología tiene su interés para establecer puntos de vista o una posibilidad de alejamiento de la realidad dada, hay centro mi reflexión poco antes de regresar a Germinal.

+ La visita al gimnasio me acerca más a la misantropía y al nihilismo, dos polos de los que debo alejarme. No son sanos, pero la lectura de Germinal me hace desconfiar de lo humano, la sospecha sobre el lucro. En el gimnasio observo los tatuajes, los anillados y el atuendo deportivo, los movimientos y los cortejos amorosos. Todo se repite desde tiempo atrás, todo esto  ya ha sido visto por los siglos, pero la manifestación en el presente alcanza el relato de una figura totémica, a la que me remito en busca de un relato que me satisfaga, al menos durante el final de la jornada.

+ Creo en la necesidad de estar sano, una creencia adquirida a lo largo de los últimos veinte años. Desprenderse de la lesiva convicción de un malditismo provinciano me hizo daño, pero salí de allí victorioso. Me alejé sin olvidar que los tóxicos y los venenos también forma de mí, que ni los unos ni los otros regresarán, aunque su conocimiento me ayude a dibujar lo circundante. Voy al gimnasio, me alimento convenientemente y guardo unas costumbres horarias estrictas, las horas de sueño y las horas de las comidas. El gimnasio se integra en este fluir, el fluir soy yo, mi yo se disuelve en el cansancio, la cama me acoge y siento esa gran verdad donde sueño y muerte se aproximan; esa es la imagen de la muerte que construyo.

+ Imagen: C. y yo compartimos la foto que encabeza esta entrada, en ella en su teléfono, yo en este diario electrónico. Se trata del Museo de Bellas Artes de Rouen. Algo muy nuestro se manifiesta en esta foto, un protolenguaje compartido y ajeno a la pluralidad, nuestro particular idolecto. [Normandía, donde fuimos tan felices]

sábado, 1 de febrero de 2020

Condiciones del devenir


Target

+ Viernes: lectura. Hoy he conducido mucho. Siento un presión en mi brazo izquierdo, un dolor leve que casi produce placer. Ya no tengo que ir a rehabilitación y la tarde será para entregarme al estudio. La lectura, paradójicamente, no es un escapismo. Mi mundo se diluye con facilidad y la lectura consigue darle una estructura, un aspecto esquemático pero solemne y solido. Me observo en el espejo y añado al paso del tiempo la lentitud sobre mi mirada: soy otro y lo sé con certeza. La lectura me da un primigenio punto de anclaje, una realidad inalterable que se agradece: la lectura como esencia de mi identidad. Le lectura tiende hacia lo móvil. No es algo dado porque lo que aporta, precisamente, es duda e inestabilidad. Sana incertidumbre. Me detengo y pienso en la sala de fisioterapia a la que ya no asisto. Su mobiliario, sus ventanas, el color de las paredes. Los fisioterapeutas y sus uniformes blancos, los zuecos y la nota de color en los calcetines con figuras simpáticas e infantiles. Ya no estoy allí, pero la presencia y los olores que se aglutinan en ese espacio parecen acompañarme como acompañan los restos de un sueño y su contradictorio devenir. Leo. Cierro el breve libro que trata sobre el presente de la Filología, (una conversación entre H. U. Gumbrecht e Isabel Capeola Gil). Reflexiono sobre el fin del texto o su transformación en multimedia, en ese repliegue que lo lleva a constituirse en un arcano que precisará interpretación, adaptación o traducción a imágenes (por ejemplo). Es mi mundo y me desentiendo de él. Un mundo que lo construimos en sobre una condición de posibilidad. Ahí descanso, en las condiciones y en los indicios.

+ Abrí la puerta y dejé pasar a los guardias. Entré tras ellos en el ascensor. Los estudié: eran jóvenes, tenían una barba raba y eran reservados y melancólicos. Nada dije. Marqué mi piso y ellos marcaron el sexto. Me dije para mí que debía de tratarse del borrachín del edificio, que desde que murió su madre no ha hecho otra cosa que insistir en su indignidad, en su parloteo sincopado y brutal, estúpido e innecesario. Olor a pan recién sacado del horno, tal vez, o a colonia dulce de bebé, picante, tal vez. Al día siguiente, en este sábado luminoso, nada se supo. Ni siquiera pregunté. Dejé que se diluyese la posible anécdota. No hay piedad. Los guardias realizaban su labor con cansina reiteración, dotados de una indiferencia más próxima a la pereza que a la observacia del deber. Los guardias eran relámpagos en sus azules metálicos, en sus pistolas negras y retadoras, el brillo de las esposas. Viajaban en un ascensor y parecían dormidos. Yo pensé en el borrachín y su miseria. Qué lejos queda ya la Navidad, no es momento para un cuento sobre los guardias, el borrachín y el nacimiento del niño-dios. Pudo ser adecuado. Mis propósitos eran otros, muy distintos, muy lejanos.

+ Debo ir con mi padre a urgencias. Tiene fiebre y mucosidad. El médico le dará un jarabe, unas pastillas, un expectorante. La experiencia de acudir en el inicio del día a urgencias es un acto revelador. La hora del regreso del noctámbulo, su camino, la luminosa transición de la ebriedad al sueño. Los veré en un momento, a uno, a dos, una mujer, el reflejo de sus deseos inescrutables. Yo ya no estoy ahí pero sé bien de qué se trata. Una religión, una fe en la posibilidad de engañar al tiempo. No es posible. Una doctora atiende a mí padre y nos derivan a un hospital para poder realizar una placas de tórax. No ha terminado de amanecer y avanzamos por las oscuras calles bajo la bendición de la música de Bach. Hablamos sobre medicina, las novelas del XIX y las enfermedades. En concreto, cito Germinal y las enfermedades de los mineros, algo no tan lejano. Entramos en ese mundo del hospital, que es un otro mundo, un mundo con sus colores, límites y jerarquías. Hemos aprendido a movernos en este ambiente y saber qué se puede y que no se puede esperar. Las doctoras son agradables y nos explican con precisión la estado del enfermo. Intuyo que no es grave, que se trata de solventar dudas. Lo doy por bueno. Poco a poco todo se tranquiliza. Llega mi hermano, después C., a mi padre le dan el alta. Regresamos en mi coche y charlamos, otra vez, sobre la sanidad, cómo ha progresado, la extensión del bienestar, volvemos a hablar de Germinal. El zumbido no pierde presencia: el bicho tiene su espesor. Ha terminado la mañana del domingo.

+ La muy conocida cita de Nietzsche: «no hay hechos, hay interpretaciones»; y llama Nietzsche a Lessing, el más honesto de los hombre teóricos, al que le importa más la búsqueda de la verdad que esta misma. En eso estoy, en la virtualidad de mi pasado, su rememoración, su relato. La negación y la inversión de los términos. Mañana lloverá.

+ He comenzado con mi programa de ejercicio físico. El lunes fui al gimnasio e hice bicicleta y cinta durante media hora; tomé un baño de vapor y me quedé cinco minutos en la sauna. Como consecuencia, el sueño fue profundo y medicinal. Soñé y no recuerdo nada. El martes es una posibilidad, una astilla que pronto comenzará a quemarse. No saltemos la norma del presente, evitemos el pensamiento circular, solucionemos los embates de los problemas y alcancemos una serenidad, al menos una tendencia a este estado. Todo queda en blanco, suena un jazz extraño y parisino, limpio y extremadamente urbano, la descripción de la ciudad. Vale.

+ Los estados de ánimo establecen un combate contra el tiempo metereológico. Llueve. La lluvia es un mar abismal y fúnebre, un aliento triste, la nota que decae, que nos hunde en su certeza. El gris plomizo que inaugura el día, la opacidad, el solaparse de la vegetación y las edificaciones, la pasta oscura en que se transforma la totalidad del paisaje. Buenos propósitos, el intento de sobreponerse, un burro atado sobre el que llueve sin misericordia, y al que todo le da igual. Observo al burro durante un momento y veo cómo las gotas caen de su panza al prado, su serenidad es una lección. Las mañanas lluviosas. La ría está agotada y no alcanzo a ver el puente en la lejanía. Sé de enfermedades y muertes, de enfrentamientos fraternales, olvidos, venganzas, injurias, lamentos, mezquinas existencias, amputaciones o carencias morales, pero no alcanzo su expresión, sólo este gris que me atenaza.

+ Un nervioso respirar tras la carrera. Su tatuaje y el sacrosanto teléfono. Un latido, el reflejo en el espejo, se mira y se gusta. Cuesta tanto alcanzar esta figura, esta dimensión. El esfuerzo se dibuja en el espejo y se gusta. Consulta el teléfono y sonríe. Acaba de cumplir cuarenta.

+ Yo no he puesto las condiciones, pero ahí están, al acecho. Me resiento, es doloroso el contacto con algunos hombres, su presencia. Las condiciones y su relevo, la construcción, el habitar, la demolición. No es un fragmento de vida, tampoco una cuestión relevante. Aparece el esbozo de una traición. No es capaz de tocarme, pero tampoco me hace daño. Es el cambio, la vida que deviene en vida. Las condiciones son indiferentes.

+ Imagen: la diana y las hojas del final del otoño, en comunión; el látigo de lo diario.