sábado, 22 de febrero de 2020

En medio de un gran silencio

Vegetal

Vegetal 
+ Noticias de accidentes de tráfico con resultado de muerte, divorcios y despidos, mientras yo continúo en gimnasio con la lectura de Germinal. Como una burbuja, y la vida sigue su curso. Las muertes, los nacimientos, los olvidos. Todo tiempo tiende a su propia combustión.

+ Santiago. Quedamos con E. para ir al CGAC. La visita, como en otras ocasiones resultó estéril, fallida. Nada de lo que había allí nos interesaba, la exposición que esperábamos ver se había terminado y las fotografías con las que nos encontramos nos decepcionaron especialmente. El CGAG ha perdido el oremus. No le veo mucho sentido a su programación, sobre todo porque se percibe con demasiada claridad una ausencia de proyecto. Me dio pena. Es una deriva que se manifiesta en otros ámbitos culturales, pero, en línea que yo mantengo, mi lugar está en mi estudio y en la lectura, esa concha gruesa donde me repliego. Hay un punto de indiferencia. Sin embargo, la visita sí mereció la pena porque estaba E. y tanto C. como yo disfrutamos muchísimo de su compañía, de sus palabras y de su risa, de la certeza de sus ilusiones. Hablamos, tomamos café y vimos como las sombras se apoderaban de la ciudad del Apóstol. Yo les expliqué lo extraña y terrorífica que me resultan sus calles, esa humedad, esa oscura certeza que la transforma en un escenario de cine expresionista alemán. Les dije que muchas veces me lleva por sorpresa la conciencia de lo remoto que es un nuestra pequeña región, lo lejos que de todo está. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Llovía y las sombras eran algo más que el rasgo de la noche, pero los tres estábamos alegres, esa alegría que no se puede comprar.

+ De regreso, mientras yo conducía, C. y yo volvimos a hablar de los ogros y de su madriguera. Hace dos semanas que C. no tiene que ver al ogro. Ha sido un triunfo que se demoró demasiado. Ahora es un recuerdo, un mal recuerdo. No todo está cerrado, pero los dos sabemos que no volverá al martirio diario de enfrentarse a su maldad, a sus mezquinas palabras, a su intolerable presencia. C. ha actuado correctamente y eso es lo que vale, para mí, para ella, para E.

+ Lo moral, lo ético y lo legal. No pretendo iniciar un debate sobre la colisión entre ética y legalidad, pero sí me gustaría manifestar la posición del ogro cuando decía que él solo deseaba lo legal. Afirmaba sin llegar a conocer con exactitud el alcance de sus palabras, pero con la contundencia del ignorante que ha triunfado en la vida. Ay, el triunfo y sus engaños. Se trata de un uso interesado de las palabras que imponen un marco discursivo, un marco que se debe huir como se huye de la peste. El ogro y la peste es un todo un emblema: su maldad, su ignorancia, la crueldad con débil y la sumisión ante el fuerte. Me gustaría que se convirtiese en humo y camino de ello va su presencia. No existe ya para nosotros, pero todavía palpitan esas palabras: yo solo quiero lo legal, cuando la propia legalidad se la ha fumado durante años, pero lo formal de la justicia establece su realidad judicial que no coincide necesariamente con la realidad cotidiana. Es más, la contradice.

+ A estas horas la niña y su gatita duermen tranquilas, los ogros se revuelven en su madriguera ante el embate de un enorme cangrejo. Otro emblema.  ¿El lema? Toda mala acción tiene su vuelta en su  propio espesor.

+ El título de la entrada responde a la reiterada aparición de la expresión en la novela de Zola, Germinal. Me llama la atención y así lo anoto. Al mismo tiempo, recuerdo como comenzaba El vientre de Paris, también de Zola. En medio de un gran silencio. El silencio como emblema, el silencio como marca del momento, la incertidumbre que un silencio inmenso provoca. En medio de un gran silencio me preparo para mi viaje a Madrid, donde tantas aventuras me esperan (esas aventuras tranquilas que yo emprendo).

+ Imagen: el silencio, lo vegetal, la espera, el viaje.