sábado, 29 de junio de 2019

Los mundos posibles


Bordeaux


+ Hay libros a los que no he regresado, pero están en la estantería para recordarme su presencia. Su presencia es una idea de narración, la concreta realidad de los elementos que sostienen a ésta. Se abren abanicos de posibilidades, que, de vez en cuando, tengo presentes en lo diario. No dan explicaciones sino que invitan a ver la realidad su amplitud desde mundos posibles. Los mundos posibles. Eso es algo que la literatura atesora: el cambio de punto de vista. De una manera consciente, consigo ver desde ese condicionante.

+ ¿Para quién escribo? ¿Quién me lee? Respondo: para nadie escribo y nadie me lee. Esta declaración manifiesta un punto de escapismo y otro punto de crueldad, de frívola crueldad. Escribir sin lectores es un hecho extraño que se asemeja a las paradojas zen: dar una palmada con una sola mano o si emite sonido o no emite sonido el árbol que cae en el bosque sin nadie que escuche. Por un lado, mi escritura tiene un doble sentido: la terapia y el ejercicio; una escritura como medicamento y una escritura como gimnasia para el futuro. Escribir deshace entuertos, rehabilita caminos y libera de la presión de lo diario. Es un ámbito, un espacio donde el agrimensor y el propietario son el mismo, pero se niegan, porque en el momento de poner el punto final ya no le pertenecen y, al mismo tiempo, desconocen lo escrito: su razón y su sentido.

+ Preguntas ornamentadas con la letra cursiva, como si la letra cursiva les otorgase un estado superior, una distancia respecto a la redonda. Advertencias mayúsculas, la señal que indica la pedantería propia del que se erige en voz. [¿Qué puedo que decir?] En realidad, siempre me he achacado el defecto, la cala del nada tener que decir, pero, sin embargo, el latir de una necesidad ineludible de hablar y escribir se plasma en el discurrir de mi vida. Mi vida: es en sí ya una pedante arrogancia. Dejo la pantalla y regreso al libro, ese.

+ Berkeley: los objetos de sentido sólo son / sólo están cuando son percibidos.

+ El arco entre un momento de lectura y otro momento de lectura habla tanto de nosotros mismos que produce vértigo. Continúo con la lectura de Madame Bovary y más que la novela veo mi reflejo, como el paso del tiempo me ha trabajado, modelado, estratificado. Estratos, sí, esa es la palabra. La textura de las opiniones, su erosión, el desaparecer propio de lo dicho

+ La música que me acompaña: La consagración de la primavera.

+ En ocasiones, no puedo dejar de formular la pregunta ¿si el director de orquesta es la culminación de una pirámide, dónde están todos aquellos que no han llegado, que pusieron toda su ilusión y voluntad y éstas no fueron suficientes? Y me gusta pensar más en los que no llegaron que en el que en este momento dirige la orquesta y recibe los aplausos. La novela de la vida, me digo, es lo que me interesa. Así, los procesos selectivos tienen por por principio necesario la exclusión, donde vemos a uno hay miles que lo intentaron y fracasaron. El fracaso es ante todo una medida que nos da una idea de la organización social, de los capitales que se acumulan y los capitales que se dilapidan. Pero lo expuesto no se refiere exclusivamente al director de orquesta, pues se puede extender a cualquier ámbito: ¿por qué aquél y no yo soy consiguió la plaza de bedel en el ayuntamiento, por ejemplo? Veo esa presencia y prefiero pensar en la ausencia que disgregó a los que no están en el puesto deseado, la colocación deseada. Una vez oí una expresión: una colocación soberbia; ahora pienso en una no-colocación infamante. Sé que tras lo expresado se esconde una tendencia a lo grisáceo que configura mi carácter, pero debo dejar constancia, pues aunque sé que no es conveniente definirse no dejo de hacerlo siempre que se me presenta ocasión [aquí].

+ [Proyecto para un poema que no se escribirá]. Hubo un tiempo en que pensaba que yo era el único que leía poesía en la playa. Gracias a internet sé que hay más gente que lo hace. He dejado de ir a la playa. [¿Un haiku?].

+ Entre las muchas posibilidades temáticas que ofrece Madame Bovary hoy me quedo con la disolución del narrador. Hoy he leído unas cuantas páginas y lo dejo porque necesito dormir ya que mañana [lunes feriado] debo leer otras cosas, elementos necesarios para mi investigación. Dejo la novela en este punto que Emma se dirige hacia la muerte, con la confianza de que sólo será un sueño, dormirse suave, pero el veneno ha comenzado a trabajar. Y en esta muerte veo con claridad la disolución del narrador, la suprema voz en tercera persona que se deshilacha tras el estilo indirecto libre, donde no sabemos nunca quién cuenta, quién nos habla y desde dónde y porqué. Esto se opone a la introducción de P. Bourdieu a su libro Las reglas del arte, ya que por importante que sea el análisis sociológico de la literatura hay razones que quedan fuera: como hoy decía Sábato: razones hay del corazón que la razón de la cabeza no comprende. Hay queda una idea de literatura: técnica e inefable [palabra que P. B. rechaza en pos de la ciencia estricta].

+ Debo reconocer que he crecido como lector y también reconozco que esta madurez me satisface, ahora percibo las sutilezas técnicas con gran deleite y orgullo, presiento la estructura y creo que me aproximo al compositor que asiste al estreno de una sinfonía: un lector privilegiado. ¿Se puede estar orgulloso de alcanzar esta afinación en una una actividad tan vana como peligrosa? El orgullo es lo menos importante, lo que cuenta es el trabajo, el camino que he recorrido hasta llegar aquí.  No me planteo ya una necesidad de realizar un análisis sobre mí como lector ni como ciudadano, pero termino por hacerlo y eso no me gusta, aunque ya con cierta distancia: me recuerdo como se recuerda a un personaje de novela, como recordaba antes a Madame Bovary.

+ Leo, trabajo y estudio. Y quizá sea la misma actividad, si me paro un momento a pensar.

+ Imagen: las puertas tienen su lírica, capturarla no es sencillo, pero el intento merece la pena.