sábado, 8 de junio de 2019

Transiit classificando

Houellebecq-parler


+ [Despedidas]. No sólo la muerte es la muerte. La vida cotidiana es plena de despedidas, tan definitivas como la muerte, pues la ruptura o segregación de elementos que componen lo cotidiano establecen fronteras que nunca más se abrirán. Inicio, medio y final, estas tres fases estructuran en silencio la vida. Todo lo que tiene un inicio tiene un final. La vida se desvanece en cada inhalación, pero no somos conscientes hasta que alguien se despide y sabemos que no volverá por nuestro centro de trabajo. Esa luz que se apaga definitivamente es más que una imagen de la muerte.

+ Somnium imago mortis.

+ Estudiamos a los que triunfan y seguimos sus trayectorias como si allí existiese una explicación: orígenes familiares, estudios, trayectoria laboral. Indagamos sin plantearnos que el azar es una razón determinante en el triunfo y en cuanto tomamos esa línea podemos llegar a un cierto cuestionamiento del propio triunfo, algo que resulta inconveniente porque necesario es mantener un punto de indiferencia y alejamiento; así es la postura del observador. ¿Por qué aquél y no este otro ocupa ese lugar en la redacción periodística, cuál es el secreto de la fulgurante carrera del arquitecto, la dedicada entrega del público al extravagante chef? Si se acude a las entrevistas que nos ofrece la prensa diaria y dominical, tanto escritas, radiofónicas o televisadas, se puede comprobar como ese triunfo se termina por cifrar en el trabajo, el trabajo sobre cualquier otra razón, el trabajo duro y bien hecho. Y sin negar esta evidencia, hay que saber que junto al trabajo también suma la suerte, lo que antes se conocía como Fortuna, esa diosa variable, caprichosa, ciega. Yo, en mi calidad de observador, admito ciertas salvedades, pero ese influjo de la diosa varia se extiende por todas las capas de la sociedad, estratos, disposiciones jerárquicas. Me alejo y dejo la reflexión porque la lectura reclama mi momento y, poco antes de continuar, me hago cargo de que mi posición, tan buena, tan poco esperada, responde a esos mismos resortes: lo sé, he triunfado porque tengo suerte, en este recóndito triunfo de amor, trabajo y academia, ¿qué más pedir? Silencio para la lectura, sólo silencio.

+ En mi particular cueva / madriguera: leo, observo y escribo. La radio desgrana algo de Bach, me detengo y sé que nunca llegaré hasta el centro de la música. La humanidad del compositor rebasa la composición misma.

+ Recuperación de un poema, que tiene casi diez años.

[

30.11.10

Date

Calendas

En un buen lugar para morir: una colonia de vacaciones en invierno.
Palmeras agitadas por el vendaval, labios
e infantes, la lluvia entre la hojarasca, los bañistas,
el retrato de Elvis en un escaparate, el sabor
del whisky y la cerveza, el café de la primera hora
del día, atracciones cerradas, son los coches
de choque, caballos de celofán, las gafas,
negro sobre negro, cadenas, oro
y funámbulos, insomnes y la muerte es un instante.

La respiración se debilita. Tintura oscura sobre la almohada,
desciende la mano. La última inspiración.

Invisible mano que ilumina el paisaje
cuando cada mañana surco
los senderos del valle
y se hace altura el humo espeso y humilde
y la violetas amanecen en otra edad:
ésta que hoy poseo.


1941/1966.

Cada instante se ha fosilizado en esta hora,
la sencilla estructura de los abrazos,
no se puede imitar. Las guitarras duermen,
sonámbulas, como herramientas sin engaste.
Elevada canción, el herraje cierto del estuche negro.
También, así, la última derrota, el último noctámbulo
que busca su cama: acero y agua en la mano abierta.

]


+ Transiit classificando [En Roland Barthes, L’anciane rhétorique (aide-mémoier); un epitafio para Quintiliano: con el que, en cierto sentido, me identifico).

+ He cambiado el horario y ahora me levanto a las 5:50. Es otro mundo, la realidad cambiante de las mañanas. Se transforma la visión. Un día todo tendrá otro sentido y casi no nos daremos cuenta. Todo se traduce a tránsito, a impermanencia. Pero, a pesar del paso del tiempo y el cambio, intento que algo permanezca: el principio rector. Ayer, en la última hora, leí una página de las Meditaciones de Marco Aurelio. Antes, otro poco de la segunda lectura de La televisión de Pierre Bourdieu. Esa realidad de la que hablo al inicio del párrafo encuentra un sentido en ambos textos, los comparo y trato de que confluyan en un punto; llega el sueño, descanso, suena el despertador y comienza la jornada. ¿Soy la misma persona que ayer?

+ Los edificios tienen ciertas semejanzas con la configuración de un pueblo, sus habitantes se asemejan a los vecinos de una aldea. Si lo digo esto es porque en nuestro edificio vive un borrachín y parece interpretar ese papel de borracho del pueblo: tan común, tan doloroso. Hace unos meses se murió su madre y fue triste: era una mujer muy delgada, desdentada, con una cola de caballo gris y lacia; siempre vestida de negro y con una voz nasal, pareciese que lloraba constantemente. Murió muy mayor ya, de una neumonía, murió repentinamente cuando casi tenía 88 años. Leí la esquela y recordé que yo la vi rogar al borrachín que dejara de beber de una vez, pero él continuaba, en otra ocasión le pedía que subiese a una ambulancia porque sangraba abundantemente por la nariz y era necesario que fuese a un centro de salud [eso decía el técnico de urgencias que esperaba pacientemente]: él se resistía y los del bar reían porque la escena era cómica aunque gracia no tenía ninguna. Ahora que ella murió, él parece desatado: liberado [aunque yo sólo veo una anulación para soportar el dolor]. Bebe, fuma, habla, habla mucho y nadie comprende lo que dice, algunos sonríen y otros le esquivan. A veces es invisible. Lo he visto desde la ventana: bajaba la cuesta con dificultad y saludó a alguien, que lo evitó; fue entonces cuando yo me dije: los edificios se asemejan a un pueblo (…) Una aldea de voces maldicientes, de hogares malditos, viejas enlutadas, jóvenes que, temprano, han perdido su juventud y ni siquiera se han dado cuenta; señoras sin corazón que todo lo cifran a su presuntuoso baile en sociedad: esas galas de la provincia donde las cortinas se reconvierten en trajes de noche. En este juego el borrachín cumple su función: hace que todos nos sintamos bien porque no somos como él, algo de lo que yo no estoy tan seguro. Lo veo de otra manera: en su huida todos nos parecemos a su caminar, a su finitud evidente. La señor que luce abrigo del pieles, rouge recamado, oro pulido en la esfera bancaria que ofrece su marido; el marido y su moreno de la moto, la playa y en viento en la terraza del casino; la hija que será madre, que formará un hogar, su soberbia colocación. Y así. Yo los veo, yo veo al borrachín y no sé quién me parece menos real, más atravesado por las ficciones cotidianas, esa falta de relevancia en la provincia. Sobreponerse a la tristeza, esa tarea diaria.

+ Imagen: Captura de pantalla de la película sobre M. Houellebecq:
L'enlèvement de Michel Houellebecq (2014). La frase tiene su importancia: Basta hablar con quién ha vivido las cosas. Me quedo pensativo, y después de mucho dudar, elijo esta imagen arrancada de la pantalla donde se reproduce la película citada. ¿Hay transformación en mi disparo? Sí, porque he elegido el fotograma, el momento y, ahora, la recorto, la moldeo con el sencillo programa de edición y  termino por cologarla aquí. La realidad en sus facetas es otra realidad, la que acogemos cuando hablamos con otras de personas de otras cosas: la vida en sí. Vale. [El uso del programa de retoque digital le otorga a la captura un aliento pictórico del que carecía en un primer momento: ahí reside la intención].