sábado, 6 de julio de 2019

La voix et le charm


Berlin


+  Una tarde: Portugal: La Guardia, Bayona. La carretera, la conducción, la música. La suma no está completa: hablamos sobre muchos asuntos y nos encontramos bien, el uno con el otro. Nos entendemos, ya, sin palabras, y el silencio que la música adorna es una comunicación resultado de muchos años. ¿La felicidad? Me constaría encontrar una palabra lo suficientemente amplia, no es fácil: se trata, como ya he dicho, de una suma, pero también de restas. En ello descanso. Es un medicamento para encauzar la semana y sus meandros.

+ Escucho una entrevista con Fanny Ardant, ella dice que no la seducen les valeurs des annonces, sino la voix et le charm. Pienso en esos valores que se anuncian: el poder y el dinero o la conjunción de ambos. Al mismo tiempo, copio las palabras en francés porque creo que la traducción las cercena. La voz de Fanny Ardant llega a la tarde no como una medicina sino como una voz, en su punto inefable, en el que progresivamente cada día creo más porque hay reside lo literario, si se desea concretar, algo se rompe, como el forense que práctica la necesaria autopsia: explica la vida pero no es la vida. Fanny Ardant ilumina el lunes, la voz de Fanny Ardant.

+ Desde hace unos meses no dejo de pensar en ciertos momentos de mi infancia, momentos que se relacionan con la televisión que veíamos en aquellos días: la única que había. Por ejemplo, Rosa León y sus canciones, los vídeos que las ilustraban, el baile y los atuendos.  Orquestaciones, una voz limpia, el cristal de la propia televisión en blanco y negro. Había algo en lo castellano que me fascinaba y que todavía me fascina. Creo que se ha concretado con el paso de los años en una seducción del paisaje, la voz y el estilo; una suerte de un Madrid que intuía en aquel totum revolutum infantil. En este sentido, el sentido de un Madrid soñado, un Madrid construido con fragmentos de la memoria, el sábado pasado, en el programa Documentos de Radio Nacional de España, escuché un documental radiofónico sobre Sánchez Ferlosio y volví a intuir lo intuido, a ver lo visto, a construir lo construido. ¿Hay un puente entre los textos del escritor y las canciones de R. L.; por ejemplo: El reino del revés y Alfanhuí? Es mi historia, pero es la historia que yo construyo y certifico desde este mi presente, que se conecta con aquél pasado pero no es aquel pasado. Ferlosio ha muerto y queda una humareda en horizonte, sus libros, la prosa y la gramática, la sintaxis tal vez, la tendencia a la hipotaxis inmensa, inabarcable (esas subordinaciones de más de una  página: la dificultad de seguirlas aunque sí exista una posibilidad). Recuerdo El Jarama, recuerdo leerle durante un verano mientras trataba de explicarme la prosa, pero sumergido en su música, en el acierto léxico, en la fuerza de la prosa; queda la idea de un territorio. Son mis rarezas, me digo y sonrío en la tarde del sábado, poco antes de ir C. y yo a Portugal, a La Guardia, a Bayona. Mientras conducimos y la música nos arropa. Sé de mi infancia lo que hoy construyo con los recuerdos, pero, finalmente, no es mi patria, sino un paisaje, una música, unas palabras. La prosa del tiempo. El encantamiento de la voz: la voix et le charm.

+ Luego pienso en los avatares vitales de Sánchez Ferlosio. La muerte de su hija, sus rarezas, esa fatigada existencia. Recuerdo haberlo visto en una ocasión: yo iba en autobús desde Arturo Soria hacia Atocha y lo vi subir a un taxi. Vestido de negro, la corbata negra, el traje negro, la camisa blanca, el rostro entre el águila y el lobo, algo de cazador o de pastor, el pelo alborotado, grueso, pesado, asustado, tal vez. Fue una exhalación. El autobús arrancó y él no había conseguido subir al taxi. El autobús se alejó y yo continué mirando aquel taxi y lo que era una un punto, una esquirla en el fondo de la calle. Conmigo viajaba la niebla y el miedo, un tambor sin eco, la certeza de la muerte y ningún temor a su presencia. Recordé este flash unas cuantas veces y ahora lo hago, tras escuchar el documental radiofónico. ¿Fue un sueño? No, pero pudo haberlo sido, ya que tenía todas sus características y razones. Hoy, pasado el tiempo, no hay diferencia entre una cosa y la otra: entre el sueño y la vigilia.

+ Decía alguien que, al morir de Sida su hija, Sánchez Ferlosio dormía bajo la cama arropado por un saco de esparto. No sé, hay cosas que no deberían ser contadas por mucho que ilustren una biografía y sus rarezas. Qué bien, me digo, lejos de todo ese barullo de literatura, emblemas y curiosidades.

+ Voz y encanto, tal vez se puede encontrar en la compra mensual en el supermercado. Salimos del supermercado y asiento. Pienso: qué número es el yo del súper, qué número ocupa el yo que lee a Ferlosio, el yo que se preocupa por su salud. No me reconozco en el espejo después de leer a Villamediana, luego me entretengo con otros poemas y tampoco me encuentro. El súper me devuelve la humanidad necesaria: qué pernicioso es el encierro libresco.

+ La visita al médico resultó satisfactoria porque me tranquilizó. Se resolvieron mis dudas y, al parecer, no estoy tan mal como yo pensaba. Un ligero aire de hipocondría, un acento de romántica tendencia a la enfermedad, entre el teatro y la pulsión. Poco tuve que esperar para ser atendido, pero me proporcionó un espacio y un tiempo en suspenso: había una atmósfera cálida que contrastaba con el acero y el cristal, tan ultramodernos, tan ciencia ficción. Los espacios precisan su lectura, recordé mientras esperaba mi turno. Luz cortada contra el pavimento gris, grandes ventanales, techos de aluminio, puertas de acero, cristal verdoso, cristal glauco, cristal lechoso. La mujer que se sentaba a mi lado estaba nerviosa: muy delgada, seca, pelo muy rubio, no paraba de consultar su teléfono y de organizar unos papeles que traía en un sobre, lo hacía mecánicamente. Miré por el ventanal los tejados de la ciudad, las terrazas, antenas y cúpulas. El cielo azul se matizaba con algunas nubes algodonosas, es verano y no lo parece. La necesidad de buscar un punto de fuga, me dije y salió el médico: atendió a la mujer, que sólo le tenía que mostrar un papel para que su baja fuese efectiva. Su voz era quebradiza, voz de fumadora, nerviosa, como un hilo casi invisible. El médico la tranquilizó y al final una sonrisa hizo que ella se relajase. Entendí que la sonrisa elevaba su capacidad. Entré, hablamos y me dijo que debía repetir el análisis de sangre. No estoy enfermo, me dije, pero me di cuenta que la afirmación es tan inestable como la placidez de la tarde: unas débiles gotas comenzaron a caer sobre la acera, la grisácea acera, su damero y el olvido.

+ Imagen: fragmento arquitectónico de algún museso: el regreso a las 2D, desde las 3D.