sábado, 13 de julio de 2019

En el inicio del verano


Berlín-auto



+   Días nublados de verano, arropados por la música de Pulp. Conduzco por la una carretera que orla la ría, C. permanece en silencio y nada parece perturbar nuestra tarde del sábado: recogidos en el habitáculo que resulta ser el coche. Como un acento de ciencia-ficción, posibilidades que quedaron ahogadas en los años setenta, lo acrílico y lo pop. Un pop interesadamente elaborado: una construcción para el momento. Hay ciertos matices que me interesan especialmente: novelas de Fernández Mallo, pintura como la D. Hockney, paisajes urbanos en la última hora día, poco antes de entrar la noche: luces diseminadas, azules muy intensos que tienden al negro profundo, los semáforos y la pintura reflectante por acción de las microesferas. Maneras de afrontar los momentos, se moldean en función de nuestros intereses. Una lírica sostenida que nos ayuda a olvidar nuestra condición de mortales, la tendencia a novelizar todo. Personas y personajes, ambientes, contextos, inicio, medio y final: reverberaciones y sustratos de lo leído.

+ Acabo de copiar los títulos de unos poemas que comienzan con la partícula condicional “sí”, para tratar de revelar su carácter argumentativo, su naturaleza retórica. Una tarea mecánica que consigue que me fije en una cierta textura de las palabras. Una palabra según se repite termina por desvanecerse, eso lo sabe todo el mundo, pero lo muy evidente no tiene porque ser falso. En ese fluido llegar que todo lo difumina descanso. La tarde del domingo es más lectura y más música, otra larga evidencia.

+ Por cierto:  les valeurs des annonces son le pouvoir el l'argent. Reflexiones tengo sobre este particular. La ligazón de ambas palabras, de sus referentes y de los posibles equívocos que suscitan. Llegado a una edad, a veces, no puedo dejar de evaluar las dos circunstancias con prevención. Lo evidente no siempre es lo necesario, he visto el dinero como un obstáculo y el poder como una limitación, pero su atractivo nunca decae: hay que protegerse contra su influjo. Yo no tengo ni una cosa ni la otra. Lo sé, vivo en mi papel de observador del mundo. Así estaba yo tasando indumentarias, gestos y caminares, y recordaba, también, la entrada anterior y la frase de Fanny Ardant sobre la seducción, sobre lo que a ella la seducía: la voz y el encanto. Se trasluce el encanto en la voz y eso no se compra con dinero ni tiene una poderosa traducción de dominios y estrategias. El encanto, como el buen gusto precisa una sociología que desmonte la construcción, que establezca unos diques, que tienden siempre a lo mismo: el buen gusto es una imposición de la élites, o al menos así lo entendido yo. ¿El encanto? Oigo la hermosa voz de F. A. y pienso en la playas de Normandía, las calles de París, los viajes en coche, la música de Katy Perry [v. gr.: «Eat with your hands, fine / I'm on the menu» en Bon appétit] mientras rebasamos Nior [la ciudad más fea de Francia según el protagonista de una novela de Houellebecq], el queso y el foie, el champagne y el steak tartar, iglesias, plazas, centros comerciales, viñedos y rosales (…) Bueno, creo que eso me da una idea de charm que hoy me sirve.

+ Hoy vi dos gatitos. Paré el coche, bajé la ventanilla y los llamé. Miraron hacia mí y maullaron. Bajé del coche y se escaparon. Di la vuelta y volvieron a maullar.  Me reí y ellos me miraban. Lo poético estaba cifrado en el azul del cielo, las nubes sin densidad y un aire suave. Etérea, la última hora de la mañana. Los llamé una vez más y se alejaron a saltos por un camino, sin volver la vista, sin maullar. Tenían algo de haikú, otro poco de aristocracia gatuna, la aristocracia de los gatos de campo, que no conocen más ley que la del sueño y el hambre, porque quizá no exista otra ley. Arranqué, sonó un piano intenso en la emisora de música clásica, se detuvo y la locutora habló un poco sobre la tortuosa vida de Mozart, como si el sufrimiento fuese un precio a pagar por tan inabarcable don. Un lunes de julio que ya nunca volverá.

+ Vi un perro abandonado: asustado. Un perro con algo de Basset Hound, pero mestizo al final. Tenía mucho miedo, lo llamé, escapó y se perdió en el bosque. Sé que, finalmente, lo atropellará un coche. Se ve que era un perro acostumbrado a comodidades, el pobre. Quizá tenía hambre. Quizá no lo han abandonado y se ha perdido. Me dio pena, pero yo no puedo hacer nada. Vi como se alejaba por el sendero, como ascendía por el camino y despareció. La pena se distribuye por el paisaje y se ve acogida por la plasmación de la música. Ese plasmarse de la melancolía. Una baliza en el camino hacia la nada, la inefable nada.

+ Un pato se había colado en la autovía. Lo asusté con un escobón y regresó a su mundo, de donde no había haber salido. Hay acciones que compensan la imposibilidad de actuar. El pato por el perro. La vida se compone de extraños equilibrios que nunca alcanzaremos a explicar. Continúa la fluida música de Teleman. No tengo, en este momento, una opinión y es un estado perfecto. Teleman delimita los recortes que los árboles efectúan en el cielo: una sierra irregular y primitiva. No mucho más, la inefable nada: repito.

+ Alguien decía: todo lo que se ve acompañado por el adjetivo “familiar” se transforma en desagradable: comida familiar, viaje familiar, reunión familiar (…) Los peligros más graves nos acechan en lo cotidiano, siempre.

+ Esta semana comencé la lectura de Gemma Bovery [que no Emma Bovary]: un cómic comprado en una librería cibernética del Reino Unido. La historia de una londinense que se muda a Normandía con su marido, un divorciado algo mayor que ella y con ciertos parecidos con Charles Bovary [de hecho se llama: Charlie]. Todo sea dicho, si compré el cómic fue por el viaje a Normandía que se aproxima [hablamos de finales de septiembre principios de octubre]. Del cómic me gusta el planteamiento y los dibujos, la estructura de la narración y lo sugerido, ese mundo donde contrasta la vida en Londres y la vida en la campiña normanda. Bien, llevo unas pocas páginas, pero son suficientes para abrir reflexiones sobre ciudades entrevistas, viajes y modos de vida tan ajenos al nuestro. La infinitud de posibilidades en lo humano cuaja con celeridad en esta narración, una narración que dosifico para no terminar demasiado pronto [una señal del interés que despierta en mí la historia de G. B.].


+ Imagen: la foto tiene un algo que tiende a la maqueta, la representación modélica e inalterable. Me gusta la sensanción de irrealidad, la distancia que marca en el tiempo,  balizas vitales. No hay un regreso posible, son sólo objetos que nos definen: cuando los compramos, conducimos o fotografiamos. Disparé la foto en Berlín y sabía que su destino era estar en el blog, una forma sistemática de actuar, el orden y el método, que no es otra cosa que el cumplimiento del programa: se cierra el círculo virtuoso