sábado, 27 de julio de 2019
Continuidad
+ Estudio, trato de estudiar. Suena la 5ª de Mahler. No puedo continuar con la lectura, debo esperar a que termine la música, en concreto: el adagietto. Termina y escribo esto que lees [si es que estás ahí]. He llegado a la conclusión de que debería estar prohibido utilizar ciertas piezas para ilustrar campañas publicitarias, películas o noticias, cortinillas de promoción televisiva. Es un pecado, sin duda, un pecado mortal. He visto cómo se destrozaba Vivaldi, Bach o Beethoven, pero también a los Beatles, por poner cuatro ejemplos que se suman a Mahler. Aunque La muerte en Venecia sea una película memorable, el adagietto debería permanecer libre de toda interferencia. Me paro y creo que este subrayado se debe a una tendencia que se está acentuando: mi tendencia a recogerme sobre mí mismo, a construir manías y descartes. ¿Soledad o elección con una argumentación solida? ¿Tiene importancia? Me recuerdo conduciendo y selecciono aquellos pensamientos que me atacaron: como el río revuelto que trae con la corriente los restos de las tormentas, la marea que arroja a la playa los restos del naufragio. Lo sé, debo volver a la lectura y debo abandonar estos excursus que a ningún punto se dirigen, sin embargo las divagaciones son parte constituyente de mi sustancia, a mi pesar. ¿A mi pesar?
+ Me desdigo de lo anterior: Kubrick supo elegir músicas más que adecuadas a las secuencias de sus películas. Desdecirse: me constituye; también. En ello descanso, en asumir lo que soy: cuando me gusta, cuando me disgusta.
+ Las marea sube, la marea baja. Conozco bien sus movimientos. Me dejo llevar, lo siento y creo entender un mecanismo que se relaciona con el pasar de los días, con la llegada de las estaciones, con la caída de los años. Pero este mecanismo, cómo no, tiene que ver con el estado de ánimo, mi estado de ánimo. Unos días arriba y otros abajo, pero siempre con las tareas realizadas, con pulcritud, en la fecha prevista, en la exacta disposición. Cumplir con la obligación es un medicamento, el farmakón: remedio y véneno, tal vez. La prontitud inexcusable. Así, un día, la rutina se ve rota por razones ajenas las previstas, me molesta y me agrada al mismo tiempo. Necesito un paréntesis, me alejo de la tarea y la siento de otra manera. En otro sentido. En este sentido, un sábado, fuimos a un entierro de una mujer de noventa y cinco años. Mi tía, mi tía política, la cuñada de mi padre. La tristeza provenía más del certificado de la crueldad del tiempo que de la muerte en sí misma: había cumplido su ciclo años atrás, y ya no era desde que se sumión en la demencia, en el olvido cruel, la desmoria y el desvanecimiento de su vida, la consciencia de su vida. Me dije: ya no soy joven, lo sé, o quizás nunca lo fui. Volví a ver paisajes que formaban parte de mi infancia, con su regalo mitológico de lobos, culebras y ceniza [globos de ceniza, según el Conde de Villamediana], y el paisaje en sí no han cambiado mucho, salvo las casas que se desmoronan: es sencillo: una grieta en la cubierta, entre las lajas de pizarra, el agua comienza a hacer su trabajo; sin una reparación a tiempo, la cubierta se derrumba y el viento, el agua y el sol destruyen la madera, todo se reduce a polvo, quedan los muros, y los muros semejan la osamenta de grandes animales que fueron y nunca volverán a ser, extintos ya son una curiosidad de museo, una curiosidad fotográfica. Las piedras lavadas de los muros, la maleza, a lo lejos las esquilas de la vacas, algunos árboles por talar, carreteras que no se terminan nunca, ensanches de caminos carentes de función. El mundo se ha detenido y la naturaleza recupera sus dominios: los caminos se ciegan. Es otro mundo muy distinto el de hoy. Me siento otra vez, con desagrado, un observador, el que escruta el espectáculo de la vida sin participar en ella, pero tampoco ve otra posibilidad. La reflexión sobre los años y la desaparición no me inquieta, tampoco resuelve nada asumir esta condición con estoicismo doméstico, las malas horas vendrán sin que nadie las llame, sin que nadie lo pueda remediar, sólo restará saber situarse ante ellas, aceptarlas y, al tiempo, buscarle una utilidad que no es consuelo: son una vara de medir que disuelve los carísimos coches, las soberbias residencias de verano, la calidad del oro que brilla por efecto de hiriente luz del medio día. El oro resulta tan vacuo que ni siquiera se puede comer, me dijo alguien del que no recuerdo su nombre pero sí su rostro: surcado por las arrugas, los ojos acusos, los labios exhaustos. El entierro fue sencillo y rápido. Quedó en el aire vibrando el final de un mundo, lo sé, mi padre también lo percibió: es mundo que agoniza y él es el último testigo, el último superviviente. Todo será borrado, todo, y nosotros también seremos borrados.
+ Un hombre se despidió de mi padre: «…y si nos vemos por aquí, nos veremos en la otra vida, que será más feliz que ésta». Lo dijo con el mismo convencimiento que antes nos había explicado, cuanto estaba al frente de la comunidad de montes, cómo se arregló el campo de la fiesta, cómo se compraron altavoces para la iglesia, que es otro adorno para Dios, dijo, y afirmó que ya el monte comunal casi no daba nada, tampoco las tierras arrendadas a un ganadero de Madrid. Me resultaba tan extraña aquella fe, aquel confiar en volverse a ver en el más allá como el que habla de verse en Bilbao o en las fiestas del patrón. Esa fuerza ya no es habitual, es la rutina de la erosión: un mundo que perece, como perecerá el mundo de los teléfonos y sus arcanos y oráculos.
+ [Tres listas]: Tengo tres listas abiertas, que voy completando sin solución de continuidad: autores / haces, indicios difusos y condiciones de posibilidad / arquitecturas. Son tres contenedores en donde voy depositando aquello que encuentro referido a sus etiquetas. Los autores que, por una u otra razón, me interesan. Los asuntos que conciernen al presente y al futuro inmediato, desde una punto de vista político, social y económico. Las arquitecturas que responden a una idea de vivienda individual y autosuficiente, mínima y enfocada hacia la lectura; como si se tratase de la celda de un monje. Ahora reparo en ellas, pues sus títulos coronan las tres libretas electrónicas que tengo abiertas en este mismo programa, este programa donde ahora escribo esta entrada. La triada, junto al blog, conforma un proyecto de taller o laboratorio, que me sirve en mi indagación en la realidad cotidiana, en lo que me afecta y me preocupa. Es una útil herramienta, y es una herramienta muy sencilla.
+ La indagación en lo propio exige determinar, en primer lugar, qué es lo propio. Lo propio es variable, en mi caso. Propio son las arquitecturas individuales para estudiosos, celdas monacales insertas en el siglo XX con proyección en el siglo XXI. Propio es el intento por concretar un dominio de estudio y explorarlo sin tener muy claras las dimensiones y su topografía. Propio son las seis de la mañana y la radio-escucha de Europe 1 en línea. Propio. Me disuelvo en la posibilidades de los cotidiano, en su extensa e inasible realidad, una transición suave que resulta complejo segmentar, establecer una taxonomía, llegar a una conclusión. Es el cambio fluido de lo diario donde se insertan todas las propiedades que componen los intereses y los rechazos. Así, son las seis de la mañana y hoy termina la semana laboral, mañana estudio, pasado estudio, luego llegará el sábado y tendremos media jornada de estudio. A base de insistir, el objeto toma forma. Ese es el aprendizaje de lo propio: permanecer en lo elegido, sin desfallecer, sin desánimo o con la necesaria flexibilidad para vivir en con su presencia sin permitir que nos gane la partida.
+ Thomas Bernhard: escribir para ser como él, para alcanzar su status, pero en realidad él escribe así porque el es así, primero es la persona y luego la escritura, nunca en el sentido contrario. Este descuido trae consigo nefastas consecuencias. Acabo de ver un vídeo donde él regresa a su casa en su elegante Mercedes, le espera un periodistas y lo atiende con incierta displicencia. No sé alemán, pero comprendo muy bien qué pasa, cómo T. B. es la figura que es, la figura que permite la literatura que escribe. En esa línea, para hacer hay que ser, nunca en sentido contrario.
+ Imagen: abstracción geométrica capturada en el Serralves. ¿Por qué esta tendencia a la abstracción, fotos que quieren eleminar la posibilidad de un referente?
