sábado, 3 de agosto de 2019

Mientras dormía, tal vez una investigación


MNCARS


+ Repentinamente me doy cuenta: entre las muchas, las muchísimas, cosas que me interesan de la lectura ahora destaca una sobre todas: el subrayado que los libros permiten hacer sobre lo cotidiano. En este momento estoy leyendo unos relatos de Patrick Mondiano que cogí esta mañana en la biblioteca pública, cierro el libro porque lo veo claramente y quiero apuntar esta sensación: enciendo el ordenaro y escribo, escribo esto mismo. Como un veneno, hay ciertas prosas que me no me transportan a ningún lugar, sino que consiguen que me concentre en lo que veo todos los días. Como un fármaco, en su doble naturaleza de veneno y remedio, me da un punto de desautomatización muy próximo a la ebriedad del hachís. Lo valoro y lo mantengo. Ay, los efectos que la lectura opera en la percepción.

+ [Viernes, biblioteca]. Este viernes fui a la biblioteca porque tenía un festivo de convenio [esos agradable días libres, que nos corresponden por el convenio colectivo, que trazan puentes hermosos: cuatro días sin ir a trabajar]. La razón: en verano la biblioteca pública no abre, lo que hace imposible que yo pueda ir; mi padre está autorizado para actuar en mi nombre ante los bibliotecarios: préstamos, renovaciones, devoluciones, pero prefiero ir yo en persona.

+ He cogidos dos libros de ficción: uno de Patrick Modino y el otro de Karl Ove Knausgård. El de Modino, Tres desconocidas,  lo he terminado y la sensación ha sido agradable, porque resulta agradable encontrarse con narraciones que entiendo bien construidas, pero que la construcción queda en un segundo plano, como la estructura no visible, imperceptible, necesaria, ya que en la piel del relato se diseminan elementos que nos acercan a una realidad de vida, la realidad de lo cotidiano, percibida por cada sujeto de una manera diferente. La atmósfera me seduce, una Francia que yo entiendo situada temporalmente en los años sesenta y setenta del siglo pasado: bares y cafeterías, calles, tapias, luces, lo nocturno, autobuses, trenes, calles de París, edificios y portales, fotos, transistores. Un mundo que ya no es. Me llevó menos de una hora y media completar la lectura, algo enriquecedor: vibra la imagen de conjunto durante el resto del día, una sensación que tiene algo de narcótica. En ella descansé durante la mañana y la última hora de la tarde. En caso de K.O.K., Tiene que llover, es diferente. La novela de K.O.K. se relaciona con ideas particulares y episodios del pasado que me inquietan. La lectura, como sabían bien los representantes de la estética de la recepción, se construye con las experiencias personales del lector; y hay muchas razones para sentirme próximo a K.O.K., desde un punto de mi adolescencia leo la novela. Es cierto lo que algunos dicen: en las larga serie de novelas de K.O.K. nunca pasa nada, pero eso no es necesariamente un defecto, yo lo considero virtud: así es la experiencia lectora: por definición, inestable. Las aproximaciones a la narración se debaten entre el entretenimiento y la captura poética de lo inasible: el paso del tiempo y su inevitable crueldad. La poética de lo cotidiano es una conquista de la modernidad, para esculpir nuestra propia novela. Ese reflejo en lo diario nos trae una traza de alejamiento. Así, las inquietudes del joven que llega a la escuela de escritura creativa son muy similares a las que tiene cualquier joven un tanto pedante que se ve envenenado por la literatura, por el amor, por la posición del que escribe, ese sucedáneo de la vida. Y es ahí, en la suplantación de la vida, desde donde yo leo. Desde la literaturización de lo vital, con el enorme peligro que ello conlleva: falta de perspectiva, falta de entendimiento, falta de generosidad. El elitismo del lector cierra el círculo. Continuará la lectura de Tiene que llover y me debo plantear terminar un texto que comencé hace cuatro o cinco años sobre el autor y su serie: Mi lucha. Debo valorarlo.

+ Esa inconsistencia de lo escrito anteriormente es parte de los rasgos fundamentales de una serie de personas con las que he tenido trato a lo largo de mi vida. Yo me incluyo, sin duda. Falta de confianza, un cierto elitismo, parálisis social. Ahora lo sé. Lo asumo, casi como si se tratase de un crimen, pero no es un crimen, sino un rasgo de la personalidad, un ingrediente necesario de un cierto principio rector. Lo veo con serenidad, y lo estudio, como el recuento, la contabilidad de toda una vida condicionada por esa constante. Dejo el libro. Duermo y sueño con Nueva York. No es la primera vez que esto sucede. La sensación de inconsistencia continúa durante el sueño y me veo en la vigilia vi en la vigilia. ¿Debo buscar un sentido en el sueño? Los sueños son excreciones.

+ Los veo y me parecen niños gestionando asuntos de adultos, luego me doy cuenta de que ni una cosa ni la otra: ni son niños, ni son asuntos de adultos.

+ El libro de K.O.K. ha resultado desagradable en un sentido no esperado. Me desagrada, pero continúo la lectura. No está en el libro el problema porque no hay ningún problema. Se trata de una relación entre el pasado y yo, una idea de renuncia y de fracaso. Veo cómo resulta el escritor en formación y ahí me veo yo, no puedo menos que compararme [lo que en sí es un gran error]. No voy a dejar el libro, aunque me cause sufrimiento, debo constatar que no me vale esa idea de fracaso, pero sí la de renuncia. ¿Son equiparables? Debo continuar leyendo y continuar con el contraste entre mi vida y lo narrado, que no son paralelas ni equiparables, pero me la tarea me da una pista para indagar en la estética de la recepción, el lector como artista. Una investigación, tal vez, con un sujeto de análisis: mi mismidad.

+ El fracaso siempre es interior, se construye según valoraciones que nos otorgamos. La receta contra su infección es el olvido, la relativa importancia que todo tiene ante la muerte. La muerte es un disolvente, la disolución de todas las ambiciones y de todos los miedos. Tras ella, nada.

+ Imagen: los restos del naufragio, una foto en un museo de arte contemporáneo [no tiene mucha importancia si es éste o es aquél]. El desenfoque y lo antiguo que resulta el televisor catódico sobre el pedestal. Arqueología, todo está llamado a convertirse en arqueología.