sábado, 17 de agosto de 2019

Entre lo fragmentario y la totalidad


Naples


+ Estaba ocupado. Ella me saludó desde el coche. Continué con mi tarea y apareció súbitamente. Había dado la vuelta en un cambio de sentido que había un poco más allá. Su coche era muy viejo, esos coches que se utilizan en un radio de diez o veinte kilómetros. Un azul metalizado con unos interesantes desgastes, que si se observan con un poco de atención tenían una lejana cercanía a algunos cuadros vistos hace unos años. Sonrió. Era una mujer que había sido hermosa, sus profundos ojos azules y su elegancia natural lo desvelaban. Me preguntó por unos asuntos y solventé las dudas. No pude dejar de pensar, mientras hablaba, en lo que he me habían contado sobre sus depresiones y sobre el suicido de su hermano. Todavía no llovía, pero el cielo estaba cubierto y el un viento extrañamente cálido surcaba el aire, los árboles se agitaban y ella sonrió mientras asentía. Se alejó y retomó su camino hacia los pueblos. Volví a estar solo en la montaña, en la carretera que cruza la montaña. Observé el bosque y no pensé en nada. Había un vacío extraño, algo que flotaba. No pensé en nada, no pensé en nada.

+ Navego. Sin casi saber porqué aterrizo en la Estación de comunicación por satélite en Buitrago de Lozoya (1968), de los arquitectos Julio Cano Lasso y Juan A. Ridruejo. Para documentarme bajo un Pdf de una vieja, viejísima revista de arquitectura. Antes de llegar hasta donde está propiamente mi interés, me detengo en las publicidades de sanitarios, muebles, encofrados, saneamientos, linóleos, cocinas (…), asuntos todos que se relacionan con las compras y los proyectos arquitectónicos. Me gustan los dibujos y las fotos, la sensación de antigua modernidad. Me fijo en un despacho de madera muy señorial, con su butacón reclinable de piel, su escritorio suavemente racional, las estanterías, los libros y los adminículos propios del arquitecto o del ingeniero. Un mundo que ya no existe, aunque sus vestigios estén en nuestras ciudades, pues todavía permanece aquello que ellos diseñaron. No siento vértigo, pero me cuesta asomarme a lo que transmite su realidad muerta.

+ Cornelis Norbertus Gysbrechts: El reverso de un cuadro (segunda mitad del siglo XVII). El título no puede ser más descriptivo de esta nihilista obra (lo del nihilismo lo extraigo de Fernando Castro, que me parece muy apropiado). En el buscador investigo sobre la imagen y la observo durante un largo rato. Es una renuncia. Me llama la atención que el pintor dijese que su cuadro debía estar en el suelo, para ser contemplado en su esplendor: supongo que para crear un efecto de confusión. El trampantojo nos da una medida por descubrir.

+ «—Yo sé quién soy —respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.» Don Quijote, Capítulo V, Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero.  Copio la cita el sábado por la tarde. Hace calor y ese famoso «Yo sé quién soy» me deja pensativo. Trato de indagar en lo mío y no puedo hablar yo  con esa firmeza. ¿No sé quién soy? Tampoco se trata de eso, aunque haya momentos en que sí lo afirmaría, pero no ahora, no hoy. Escribir es comenzar a dejar de ser, a hundirse en las aguas oscuras del olvido. En ello estamos, en la disolución.

+ «Postera nocturnos Aurora removerat ignes, / solque pruinosas radiis siccaverat herbas»

+ [Domingo funesto]: Discusiones sin fin, enfrentamientos, la ausencia de agua corriente durante todo el día. Pasó el domingo y fue un alivio. Dormí y el lunes, de camino al trabajo, no me acordé de nada, al menos ese fue mi propósito.

+ Leo en Quintiliano: «Timoteo, excelente maestro de flauta, pedía mayor salario por enseñar al que hubiese sido enseñado por otro, que si le entregasen uno que nada supiese». Lo apunto como recordatorio para mis tareas. [Jueves, hacia las once de la mañana]

+ Imagen: durante tres semanas las imágenes que he colgado han sido imágenes abstractas. Hoy escojo una silla con un libro sobre ella, es la silla de un vigilante de museo [Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles]. La lectura tiene como función ensencial conjurar el aburrimiento, no siempre fue así, pero hoy sin duda está es una de sus razones. [La propuesta da para hilar una larga entrada, lo valoraré] - [Mi sentido común me impidió leer el título del libro, mi curiosidad quedó traicionada, aquí se muestra el producto de mi robo, ¿robo?].