sábado, 24 de agosto de 2019
Las visitas
+ ¿Por qué titulo la entrada de esta semana: Las visitas? Porque las visitas nunca son definitivas, su carácter provisional me interesa hoy debido a que yo también soy provisional (¿cuándo no?) en mi propia vida. Un yo que se diluye en esa visita que realiza al yo del momento, el que se se desvanece: poemas que leo, recuerdos de viajes, novelas que termino por apreciar (...) Yo soy el que visita a mi yo del presente, en su impenetrable impremanencia.
+ Por laberintos (de los que conozco su planta [la entrada, los nudos y la salida]) llegué a «La tumba negra», de Antonio Colinas en el Libro de la mansedumbre. Fue esta tarde: un viernes feriado, limpio y largo, de lectura y reflexión sobre el arte de persuadir y cómo se aplica sobre la materia literaria [¿hay una materia literaria y una forma literaria, o simplemente es una única realidad indisociable?]. Llegué al poema y comprendí ciertas verdades que tienen que ver más con el paisaje que con la palabra. Montañas de la sierra de la Cabrera, ese límite entre Galicia y Castilla, una frontera, carreteras que orlan las dos provincias (Orense y Zamora), ríos que se frenan en las presas donde mi padre trabajó en su juventud, montañas a las que ascendimos juntos, la historia personal de mi familia, de mi padre: más intuida que certera. Pero no, la cuestión era llegar al poema, a Bach, a las cuestiones de la Segunda Guerra Mundial. Un poema largo y con calas extrañas, donde el acero se da cita con la madera desgastada de las casas de los músicos barrocos, extraña conjunción que yo entreví en Berlín. Lo sé, mejor guardar silencio y escuchar el susurro de la radio: música de cámara, sin electricidad, sin luz apenas. Hoy es viernes, me detengo en el estudio y escribo.
+ «Así que, en la noche / de los ferrocarriles fronterizos, se abrió el atardecer / de una isla». De «La tumba negra», Antonio Colinas.
+ La lectura del poema me lleva, otra vez, al campo de concentración que C. y yo visitamos hace ya casi un año. Esa visita produjo una vibración que todavía resuena, que no deseo que se apague. Muchas veces me encuentro ante las escenas agradables de la vida y el zumbido se intensifica. Qué frágil resulta la vida, que delicada, cómo acecha en sus cercanías la maldad. No lo olvido, no quiero olvidarlo. El poema me devuelve la imagen de Auschwitz, la imagen tan vívida que recibí en la exposición de la sala del Canal de Isabel II hace, también, casi un año. Una conjunción en esta tarde.
+ «Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado, porque el fingirse las perfecciones es fácil, y muy dificultoso el conseguirlas» Gracián, Oráculo manual 19
+ Cuando copio una cita es más por gusto que por encontrar un argumento de autoridad. La cita tiene su belleza, y en ella descanso. Lo fragmentario y excepcional. He copiado esta semana un fragmento de un poema de Antonio Colinas y una sentencia de Gracián. Ambos vienen dados por las lecturas, surgen sin ser esperadas estas citas y las anoto aquí, que no deja de ser una libreta. Quedan flotando en este éter que resulta ser la red. ¿Sabiduría? Coser citas tiene su arte, no sé si me pertenece: me gustaría tener esa habilidad, pero no recibo respuestas. La cita la anoto para mí porque son bellas o recogen algo intuido. Gracián: el contraste entre el deseo y la realidad; Antonio Colinas: un recuerdo de mi infancia que me parece que se contiene en ese fragmento del poema, aunque nunca haya estado ahí esa intención. Suena la canción la Happy, es martes y son las 6:17 [sensación de irrealidad, sensación de finitud].
+ Veo en la red fotos de conciertos de rock o de pop; mejor: estudio al público de los conciertos, de estos festivales veraniegos. No entiendo la razón por la que durante un tiempo todo eso me interesó, me interesó mucho y ahora ya no, ahora no me interesa nada. ¿Soy otro? No. ¿Me he adelgazado? Qué lejano resulta todo, me digo ante ese retrato del paso de las generaciones, de su cenit y su derrumbe. Me veo en conciertos de música clásica y creo que es diferente y no lo es, porque el resultado es el mismo: la búsqueda de una identidad. La identidad es, hoy, un veneno. Yo no soy el veneno.
+ La lectura del tomo 5 de la novela de K.O.K. llega a su fin. Casi setecientas páginas. Me parece una hazaña escribir tanto y mantener el interés, el tono, la confidencial fluidez que lo invade todo. No puedo estar en mayor desacuerdo con las opiniones negativas que he leído al tiempo que me sumergía en la novela. Simplemente, sólo por esa capacidad de narrar y de mantener el pulso durante tan desafiante extensión merece una reflexión más atenta, algo más que exclamar: es la vida cotidiana sin más, como ver crecer la hierba, no hay más interés que (…) La novela contiene lo nuclear de la novela: poner el espejo ante la realidad y que la realidad se convierta en materia artística, con sus descripciones, la elevación y el descenso de los personajes, la ética [positiva y negativa] del narrador y su desesperante sinceridad. ¿Es K.O.K. quien escribe? Bajo ningún término, todavía somos capaces de discernir entre autor y narrador, incluso al narrador como personaje: activo o pasivo. Es un narrador en primera persona y no hay más que hablar, no es K.O.K. No es la realidad, es una novela. Los materiales en bruto utilizados para la composición de la obra artística nos resultan tan indiferentes como lejanos, leemos una novela independientemente desde dónde llegue este barro o el otro mármol, la concreción que hace que la novela sea tal novela. Ha merecido la pena su lectura, más allá de ciertos paralelismos con nuestra propia vida, con las ambiciones del escritor, sus fantasmas y sus fracasos. Me parece propio del momento histórico y eso es mucho, más allá de su recorrido en la academia, las estanterías o los suplementos culturales.
+ Imagen: entrada de museo [Serralves]. Las figuras parecen frágiles y en la distancia lo son. Según nos acercamos, su realidad nos confirma su efimera existencia. Desde una altura considerable observo: disparo sobre la escena y espero el día que ha de transformarse en ilustración de una entrada, de esta entrada. Como la oración del ateo.
