sábado, 29 de diciembre de 2018

El Spleen y la lectura en exceso


+ No puedo evitar entrar en una casa y realizar un inventario de los libros que puedo llegar a ver. Los libros no dejan de ser una seña de identidad, bien explícita, bien solapada en la decoración [no lo olvidemos nunca: el libro decora mucho, muchísimo], porque decorar, al igual que el atuendo, son procesos de comunicación. La ausencia o la presencia de libros resultan ser indicios negativos, positivos, pero nunca neutros. Me interesa el conjunto que los libros componen, insisto: nada es gratuito. ¿Un vicio? Sí, un vicio, una fea costumbre.

+ «La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres». S. Mallarmé.

+ La cita anterior, según la mañana discurre, emerge de una antología de textos sobre el canon literario. Ahora la (re)toma H. Bloom; un poco después une dos sentencias: Auden: reseñar malos libros es malo para el carácter; y Óscar Wilde: el arte es totalmente inútil y la mala poesía es sincera [podría extenderme sobre como la sinceridad es un valor negativo, en contra de una creencia muy extendida, pero no lo haré, hoy no lo haré]. Estoy convencido que, como dice H.B., se deberían colocar estas sentencias a la entrada de las facultades de letras. Al mismo tiempo, ante la presencia constante de la muerte, cualquier actividad humana es una tarea llamada al fracaso, ya que la muerte hunde en el abismo cualquier acción, tarea, cualquier proyecto. La muerte iguala a los hombres, pero también iguala las categorías de útil e inútil. Vuelvo a pensar en los libros y las casas, los habitantes y la decoración. ¿Es la biblioteca parte de la decoración? Sin duda alguna, y ahí se ve un rayo de luz: tan inútil no es la lectura.

+ Según avanzo con Harold Bloom no puedo dejar de recordar a un ingeniero que despreciaba todas las bases de datos que no fuesen dBase. Había aprendido dBase con mucho esfuerzo y en aquel momento está en franco retroceso porque los desarrolladores tenían otras demandas. Su tiempo había pasado. Pero a él sostenía que las nuevas bases de datos eran poco fiables, aunque lo que se escondía es que las juzgaba muy fáciles de programar en comparación a su pretérito esfuerzo. Y tenía razón, pero sólo en un sentido, porque hurtaba a su juicio el cómo se veía sobrepasado por la sucesión de las generaciones, así se equipara Homero las generaciones de los hombres con la generación de las hojas en un árbol, la suya decaía y era evidente su resistencia a verlo.

+ «A mí, hijo de un sastre, se me ha concedido un tiempo ilimitado para leer y meditar sobre mis lecturas», dice H. Bloom y lo ancla en su condición de profesor de Yale. Está bien, pero el tiempo no es ilimitado, muy al contrario: su condición de mortal acota su tiempo para la lectura, como acota cualquier actividad humana [de gran o de nula utilidad, atestiguada o por atestiguar]. Prefiero mi posición de lector a la suya; mi yo escindido entre dos mundos: los afanes diarios del trabajo y el mundo aislado de la lectura. ¿Se comunican? En un sentido subterráneo sí, su manifestación la percibo en cada una de mis secciones: la mañana y la tarde.

+ Mi debate resulta de un enfrentamiento entre la pasividad de la lectura contra una imposible actividad. Soy un observador, lo he dicho en varias ocasiones y me pregunto si lo he elegido yo, es la resultante de mi carácter o he tenido otras opciones. Yo sé que el debate surge del asalto de una incierta responsabilidad social. El lector es un ser reconcentrado y distante, etéreo y sin conexiones: allí encerrado, con el abrigo del silencio, en la habitación, sin distracción, ausente del ruido. Me da la impresión que me asomo a la escotilla de una nave que sobrevuela la realidad, por un momento dejo la lectura y veo lo que allí sucede. Podría ser, pero no es así: mi vida está escindida entre el trabajo diario y la celda de lectura. En ambas actividades [si es que a la lectura actividad se la puede llamar] trato de entregarme con entusiasmo, con la voluntad de construir, unificar y encontrar puntos de unión con los otros. Creo se logra, que hay una tendencia que afirma la necesidad de llegar a acuerdos y consensos, la lectura guía esa travesía, el destino: la escritura, más allá de esta bitacora.

+ Siento esa agradable melancolía cuando nos abandona el otoño. Una densa niebla dificulta la conducción y suena como por ensalmo Sueños de invierno, de Tchaikovsky. Es un regalo, me digo. Me dejo ir, consigo no pensar en nada, el coche y yo somos una unidad. La música me permite una conducción muy atenta. El desplazamiento entre bosque de hoja caduca tiene un misterioso aliento metafórico, sin querer incidir en el simbolismo de la estaciones me dejo atrapar por su verdad incontestable: todo es cíclico, al otoño le sucede el invierto y con el lleva la muerte, pero la resurrección de la naturaleza es otro momento del ciclo que habrá de llegar con la primavera. Tchaikovsky lo hace explícito sin necesidad de palabras, con un aliento que va más allá de lo temporal y de lo espacial, como una nave en suspenso en la inmensidad del cosmos.

+ Dice W. Iser en How to do Theory que las ciencias físicas hacen predicciones y las humanidades cartografían. Me quedo con la distinción. Trazar mapas resulta ser una tarea apasionante y laboriosa; en ella me centro, adquiero herramientas y trato de comprender los relieves, valles y cumbres que dibujo, los ríos, bosques o prados. La tarea diaria en la que me reflejo es ese dibujo minucioso.

+ La página web de Michel Houellebecq se ha abandonado desde hace años, ¿diez años? Como el barco varado en la playa, ya es parte del paisaje y la herrumbre en los costados se constituye en un lienzo informalista. Continuo. Se ve al escritor en una foto, todavía joven, en blanco y negro; el fondo de color gris (¿quizá azul?) me agrada. Leo el título de algunas entradas: un coloquio en Montreal de 2009, un CD a la venta, la venganza de la madre del Michel [es el titular de una noticia que se enlaza aquí, que resulta ser un enlace erróneo, dirige a una noticia que nada tiene que ver con M.H.]. Si llegué allí fue porque pronto veremos en las librerías [físicas o electrónicas] un nuevo libro de M.H, busqué su nombre y apareció su página web [un elemento en transición, que se desvanece en el éter electrónico]. Espero el libro; lo compraré. Sé que la historia es la misma de siempre y, al tiempo, entiendo su éxito: es esa textura que imprime sobre la realidad, ese realce de la vida actual, la importancia de la vida cotidiana y la conexión que esta filigrana engarza con la desolada visión del autor, muy acertada, muy en el presente momento del siglo XXI. Me cuesta asumir la realidad: tecnológica y social, la interacción entre ambas; pero me esfuerzo en abarcar su densidad y sus pliegues, una tarea en la que M.H. no deja de ser un adecuado guía, un guía entre otras muchos, muchísimos. Fuera no queda el placer de la ficción, el placer de la novela. M. H. es un gran narrador, en una línea muy francesa que no deja de constatar hechos sociales al modo de un científico, pero con la necesaria condensación artística, frente a la exactitud. Contraste: condensación y exactitud [apunto la diferencia, otra vez]. Comparo el presente con el pasado y diez años son una eternidad o el vuelo de una abeja entre una y otra flor. El tiempo, ese tirano sin ápice de compasión; también sobre M.H.

+ Imagen: una silueta, su rostro tan sorprendido como ficticio; una sublimación, pero con su particular verdad: intercambiable y portátil. El plano contiene al actor, la acción es la labor de un aparecer. Ahora me resulta muy actual: la silueta, el río, las lonas tras el río, los último rayos de sol y el recuerdo de aquella tarde, ese continuar un paseo sin rumbo [placer sublime]. Para finalizar: me agrada el punto de cabaret que la silueta transmite, ahí me dejo en mi descanso mientras el día se apaga.