sábado, 29 de diciembre de 2018

El Spleen y la lectura en exceso


+ No puedo evitar entrar en una casa y realizar un inventario de los libros que puedo llegar a ver. Los libros no dejan de ser una seña de identidad, bien explícita, bien solapada en la decoración [no lo olvidemos nunca: el libro decora mucho, muchísimo], porque decorar, al igual que el atuendo, son procesos de comunicación. La ausencia o la presencia de libros resultan ser indicios negativos, positivos, pero nunca neutros. Me interesa el conjunto que los libros componen, insisto: nada es gratuito. ¿Un vicio? Sí, un vicio, una fea costumbre.

+ «La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres». S. Mallarmé.

+ La cita anterior, según la mañana discurre, emerge de una antología de textos sobre el canon literario. Ahora la (re)toma H. Bloom; un poco después une dos sentencias: Auden: reseñar malos libros es malo para el carácter; y Óscar Wilde: el arte es totalmente inútil y la mala poesía es sincera [podría extenderme sobre como la sinceridad es un valor negativo, en contra de una creencia muy extendida, pero no lo haré, hoy no lo haré]. Estoy convencido que, como dice H.B., se deberían colocar estas sentencias a la entrada de las facultades de letras. Al mismo tiempo, ante la presencia constante de la muerte, cualquier actividad humana es una tarea llamada al fracaso, ya que la muerte hunde en el abismo cualquier acción, tarea, cualquier proyecto. La muerte iguala a los hombres, pero también iguala las categorías de útil e inútil. Vuelvo a pensar en los libros y las casas, los habitantes y la decoración. ¿Es la biblioteca parte de la decoración? Sin duda alguna, y ahí se ve un rayo de luz: tan inútil no es la lectura.

+ Según avanzo con Harold Bloom no puedo dejar de recordar a un ingeniero que despreciaba todas las bases de datos que no fuesen dBase. Había aprendido dBase con mucho esfuerzo y en aquel momento está en franco retroceso porque los desarrolladores tenían otras demandas. Su tiempo había pasado. Pero a él sostenía que las nuevas bases de datos eran poco fiables, aunque lo que se escondía es que las juzgaba muy fáciles de programar en comparación a su pretérito esfuerzo. Y tenía razón, pero sólo en un sentido, porque hurtaba a su juicio el cómo se veía sobrepasado por la sucesión de las generaciones, así se equipara Homero las generaciones de los hombres con la generación de las hojas en un árbol, la suya decaía y era evidente su resistencia a verlo.

+ «A mí, hijo de un sastre, se me ha concedido un tiempo ilimitado para leer y meditar sobre mis lecturas», dice H. Bloom y lo ancla en su condición de profesor de Yale. Está bien, pero el tiempo no es ilimitado, muy al contrario: su condición de mortal acota su tiempo para la lectura, como acota cualquier actividad humana [de gran o de nula utilidad, atestiguada o por atestiguar]. Prefiero mi posición de lector a la suya; mi yo escindido entre dos mundos: los afanes diarios del trabajo y el mundo aislado de la lectura. ¿Se comunican? En un sentido subterráneo sí, su manifestación la percibo en cada una de mis secciones: la mañana y la tarde.

+ Mi debate resulta de un enfrentamiento entre la pasividad de la lectura contra una imposible actividad. Soy un observador, lo he dicho en varias ocasiones y me pregunto si lo he elegido yo, es la resultante de mi carácter o he tenido otras opciones. Yo sé que el debate surge del asalto de una incierta responsabilidad social. El lector es un ser reconcentrado y distante, etéreo y sin conexiones: allí encerrado, con el abrigo del silencio, en la habitación, sin distracción, ausente del ruido. Me da la impresión que me asomo a la escotilla de una nave que sobrevuela la realidad, por un momento dejo la lectura y veo lo que allí sucede. Podría ser, pero no es así: mi vida está escindida entre el trabajo diario y la celda de lectura. En ambas actividades [si es que a la lectura actividad se la puede llamar] trato de entregarme con entusiasmo, con la voluntad de construir, unificar y encontrar puntos de unión con los otros. Creo se logra, que hay una tendencia que afirma la necesidad de llegar a acuerdos y consensos, la lectura guía esa travesía, el destino: la escritura, más allá de esta bitacora.

+ Siento esa agradable melancolía cuando nos abandona el otoño. Una densa niebla dificulta la conducción y suena como por ensalmo Sueños de invierno, de Tchaikovsky. Es un regalo, me digo. Me dejo ir, consigo no pensar en nada, el coche y yo somos una unidad. La música me permite una conducción muy atenta. El desplazamiento entre bosque de hoja caduca tiene un misterioso aliento metafórico, sin querer incidir en el simbolismo de la estaciones me dejo atrapar por su verdad incontestable: todo es cíclico, al otoño le sucede el invierto y con el lleva la muerte, pero la resurrección de la naturaleza es otro momento del ciclo que habrá de llegar con la primavera. Tchaikovsky lo hace explícito sin necesidad de palabras, con un aliento que va más allá de lo temporal y de lo espacial, como una nave en suspenso en la inmensidad del cosmos.

+ Dice W. Iser en How to do Theory que las ciencias físicas hacen predicciones y las humanidades cartografían. Me quedo con la distinción. Trazar mapas resulta ser una tarea apasionante y laboriosa; en ella me centro, adquiero herramientas y trato de comprender los relieves, valles y cumbres que dibujo, los ríos, bosques o prados. La tarea diaria en la que me reflejo es ese dibujo minucioso.

+ La página web de Michel Houellebecq se ha abandonado desde hace años, ¿diez años? Como el barco varado en la playa, ya es parte del paisaje y la herrumbre en los costados se constituye en un lienzo informalista. Continuo. Se ve al escritor en una foto, todavía joven, en blanco y negro; el fondo de color gris (¿quizá azul?) me agrada. Leo el título de algunas entradas: un coloquio en Montreal de 2009, un CD a la venta, la venganza de la madre del Michel [es el titular de una noticia que se enlaza aquí, que resulta ser un enlace erróneo, dirige a una noticia que nada tiene que ver con M.H.]. Si llegué allí fue porque pronto veremos en las librerías [físicas o electrónicas] un nuevo libro de M.H, busqué su nombre y apareció su página web [un elemento en transición, que se desvanece en el éter electrónico]. Espero el libro; lo compraré. Sé que la historia es la misma de siempre y, al tiempo, entiendo su éxito: es esa textura que imprime sobre la realidad, ese realce de la vida actual, la importancia de la vida cotidiana y la conexión que esta filigrana engarza con la desolada visión del autor, muy acertada, muy en el presente momento del siglo XXI. Me cuesta asumir la realidad: tecnológica y social, la interacción entre ambas; pero me esfuerzo en abarcar su densidad y sus pliegues, una tarea en la que M.H. no deja de ser un adecuado guía, un guía entre otras muchos, muchísimos. Fuera no queda el placer de la ficción, el placer de la novela. M. H. es un gran narrador, en una línea muy francesa que no deja de constatar hechos sociales al modo de un científico, pero con la necesaria condensación artística, frente a la exactitud. Contraste: condensación y exactitud [apunto la diferencia, otra vez]. Comparo el presente con el pasado y diez años son una eternidad o el vuelo de una abeja entre una y otra flor. El tiempo, ese tirano sin ápice de compasión; también sobre M.H.

+ Imagen: una silueta, su rostro tan sorprendido como ficticio; una sublimación, pero con su particular verdad: intercambiable y portátil. El plano contiene al actor, la acción es la labor de un aparecer. Ahora me resulta muy actual: la silueta, el río, las lonas tras el río, los último rayos de sol y el recuerdo de aquella tarde, ese continuar un paseo sin rumbo [placer sublime]. Para finalizar: me agrada el punto de cabaret que la silueta transmite, ahí me dejo en mi descanso mientras el día se apaga.

sábado, 22 de diciembre de 2018

La soledad en el viaje


 + Me llama la atención cómo tras nuestros viajes hay una estela que se extiende de una manera que semeja indefinida, aunque siempre, siempre termine por morir. Es un hecho palpable en la elección de las fotos que aquí subo. Las veo y su extensión es la extensión de la idea que guió el disparo. Reflexiono sobre mis disparos fotográficos y sobre cómo hay gestos que nos definen, fotos o escrituras. Fotos en este caso, escrituras en este mismo caso. Escrituras del yo, pues otra no es posible. Llegados a un momento, si volvemos la vista hacia atrás, podemos percibir líneas de fuerza que nos retratan: la indolencia, el temor al fracaso, la alegría, la amabilidad, cierta intuición, cierta inocencia. Se suman los elementos y creemos reconocernos, pero nos equivocamos. Ya no somos aquellos que fijaron su vista en motivo, lo seleccionaron, lo recortaron con la ayuda del visor y dispararon [¿disparar?, repito el verbo unas cuantas veces hasta que pierde su apresto, sí: disparo y no otra cosa, pero es un disparo sin víctimas, me hay una fuerte relación con quién esté para que el resultado sea uno o sea otro, ¿y si estoy solo? La soledad del viajero. Otro tema, un tema más por explorar.

+ [La soledad del viajero]. Pienso en las personas que viajan solas, que están obligados, contra su voluntad, a guardar silencio durante largos períodos. El viaje sin conversación, el viaje sin compañía, tal vez, sea el único que así se pueda denominar viaje. Una investigación. La sugerencia me llegó desde el libro de W.G Sebald  Austerlitz. El protagonista, Austerlitz [como la estación parisina, como la batalla, y si él es el protagonista, y no resulta serlo el propio y misterioso narrador] acostumbra a viajar solo, y sus viajes tienen el objetivo de realizar croquis y fotografías de elementos arquitectónicos. A. agradece la conversación tras largos días de silencio, o arropado exclusivamente por conversaciones meramente funcionales: pedir comida, agradecer, solicitar un billete de tren. Las conversaciones a las que se refiere el narrador son aquellas que nos enriquecen, en donde intercambiamos nuestra visión del mundo, contrastamos lo nuestro con lo del otro, sin enfrentamientos, sin alardes. Me interesa ese vacío: en el desplazamiento, en la contemplación. Lo estudio en la lejanía porque no me puedo hacer cargo y de alguna manera se eleva un deseo sobre el plano de lo cotidiano.


+ «… el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura», R. Barthes La muerte del autor.

+ Escucho una canción de Paul Weller. Sencillos ataques con guitarra eléctrica y voz apagada. My Whole World Is Falling Down. Una canción de amor, una canción que a mí me habla de nuestros desplazamientos por el Sur de Inglaterra; es es el poder evocador de la música, una música que me hace comprender el porqué de P.W. en mi biografía, tan transparente como adelgazada. Se desgaja el sonido y la calle está tranquila, ha cesado la lluvia y la Navidad se aproxima, he leído tonterías en los periódicos, he trabajo bien, sé de los peligros políticos que acechan, de los disturbios larvados, pero mi mundo no se está derrumbando. Mi mundo tiene una coherencia con la que siempre soñé, no puedo puedo pedir más; aquí está mi victoria. Sacaré de su hermoso estuche a mi hermosa Telecaster, imitaré a Paul y la semana comenzará. [My Whole World Is Falling Down es una versión, no lo olvidemos, no es propiamente una canción de Paul; la versión original no me gusta, pero en la versión de Paul Weller se refleja el tránsito a ese mundo soñado, ese mundo en Sur de Inglaterra, con sus sugerencia y negaciones]. Este ha sido un apunte que sobrevuela nervioso el inicio de la semana, ahora remata y siento que un hilo traspasa los días: la coherencia. Cumplo objetivos.

+ En la línea de lo anterior: Cucurrucucú Paloma, en la versión de Caetano Veloso. La versión sí, la original no. En fin, podría decir que soy yo y mi circunstancia, pero no lo haré, mis gustos me definen en la medida que son elecciones, que procuro que no resulten casuales, pero sé que es una tarea imposible: el determinismo planea sobre la opinión como los pájaros planean sobre el animal muerto.

+ Iremos a Burdeos.

+ Hay un deseo que comienza a crecer: hacer un viaje a Normandía. Veo mapas, leo sobre el territorio, escucho una radio local de Rouen, la ciudad de Flaubert. Eso me lleva a recordar lecturas lejanas a las que quizá esté obligado a regresar.

+ Imagen: caminamos por Madrid y en la acera encontramos una tortuga, esta tortuga es una sopresa agradable, lo comentamos y disparo. ¿La tortuga es una señal? No lo creo, es un guiño, poco más; esas conexiones que se establecen con los lugares mediantes los detalles casi imperceptibles. Pienso que funcionamos con bloques de conocimientos que resultan intercambiables, al rato cambio de opinión y todo resulta más libre, menos inmanente, ni encastrado, ni condicionado. La tortuga guía mi camino durante esta semana: constancia, pasos lentos, distancia. Acierto.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Planos paralelos


Fuencarral - Madrid


 Fuencarral - Madrid

 + Hay un momento en que comienza a elevarse sobre el plano de lo real. Lo sé, lo sé porque la experiencia me guía. Es un momento que se relaciona con un estado de lectura, de acumulación de lecturas. La suma es inferior al conjunto de las partes. Como si la lectura actuase como un narcótico, una invitación al sueño, entonces se produce una visión. Luego, quizá mientras conduzco, surge otra vez, arropada por la música y me lleva a sus posibilidades. Crece, lo sé. La ebriedad de la lectura. Nace un tema.

+ He cogido en la biblioteca pública dos libros, son libros que me parecen significativos en relación con el apunte anterior. El primero es el Austerlitz de W.G. Sebald; el otro es Alemania de Mme. de Stäel. [Ambos títulos comienzan por la letra A, pero esto no significa nada mientras yo no disponga lo contrario, lo veré]. Me resultó muy interesante la descripción que S. se hace del Palacio de Justicia de Bruselas,  no tanto por su monstruosidad inherente sino por el acento que S. pone sobre la escala y el individuo; todo lo que se aleja de una cabaña es monstruoso. Absurdo, me digo ahora, ahora que esa palabra parece recubrir ciertas partes de la realidad. He pensado en esa idea que contrapone lo manejable y lo incomprensible, lo que no resulta posible asumir. Así extiendo la idea al territorio, a la nación, las carreteras, la red del ferrocarril, las instituciones, el poder de lo invisible: la coerción penal, v. gr. Dejo el libro de S. y tomo el libro de Mme. de Stäel. Un prólogo deplorable, una edición que, formalmente, ha envejecido muy mal. Pienso en destierro de M. de S a causa de la publicación de su Alemania. Valoro la idea de una larga conversación con la mujer que escribió el libro, un sueño imposible. Ahora, dentro de un momento, C. y yo iremos a Oporto y esto debe reflejarse en el ir y ver a la ciudad do Douro. No he comenzado con Alemania.

+ Regresamos de Oporto. Estoy muy cansado, un cansancio que se debe a la conducción. Mi automóvil es humilde, pero tiene una contundencia inapelable, pero con todo estoy derrotado. Me fatiga conducir. Con todo, cuando llegamos, después de una entrevista entre lo profesional y lo mundano (viajes, comida, modos y usos de la vida moderna), la cena en un restaurante hindú, un paseo sin rumbo por la pequeña capital de provincia, me sentí pletórico por un momento, un relámpago cargado de sensibilidad literaria y sociológica que me permitía comprender cierta deriva europea hacia la ultraderecha. Sólo era una iluminación, debida al cansancio, que terminó por vencerme. Una iluminación certera, los políticos están desconectados de la realidad cotidiana y la economía termina por llevar a una sociedad al precipicio (son líneas generales que habría que desarrollar, pero no es este el lugar; al mismo tiempo, son razones que se han repetido, pero yo lo vi en ese momento con claridad: a través de los gilets jaunes).Llegué a casa y no pude leer, como deseaba. Caí en un sueño pesado. No recuerdo el desarrollo de la narración del sueño, pero me levante embobado, con la ebriedad propia del mucho dormir. Regresé la idea sobre el auge de la ultraderecha, el nacionalismo exacerbado, la irreflexión, el aumento de los precios y el estancamiento de los salarios, la desconexión de la política con la realidad; sin duda, me dije, me repetí, las derivas autoritarias provienen de desajustes económicos, luego llega la destrucción y la reconstrucción que estimula la economía, pero primero, y eso siempre ha sido así, llega la destrucción. Desayuné y en la radio presté atención a la evolución de los gilet jaunes, los chalecos amarillos. Volví a mis tareas diarias, que me parecieron por un lado reveladoras, pero con un toque de alejamiento de la realidad (no equiparable al alejamiento que los políticos tienen). No puede ser de otra manera. Trabajé y trabajé bien.

+ No estoy seguro, pero creo que una vez vi actuar a Ute Lemper. No lo sé, quizá hace muchos años en Santiago de Compostela. Hay espacios en mi memoria que se sumergen y no soy capaz de realizar una adecuada cartografía, salvo una pequeña aproximación a los perfiles y a las siluetas. No pensaré en ello.

+ A la tarde, lectura sobre la historia de Alemania y aledaños; también sobre los polisistemas. Pienso en los indicios difusos, preciso: pienso en los disturbios que se están produciendo en Francia, en este momento.

+ Recuerdo el detritus, uno de mis temas. Las cunetas, las papeleras, las olvidadas cajas que duermen en el desván. Con el acopio de los restos se podría reconstruir una civilización. El detritus como elemento temático, como desarrollo, como finalidad. Hay un libro que se ha publicado sobre el tema, recientemente. Teoría general de la basura, de A. Fernández-Mallo. No lo he leído, no sé si lo leeré. Creo que son temáticas muy distintas, yo no hablo sino de lo tangible, lo que he visto en las cunetas [principalmente]. Lo mío no tiene un reflejo artístico, sino que se compone del olvido y la realidad de los objetos: monedas, relojes rotos, sujetadores, un solitario zapato, estampas, bolígrafos sin tinta, libretas petrificadas, latas de refresco, suciedad indiferenciada (…) ¿Recoger los elementos, fotografiar la temática, hacer un relato con esos mimbres? ¿Guardar silencio y reflexionar? Hay materia poética en el abandono de la cunetas, me digo y atiendo a la evolución de los últimos días del año.

+ [Las invitaciones de investigación que ofrece internet]. Las más disparadas indagaciones son posibles y pueden llegar a buen fin. En ello descanso en el inicio del día y en France Inter hablan sobre un libro que ha escrito un cantante. Éxito, devastación y canciones. No podía ser de otra manera. La radio francesa es otro regalo de la red de redes [sintagma curioso, doblemente proposicional, un uno que se encapsula en un otro]. Artes musicales, artes visuales, el arte literario: la materia literaria. Un breve relato sobe Elvis. Una magia cotidiana en la que ya nadie repara, se ha convertido internet en lo dado, lo dado es invisible aunque todo el día esté a junto a nosotros. El presente nos bendice, abro páginas y busco, encuentro y cierro el ordenador. El silencio atempera la vorágine.

+ Imagen: fragmento y totalidad: un panel abandonado en los aledaños de la calle Fuencarral, en Madrid, este último otoño; un día soleado, una jornada de júbilo. El tiempo pasa, las fotos permanecen [o eso nos gusta creer]. Cuelgo esta entrada y barajo el tema dle panel: el amor [sin extensiones, sin coda, sin amor].

sábado, 8 de diciembre de 2018

Madrid, otoño 2018 (y 3)



+ [Unos días días antes del tercer viaja a Madrid de este año, el segundo en otoño, leo unas palabras de Mme. de Stäel sobre el entusiasmo, que se resumen en la idea que sólo el entusiasmo nos hará soportable la condición humana. Vuelvo a leer lo leído y me cercioro de su procedencia; asiento y me reconozco en estas palabras: encariñarse con una tarea y cuidarla diariamente, dirigir nuestros esfuerzos a su consecución, trabajar con disciplina y método, todo esto y una pizca de talento, otorgan una serena y no comunicable felicidad. Faltan cinco días para volver a Madrid, pienso en la ciudad y en su planta, el lugar a dónde iremos a comer, las posibilidades de un largo paseo. Faltan cinco días para volver a Madrid, y el entusiasmo gravita sobre el mundo abierto que es un día en Madrid, 12 horas en Madrid.]

+ [Tres días antes del vuelo]. C. y yo regresamos de Vigo por la carretera, evitamos la autopista sin una razón clara. Hablamos de una antigua conocida mía que ha triunfado en el campo de las humanidades, pero se ha decantado, finalmente, por la política. Inteligencia, voluntad y ambición. Es entonces cuando yo me proclamo determinista. ¿Determinista? Sí; un determinismo débil que oscila entre lo genético y lo ambiental, sin precisar qué tiene más peso porque cada caso y cada ejemplar difieren en gran medida del anterior y del siguiente. La cuestión es, verbi gratia, la inteligencia y la belleza. Ambas, la inteligencia y la belleza, son dones, no hay mérito en su posesión, luego están la capacidades para su desarrollo, pero en esto el ambiente, el contexto también tienen un peso decisivo. Con todo, ¿qué libertad de elección le queda al individuo? ¿Es la voluntad otro don, como lo son la inteligencia y la belleza? ¿Y la capacidad de entusiasmo con la tarea, también es otro don? Sé que responder afirmativamente a las preguntas planteadas implica una descarga de responsabilidades del individuo; la parte negativa también se descargada: ausencia de belleza, de inteligencia, de voluntad, ¿y el asesino? Guardé silencio, sonó un paisaje de un disco de pizarra y el mundo era un nocturno deslizarse por el carril lento, nos adelantó en un suspiro un potente automóvil.

+ [Dos días antes del vuelo]. En lo anterior hay un poso totalitario, xenófobo, una extensión eugenésica. Mi idea de la determinación genética es débil, pero es. El talento para la música se me ha negado: carezco de ritmo, soy incapaz de distinguir las notas, no puedo medir las duraciones; lo he intentado y no he desistido, pero soy incapaz de llegar a lo mínimo exigible. Supongo que hay un momento en que lo que falta se ve compensado por otras virtudes y al mismo tiempo creo con firmeza que en un última instancia ante una decisión moral podemos decir sí o decir no, y aquí es donde somos auténticamente humanos. No dejo de pensar en la atrocidades del Holocausto [también en muchísimas otras] y me da la impresión que si algo así se produce no es debido a la herencia genética, sino a la estupidez, a no pararse y pensar, a no decir no cuando es necesario,

+ [El día anterior]. Transitamos dos bares hasta las diez de la noche. Hablamos y nos reímos. La posibilidad de un solo día en Madrid era prometedora. Una excentricidad propiciada por los vuelos baratos. Un descubrimiento, las alternativas y las difusas expectativas. La ausencia de planes, el trenzado de una narración: llegar, pasear, comprar lotería, comer las deliciosas croquetas de Casa Julio en la Calle de la Madera y regresar. No había nada más programado. Lo hablamos y nos gustó, porque son estos los proyectos que hacen sólido el deseo, el amor, una relación: la actuación en común sobre una realidad compartida.

+ [La luz]. Salimos del avión por un finger (realmente curioso si traducimos la palabra: salimos del avión por un dedo, que, la verdad, aspecto de dedo tiene ese pasillo elevado, transparente, rectilíneo y articulado), caminamos por el aeropuerto, entramos en el metro y viajamos hasta Tribunal. Salimos a la calle y, tras ese tránsito artificial de aeropuerto y metro, vimos la luz excelsa de un Madrid divino. Se contenía en la región del aire toda una hermosa propuesta de felicidad. ¿La felicidad limitada a un día?; no era momento de hablar de límites, sino de intensidad y de presente sostenido: la abolición de la temporalidad. Caminamos, como nos habíamos propuesto, sin rumbo. Así llegamos a la Gran Vía. Así decidimos desayunar en un Museo del Jamón. La mañana limpia, las barritas con tomate, el café puro. A nuestro lado, unos operarios y porteros de fincas hacían lo propio; hemos elegido bien, me dije y saboreé el café. Debíamos comprar lotería: una locura de 280 euros de lotería: encargos. Tras realizar el encargo, todo fue luego un largo pasear y ver gente, escaparates, calles, bicicletas, algún libro, algún jersey, doradores de metal o filatélicos, puestos de navidad que nos recordaron a Nápoles y sus belenes, volver a pasear, niños que saludan, que entran gloriosos e ilusionados en los museos, los villancicos, la levedad de un reflejo, las piedras iluminadas que son más que el mármol, la mano amada, el intenso fulgor de la ilusión. Hablamos, guardamos silencio, reímos.

+  Imagen: la última imagen del día. Poco antes de volver al subsuelo. El metro, el aeropuerto, el avión. Pronto, en dos meses regresaré.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Madrid, otoño 2018 (2)




+ Estaba sentado a mi lado. Una eminencia, la literatura medieval española. No puede evitar el espiar su letra, y me gustó aquel trazo seguro, con picos, un trazo profundo. Me gusta la letra con un carácter firme y denso, que marca el papel como un punzón. No sé nada de lo que puede poner de manifiesto la caligrafía de una persona y me importa poco, me centro en cuestiones de trazo y desarrollo. Utilizaba pluma y la manejaba con seguridad. Sé que ha pasado de los setenta, porque su condición académica es la emérito; pero la letra tiene maneras muy actuales. Desvío la vista de su cuaderno y me centro en la ponencia. Por un momento mi cabeza viaja a las tardes escolares de ejercicios de caligrafía; ese mundo se contiene en lo que hoy escribo manualmente, al igual que se contiene en la letra del medievalista toda su biografía, o sólo un reflejo, un reflejo sin traducción, porque no hay una traducción posible, sólo hay trazo y la imposibilidad de leer lo escribo.

+ Los aeropuertos son un no-lugar por excelencia. Su arquitectura, los uniformes, los alimentos y bebidas (tan caros). La sobredimensionada escala muestra el tamaño variable de las mujeres y los hombres. No somos nada, me dijo alguien en una cola de embarque, sonreí y sonrió con un leve cinismo. Entramos en el aeropuerto y pasamos a ser una extraña mercancía que conoce bien los pasos que debe seguir. Esto pensaba yo allí, sentado en el metro, que era una estabulación más. Lo antinatural de las formas de vida en la vida moderna reconstruyen una maldición. No identifico adecuadamente la querella, pero me resulta vagamente familiar. Es el leguaje y todo lo que permite, la elaboración de planes, de estrategias, negocios, ganancias y pérdidas. El aeropuerto describe con gran precisión nuestra época y recuerdo a una conferenciante que postulaba la necesidad de leer los espacios, pero el aeropuerto o, en su caso, el metro parecen hojas vacías, absolutamente condicionadas y deudoras únicas de la función. ¿No es algo común a toda la arquitectura, la función? La música me dio otra pisa: abandónate en la fuga de Bach y no dejes que tu cabeza tome el control, no pienses. Observé, otra vez, a los jóvenes, a los enamorados, a los viejos; supe del hombre y de la mujer, de sus generaciones y sus afanes, lo supe todo y lo olvidé en un instante. El tren se detuvo en Moncloa y yo bajé, salí a la superficie y caminé hacia el campus universitario. Frío, viento y hojas que vuelan, como un preludio barroco a mi estancia en Madrid. Así lo veo, así lo quiero (lejos del aeropuerto: el no-lugar).

+  Aquella mañana de noviembre, entramos en la exposición de Beckmann, Figuras del exilio, en el Museo Thyssen-Bornemisza. Entramos en la exposición de Beckmann por casualidad, sin haber programado la visita. Habíamos decidido ir al museo en el último momento y no sabíamos de la exposición temporal del pintor alemán de entreguerras; mi única intención era visitar la colección, pues hacía más de diez años que no la veía: no entraba en el Thyssen por causa de esa ensortijada madeja de manías que me asaltan y me paralizan, pero que son constituyentes indiscutibles de mi auténtica mismidad: hace tiempo que aprendí a vivir con ese lastre, y puedo decir que los lastres con la edad se aligeran: esto y no otra cosa es aprender, termino por alcanzar. Después de la breve reflexión sobre lo que me constituye, recordé una idea acera de la comunicación: lo que no está destinado a nosotros no es comunicación: fragmentos de conversaciones en el transporte público, en la mesa contigua a la nuestra en el restaurante, en la habitación de al lado en el hotel; yo no soy el destinatario de esos cuadros, me dije, pero dudé, dudé inmediatamente.¿Por qué no soy yo el destinatario de los cuadros, el destinatario del discurso que se trenza con la secuencia que el comisario planificó? El hilo temático de la exposición se podría resumir en cómo el pintor se convierte en un exiliado, cómo se transforma un pintor y profesor en un hombre que debe huir, escapar, esconderse. La brutalidad y el absurdo. Este proceso que sufre Beckmann se puede ampliar a otros muchos hombres y mujeres, aquí mediante los cuadros asistimos a la transición de un mundo de fiestas, promesas y felicidad a un siniestro y sombrío infierno de intolerancia. En los gruesos trazos negros, en los rostros, en el problema de la identidad que plantea el cambio de estatuto, se contienen las razones y las sinrazones de un mundo en cambio, que no mejora, sino que empeora, que empuja al destierro o la expulsión de lo que antes era agradable, cómodo, ligero. Es el exilio o el horror, el horror que todavía está por ser nombrado, pero existe, se debate, amenaza.  No pude dejar de pensar en lo que el día anterior vi en la exposición sobre Auschwitz en las Salas del Canal, en el exterminio de judíos, gitanos, homosexuales (…), en el terror indiscriminado, en la violencia lujuriosa, lasciva, pornográfica. Se reflejan en los cuadros los nervios, el miedo, la inseguridad, y la comunicación se establece con los interlocutores que somos, sin posibilidad de responder, estamos contenidos en el estado de ánimo del pintor cuando vemos sus obras, en la sucesión de imágenes. Me fijo en un autorretrato y creo que es a mí, personalmente, a quien mira inquisitivamente. Pero su mirada se dirige a los que hoy habitamos el mundo, ahora a mí, luego al otro, y más allí, incluso a los que no quieren escuchar ese grito en la oscuridad. Uno el óleo sobre lienzo a la visión histórica que poseo, pero también al presente, a lo que oímos en la radio o en la televisión, lo que leemos en papel, en la pantalla: contra los emigrantes, contra el pobre, contra el desamparo. No hay papeles para millones de africanos, dice el joven líder conservador. Ver estos cuadros es abrir preguntas sobre nuestro presente, porque los cuadros de Beckmann transmiten un grito desde el pasado que se hace actual en estos últimos días de noviembre, cuando oigo decir otra vez: No hay papeles para todos. Creo que la comunicación tiene infinitos canales, que ni siquiera los emisores somos conscientes de que estamos utilizando. Debemos ajustar las antenas y prestarle atención a lo que por el momento sólo son zumbidos.

+ Descargo la lista de reproducción musical de la muestra de Beckmann. La música de cabaret asciende y entonces recuerdo con nostalgia Berlín. Un Berlín que yo no vi, que ni siquiera sé si existe. Ahora, mi idea se lanza hacia un Berlín de entreguerras, cabarets, cerveza y el amor. Una construcción más cinematográfica que literaria o histórica. Las narraciones hacen que la historia tome carta de verdad, el cine las viste de una lujuriosa lírica: el ángulo correcto y la verdad incontestable. La historia es una árida narración, el cine tiene esa inmediatez peligrosa. Las canciones nos ponen a nuestro alcance el sentimiento y la sensualidad. La sensualidad que hemos visto en fotos y no hemos reconocido en la ciudad que visitamos a principios de octubre. Creo que es una carencia mía, no he visto el Berlín que debía ver por una extraña ceguera. Pero la lectura y los cuadros suplen mis incapacidades, eso me gusta pensar aunque no me vacune contra un posible error. Nunca es la perfección lo que busco, no sé qué es la perfección y no quiero indagar en razones y posibilidades. Escucho Raus mit den Männern aus dem Reichstag [Fuera los hombres del Reichstag], digamos: una proclama feminista del período de entreguerras que interpreta Ute Lemper en este momento preciso. Dejo de escribir y vuelvo a la lista de reproducción.

+ Misteriosament feliç de Marc Parrot. Una canción sobre la felicidad. Me reconforta.

+  Alguien escribe en un periódico que la realidad es una construcción, ya lo sabíamos, desde hace mucho tiempo: 1987. Más tarde leo en unos papeles que decía Pedro de Medina: los elementos se dividen en dos categoría: los leves (aire y fuego) y los graves (agua y tierras); los primeros tienen tendencia a ascender, los segundo a hundirse. ¿Podemos unir ambas concepciones una sola guía? Sí, estoy seguro; todo hecho discursivo nace de su propia potencia: la unión y los puentes entre conceptos.

+ Imagen: Museo Thyssen-Bornemisza, última hora de la mañana. El cuadro de Hooper concita interés, se toman notas, se estudia con detenimiento, yo observo a los que observan, yo estudio a los que estudian. Salvo una persona, aquí está la asimetría de las fotos, su gran triunfo. Finalmente, es una buena hora, la paz llega desde otra región y en el cuadro se da la limpia posibilidad de una conversación. En ella descanso, tras la constatación de Auschwitz; una vez más.