sábado, 1 de septiembre de 2018

… al viento de las yeguas concebido


Afrodite appoggiata


+ Cómo se ha construido nuestro gusto, nuestro estilo particular y definitorio. ¿Es una totalidad o pertenecemos a una totalidad? ¿Vestir, leer, comer? ¿Es un contexto social o se ancla en nuestra persona exclusivamente? El equilibrio entre ambos platillos de una imaginaria balanza puede dar una respuesta inexacta, pero sí verdadera. La verdad de nuestro instinto ha trenzado un catálogo de sumas y restas, comuniones y excomuniones. Ver el muro de libros en mi estudio habla mucho de mí, más de lo que me gustaría, pero, al mismo tiempo, esta selección se incluye en programas que se pueden identificar con mayor o menor dificultad. No soy yo, es aquello que me hizo. Mediante su orden puedo restaurar sendas transitadas, el evolucionar de mi conocimiento y el decaer de mi edad, el alejamiento y la cercanía, la distancia y el tiempo que difumina a ciertas personas, a inciertos espectros. Me reflejo en el espejo y en los libros que atesoro, lo sé y lo asumo. Un vicio, una hipertrofia del gusto. Del gusto literario, finalmente. La filosofía, la poesía, las novelas. Hace no mucho declaré que deseaba leer cierta novela y que no lo haré porque que hay obligaciones que me lo impiden. Hoy resuenan las tres páginas leídas y ese recuerdo es una otra obra literaria: la recepción del texto. ¿Es un arte leer y es el gusto su herramienta más afinada? En ese gozne está mi gusto: los no lugares, el detalle, lo coches, los aviones, los aeropuertos, los museos de arte contemporáneo, el supermercado en el extranjero, el supermercado de mi barrio, sus neones, sus estanterías, los productos, la desconexión romper con los automatismos, el espacio y tiempo que internet nos ofrece, mi identidad electrónica, este blog, aquellos que lo leen, los que no lo leen, mi relación con la escritura: el lápiz, la pluma, el rotulador, el papel y la pantalla. La raíz de todo estilo reside en una afirmación de la identidad, incluso en la negación de determinadas identidades que nos resultan cargantes y, simultáneamente, nos constituyen: para nuestro disgusto. ¿Se define mi identidad mediante negaciones?, me digo y doy un largo trago al amargo y frío café. Sin duda. pero me gustaría que estas restas me llevasen a un grado cero de la personalidad: no es posible.

+ DARINEL: «¿Has, di, señor, hallado / al viento de las yeguas concebido?» La gloria de Niquea, Conde de Villamediana.

+ ¿De qué viento habla el Conde?

+ [Epígonos] Leer biografías, ver fotos, escrutar declaraciones. La tarde del sábado es un tiempo muerto, la posibilidad y sus condiciones. No me interesa, me dice y yo asiento. Vemos sus fotos y son correctas, nada más que correctas. No es decir mucho y es decir todo. No me emocionan y me pregunto si su función artística es despertar emociones. Ay, las emociones. He viajado y sé que hay magistrales fotos que nunca se dispararon: las prefiero, hoy las prefiero. En ellas descanso por su abierta posibilidad que nace ya muerta. Lo vi en bicicleta y era vulgar. Un rostro apretado y sin expresión, o con una sonrisa esbozada e inquieta, nerviosa tal vez. La transición entre lo vivo y lo muerto es lo que interesa y no esas sus fotos epigonales.

+ Vivencia original y vivencia de la formación cultural. ¿De dónde sacamos la distinción? Nota en Verdad y método de Gadamer. Las lecturas configuran nuestra visión de la realidad. En un tirabuzón se une la cita y la manera de ver que tenemos: condiciona lo leído, se convierte en vida y anula la vida misma. Pero la vida cotidiana está ahí, con su presencia fuerte y desafiante. Me rindo a los colores intensos de los neones de las gasolineras en el final del día. Vivencia de lo inmediato por el tamiz de mis lecturas, mis cuadros escogidos, los rincones urbanos selectos.

+ A día de hoy condensar lo artístico de la obra de arte a su lugar en el museo me parece una banalidad prescindible. Cierto es que para mí la afirmación ha tenido un rendimiento más que aceptable, pero ahora ya no veo el contexto como garante de una cualidad, de una esencia. Sé que cuando me haga falta recurriré a la máxima porque ella zanja muchas discusiones: una insoslayable tautología. La oportunidad dibuja el esqueleto del discurso: fuera del museo no existe, dentro, por lo tanto, tampoco.

+ ¿No es en lo epigonal donde podemos comenzar a percibir las distinciones que establece el original con respecto a lo anterior, ya que el epígono realza y exagera, deforma por amplificación lo esencial que hay en lo primero? [Tras asistir a la exposición de los trabajos artísticos de estudiantes de Bellas Artes que optan a una becas].

+ Releo lo escrito y me parece innecesariamente espeso. Resulta ser producto de un estado de cosas: la lectura intensa de un libro, la lectura continuada y tenaz de un libro. Programé la lectura de Verdad y método durante varias semanas. Me enfrenté al libro y salí mejor parado de lo que esperaba. Hubo inconvenientes externos al proyecto, pero supe salvarlos y centrarme en el objetivo: la lectura de pe a pa en muy poco tiempo: cinco días. Me produce satisfacción haberlo hecho, me reconcilia con mi inteligencia, pero tampoco dejo de desconfiar de ella. El libro precisa trabajo y preparación, el desafío tiene un rendimiento que rebasa el consejo, la enseñanza o el aprendizaje. Hoy la obra de arte es otra cosa, la realidad también. La manifestación de lo dado varía porque la percepción ha variado: es mucho más afilada. Yo sé que este efecto, como una droga, tiene una duración limitada, ¿pero qué cosa el tiempo no limita? Ese viento que las yeguas han concebido, el que hoy nos transporta a un mundo imposible de reconstruir.

+ Otro fragmento de Gadamer: «Una obra de arte es un mundo completo que se basta a sí mismo»

+ Tengo una grabación que reproduce el sonido del oleaje. La pongo en modo continuo. Anula el ruido. No soporto en ruido, no soporto el ruido que yo no he elegido. Una manía que me configura. Etc.

+ Imagen: Afrodite appoggiata, Nápoles.