sábado, 15 de septiembre de 2018

Fotografías


Vigo 2018


+ Fotos antiguas. Vemos fotos antiguas y parecen ajenas a nosotros. Incluso fotos que nos han hecho a nosotros. Fotos en blanco y negro, en desvanecido color. El tiempo también pinta sobre los cuadros, alguien decía: no le falta razón. De la misma manera, las voces que se grabaron en los primeros tiempos de los registros sonoros poseen una calidad extraña, fantasmal. Pero no podemos dejar de pensar que esos medios de preservar la imagen o la voz, en su momento, fueron la vanguardia, la punta de lanza. Algo que se debe tener presente ante cualquier novedad. Con todo, existen tecnologías que no han sido rebasadas. La letra escrita, sin duda, es una de ellas. Y veo correr las letras en la pantalla, que yo acciono desde el teclado y no deja de parecerme algo maravilloso, casi mágico. Eso mismo le pasó al que tenía en su mano una estilográfica y no tenía ya que mojar la pluma en el tintero, o el que por primera vez tecleaba en la máquina de escribir. No es eso lo importante, lo importante es escribir y leer, asunto que necesita de muy poco para elevar su impresionante potencial. Así llega el final del día: fotos antiguas, el zumbido de grabaciones de otro tiempo, de otra dimensión, y un reflexionar adormecido que anuncia el sueño, esa otra vida que apenas necesita soporte.

+ Esas fotos que tratan de transmitirnos un efecto pictórico. Quizá lo logren, quizá sea una interesante perfección o exactitud, pero en ellas reside algo inquietante. Falta la pincelada, esa suma que compone la imagen. La foto siempre es demasiado exacta. Uno se acerca y no termina por ver la estructura que late tras la imagen. La pincelada siempre emerge. Soy partidario de la pintura, soy partidario la fotografía, pero ambas por separado: tampoco me gusta esa pintura que sigue a la fotografía, aunque sea de un modo irónico. ¿Soy un antiguo o, quizá, demasiado moderno?

+ Cámaras de fotos que ya no tienen función, pues han sido desplazadas por la electrónica. Desposeídas de utilidad, reposan en la polvorienta tienda de objetos de segunda mano, ese rastrillo estable. Cuánta nostalgia se acumula sobre su superficie, todavía perfecta, brillante, ultra-moderna. No. Ya no tienen un lugar en el mundo de los vivos, aunque haya gente que se empeña en hacer fotos con película, revelar y positivar. Es un mundo que se sumerge en la ciénaga impenetrable del pasado. Las veo ahí, en las vitrinas: como insectos en el museo de historia natural. Ya no dispararán y si lo hacen es por un tiempo muy limitado. El fósil también habla de nosotros, es más: nos habla a nosotros, de igual a igual. Su idioma es la descomposición y la naturaleza mineral de su tiempo, nuestro tiempo.

+ Fotos de carnet que se guardan en un sobre. Un sobre que aparece súbitamente. Desde niño hasta adolescente, la serie pone orden en una evolución del rostro. Las facciones son variedades, la variación de un esquema: la madre y el padre, su mezclarse y apartarse. Unos ojos, la boca, la expresión que se debate tras la piel, la calavera que ahí habita. Las fotos de carnet tienen algo biográfico que se resiste a ser atrapado porque estas fotos tienen su punto de ausencia y anonimato, de parte de una lista demasiado larga. En la radio hablan de los problemas de subir fotos a la red de redes y nadie dice nada de las fotos de carnet. Las fotos de carnet parecen ser irrelevantes, pero no lo son: su mensaje se oculta tras su estela cotidiana. Algo más que un dato en la identidad.

+ Un grueso libro que recoge tomas de contacto de una conocida agencia fotográfica. El capitalismo todo lo digiere, anuncia alegóricamente. Lo válido, lo invalido y lo irrelevante. El libro tiene un considerable peso. Lo veo y hay algo en él constructivo: es un ladrillo, un bloque, la piedra de la sillería. Lo abro y es hermoso su blanco y negro. Es hermosa la cubierta negra y las etiquetas amarillas, que imitan aquellas cajas de papel fotográfico. Es nostalgia, el zumo del pasado, la acabada sensación de finitud. Es un regalo que ha quedado olvidado en esta casa: ahí descansa. Allí duerme, en una mesa, al sol que le va restando fuerza a la etiqueta amarilla. Ahí hay una razón, un sentido, el peso de nuestro tiempo  y sus derivadas. La verdad de todas las épocas. La fotografía entendida así ha muerto, pero sus restos son mercancía y una verdad incuestionable. El fetichismo de la mercancía, tal vez, la cerrada finitud y demolición de cualquier obra humana. Dejo el libro en su lugar y escribo, tan cerca de la esfumada calidad del tiempo como aquello que las fotos recogen.

+ Fotografía 3D. Hace muchos años, en Madrid, en la Escuela de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas asistí a lo que, hoy entiendo, como una función de magia. Descendimos a un sótano y apagaron las luces. Se proyecto sobre una superficie plana una luz verdosa. Sobre la superficie nada se veía. Nos dejaron unas gafas y con las gafas, que nos fuimos pasando, se podía ver Madrid en relieve [mejor en relieve que en tres dimensiones]. Resultaba extraño. La representación de un mundo congelado, bajo el hielo las palpitaciones de sus habitantes. Me tocó y estuve cerca de un minuto escrutando aquel prodigio. Viví aquella experiencia, pero muchas veces se me antoja un sueño. En el recuerdo la realidad es variable, invesímil o falsa, nosotros tenemos una capacidad de elección muy amplia.

+ Imagen: abstracciones pictorias que lo cotidiano nos ofrece en forma de vendajes plásticos sobre elementos de la ciudad. La fotografía tiene ese rendimiento.