sábado, 8 de septiembre de 2018
No es una línea recta
+ Alguna vez sucede. Rara vez. Me asalta el recuerdo del olor de la trementina y con él regresa una casona en el casco antiguo de esta ciudad. Un salón reconvertido en estudio, en taller, en un aula para las clases de pintura al óleo. El profesor colocaba un bodegón y se debía copiar, corregía los trazo primeros, las pinceladas contra el lienzo. Recuerdo el bodegón. Recuerdo la estancia, la cristalera, las casas que desde allí se veían. Tejados y galerías, flores olvidadas en macetas rotas y desiguales. Una estampa post-romántica de la ciudad, una postal olvidada. Leo algo sobre la recepción de la poesía barroca y regresa ese olor, el olor de la trementina. Ahora se desvaneció, pero queda la nota de su presencia. ¿Donde está la verdad, en el pasado, en el recuerdo, en esta nota?
+ Tienda en línea: se venden fotos sobre la industria textil alemana de principios del siglo xx. Me gusta observar las fotos de las fábricas. Hay ese punto de irrealidad que tiene la fotografía retocada, se puede ver casi el trazo de un fino pincel, el que dibuja una nube estilizada, que se aproxima al arabesco. Me produce nostalgia. Esa convención es ya un rasgo histórico, que revela una época, una manera de entender la representación. Nos vemos inscritos en ello porque también lo que hoy resulta convencional adquirirá su marchamo de característico, de epocal. Nuestra época son todas las épocas, me digo porque el presente se ha ampliado y con el acceso inmediato que tenemos a la información y las imágenes estamos continuamente en un magma o limbo de acumulaciones y riesgos. El riesgo que el vértigo contiene. El mismo vértigo que alcanza la visualización de catálogos de oficinas en los años 70 del pasado siglo, los folletos de juguetes de mi infancia, los juguetes mismos que son hoy mera arqueología o pieza de museo, máquinas de escribir o los mismos ordenadores que ayer resultaban una fantasía hecha plástico, circuitos y pantallas. Estamos en el mismo barco y el barco se aleja hacia el horizonte que nunca alcanza.
+ Intento trabajar, pero en un bar próximo dos niños pelean y gritan. Se insultan. Sus voces llegan entrecortadas y rebotan contra el hilo de lectura. Ser rompe el hilo de lectura. Insultos, palabrotas, gemidos. El padre también grita, yo creo que es el padre: no lo sé, no tiene interés. Hace calor. Cierro la ventana y el ruido parece amortiguado, aunque sigue ahí, pero sordo, un zumbido tal vez. La necesidad de silencio y tranquilidad formaliza ciertas lecturas. En ella la concentración es imperio, el dominio de una conversación interna. Diluirse en ella es crecer, pero sin agotarse. El tiempo no se detiene. Las voces continúan elevándose, la calle es suya, un coche ruge, una moto ruge, el resplandor celeste decae. Trabajo y las dificultades suponen un otro avance. Como una ebriedad en la sombra, invisible y sólida.
+ Suenan los Beach Boys. Es casi hora de marchar al trabajo. El trabajo como fuente de posibilidades cercenadas. Me quedaría en casa, enfrascado en la lectura. Y esto es así porque el trabajo de leer no es un trabajo. El trabajo está determinado por la obligación. La gran obligación de tener dinero, a la que todos nos vemos obligados a plegarnos. ¿Todos? Ahora debería relatar historias ejemplares de mendigos y cartujos, pero no es hora para ello. Sigo la música de los B.B. y me lleva a un tiempo que no se concreta, pero que tiene una lírica solitaria, reverberante, parisina y no playera. Parisina porque cuando llegué a París por primera vez escuché a los B.B., o eso me gusta creer. Todo lo dejo porque es hora, la hora de la realidad laboral.
+ Releo fragmentos de lo escrito y veo que tengo una tendencia, quizá acusada, a la nostalgia. La nostalgia es el deseo de volver al hogar, el nostos. De esto trata la Odisea. ¿Dónde está el hogar? ¿En el ser o en el estar? En la radio suena música de baile muy soft. ¿Mi hogar? Resulta ser algo variable y hoy está en ese París intuido, en la trementina, en las posibilidades no cumplidas de veranos que no regresarán, como nada regresa. La nostalgia es una afección suave y serena, en mi caso. La activo y desactivo a voluntad. Queda así, desactivada.
+ Funeral: tras el funeral me reúno con unos señores de avanzada edad, entre los que se encuentra mi padre, y hablamos. Yo escucho. Uno dice: trabajamos mucho, pero también lo pasamos muy bien. El trabajo en los últimos meses se ha convertido para mí en todo un tema, un motivo en el que indagar, en el que yo debo establecer un sentido para mi uso, para mi comprensión de lo real en su totalidad, en una posible integración. Me resultó enternecedor aquellos recuerdos, que desembocaban en un risa auténtica y sincera. Los funerales siempre adquieren tintes de sabiduría, una sabiduría que tiende al zen de la vida cotidiana, al suspenderse el tiempo, al detenerse y fundirse con el dios del segundo.
+ Imagen: dos tocones o el mismo tocón: una variación fotográfica, tal vez sí, tal vez no.

