sábado, 25 de agosto de 2018
Desvanecerse, agosto
+ Me siento muy próximo a ciertos puntos de vista sobre el momento actual, sobre el presente. Me gustan las estaciones de servicio, los aeropuertos, las autopistas. Esos lugares que son propios de este contexto donde nos desarrollamos. La voluntad de espacio y un amor por la perfección de la maqueta, todo lo acogedores que los no lugares pueden llegar a ser. Por contraste, me gusta ver como envejecen las ciudades, los edificios, las estancias. Me gusta saber de la huella que el tiempo imprime en sus superficies. La puerta que atesora el paso de las manos por ella, el pasamanos, el coche que pierde su color por el efecto del sol y la lluvia. Son huellas que equiparan a los humanos con cualquier objeto. Envejecer tiene su lírica. En ella descansamos, tras el embate de la ansiedad. La ansiedad no es otra cosa que miedo. Imbuido en este escenario me siento tranquilo porque la contemplación es distancia y la distancia atenúa cualquier dolor. Como si Marco Aurelio me susurrase al oído: recuerda que eres mortal. Esa es la medida de mi tiempo, de todo el desarrollo del tiempo: la finitud.
+ Me dijo que era doctora, pero doctora en ciencias físicas. Yo comenzaba a sentir un extraño placer: la recuperación del desmayo. Me fije en sus piernas y como se distribuían por ella las marcas de la psoriasis; entonces me dijo que mi desmayo se debía al stress. No hice mucho caso, pero asentí. Ella encendió un cigarrillo y fumó con placer. Llegó una ambulancia pero no me podía trasladar porque sólo se dedicaba al transporte de enfermos a los hospitales. Yo estaba bien. No era la primera vez que me ocurría. Ella era alta y estaba cerca de los sesenta años. Una mujer de carácter, como se suele decir. El pelo blanco y esa ropa de una cadena deportiva. Ropa económica. No pude dejar de hacer un inventario de los objetos de la situación: mi cuerpo tendido, mis gafas rotas, el cigarrillo humeante, la verja de la casa, el perfil de la ambulancia, el aparato que pusieron en mi dedo para medir el nivel de oxígeno. Cerré los ojos y pensé que ya había muerto: no me desagradó la idea. Una brisa leve aliviaba el calor del medio día. El calor me afecta, me afecta mucho. No me gusta el verano, soy un enamorado del otoño. Ella me explicó con directriz profesoral y universitaria que hay que hacer huecos, romper con las situaciones de stress, respirar y no dejarse llevar por la obligaciones que no podemos cumplir. Asentí, pero ella en alguna medida era responsable de lo que me había pasado: me sentí acosado y por educación aguanté una reprimenda que no me correspondía. No importa. Asentí y sólo pensaba en dormir una larga siesta. Llegó la ambulacia y pasaron cinco horas hasta que pude regresara mi casa, comer algo, beber agua y dormir, largamente dormir. Ella era doctora en física, ¿por qué me dijo tal cosa en tal momento? Recordé una teoría que dice que todos los enunciados son la respuesta a una pregunta no formulada, en la declaración está implícita la cuestión. ¿Qué pensó ella que le preguntaba?
+ Observo la casa y recuerdo que antes tenía una palmera, ahora no ya no está. Alguien se refirió a ella como la casa de la palmera: ya no tiene sentido, pero algo que queda. La ausencia de la palmera es otro índice. La casa tiene unas proporciones correctas y del muro desciende la hiedra, es agradable contemplarla. La casa está colgada sobre una terraza, el cierre es un muro blanco, la casa es blanca, el tejado es de pizarra negra, se mantiene limpia sobre el mar. La ría está en calma y la casa se refleja en el agua. En agosto los días comienzan a menguar y esa penumbra de la última hora de la tarde favorece el perfil de la casa. Me da la impresión que no sé nada de nada. Puedo escribir, puedo hablar, puedo permanecer en silencio, diálogos, descripciones, jucios. ¿Leer es una habilidad? ¿Qué supone una lectura de una situación y su traslación a un texto? ¿Se trata de una lectura privilegiada? Me gusta pensar que hay un rédito, un punto más alto, pero quizá me equivoque no se trate de otra cosa que una justificación de mi posición. Y de mi posición se trata. Analizo los volúmenes de la casa y no sé nada de arquitectura. Sin memoria.
+ «El juego no se agota en la conciencia del jugador, y en esta medida es algo más que un comportamiento subjetivo» H-G Gadamer en Verdad y método.
+ He adoptado la plantilla del juego para leer comportamientos. Oscila la valoración entre las respuestas morales que se plantean cuando no se gana, en el establecer una reglas y su respeto o falta de respeto. Sobre ello gobierna ese interés fundamental en llenar el tiempo, un impulso que nace en el interior del principio rector (en el sentido que le otorga Marco Aurelio). Lo repito otra vez: se trabaja con la seriedad que los niños juegan. La frase la utilizo ante ciertos comportamientos, bien mezquinos, bien ejemplares, porque creo que esa seriedad hace que todo avance, se estanque o retroceda. Es una idea que precisa ser madurada, pero en ello estoy.
+ La RAI en la primera hora otorga un aliento de viaje auténtico, no turismo, sino el desplazamiento laboral: lo que yo considero como el auténtico viaje que penetra en un fragmento de realidad de un país, una ciudad, un barrio. La música que suena en la RAI tiene la función de motivar al que al trabajo debe ir. Música de baile. El aliento del viaje auténtico reside ahí: incorporarse a rutinas ajenas. Me pregunto qué pensarán esas miríadas de cruceristas que desembarcan en el puerto de Nápoles. ¿Escuchan los cruceristas la RAI, antes de desembarcar? El desplazamiento es uno de los temas de nuestro siglo, me digo pero prefiero la música. Guitarras tan funk, telones de voces tamizadas por el sintetizador, metales y tambores. El día comienza. Madrugar, conducir, esperar. Regresar, leer y escribir.
+ Me hubiera gustado comprar Trilogía de la guerra de Agustín Fernández Mayo. Me gustaría dedicarle estas pequeñas vacaciones que hoy comienzo, leer con calma y disfrutar del texto, de su textura e invocaciones. No puede ser. Me espera Gadamer. Un compromiso. El sábado pasado entré en la librería y busqué el tomo. Abrí al azar y me gustó. Ya sabía que me gustaría. Leí las tres primeras páginas y pensé en comprarlo y dejar a un lado Verdad y método. Me entristece teatralmente ese punto de aislamiento. El asilo del texto que compongo. Un refugio. Una madriguera. Sé que leeré la novela de AFM, pero ahora debe descansar en algún anaquel a la espera que mi lectura dé vida al texto. En el texto sigo. Yo soy yo y mi abstracción.
+ Imagen: aeropuerto.
