sábado, 18 de agosto de 2018

Irresponsable belleza


Vigo 2018


+ El título de la entrada proviene de un verso de un poema de Vicente Aleixandre, que se incluye en La destrucción o el amor (1935). Elijo el fragmento o sintagma porque la irracionalidad que propone también me pertenece, la posibilidad de múltiples interpretaciones que no llegarán a ningún lugar. Hay en esta nuestra época, que todavía es la V.A. ¿todavía? «… irresponsable belleza que a sí misma se ignora»

+ Días después de escribir lo anterior sufro un episodio de ansiedad. Una crisis de ansiedad. La crisis siempre es una ruptura, una frontera que establece un antes y un después. Ahora me recupero y siento una extraña calma, en ella descanso como ese mar imposible: sin viento, totalmente plano, un cielo sin nubes. He cerrado los ojos porque me molestaba la intensa luz del fluorescente y noto como pegan en mi pecho los terminales para hacerme un electrocardiograma. La calma es un narcótico. Los zumbidos de los aparatos médicos me adormecen, se escuchan voces pero son lejanas y confusas. Todo tiene su medida, me digo y desciendo hacia los palacios de la memoria: están vacíos. Consigo una quietud especial, nada me altera. Oigo la voz de la doctora, habla con el enfermero: son cuestiones rutinarias. Me gusta la rutina. Recuerdo la velocidad, el impulso, el sudor frío, una necesidad absoluta de sueño. Atravieso la estancia de mi memoria y apago el recuerdo. No quiero recordar. Nada recuerdo. He leído en los últimos días dos o tres introducciones a ciencias de dudosa exactitud. ¿Para qué se necesita una ciencia que no puede realizar vaticinios, que nada explica, que sólo puede sembrar dudas? Dejo las preguntas. Vuelvo al vacío. Hay una belleza irresponsable en todo el centro de salud, no planificada. Nada que ver con los versos de V.A., pero en ese irracionalismo encuentro la medida que hoy preciso.

+ Estoy sano, me lo dice la doctora y me recomienda cortar una situación cuando comienza a tornarse en intolerable. Investigaré sobre mis límites, sobre mis debilidades, mis carencias. No soy fuerte o mi fuerza está en otro orden de cosas. Qué grande cuando decía: sé quién soy.

+ Dos vídeos en un canal francés en línea. Vídeos especialmente nostálgicos, la nostalgia, esa enseña de nuestra época. El primer vídeo trata sobre predicciones para el año 2000 realizadas en los años setenta por jóvenes entre 15 y 25 años, el segundo versa sobre el ocio de los jóvenes que viven en los banlieue (traducido: las afueras o los suburbios). Los jóvenes de los suburbios dan vueltas y vueltas a las urbanizaciones en sus motocicletas, los primeros hacen predicciones varias sobre el siglo XXI, predicciones que tienden al error: la abolición de la guerra, viajes a Nueva York desde París en una hora, la disolución de la individualidad y así. Son jóvenes, jóvenes de hace más de cuarenta años. Flippers, cine, café, motos, paseos, aburrimiento. El aburrimiento, me detengo en la palabra por esta elegancia que se le atribuye al francés y que quizá tenga: ennui. Me gustan sus estilos en el vestir, me gusta el blanco y negro cinematográfico [grano e indefinición], las voces, la cadencia oxítona del francés.  Pienso en mi juventud y es tan lejana como es ésta que contemplo, aunque entre ambas medien veinte años: el tiempo todo lo iguala; y creo que tampoco son diferentes en extremo: el disfrutar e integrarse en un grupo, que el tiempo va diluyendo hasta convertir en extraños a los que un día fueron casi hermanos. Una medida que restablece la cara de una realidad oscura que nos hace ser lo que somos. Garajes que se transforman en salas de baile, centros comerciales plenos de luz y cristal, cuero, gafas de sol, peinados elevadísimos. Ahí estaba la juventud, en el estatismo del celuloide: obra viva, obra muerta.  Apago el ordenador y me sumerjo en el sueño: pastoso, cálido, agradable.

+ ¿Qué clase de enseñanza se puede extraer de la construcción de instrumentos musicales? La madera, el metal, las cuerdas. Su ensamblaje y el portentoso resultado final. Todo trabajo que se orienta hacia un objetivo. Los instrumentos musicales tienen un aliento mágico. Luciferinos violines, transparentes arpas, infinitas guitarras. He visto desde el exterior talleres de construcción de guitarras, documentales sobre la construcción de las mismas: el polvo del taller, la contundencia de la maquinaria, el ronroneo de sierras, la lija, la mano, la atención, compases metálicos y compases de madera, lápices, brochas y pinceles, barnices y taraceas (…) Luego vemos la guitarra terminada y hay un misterio: su sonido, ese pozo que Gerardo Diego nombraba. Trato de recomponer el proceso, aislar los elementos, los colores, las formas. Pero el todo se impone y se desvanece tanto la forma como el artesano, para quedar solo el instrumento al servicio del interprete. El interprete al servicio de la música. La música en su gloriosa majestad impera con soberanía universal.

+ «La guitarra es un pozo / con viento en vez de agua», Gerardo Diego.

+ Un paseo por Vigo.  Verano y gente, la masa en expansión. Las calles son otras y la geometría de la masa se refleja en el estado de ánimo. El coche es una máquina potente y peligrosa. Coches potentes que ascienden las cuestas a gran velocidad, rugen sus motores. Hablamos y entiendo que las relaciones humanas no se explican con facilidad, cada afirmación tiene su negación sin alcanzar un punto medio. No hay acuerdo. Me gusta el color que el cielo ha tomado, me digo. Tiendo a la descripción y al estatismo, mi acelerador está flojo y la velocidad me traiciona. Me desvanecí y entiendo mi mecanismo: en buena medida sé quién soy. Vigo me gusta. Vamos a un restaurante y definitivamente está cerrado: una decepción. Que todo tienda a la desaparición es hecho con el que vivir, el que da la media justa del sentido de la vida. El mar llega hasta nosotros mediante olores y recuerdos. Paseamos, cenamos en un abarrotado bar: empanadillas, calamares y tortillas, cerveza y agua. Regresamos con calma bordeando la ría. Luces exactas. El puente, su perfil en la noche, farolas y cables. La lírica invade el coche al tiempo que asciende Bach, sin reflejos no se puede entender nada: la obra refleja su momento y la lectura de la obra refleja el contexto de lectura, bueno son digresiones con poco interés, ninguno si no es para mí. Caminamos por Pontevedra y hay muchísima gente, también. Unos helados, unas palabras, cariño. Los helados son almas que alimentan nuestra alma: yogurt, chocolate, vainilla, frutas, nata, turrón (…), todo lo que habita en la infancia. Mi sobrina me dice: te has cortado el pelo y me recuerdas a la abuela (mi pelo resucita a mi madre, mi corte de pelo). Una tarde de sábado que cristaliza. Estoy recuperado de mi ataque de estrés y ansiedad. Bendita hora.

+ Imagen: fragmento de la fachada de un pub [cerrado definitivamente]. En Vigo, 2018.