sábado, 31 de marzo de 2018

Entre dos tiempos




+ [El amor por algunas arquitecturas espontáneas que se manifiestan en las proximidades de la costa portuguesa: falta de simetría, azulejos imposibles y cables adheridos a la fachada sin orden ni concierto. Lo feo nos informa de nuevas rutas de aproximación a lo mismo: la creatividad y su oculta capacidad de ilusión. El frente espera el desvelado despertar].

+ Sueño con Santiago de Compostela y no deja de ser un escenario propicio para el cine de espías, pero sólo es un sueño que carece de nombre, de estructura, de personajes. Cielo azul profundo, incidir en nuestro propio nombre, el coche, luces que deslumbran, el abordaje de la interrogación. Sin máscaras, el día nos ofrece su verdad de luces emergentes y líneas rectas, paralelas, perpendiculares. Todo se mezcla con eternas autopistas, edificios de cristal, acero y hormigón, farolas, jardines sin paseantes, luces oscilantes, pilotos rojos que se deshilan en un desvío hacia la nada. La protección imaginaria establece un sistema de espionaje, pero se queda en la extraña sensación que un sueño muy vívido produce cuando se desvanece: el contraste entre lo vivido en el sueño, la certeza de la vigilia, a las tres y cuarto, cuando faltan horas para acudir al trabajo. Un compromiso con la ruptura de los imaginarios. Una apuesta, una pérdida.

+ Matrimonios o parejas unidas en un proyecto, que más que proyecto es una misión. ¿Es importante tener una misión? Los he visto durante años pasear con firmeza, los he visto envejecer, vi cómo creía su hijo y como sigue sus pasos en pos de un destino. Ahora son viejos y conservan el entusiasmo en las salas de conferencias, en las presentaciones de libros y en las manifestaciones. No dejan de conformar un cuadro costumbrista, así de deformada está mi mirada: todo bajo un prima literario que va rotando y aquí aplicó la plantilla del realismo decimonónico, como si se tratasen de una novela que desea mostrar con periodismo narrativo la vida de los habitantes de la pequeña villa y sus esfuerzos por dar sentido a la vida. Yo ya sólo puedo ver las cosas desde este punto, no sé si acertada o equivocadamente, pero el aroma de la humedad lo invade todo.

+ Los edificios, a partir de un cierto tiempo, comienzan a ver germinar en su interior las obras de conservación y mantenimiento, también las reformas y replanteos: se cambian los baños y las cocinas, se tiran tabiques, se cierran balcones que pasan a ser galerías, un taladro suena, el golpe del martillo es atronador, una radial afina un acero insomne. Esto tiene un significado, algo que acerca el desarrollo vital de las personas y la cascada de modificaciones que establecidas en el edificio. ¿Cuántos tabiques tiramos y levantamos según el tiempo pasa sobre nosotros, dónde va aquella cocina con la que nacimos y, aunque el espacio es el mismo, su disposición resulta irreconocible, así, también, el baño o los salones de nuestro interior? La aflicción de todo pensamiento tiene su raíz en el tiempo y su correlación: la muerte.

+ Los días de vacaciones resultar ser días de alegría por una feliz conjunción de elementos, sobre el que sobresale presidiendo la cúspide: la compañía. Lo que da sentido al viaje es el comentario y la respuesta conjunta, ciertas discrepancias y una mutua comprensión y cuidado. Se eleva el paisaje, la foto se dispara, las conversaciones, la cerveza helada, la deseada comida ente el mar encrespado, el tímido vuelo de una paloma que se pierde en el horizonte y restablece un poético equilibrio, el tren, la ruina, el goce compartido ante la belleza. Y llega la noche y el día ha sido propicio para el amor y para el arte, cosas que le dan sentido la una a la otra. Esa curiosidad, el interés por la belleza intemporal se manifiesta en gestos más que en palabras, y de ahí emerge la grandeza de las pequeñas cosas: mano vendada, la sonrisa, el espacio entre los cuerpos cuando la noche nos acoge. Hemos visto Nápoles y la felicidad habitaba en cada nota de cada canción que nos llegaba, desde el piano, desde los cantantes callejeros, desde algún balcón. Vista y cuadros, esculturas clásicas y las burbujas eléctricas que regalan las comessas. La cámara de fotos es incapaz de dar cuenta de la vida.

+ Todo tiene su cara oscura. Leo sobre Nápoles y el crimen. Tanto se debe huir de una visión determinada por nuestros parámetros como de una azucarada postal en tecnicolor. En ese intervalo me quedo, mientras tomo el libro de Goethe sobre su estancia en Nápoles. De las postales también se vive, pero uno está obligado a buscar en contrapeso y usarlo en la valoración.

+ [Entre dos tiempos]: el tiempo de la vida ordinaria y el tiempo del viaje [o del turismo]. Que agradable resulta observar el alargamiento de los días, una percepción que contrasta con el fluir imparable de lo cotidiano. Ese es este contraste el que pretende ilustrar el título de la entrada. Mi vida diaria frente a la visión operística que de Nápoles hemos tenido. El regreso y el subrayado que otorga lo vivido. Ahora, nuestro paisaje es otro, durante un instante: mientras la automática visión se aparta y no regresa lo dado, lo que no se cuetiona. Juegos de espejos y asombrosas dimensiones de lo real: no hay otra y todo lo que contribuya a destacarlo bien bienvenido es. Desde el Belvedere.


+ Imagen: una sala vacía del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, un fragmento sin interés alguno pero con una significación por establecer, que no deja de ser un acto creativo más. Tan sólo dilectantismo.

sábado, 24 de marzo de 2018

«Ineluctable modalidad de lo visible»



+ [El título recoge el inicio del capítulo 3 del Ulises de Joyce. No soy el primero que utiliza la cita, ni seré el último, ya que pone de relieve una verdad incontestable: no se admite discusión sobre lo que vemos, ¿o sí? Es un debate que mantendré en algún momento y para ello me preparo, esta entrada no deja de formar parte del entrenamiento: mientras, en lo diario habito, cómo no].

+ Antiguos poetas que ya nadie lee, salvo yo [= eso me gusta creer]. Regreso de mi diario trabajo y abro el grueso tomo y comienzo a leer/analizar sonetos. Un trabajo, todo un trabajo. ¿Quién, salvo yo, le interesa este armazón, la calidad de los acentos y el ritmo de los endecasílabos, la temática? Automático, reflejos dorados, silencio, entrega, tiempo y fortuna. Tiempo y fortuna, esa es la clave. No puedo ya pensar en términos de utilidad y beneficio, porque el beneficio es otro. Y no dejo de bendecir lo diario, el día que amanece, crece y muerte, en ello estoy. Como y descanso, leo, subrayo, vuelvo a leer, anoto ideas, me canso y llega la hora de la cerveza helada. Noche, lluvia, calles negras o grises de pelo de rata. Corre un gato con una salchicha en la boca, mira y vuelve a lo suyo. Los poetas que nadie lee me acompañan por las calles. Viejas canciones pop que escuchaba cuando era joven, esas guitarras afiladas y bien rimadas, pero no regresan, ahora el tiempo es inestable y esa es la única manera de llegar a su significado, a su sentido. El sentido es el vacío, pues no hay nada. Camareros aburridos, olor a carne recocida, algún fumador en la terraza mientras la humedad avanza por los cuerpos y por los muros. Es un emblema. El color del barro, una cucharilla tirada en el suelo, el blando tacto de la noche: húmeda, exacta, huidiza.

+ Sin desearlo, avanzo en la lectura de Joyce y la intuición se mueve hacia la certeza: el tema es lo cotidiano. La vida cotidiana. El fluir en lo diario es la vida, no hay otra y hacia ahí apunta todo. No me doy cuenta repentinamente, sino que es un movimiento al que le ha llevado cuajar. Observaciones, detenidas observaciones sobre la textura que conforma la vida diaria y sus eslabones, reflexión y silencio. Huyo de la imaginación, no me interesan los mundos imaginados, prefiero la penetración en el detalle, los taladros que realiza el movimiento del reloj: lo escucho, una cresta, un pico, una araña que teje. Me interesa la mugre que atesoran los baños públicos, pero también los muestrarios de cosmética que puedo ver en los supermercados, luces y sombras de una misma moneda: la cara y la cruz; el detritus, la elevación de una protesta en la cola del cine, palomas que elevan el vuelo y ensombrecen la catedral. No hay manera de atrapar esa corriente, superior a cualquier intento de establecer un mundo al margen de éste. Me entrego a esa realidad que no para de cambiar, que se establece y muestra sus posibilidades en el gozne que los discursos, sin necesidad de ellos, por encima del concepto y el contextos, pues ambas etiquetas las determina ella sin voluntad sobre ese absoluto. Vuelvo al libro y abandono el ordenador.

+ La conducción establece un marco posible, el reglamento y sus límites, el registro musical de cada mañana donde se entreveran canciones y sonatas, nunca se sabe qué saltará en el próximo corte, luces brillantes en la oscuridad última de la noches: cuando era niño tenía una idea muy equivocada el amanecer: una sinfonía paralizante. Cuántas razones han aportado la misma decepción. El volante afirma la conexión con la verdad del trabajo diario y el orden que establece con respecto al desorden mismo de la naturaleza, por eso prefiere la ciudad, me digo y miro al frente. Caen gruesas gotas de lluvia y se estrellan contra el parabrisas, contra el cristal que ésta un poco empañado y me obliga a poner la calefacción: odioso olor de motor y estancamiento. Abro la ventanilla y la mañana contiene un frío de marzo que es agradable para el que sabe entenderlo. Vibra el recuerdo de lo leído antes de dormir, la calidez del viejo tomo que se ha perlado de manchas amarillas con una orla negruzca: hay belleza en esa marca del tiempo. No hay otra. Aprecio el tacto de las rutinas y mi condición de commuter no es un atuendo cualquiera. Preferiría ir en tren que ir en coche, pero debo disfrutar de la conducción y sus parámetros, la esfericidad del día que comienza. Sé qué hacer hasta la hora de salir, todo está bien organizado; tras la comida, comenzaré otro trabajo: la investigación, el rebuscar palabras en cientos de sonetos y con ellas elevar una posibilidad. Cuenta, por precisión, esa misma posibilidad que se concreta en lo verosímil. Aprecio el fluido río de la vida, meandros, rápidos, remansos. Hablaré antes de comenzar: un asesinato, el castigo a las pensiones, el presidente del gobierno y su falta de solidez, sus amigos, la chica que desapareció, las luces brillantes de los coches de policía: son azules, ambulancias, la cunetas se atascan y es preciso hacer que el agua fluya libre por sus costados de hormigón, el cemento y la grava pulida. Me siento ante el ordenador y una realidad se alumbra. Apunto nombres, recuerdo una cita, pienso en lo que debo decir llegado el momento; cómo me gusta planificarlos correos electrónicos, las entrevistas, las reuniones, la citas. Una inspiración, una expiración. El día recorre mi cuerpo y le da sentido, yo se lo doy con esa oración dirigida a los pequeños detalles. La vida de los pequeños detalles que conforma y estructuran lo diario.

+ Me pregunto el porqué, por qué me molestaban sus cuadros, sus fotos. Creo que se trataba de la cotización que habían alcanzado y de lo vacuo de su propuesta [= eso me gusta creer]. Me parecían los cuadros excesivamente decorativos, propicios para una naviera de tamaño medio en su sala de reuniones, brochazos, líneas producidas al arrastrar una pesada espátula sobre al masa fresca de pintura blanca y verde, que cuajaba en un negro fundamental y un tanto graso. Paisajes, ondulaciones, colores mezclados. Pero las fotos eran de lo peor, ya que desvelaban una falta de talento absoluta. ¿Cómo no se daba cuenta? Con la pintura podría disimular su mediocridad, incluso nos podría haber hecho creer que era brillante, pero la fotografía mostraba la pobre composición de su imaginario. Sé que estuvo en Londres, que fotografía cementerios y que una piedra o una losa lo llevaron por la calle de la amargura. Pensé en la expresión: la calle de la amargura, y, acto seguido, recordé la conversación sobre la losa negra que lo subyugaba. Creo que quería hablar de amor, de sentimientos, de fracasos sentimentales en la otra orilla del río, pero le parecía que enturbiaba su figura de artista que emerge de entre los mortales para ser un cotizado concepto. Pintura-pintura y la foto como archivo, frente a la biblioteca. Mal digeridas lecturas filosóficas y una opaco licor que no era whisky ni vodka, que lo bebía muy frío y lo lleva al silencio. Pero no comprendo porque me molesta todo lo suyo, cuando lo veo en el museo. Lienzos grandes, pesados, sin memoria, náufragos, ingenuos y oscuros, sin vida que aportar, aunque eso ya no interesa. Su cotización o el éxito, se trataría de eso, quizá es envidia de poder tener una vida y un personaje, pero los cuadros son un desastre, ni siquiera sé porqué pinta, si eso no está ya en la estala de su personaje. Ello explica la fotografía, como si hubiera más peso de concepto o discurso, ya agotado en la verticalidad de sus cuadros, como una chispa que no dura más que una división del segundo. No es mala persona, pero creo que también hace vídeos, esas son las últimas noticias.

+ Sinceramente me causa una agradable y sincera ternura la foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulises. Yo he detenido la lectura para buscar la foto en la red. La veo y me conmueve. ¿Entendía el libro, leía el libro o sólo era una paradójica pose? Por supuesto que sí, entendía el libro, me digo en su defensa y en el rechazo del chiste fácil. Hay que volver al núcleo de la recepción y no discutir la capacidad del lector, del receptor. Yo me sumerjo y encuentro notas biográficas que me atañen: qué odioso aquello que declaraba tú eso no lo entiendes [= todo la mareante marea de arte sin explicación ni razón, salvo su valor crematístico]. ¿Qué hay que entender? La camiseta de tiras multicolor es fantástica. La chica lee con interés y yo lo comprendo. Lo iconos reproducen los chispazos de deseo que nos guían en el transcurso de lo visible, lo diario, lo palpable. Corazón roto por la estupidez. Lee y es suficiente. Quién se erige en juez y establece una suerte de hiato entre ella y el libro. Hay que ser muy osado. Sólo es un foto, quizá no leía, pero hay algo que nos indica que la verdad se oculta en esas irrupciones de lo especial. Vuelvo al libro y soy yo el que lo comprende, si es que la palabra es adecuada: ¿y M.M.? Ella le da sentido, un sentido que yo hoy deseo en su sensual totalidad.

+ Ay, me asalta el recuerdo de The Misfits.

+ Imagen: en febrero, tal vez. Los andamios como una promesa artística, que no depende de otra cosa que de la inserción en el contexto adecuado, con el manto conceptual adecuado; si lo deseamos lo leeremos así, de lo contrario: no. Finalmente, la elección nos pertenece.

sábado, 17 de marzo de 2018

La puerta que el resfriado me abrió


arco2018


+ Un resfriado que terminó por afectar a los oídos, con una consecuente sensación de debilidad y vértigo. La cama como única posibilidad. Sin lectura, con la compañía de la radio, pero un con volumen tan bajo que resultaba imposible comprender qué se decía. Parecía el programa de unos ejercicios espirituales destinados a esclarecer las verdaderas razones vitales. El porqué de mis dos trabajos, la lectura como centralidad de lo cotidiano, la música que acompaña y matiza las ideas, desmorona certezas y erige palacios de la memoria. Esa revolución me aprisionaba contra la cama, no era un dolor físico, no era una pesadumbre moral, se trataba del nunca discutible vértigo. Pero una puerta se abría: no dejaba de estar haciendo un examen de conciencia, algo que llevo toda la vida realizando, y en este caso se dirige hacia a lo que poco a poco ha estructurado el deseo (intelectual) en mi vida.

+ El intento de observar con fría atención me resulta complicado. Los pasillos del supermercado, colores y luces, se ven poblados de hombres y mujeres en fin de semana. Su atuendo, el gesto y la ausencia de prisa les desvela. Hay toda una aproximación sociológica en mi investigación (¿se la puede denominar así?). Qué interés en la elección del producto, lectura de etiquetas, consejos a los hijos, presencia de recuerdos, elaboración de decisiones. La cotidiana tiene una riqueza que no se puede atrapar, pero tampoco lo intento. Todo se resuelve en imaginarias fotografías en donde el acto simple se descontextualice y se cargue de esa irrealidad que se percibe en la fotos colgadas en el museo. A poco que uno descienda y se fije atentamente en lo que le rodea, todo se vuelve extraño y de compleja comprensión. Sucede así con una palabra, con cualquier palabra: se pronuncia lentamente durante unos minutos, sin solución de continuidad y arroja un sonido extraño y la comprensión se desmorona. Hay errores en la mecanografía que resultan ser grandes hallazgos.

+ Aquél recuerdo del rostro del escueto fotógrafo me asaltó mientras discurría un sueño donde un archivo no dejaba de envolverse sobre sí mismo de una manera sistemática, que al tiempo también me envolvía a mí, que me atrapaba. Una pesadilla fruto de los medicamentos y la fiebre. La mirada de pájaro del fotógrafo me salvó de aquella trituradora de cifras estampadas en enormísimas sábanas de papel o de seda blanda. Yo lo había visto en la vigilia en una conferencia de la feria de arte. Era menudo, ágil y nervioso, pero estaba en silencio y expectante. Me senté y traté de atender a lo que el crítico decía, pero, realmente, no me interesaba mucho: sólo las personas me interesaban y mucho menos los discursos. Los pájaros son inocencia y vacío, pero mi pájaro preferido es el cuervo que se opone a las etiquetas anteriores, pero el fotógrafo era esto y esto es lo que veo en las fotos suyas que he buscado en la red.

+ ¿Cuántos meses han pasado? Prefiero mantenerme en la ignorancia y pensar que el tiempo carece importancia. Pero he vuelto a leer el primer capítulo del Ulises de Joyce. Y recordé lo que dijo el catedrático aquella tarde en Ávila, mientras llovía intensamente: Ulises es como las patatas revolconas, no me sienta bien su lectura, debo evitar la lectura como la ingesta de patatas. Y la lectura continuó y entendí el porqué de sus palabras, lo vulgar de su opinión, como un cierto vacío y unas risas que se lo permitían su dignidad cobró extensión entre el auditorio. No me ofende, pero sé que el Ulises es un libro muy próximo más por la cercanía con otros lectores que por mí mismo. Y, así, creo que la fiebre se mantiene y ha matizado esta lectura súbita e inesperada. Ha sido una inyección de auténtica pasión por la lectura, en esta tarde de marzo, en un tal que martes y 13. La lectura es esto: cierto decaimiento, abrir el libro, comenzar y sentir que siempre ha estado ahí y una fuerza y rememoración se eleva para hacernos más literarios en nuestro discurrir vital. La literatura es un compromiso con el día a día, en ello se manifiesta mi pasión por los libros, ya que son el tamiz mediante el cual comprendo lo diario. Manifiesto mi adhesión por Joyce, en esta tarde del final del invierno, cuando los días ya han crecido lo suficiente para albergar una esperanza que se funda en deshielo y la promesa de las playas y los amores adolescentes.

+ Una leve recaída una semana después. El dolor de cabeza, un mareo leve, el sueño pesado y muy extenso. Las metáforas del espacio producen una sensación de olvido y pesadez. La extensión del sueño se resuelve en historias nada oníricas, sino ancladas en lo diario. Lo diario es la matriz que nos constituye. La fiebre era escasa y al despertarme había desaparecido. Esa puerta abierta me muestra mi parte angulosa y desconocida, veo formas curvas, pero una indefinición definitiva. Se eliminan miedos y se muestra una sorpresa constante. No hay daño. Vuelvo al Ulises.

+ Imagen: me interesaban los cuadros, me interesan las personas y su estatismo.

sábado, 10 de marzo de 2018

Contenedores


+ Rescato las notas tomadas en el metro hace dos semanas. Es la hoja cuadriculada de una libreta de medio folio, con letra rápida en tinta de bolígrafo de punta fina. Por cierto, un bolígrafo estupendo de sólo treinta céntimos. El hecho de tomar notas dibuja un panorama, o, mejor, lo crea. La percepción de la realidad se ve transformada por el paso de la visión a la palabra escrita, se desprende y se transforma en otra cosa. No creo que nadie más que yo lea estas notas, pero ya no soy yo el mismo: un yo escribe y un yo lee las notas. Ese juego de espejos en esta hora del sábado lluvioso reconquista un terreno de ficción y realidad, como el haz y el envés de una hoja transparente.

+ La presencia de Foucault en el semanario francés que compré en un kiosco para leer en el avión resulta emblemática [en el preciso sentido que el término tiene]. ¿Soy un snob? Ayer vi a una persona con una libreta que en las guardas tenía la misma foto de la revista. F. mira al frente y parece inquirir al que la foto ve: preguntas que abren un abanico de posibilidades, preguntas que cambian o demuelen las certezas. ¿F. es un icono que se debe mostrar, como una bandera, como un lazo pleno de significado, el escudo de algún club? No participo en ello. La revista hablaba de educación, de políticos muy atareados y de la buena mesa, de las costumbres tan francesas de los fines de semana en automóvil: guía turística, vino y albergue. Recuerdo como Francia me enamoró: carreteras, pueblos e infinitos viñedos. Entre esas agradables razones estaba él. ¿Qué ha sido de todo aquello, dónde vive, salvo en mi recuerdo? En aquel viaje fuimos a visitar la casa natal de Foucault. Llovía y había una poética melancolía en todo Poitiers,. F. desde el primer momento que tuve noticia de él no me pareció especialmente feliz, sino producto de una tensión que no tenía forma de ser resuelta; luego me adentré en su obra y en su biografía y no me equivocaba. Ante aquella flamboyante mansión en Poitiers me llevaba a pensar en su difícil infancia, la complicada relación con su padre, su homosexualidad. Con todo, creo que fue capaz de construir una persona que le satisfacía, aunque el dolor nunca desapareció: alcohol, drogas, jornadas de trabajo imposibles, la entrega del cuerpo en la dominación sexual (…) Ahora sirve su rostro para decorar libretas, me digo y el avión es una cápsula que me permite el aislamiento y la ruptura con lo automático. Volveremos a Francia, me digo y caigo en un sueño ligero.

+ ARCO: el arte contemporáneo como vehículo de inversión, posturas y distracciones. Nada más entrar en la feria recordé lo que dijo la profesora de italiano: no soporto a Fellini porque no soporto el circo [ese punto siniestro de los payasos, el maquillaje excesivo, los trajes de lentejuelas de las trapecistas, por ejemplo]. Yo estaba allí y admiré el atuendo, los gestos y las distancias de los visitantes. Sus cámaras pequeñas y perfectas, sus mundanos amores y desamores, el reflejo de lo exclusivo y territorial. Vuelvo, tras un momento, sobre mis ideas acerca de una colección como estímulo y como configuración de la personalidad, donde se puede diluir el yo para alumbrar un nuevo yo: la visita a lo mejor de la persona, tal vez. Estos juegos, me digo, conducen a una hipóstasis, a una pretensión de autenticidad. Recuerdo los paseos por los amplios pasillos, con los stands a mi vera, como un río de personas y conversaciones yuxtapuestas. Trato de hilar la colección con el atuendo y la panoplia de abrigos, sombreros, hilados finos, botas, tacones imposibles, medias eróticas, atrevidos tatuajes tan sobreexpuestos como frívolos, melenas al viento de la calefacción: oh, la bomba de calor, cigarrillos electrónicos (prohibidos y utilizados sin desdoro), cuero y seda, miradas acrílicas, dentelladas de oro perfecto y reluciente, el pez sin escamas, la mujer infinita, el hombre dulcificado, el hombre de cristal, el hombre de azúcar y sal. Mucho más. El desfile, la variedad, el gustar y el sorprender. Meses de preparación para culminar con el momento en que dios se hace carne mortal. Y yo con mi bolsa azul turquesa llena de libros y con la bufanda gris como mi gris era mi presencia: qué autoridad subterránea la del espectador silencioso e invisible, libros y apuntes, bolígrafos, libretas y un pequeño ordenador que casi todo lo puede. Quise comer y no encontré dónde, quise beber y tampoco puede hacerlo, había algo bíblico y alegórico en el aquella acumulación de objetos y personas extremadamente amaneradas. Por fin salí y el caminar por la cinta transportadora fue un alivio. Veía el cielo con esos reflejos de aviones nocturnos y sabía que era viernes, que pronto volaría hacia casa y que esa profundidad azul de la noche tenía más de verdad que los diccionarios recién abandonados. Ay, me dolía la espalda y ese recordar: eres mortal. El dolor es tangible, el sujeto de toda colación. El parecetamol me devolvió mi humanidad y dormí sin pesares. Soñé con el arte y con los artistas, con los mediadores y los mercaderes, soñé y los veía desde una distancia deseada. Ya nada me asusta, he cruzado un río que limpia la memoria de membranas y resortes malignos. Yo también soy otro, sin haber comprado obra. La obra.

+ Las personas necesitamos tejer una vida. Esta obviedad, en cuanto se para uno a pensar un poco, tiene unas ramificaciones que dan vértigo. Trataré de explicarme. Los últimos días en Madrid, entre conferencias y las soledades del transporte público, me llevaron a ver todo desde una óptica fotográfica, porque yo así lo elegí. Si hacemos un disparo sobre cualquier situación o escena de la vida cotidiana, ésta pierde gran parte de su contexto, por esta razón se abren interpretaciones y sentidos insospechados. Cuando ya es otro el que ve la situación o la escena fotografiada y sin referentes, las posibilidades se ensanchan, los sentidos son otros y, en ocasiones, estos sentidos se oponen al principio rector que el fotógrafo había empleado para lograr sus fines, el que guía la elección de un encuadre, un punto de vista, una velocidad, el enfoque o el desenfoque; los elementos que posicionan el resultado final son solo una propuesta, nunca una lectura cerrada. Tejer una vida supone actividad, un censo de acciones que van desde el levantarse al acostarse. La organización, la agenda, la disposición de los elementos en el discurrir de lo cotidiano, un extenso repertorio de verdades construidas o a medio construir, que valen lo que vale un segundo, pues cada uno de ellos nos conduce a la muerte. El olvido, la suplantación de nuestra temporalidad. Así, buscar la personalidad adecuada a nuestra biografía es la tarea que nos imponemos, consciente o inconscientemente. La narración es el telar, la tela se deshilacha según el telar la produce. Veo toda esa amplificada actividad de la feria de arte contemporáneo y reconozco la capacidad metafórica que el hecho teatral tiene. ¿Artaud me guiará en la «noche oscura del alma»? Deseaba aportar esos fragmentos a mi mismidad, pero pronto me di cuenta de resultaban opuestos a mi yo actual. Quizá tuviese que ver con otro que fui, pero he envejecido y ahora todo se ha desprovisto de capas de maquillaje y de ropajes más o menos acertados. ARCO hablaba mucho de mí, de asuntos que ya no me interesan, de una cierta personalidad que buscaba y que encontré, que vestí y que deseché. Ahora lo sé. La escritura posibilita la indagación, emerge un otro yo que permanecía en el fondo de mi consciencia; ahora lo veo y le digo que regrese a su lugar. Me obedece y continuo con la idea sobre el teatro y la vida que Artaud me aporta, la crueldad como método, ese subrayado.

+ Un leve y constante dolor de espalda me acompañó. Un dolor muscular. Sé a qué fue debido: posiciones inadecuadas en la silla de la sala de conferencias y el peso excesivo durante todo el día. Sé que las incomodidades nos aproximan a la centralidad de la visión. El vidente nunca duerme. Un dolor agudo mata la visión y el entendimiento, sólo cabe la concentración sobre su materia inasible. Luego, el avión fue rumores, zumbidos, cristales que entrechocan. Reflexiono, subrayo y tomo notas. Qué oficio el mío: sin sueldo, sin conclusión. Contaré las monedas que tengo.


+ Imagen: una foto que se disparó sin intención. La falta de foco, la oscuridad, la ausencia de previsión. Soy yo.

sábado, 3 de marzo de 2018

Anotaciones del día a día




+ Hombres que espían conversaciones, las conversaciones que fluyen en las pantallas. Gafas, zapatos resistentes, aburrimiento. Escucho a los Beatles en el tránsito que el metro ofrece y ese contexto es el único que puede explicar mis confusas impresiones en éstas las primeras horas del día. Los pasajeros duermen con sus teléfonos entre sus manos, se reflejan en los cristales, se agita el vagón. Nostalgia de otra ternura, ternura que nunca existió. Construyo la narración de sus vidas y, a partes iguales, es acierto y es error. El hombre parece que se derrumbase sobre sí mismo: se inclina, sus ojos se clavan en sus zapatos y suspira, eleva la mirada y el pelo se agita, aunque pronto regresa a su ordenado peinado. El hombre baja en San Bernardo, quiero pensar que es un empleado de una papelería, una tendencia a la equivocación en la que triunfa el intuir, la prueba y el error. Creo que no supera los cuarenta años, pero parece mayor, quizá siempre ha sido así: el atuendo lo es todo. Me difumino en la masa. Un entretenimiento cuando la noche se retira y el día espera para hacer presencia, en el subsuelo escucho a los Beatles y sorteo la prisa. ¿Esto conforma el día a día? Sin duda alguna.

+ Tomo un libro de fotografía del estante. Es una historia de la fotografía o, mejor, la historia de una extensa colección de fotografía. Su ordenación es temporal y no temática. Veo la fotos y trato de establecer un puente entre mi día a día y lo que las fotos me aportan. Subir al coche, poner música, dirigirse al trabajo; el estudio, los paseos, correr, disfrutar de los bares y las cafeterías (en la última hora de la tarde, la hora de la merienda-cena). Se puede intentar ver todo desde una óptica prestada o hurtada, el disparo fotográfico en este caso. Visiones pop, visiones industriales, documentadas aceleraciones del presente hacia el futuro, retratos o paisajes. No necesito la cámara. Eso me regala una productiva insatisfacción. He visitado una larga acumulación de arte contemporáneo y esperaba encontrar una respuesta a una pregunta: cómo mantener una alucinada visión sobre la realidad, ya que pensaba que allí se encontraba una respuesta, el venero donde encontrar la respuesta. Finalmente, todo se transforma en la certeza de que el tiempo ha pasado y la edad es una conquista, con su precio, pero con su recompensa. Me he alejado de los intentos de comprender el arte contemporáneo y me dejo llevar por el gusto, por la construcción de una visión y veo que en ello hay un particular y personal utilitarismo. Paseo por el dédalo de las galerías, paredes blancas y obras y obras que condensan una marcada apuesta por la inversión. Crear valor es bueno, pero yo estoy en otra cosa: más lejana, opuesta, paradójica quizá. Resulta complicado, ¿imposible?, separar las obras de su precio, de sus promesas de revalorización. Abro el libro de fotografía y el blanco y negro esconde una invitación a la duda: en su momento esto fue vanguardia, hoy es algo muy antiguo, muy antiguo. Geometría, duplicidades, espejos de acero o de cristal. El puente entre mi día a día y las fotos une el deseo y su figurada sombra: me concentro, observo detenidamente un depósito naranja, portátil, para transportar gasolina, el depósito está pensado para una pequeña barca neumática; lo sopeso y creo verlo sobre una peana blanca y protegido por una urna de cristal blindado: lo traslado al contexto del museo y la obra está ya ahí. Esa es la idea de fotografía, su envés. Disparad y ampliad hasta los tres metros por dos, ahí se rompe lo automático y emerge la obra, aquel pensamiento que conduce a la duda y a la sorpresa. Es martes, pronto dormiré, con la certeza de lo vivido y con el olvido de la muerte, mientras me sumerjo en el sueño.

+ El sueño es la imagen de la muerte.

+ La luz se hace y veo que el tema es la vida cotidiana. Ella no se enfrenta a nada, pues todo lo incluye, nada excluye. Esta sensación de inclusión es la que he buscado durante las últimas semanas, que espontáneamente surgía en los lugares habituales por los que transito: una ebriedad ligera ante la magnitud del fenómeno, un enamoramiento lujurioso de lo real dado y compartido. La erótica circula en todos los actos del día: levantarse, el desayuno, el viaje al trabajo, el trabajo, la comida, el estudio, el paseo, las últimas lecturas del día, el momento en que el sueño me acoge. El viaje, el turismo, las visitas a los museos o a los centros comerciales. Compras semanales, adquisición de vestuario, cenas o cervezas en los bares habituales. El mejor instrumento para acotar este vértigo ha resultado ser la fotografía: como autor, como observador. La fotografía documenta y establece una vía de conocimiento: esta ambivalencia otorga fuerza a nuestra visión. Y la palabra visión no me gusta, pero otra no encuentro: la crónica del vidente. He rescatado dos libros: 1) Mitologías de R. Barthes y 2) Everyday Life de M. Sheringham. Como si de dos atlas para la descripción de planetas ignotos y complementarios se tratase, buscaré las razones que ilustren mi investigación en mi particular realidad, en la conexión con las otras realidades, y con las posibles divergencias, todo ello dentro de ese ámbito común que es el día a día. No hay otra.


+ Imagen: no es un disparo fortuito, pero lo intenta. La simulación de la casualidad se reviste de un programa que encaja en lo que voy viendo, digiero y transformo en esta otra realidad: el blog. Everyday life.