sábado, 10 de marzo de 2018

Contenedores


+ Rescato las notas tomadas en el metro hace dos semanas. Es la hoja cuadriculada de una libreta de medio folio, con letra rápida en tinta de bolígrafo de punta fina. Por cierto, un bolígrafo estupendo de sólo treinta céntimos. El hecho de tomar notas dibuja un panorama, o, mejor, lo crea. La percepción de la realidad se ve transformada por el paso de la visión a la palabra escrita, se desprende y se transforma en otra cosa. No creo que nadie más que yo lea estas notas, pero ya no soy yo el mismo: un yo escribe y un yo lee las notas. Ese juego de espejos en esta hora del sábado lluvioso reconquista un terreno de ficción y realidad, como el haz y el envés de una hoja transparente.

+ La presencia de Foucault en el semanario francés que compré en un kiosco para leer en el avión resulta emblemática [en el preciso sentido que el término tiene]. ¿Soy un snob? Ayer vi a una persona con una libreta que en las guardas tenía la misma foto de la revista. F. mira al frente y parece inquirir al que la foto ve: preguntas que abren un abanico de posibilidades, preguntas que cambian o demuelen las certezas. ¿F. es un icono que se debe mostrar, como una bandera, como un lazo pleno de significado, el escudo de algún club? No participo en ello. La revista hablaba de educación, de políticos muy atareados y de la buena mesa, de las costumbres tan francesas de los fines de semana en automóvil: guía turística, vino y albergue. Recuerdo como Francia me enamoró: carreteras, pueblos e infinitos viñedos. Entre esas agradables razones estaba él. ¿Qué ha sido de todo aquello, dónde vive, salvo en mi recuerdo? En aquel viaje fuimos a visitar la casa natal de Foucault. Llovía y había una poética melancolía en todo Poitiers,. F. desde el primer momento que tuve noticia de él no me pareció especialmente feliz, sino producto de una tensión que no tenía forma de ser resuelta; luego me adentré en su obra y en su biografía y no me equivocaba. Ante aquella flamboyante mansión en Poitiers me llevaba a pensar en su difícil infancia, la complicada relación con su padre, su homosexualidad. Con todo, creo que fue capaz de construir una persona que le satisfacía, aunque el dolor nunca desapareció: alcohol, drogas, jornadas de trabajo imposibles, la entrega del cuerpo en la dominación sexual (…) Ahora sirve su rostro para decorar libretas, me digo y el avión es una cápsula que me permite el aislamiento y la ruptura con lo automático. Volveremos a Francia, me digo y caigo en un sueño ligero.

+ ARCO: el arte contemporáneo como vehículo de inversión, posturas y distracciones. Nada más entrar en la feria recordé lo que dijo la profesora de italiano: no soporto a Fellini porque no soporto el circo [ese punto siniestro de los payasos, el maquillaje excesivo, los trajes de lentejuelas de las trapecistas, por ejemplo]. Yo estaba allí y admiré el atuendo, los gestos y las distancias de los visitantes. Sus cámaras pequeñas y perfectas, sus mundanos amores y desamores, el reflejo de lo exclusivo y territorial. Vuelvo, tras un momento, sobre mis ideas acerca de una colección como estímulo y como configuración de la personalidad, donde se puede diluir el yo para alumbrar un nuevo yo: la visita a lo mejor de la persona, tal vez. Estos juegos, me digo, conducen a una hipóstasis, a una pretensión de autenticidad. Recuerdo los paseos por los amplios pasillos, con los stands a mi vera, como un río de personas y conversaciones yuxtapuestas. Trato de hilar la colección con el atuendo y la panoplia de abrigos, sombreros, hilados finos, botas, tacones imposibles, medias eróticas, atrevidos tatuajes tan sobreexpuestos como frívolos, melenas al viento de la calefacción: oh, la bomba de calor, cigarrillos electrónicos (prohibidos y utilizados sin desdoro), cuero y seda, miradas acrílicas, dentelladas de oro perfecto y reluciente, el pez sin escamas, la mujer infinita, el hombre dulcificado, el hombre de cristal, el hombre de azúcar y sal. Mucho más. El desfile, la variedad, el gustar y el sorprender. Meses de preparación para culminar con el momento en que dios se hace carne mortal. Y yo con mi bolsa azul turquesa llena de libros y con la bufanda gris como mi gris era mi presencia: qué autoridad subterránea la del espectador silencioso e invisible, libros y apuntes, bolígrafos, libretas y un pequeño ordenador que casi todo lo puede. Quise comer y no encontré dónde, quise beber y tampoco puede hacerlo, había algo bíblico y alegórico en el aquella acumulación de objetos y personas extremadamente amaneradas. Por fin salí y el caminar por la cinta transportadora fue un alivio. Veía el cielo con esos reflejos de aviones nocturnos y sabía que era viernes, que pronto volaría hacia casa y que esa profundidad azul de la noche tenía más de verdad que los diccionarios recién abandonados. Ay, me dolía la espalda y ese recordar: eres mortal. El dolor es tangible, el sujeto de toda colación. El parecetamol me devolvió mi humanidad y dormí sin pesares. Soñé con el arte y con los artistas, con los mediadores y los mercaderes, soñé y los veía desde una distancia deseada. Ya nada me asusta, he cruzado un río que limpia la memoria de membranas y resortes malignos. Yo también soy otro, sin haber comprado obra. La obra.

+ Las personas necesitamos tejer una vida. Esta obviedad, en cuanto se para uno a pensar un poco, tiene unas ramificaciones que dan vértigo. Trataré de explicarme. Los últimos días en Madrid, entre conferencias y las soledades del transporte público, me llevaron a ver todo desde una óptica fotográfica, porque yo así lo elegí. Si hacemos un disparo sobre cualquier situación o escena de la vida cotidiana, ésta pierde gran parte de su contexto, por esta razón se abren interpretaciones y sentidos insospechados. Cuando ya es otro el que ve la situación o la escena fotografiada y sin referentes, las posibilidades se ensanchan, los sentidos son otros y, en ocasiones, estos sentidos se oponen al principio rector que el fotógrafo había empleado para lograr sus fines, el que guía la elección de un encuadre, un punto de vista, una velocidad, el enfoque o el desenfoque; los elementos que posicionan el resultado final son solo una propuesta, nunca una lectura cerrada. Tejer una vida supone actividad, un censo de acciones que van desde el levantarse al acostarse. La organización, la agenda, la disposición de los elementos en el discurrir de lo cotidiano, un extenso repertorio de verdades construidas o a medio construir, que valen lo que vale un segundo, pues cada uno de ellos nos conduce a la muerte. El olvido, la suplantación de nuestra temporalidad. Así, buscar la personalidad adecuada a nuestra biografía es la tarea que nos imponemos, consciente o inconscientemente. La narración es el telar, la tela se deshilacha según el telar la produce. Veo toda esa amplificada actividad de la feria de arte contemporáneo y reconozco la capacidad metafórica que el hecho teatral tiene. ¿Artaud me guiará en la «noche oscura del alma»? Deseaba aportar esos fragmentos a mi mismidad, pero pronto me di cuenta de resultaban opuestos a mi yo actual. Quizá tuviese que ver con otro que fui, pero he envejecido y ahora todo se ha desprovisto de capas de maquillaje y de ropajes más o menos acertados. ARCO hablaba mucho de mí, de asuntos que ya no me interesan, de una cierta personalidad que buscaba y que encontré, que vestí y que deseché. Ahora lo sé. La escritura posibilita la indagación, emerge un otro yo que permanecía en el fondo de mi consciencia; ahora lo veo y le digo que regrese a su lugar. Me obedece y continuo con la idea sobre el teatro y la vida que Artaud me aporta, la crueldad como método, ese subrayado.

+ Un leve y constante dolor de espalda me acompañó. Un dolor muscular. Sé a qué fue debido: posiciones inadecuadas en la silla de la sala de conferencias y el peso excesivo durante todo el día. Sé que las incomodidades nos aproximan a la centralidad de la visión. El vidente nunca duerme. Un dolor agudo mata la visión y el entendimiento, sólo cabe la concentración sobre su materia inasible. Luego, el avión fue rumores, zumbidos, cristales que entrechocan. Reflexiono, subrayo y tomo notas. Qué oficio el mío: sin sueldo, sin conclusión. Contaré las monedas que tengo.


+ Imagen: una foto que se disparó sin intención. La falta de foco, la oscuridad, la ausencia de previsión. Soy yo.