sábado, 3 de marzo de 2018
Anotaciones del día a día
+ Hombres que espían conversaciones, las conversaciones que fluyen en las pantallas. Gafas, zapatos resistentes, aburrimiento. Escucho a los Beatles en el tránsito que el metro ofrece y ese contexto es el único que puede explicar mis confusas impresiones en éstas las primeras horas del día. Los pasajeros duermen con sus teléfonos entre sus manos, se reflejan en los cristales, se agita el vagón. Nostalgia de otra ternura, ternura que nunca existió. Construyo la narración de sus vidas y, a partes iguales, es acierto y es error. El hombre parece que se derrumbase sobre sí mismo: se inclina, sus ojos se clavan en sus zapatos y suspira, eleva la mirada y el pelo se agita, aunque pronto regresa a su ordenado peinado. El hombre baja en San Bernardo, quiero pensar que es un empleado de una papelería, una tendencia a la equivocación en la que triunfa el intuir, la prueba y el error. Creo que no supera los cuarenta años, pero parece mayor, quizá siempre ha sido así: el atuendo lo es todo. Me difumino en la masa. Un entretenimiento cuando la noche se retira y el día espera para hacer presencia, en el subsuelo escucho a los Beatles y sorteo la prisa. ¿Esto conforma el día a día? Sin duda alguna.
+ Tomo un libro de fotografía del estante. Es una historia de la fotografía o, mejor, la historia de una extensa colección de fotografía. Su ordenación es temporal y no temática. Veo la fotos y trato de establecer un puente entre mi día a día y lo que las fotos me aportan. Subir al coche, poner música, dirigirse al trabajo; el estudio, los paseos, correr, disfrutar de los bares y las cafeterías (en la última hora de la tarde, la hora de la merienda-cena). Se puede intentar ver todo desde una óptica prestada o hurtada, el disparo fotográfico en este caso. Visiones pop, visiones industriales, documentadas aceleraciones del presente hacia el futuro, retratos o paisajes. No necesito la cámara. Eso me regala una productiva insatisfacción. He visitado una larga acumulación de arte contemporáneo y esperaba encontrar una respuesta a una pregunta: cómo mantener una alucinada visión sobre la realidad, ya que pensaba que allí se encontraba una respuesta, el venero donde encontrar la respuesta. Finalmente, todo se transforma en la certeza de que el tiempo ha pasado y la edad es una conquista, con su precio, pero con su recompensa. Me he alejado de los intentos de comprender el arte contemporáneo y me dejo llevar por el gusto, por la construcción de una visión y veo que en ello hay un particular y personal utilitarismo. Paseo por el dédalo de las galerías, paredes blancas y obras y obras que condensan una marcada apuesta por la inversión. Crear valor es bueno, pero yo estoy en otra cosa: más lejana, opuesta, paradójica quizá. Resulta complicado, ¿imposible?, separar las obras de su precio, de sus promesas de revalorización. Abro el libro de fotografía y el blanco y negro esconde una invitación a la duda: en su momento esto fue vanguardia, hoy es algo muy antiguo, muy antiguo. Geometría, duplicidades, espejos de acero o de cristal. El puente entre mi día a día y las fotos une el deseo y su figurada sombra: me concentro, observo detenidamente un depósito naranja, portátil, para transportar gasolina, el depósito está pensado para una pequeña barca neumática; lo sopeso y creo verlo sobre una peana blanca y protegido por una urna de cristal blindado: lo traslado al contexto del museo y la obra está ya ahí. Esa es la idea de fotografía, su envés. Disparad y ampliad hasta los tres metros por dos, ahí se rompe lo automático y emerge la obra, aquel pensamiento que conduce a la duda y a la sorpresa. Es martes, pronto dormiré, con la certeza de lo vivido y con el olvido de la muerte, mientras me sumerjo en el sueño.
+ El sueño es la imagen de la muerte.
+ La luz se hace y veo que el tema es la vida cotidiana. Ella no se enfrenta a nada, pues todo lo incluye, nada excluye. Esta sensación de inclusión es la que he buscado durante las últimas semanas, que espontáneamente surgía en los lugares habituales por los que transito: una ebriedad ligera ante la magnitud del fenómeno, un enamoramiento lujurioso de lo real dado y compartido. La erótica circula en todos los actos del día: levantarse, el desayuno, el viaje al trabajo, el trabajo, la comida, el estudio, el paseo, las últimas lecturas del día, el momento en que el sueño me acoge. El viaje, el turismo, las visitas a los museos o a los centros comerciales. Compras semanales, adquisición de vestuario, cenas o cervezas en los bares habituales. El mejor instrumento para acotar este vértigo ha resultado ser la fotografía: como autor, como observador. La fotografía documenta y establece una vía de conocimiento: esta ambivalencia otorga fuerza a nuestra visión. Y la palabra visión no me gusta, pero otra no encuentro: la crónica del vidente. He rescatado dos libros: 1) Mitologías de R. Barthes y 2) Everyday Life de M. Sheringham. Como si de dos atlas para la descripción de planetas ignotos y complementarios se tratase, buscaré las razones que ilustren mi investigación en mi particular realidad, en la conexión con las otras realidades, y con las posibles divergencias, todo ello dentro de ese ámbito común que es el día a día. No hay otra.
+ Imagen: no es un disparo fortuito, pero lo intenta. La simulación de la casualidad se reviste de un programa que encaja en lo que voy viendo, digiero y transformo en esta otra realidad: el blog. Everyday life.
