sábado, 24 de marzo de 2018
«Ineluctable modalidad de lo visible»
+ [El título recoge el inicio del capítulo 3 del Ulises de Joyce. No soy el primero que utiliza la cita, ni seré el último, ya que pone de relieve una verdad incontestable: no se admite discusión sobre lo que vemos, ¿o sí? Es un debate que mantendré en algún momento y para ello me preparo, esta entrada no deja de formar parte del entrenamiento: mientras, en lo diario habito, cómo no].
+ Antiguos poetas que ya nadie lee, salvo yo [= eso me gusta creer]. Regreso de mi diario trabajo y abro el grueso tomo y comienzo a leer/analizar sonetos. Un trabajo, todo un trabajo. ¿Quién, salvo yo, le interesa este armazón, la calidad de los acentos y el ritmo de los endecasílabos, la temática? Automático, reflejos dorados, silencio, entrega, tiempo y fortuna. Tiempo y fortuna, esa es la clave. No puedo ya pensar en términos de utilidad y beneficio, porque el beneficio es otro. Y no dejo de bendecir lo diario, el día que amanece, crece y muerte, en ello estoy. Como y descanso, leo, subrayo, vuelvo a leer, anoto ideas, me canso y llega la hora de la cerveza helada. Noche, lluvia, calles negras o grises de pelo de rata. Corre un gato con una salchicha en la boca, mira y vuelve a lo suyo. Los poetas que nadie lee me acompañan por las calles. Viejas canciones pop que escuchaba cuando era joven, esas guitarras afiladas y bien rimadas, pero no regresan, ahora el tiempo es inestable y esa es la única manera de llegar a su significado, a su sentido. El sentido es el vacío, pues no hay nada. Camareros aburridos, olor a carne recocida, algún fumador en la terraza mientras la humedad avanza por los cuerpos y por los muros. Es un emblema. El color del barro, una cucharilla tirada en el suelo, el blando tacto de la noche: húmeda, exacta, huidiza.
+ Sin desearlo, avanzo en la lectura de Joyce y la intuición se mueve hacia la certeza: el tema es lo cotidiano. La vida cotidiana. El fluir en lo diario es la vida, no hay otra y hacia ahí apunta todo. No me doy cuenta repentinamente, sino que es un movimiento al que le ha llevado cuajar. Observaciones, detenidas observaciones sobre la textura que conforma la vida diaria y sus eslabones, reflexión y silencio. Huyo de la imaginación, no me interesan los mundos imaginados, prefiero la penetración en el detalle, los taladros que realiza el movimiento del reloj: lo escucho, una cresta, un pico, una araña que teje. Me interesa la mugre que atesoran los baños públicos, pero también los muestrarios de cosmética que puedo ver en los supermercados, luces y sombras de una misma moneda: la cara y la cruz; el detritus, la elevación de una protesta en la cola del cine, palomas que elevan el vuelo y ensombrecen la catedral. No hay manera de atrapar esa corriente, superior a cualquier intento de establecer un mundo al margen de éste. Me entrego a esa realidad que no para de cambiar, que se establece y muestra sus posibilidades en el gozne que los discursos, sin necesidad de ellos, por encima del concepto y el contextos, pues ambas etiquetas las determina ella sin voluntad sobre ese absoluto. Vuelvo al libro y abandono el ordenador.
+ La conducción establece un marco posible, el reglamento y sus límites, el registro musical de cada mañana donde se entreveran canciones y sonatas, nunca se sabe qué saltará en el próximo corte, luces brillantes en la oscuridad última de la noches: cuando era niño tenía una idea muy equivocada el amanecer: una sinfonía paralizante. Cuántas razones han aportado la misma decepción. El volante afirma la conexión con la verdad del trabajo diario y el orden que establece con respecto al desorden mismo de la naturaleza, por eso prefiere la ciudad, me digo y miro al frente. Caen gruesas gotas de lluvia y se estrellan contra el parabrisas, contra el cristal que ésta un poco empañado y me obliga a poner la calefacción: odioso olor de motor y estancamiento. Abro la ventanilla y la mañana contiene un frío de marzo que es agradable para el que sabe entenderlo. Vibra el recuerdo de lo leído antes de dormir, la calidez del viejo tomo que se ha perlado de manchas amarillas con una orla negruzca: hay belleza en esa marca del tiempo. No hay otra. Aprecio el tacto de las rutinas y mi condición de commuter no es un atuendo cualquiera. Preferiría ir en tren que ir en coche, pero debo disfrutar de la conducción y sus parámetros, la esfericidad del día que comienza. Sé qué hacer hasta la hora de salir, todo está bien organizado; tras la comida, comenzaré otro trabajo: la investigación, el rebuscar palabras en cientos de sonetos y con ellas elevar una posibilidad. Cuenta, por precisión, esa misma posibilidad que se concreta en lo verosímil. Aprecio el fluido río de la vida, meandros, rápidos, remansos. Hablaré antes de comenzar: un asesinato, el castigo a las pensiones, el presidente del gobierno y su falta de solidez, sus amigos, la chica que desapareció, las luces brillantes de los coches de policía: son azules, ambulancias, la cunetas se atascan y es preciso hacer que el agua fluya libre por sus costados de hormigón, el cemento y la grava pulida. Me siento ante el ordenador y una realidad se alumbra. Apunto nombres, recuerdo una cita, pienso en lo que debo decir llegado el momento; cómo me gusta planificarlos correos electrónicos, las entrevistas, las reuniones, la citas. Una inspiración, una expiración. El día recorre mi cuerpo y le da sentido, yo se lo doy con esa oración dirigida a los pequeños detalles. La vida de los pequeños detalles que conforma y estructuran lo diario.
+ Me pregunto el porqué, por qué me molestaban sus cuadros, sus fotos. Creo que se trataba de la cotización que habían alcanzado y de lo vacuo de su propuesta [= eso me gusta creer]. Me parecían los cuadros excesivamente decorativos, propicios para una naviera de tamaño medio en su sala de reuniones, brochazos, líneas producidas al arrastrar una pesada espátula sobre al masa fresca de pintura blanca y verde, que cuajaba en un negro fundamental y un tanto graso. Paisajes, ondulaciones, colores mezclados. Pero las fotos eran de lo peor, ya que desvelaban una falta de talento absoluta. ¿Cómo no se daba cuenta? Con la pintura podría disimular su mediocridad, incluso nos podría haber hecho creer que era brillante, pero la fotografía mostraba la pobre composición de su imaginario. Sé que estuvo en Londres, que fotografía cementerios y que una piedra o una losa lo llevaron por la calle de la amargura. Pensé en la expresión: la calle de la amargura, y, acto seguido, recordé la conversación sobre la losa negra que lo subyugaba. Creo que quería hablar de amor, de sentimientos, de fracasos sentimentales en la otra orilla del río, pero le parecía que enturbiaba su figura de artista que emerge de entre los mortales para ser un cotizado concepto. Pintura-pintura y la foto como archivo, frente a la biblioteca. Mal digeridas lecturas filosóficas y una opaco licor que no era whisky ni vodka, que lo bebía muy frío y lo lleva al silencio. Pero no comprendo porque me molesta todo lo suyo, cuando lo veo en el museo. Lienzos grandes, pesados, sin memoria, náufragos, ingenuos y oscuros, sin vida que aportar, aunque eso ya no interesa. Su cotización o el éxito, se trataría de eso, quizá es envidia de poder tener una vida y un personaje, pero los cuadros son un desastre, ni siquiera sé porqué pinta, si eso no está ya en la estala de su personaje. Ello explica la fotografía, como si hubiera más peso de concepto o discurso, ya agotado en la verticalidad de sus cuadros, como una chispa que no dura más que una división del segundo. No es mala persona, pero creo que también hace vídeos, esas son las últimas noticias.
+ Sinceramente me causa una agradable y sincera ternura la foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulises. Yo he detenido la lectura para buscar la foto en la red. La veo y me conmueve. ¿Entendía el libro, leía el libro o sólo era una paradójica pose? Por supuesto que sí, entendía el libro, me digo en su defensa y en el rechazo del chiste fácil. Hay que volver al núcleo de la recepción y no discutir la capacidad del lector, del receptor. Yo me sumerjo y encuentro notas biográficas que me atañen: qué odioso aquello que declaraba tú eso no lo entiendes [= todo la mareante marea de arte sin explicación ni razón, salvo su valor crematístico]. ¿Qué hay que entender? La camiseta de tiras multicolor es fantástica. La chica lee con interés y yo lo comprendo. Lo iconos reproducen los chispazos de deseo que nos guían en el transcurso de lo visible, lo diario, lo palpable. Corazón roto por la estupidez. Lee y es suficiente. Quién se erige en juez y establece una suerte de hiato entre ella y el libro. Hay que ser muy osado. Sólo es un foto, quizá no leía, pero hay algo que nos indica que la verdad se oculta en esas irrupciones de lo especial. Vuelvo al libro y soy yo el que lo comprende, si es que la palabra es adecuada: ¿y M.M.? Ella le da sentido, un sentido que yo hoy deseo en su sensual totalidad.
+ Ay, me asalta el recuerdo de The Misfits.
+ Imagen: en febrero, tal vez. Los andamios como una promesa artística, que no depende de otra cosa que de la inserción en el contexto adecuado, con el manto conceptual adecuado; si lo deseamos lo leeremos así, de lo contrario: no. Finalmente, la elección nos pertenece.
