sábado, 29 de julio de 2017

Verano

 

+ La música me hace compañía cuando necesito esta escogida soledad. Apago la luz y escucho a Debussy. La mer. La sugerencia reside en la capacidad de imaginar paisajes de playas que se anclan en la infancia, las rocas y la arena, una opacidad verdosa del mar en las tardes veraniegas, cuando ya era hora de regresar a la ciudad. Algo quedaba allí, entre sueños, y mientras la noche caía y la ciudad era un decorado luminoso yo pensaba en lo que podía suceder en la playa. Vuelos inspirados. Ahora Debussy me traslada a aquel momento, al instante de caer en el sueño. Se trata, finalmente, de no pensar, o de pensar sin dirección, recuperar momentos intenso que no eran ni felices ni infelices, pero que fecundaban un principio narrativo: todo lo que o se cuenta es lo que engrandece el relato. Flecos como diamantes, diamantes como abrazos y el surrealismo entrevisto del tirante muslo de una muchacha: era mayor que nosotros y ya era una mujer y nosotros niños. Esa playa, el dibujo de los cuerpos, la razón de la música en este momento preciso, exacto y efímero. Los minutos candentes que se deshacen al contacto con la luz. Afilado entendimiento que se perdió con la infancia. ¿Recuperarlo? Ya no es posible o la tarea es otra bien distinta.

+ Repaso en un prontuario para profesores de español los niveles y graduaciones del dominio de una lengua. Me paro a romper el automatismo de la lectura cuando se refiere al dominio sobre hablar de uno mismo, de sus pertenencias, de las personas que conoce y las actividades que desarrolla. Siempre produce un cierto vértigo esta taxonomía que todo idioma arropa en su interior, mucho más cuando es necesario hacerla explícita. Cuando dejo el prontuario y retomo el Ruiz de Elvira, las genealogías de los dioses griegos me sumergen en un espacio nuevo, más denso, menos comprensible. Esta oscilación entre lo transparente, lo traslucido y lo opaco, condiciona la visión del viernes. Una cena con amigas. Hablaremos y nos reiremos, entre la anécdota intrascendente y la seguridad que toda biografía encierra en sí, a donde todo se dirige. Los niveles básicos de la vida y la elevación que el mito ofrece, como ejemplo, como enseñanza, como materia literaria que apunta a un disfrute netamente romántico [¿somos nosotros otra cosa que flecos del romanticismo?], me comprime, trato de poner en suspenso estas ideas y alejar el fantasma de la melancolía: nos fácil ya que mi principio rector tiene mucho de este veneno: el humor negro, el cólico negro. Vaya, son los esfuerzos infructuosos que cristalizan, pero para eso está la clasificación taxonómica: para equilibrar lo diario. No, no pensar, el grado cero de lo cotidiano, me digo y no pienso en R. Barthes.

+ Llego a Proust de una manera indirecta y me detengo en su figura, como escritor, como personaje. Veo esa necesidad de dividirse entre un yo ordinario y viviente y un yo supremo que se inclina hacia la escritura. Lo fútil frente a lo nuclear. Más tarde su larga descripción sobre cómo cae en el sueño me muestra un camino ya conocido y acostumbrado: yo también hago ejercicios para sumergirme en el sueño. Provoco yo esa entrada mediante la rememoración de espacios que en ese momento supongo desiertos, con el aleteo de una posibilidad en el paisaje y en el olvido: bosques, prados, plazas, iglesias, salas de museo o deshabitadas casas donde atisbamos la felicidad con formas y maneras adolescentes. Proust habla de la casa sumida en el sueño, en ese torbellino donde cobran vida los objetos, esa animación súbita se parece mucho a un delicado narcótico, agradable y levemente venenoso. Cierro el libro y vuelvo sobre ese paradójico Contre Sainte-Proust, que hace un juego con el libro de Marcel: Contre Sainte-Beuve. La circularidad en la lectura constituye el programa al me adhiero por momentos, pero del que siempre termino por desertar. Como una combinación no deseada. Definitivamente, cierro todos los libros y acompaño a mi padre a hacer las curas de la cicatriz que le han hecho para extirpar un pequeño tumor, benigno y molesto. Todo ese aparataje del dispensario, la presencia de la enfermera, la mesa y los bolígrafos, la impresión digital en la que un perro y un gato se entrelazan amorosamente. Lo repaso todo como el que elabora un preciso y detallado inventario. ¿Es Proust? Sugerencias que en los círculos se abrazan sin remisión. Ahora sí, ahora que todos los libros están cerrados, entro en el sueño.

+ La carrera hoy ha sido transparente. Sin esfuerzo, sin cansancio, lenta y segura. La música es la armonía interna de esta suerte de rezo. ¿Oraciones? Es la creencia en la salud que a todos nos alcanza. Correr es una religión, como casi todo lo que nos ocupa, una vez que dios ha muerto. Corremos y nos diluimos en la carrera, desaparece en el esfuerzo la preocupación o la tristeza, otorga sentido a nuestra velocidad la competición: qué hermosos colores brillantes en las pistas y los caminos: naranja, azul eléctrico, verde intenso de prado irlandés, amarillos fluorescentes. Zapatillas a 150 euros, camisetas a 40 euros, pantalones a 60 euros. El reloj que todo lo sabe sobre nuestra carrera y un largo y estéril etcétera. Yo no. Yo corro y no me gusta, sólo lo hago por no coger sobrepeso, porque menos que correr menos me gusta estar gordo y esa condición es responsabilidad del que la sufre. Bueno, lo acepto: en todo esto hay un acento moral que se cuaja en la satisfacción que produce la marca o la pérdida de peso. Qué livianas alegrías, que infundadas metas.

+ [Ayer vi un vídeo sobre la obra del filósofo coreano o alemán: Byung-Chul Han. Como en otras ocasiones, tras buscar su foto en internet, colijo que es atractivo y este un valor que fundamenta en gran medida de lo que dice; pero esto no importa y no es momento de establecer un excurso sin dirección. Simplemente: no estoy de acuerdo con su tono apocalíptico, este sí es el mejor de los mundos posibles en comparación con los anteriores, perfeccionable en gran medida, injusto, mentiroso, pero mucho mejor que los anteriores. La oportunidad hace el éxito del momento, pero es muy caduca. Han me parece viejo antes de nacer].

+ Imagen: campo de futbol. El deporte, ¿espectáculo o fármaco? En el olvido, el campo de futbol de la estepa se nos muestra como paradójico e inactual: el olvido. Ahí estoy yo y disparo.

sábado, 22 de julio de 2017

El impostor.

   
 + Un disfraz, una máscara, el embozo de una capucha. Se desliza por la noche en tu dormitorio e intercambia aliento y razones en tu sueño. Insufla su veneno. El impostor se hace con el personaje, llega a imitarte hasta el punto que deja de ser imitación y se transforma en sustancia. La ropa, la música de la voz, los gestos, el movimiento. No es un actor, es un vampiro. La seducción traspasa sus palabras, el discurso es acero o hielo, oleaje o viento, la suavidad del verde prado, la cálida arena dentro del puño.

+ La acumulación de libros dice muy poco en mi beneficio. Yo impongo razones a mis rutinas, pero éstas se rebelan en mi contra. Hoy, domingo, soy incapaz de leer. El calor, la sed, un sordo dolor de cabeza. Algo me impide concentrarme en la lectura. Los libros son testigos mudos [toda lectura es muda, necesariamente], y recuerdo el Fedro de Platón y el descrédito de la escritura, aquellas objeciones que se hacen mediante el mito. La lectura no es una actividad, aunque tenga esa apariencia útil. Sé de patológicos vagos que se han erigido en grandes lectores. Una vida dedicada a la lectura de La Montaña Mágica. ¿Siete veces, ocho veces, diez veces la ha leído? Esta entrega es enfermedad y retraso en la asunción de responsabilidades, una isla en medio de la nada. Poco hace falta: silencio, una taza de café, una luz bien dirigida. Leer es dormir, dormir el sueño de otro. Vuelve el Fedro y sus meandros. Y su apariencia de asunto serio la convierte en un veneno. Novelas, ensayos, poemas interminables. Así el día amanece para el que ha pasado toda la noche enfrascado en lecturas baldías: cementerios y humaredas, el sueño llega como una afección.

+ Cruzaba la Meseta y no podía dejar de pensar en mi condición mortal, con perpleja ironía, en el filo de lo paradójico, en la sonrisa que se acerca a la risa. Las carreteras muestran la fragilidad de nuestra existencia y no está de más detenerse en ello. El aire acondicionado era un regalo divino, la música propicia y el destino venturoso. La lectura era el tema que me llevaba a Ávila durante tres días. Tres días de charlas sobre la lectura, la cuestión académica y su taxonomía. La taxonomía es fundamental, sobre ella se erigen las teorías, se modulan hipótesis y los argumentos escriben el desarrollo circular de algunas conversaciones, conversaciones sin fin. No podría encontrar un pasatiempo más extravagante y dinámico. Qué apariencia de labor. Notas, preguntas y esquemas, dibujos o fantasías y arabescos discursivos. Mi fastuoso entender se pliega sobre sí mismo y ofrece vueltas y revueltas sobre el tema: el autor como parte integrante del texto, sin el que es imposible llegar a un sentido sólido o duradero (?). El contexto hace la lectura o es sólo en una visión formalista donde cabe el desnudo texto y su verdad más aquilatada. Ay, la verdad y sus nombres. La lluvia torrencial amenaza las variaciones, en la ciudad de la Santa, otra lectora, otra escritora, todo es según el cristal con el que se mire, [el paisaje].

+ Paisajes infinitos, la muralla y su geometría, campos, tejados, ángulos y aristas, perfiles, la más austera de las artes encuentra el idóneo acomodo en esta ciudad, tan desconocida para mí: desconocida antes de llegar, mucho más desconocida tras abandonarla en medio de la lluvias infinitas. Atravesaba sus calles y no me detenía en nada, pues encontrar un camino correcto era la tarea. Escaparates, vidrieras, campanarios o juegos infantiles en el margen de un parque. Son las nueve y media de la mañana y el calor es una amenaza cierta, pero tras él palpita la lluvia, es un presentimiento que no ha de errar. La lectura me guía en este laberinto. Desentraño las canciones que recuerdo y reposan en el reproductor que duerme en mi mochila. Hoy no pondré música. El tableo de una cigüeña me devuelve a una otra Salamanca, tan libresca como esta Ávila donde duermo, pero tan distinta en las lecturas y las expectativas mostradas. ¿Soy otro? Sin duda. ¿Soy un impostor? Algo de ello hay, como en todo lector que se precie: una transformación instantánea, pero pasajera. La impostura es parte del juego y el juego es disfraz y fiesta y apropiación.

 + Y ahora copio el soneto que Góngora le dedicó al Conde de Villamediana con motivo del Faetón de este segundo. Las razones me las guardo, pues recónditas son, y en llegando a Ávila:


En vez de las Helíades, ahora
coronan las Pïérides el Pado,
y tronco la más culta, levantado,
suda electro en los números que llora.

Plumas vestido ya las aguas mora
Apolo, en vez del pájaro nevado
que a la fatal del joven fulminado
alta rüina voz debe canora.

¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma
les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento,
a cuantos dora el sol, a cuantos baña

términos del océano la espuma,
dulce fía? Tu métrico instrumento,
oh Mercurio del Júpiter de España.

  
[Faetón es un emblema, sin duda. Yo lo tomo prestado, pero más como advertencia que como definición. Aquí queda y suspendo la razón de su presencia en esta entrada, pensada de camino a Ávila, en los límites de la A-6].

+ Imagen: sombras que desean manifestar un sentido y se quedan en la abstracción lábil de su geometría incierta.

sábado, 15 de julio de 2017

Duplicado



+ El regreso. Lluvia, un diluvio que avanza en línea recta, se quiebra y regresa. El coche responde bien, pero parece imposible que el limpia-parabrisas consiga apartar tantísima agua. Lluvia infinita y extraña. Las calzadas y el aire son una masa gris que se enfrenta a otra indeminada masa: la calzada y su deslabazado desenfoque. Desdibujadas formas. Adivinar y sortear a los otros vehículos se convierte en la tarea. No se debe pensar. El vacío que se encierra en la posibilidad de un accidente acrecienta la incertidumbre. ¿Estoy duplicado?, me pregunto impasible mientras me rebasa un todo terreno azulado. La lluvia remite, por poco tiempo. Regreso a la velocidad máxima [120 Km / h] y la música de los Beatles comienza a resultar odiosa [llevo horas con ella y no tengo ganas de oír más estas canciones, pero tampoco quiero cambiar]. Opto por el silencio que no es silencio sino el crepitar de la lluvia contra los cristales y las chapas. Primera morada, primera estación de este via crucis.

+ [Dos días más tarde, a salvo, en casa, tirado sobre la cama]. Reviso el blog y me encuentro con que he insertado dos veces la misma imagen. ¿Qué decir? ¿Por qué esta imagen y no otra? Unas cercas, algo de vegetación y una medianera en desnudo ladrillo. Mi imagen se eleva y me habla: eres tú y la inconsistencia que quiere ser solida y eres líquido aire. Hermoso líquido aire. Vienen desde el pasado explicaciones que no deseo escuchar, que hablan de lo que fui y no quería ser, aquel mi otro yo que se pegaba a este que emerge cada día. Encontré el vacío y un grado cero del yo. Comencé a avanzar, pero no busqué el triunfo y no encontré el triunfo. No era esa la geometría que planificada cuando viré la nave. Creo que esto es lo que magnifica la reiteración de la imagen, pero podría dudar, pero no desplazarme de este cero que es élite y que es suelo o plebe. Ahí estoy ahora.

+ Durante unos minutos me quedo a observar con detenimiento los libros que se agrupan en los estantes de la tienda de segunda mano, mejor, de la tienda de empeños. No hay un orden, no hay una intención. Junto a manuales de mecanografía se pueden encontrar las memorias de una concursante de Gran Hermano, los sonetos de Lope o de Góngora, un prontuairo de mecánica para motos BMW o una partitura de Eric Satie, guías para  un curso de Derecho Civil en la Uned, normas para la pesca en los ríos o sistemas de clasificación de piedras y conchas con el objeto de hacer una ‘bonita’ colección. ¿Tiene sentido? ¿Hay una forma de reconstruir los espacios donde hasta hace poco estos libros ocupaban una casilla, su casilla? ¿Es un orden espontáneo o  un simple desorden o un desorden simple? Nadie responde. Quién podría responder. No se han ordenado, es un archivo sin criterio o con un criterio implícito que no se dejará descubrir. Buscar los nexos de unión y su geometría penetraría en una hermenéutica inútil y fantasmal, que no conduce a ningún lugar, salvo a lo incierto de la postura, esa postura que no es ya indagación, sino literatura en sí misma. Un argumento. Desvelar las posibilidades, las junturas o costuras, el ensamblaje de unos libros con otros: yuxtapuestos y opuestos, tangentes y cortantes, similares y disímiles. Sin más criterio que la elaboración de la historia de los anteriores propietarios de esa truncada biblioteca. Ya es literatura esta suposición, pero se queda en apunte, en el reflejo que arroja el charco que se evapora. Libros, humo y ceniza.

+ La propuesta anterior duda sobre sí misma. Nada hay en su superficie espejada. Las mañanas de los sábados caen, en ocasiones, en un torbellino de desocupadas alucinaciones. Parte de un poema y se detiene, como un tren averiado, un poema que es más que forma, un poema sobre que se eleva sobre su suelo. Sin más.

+ Alguien dice conocerme y yo sé que eso no es posible, pero dejo que trate de adivinar. No soy yo al que cree reconocer. Esa confusión hace que dude. No soy yo, repito en mi interior: es extraño y agónico: ¿un reflejo, una multiplicación, un renacimiento? No soy yo el desaparecido o yo soy el que se duplicó. Me vuelve a preguntar si nos conocemos de algo y yo le digo que no, finalmente. No está convencida, no entiendo muy bien su insistencia y regreso a mi silencio.

+ Bach y poco más. Después, un silencio espeso que subraya la densidad del calor. El aire no es fuego, aunque vibre como las brasas vibran. No me gusta el calor, como tampoco le gusta el calor a algunos perros. Bach deja sus huella en el aire, la leve sentencia, el hilo que se difumina, como en el otoño las hogueras ascienden su humo, pero ahora el calor me atenaza. El silencio llega y me tranquiliza.


+ Imagen: el coche, la lluvia, la carretera.

sábado, 8 de julio de 2017

Pop de cámara [simulacros]

 

+ [Chamber Music / Chamber Pop]. La expresión halla el puente entre dos mundos disímiles: texturas, melodías y un cierto aire anticuado. Lo antiguo tiene elegancia y misterio. Joyas, perfumes, camisas para usar con gemelos. Anillos con el dibujo de una calavera y guitarras esmeradamente pulidas donde no se refleja el rostro de la esperanza: todo ha muerdo: Dios, el autor, el arte. La música de cámara o el pop de cámara me hace pensar en salones de un considerable tamaño donde se juntan ocho personas a escuchar como una novena persona toca la guitarra y canta; licores verdosos o ajenjo, gin seco, vino pajizo y casi helado; mujeres en la transparencia última de la tarde, eróticos gatos que desprecian a estos humanos ruidosos y aburridos, ¿dónde está el loro automático, el pez sirio, las violas mecánicas? La totalidad surrealista de otra tarde en compañía de las visitas y sus conversaciones banales. Pero no, hoy el pop de cámara habla de la ausencia y el paso del tiempo, que es el tema de todo arte, que desemboca en la gran apertura: por qué debemos desaparecer. A veces parece que encuentro la salida y ese espejismo es el afán del día, el día que se desvanece.

+ Escucho atentamente y no respondo; salvo el uso de los resortes fácticos, mi boca no pronuncia palabra alguna. No le gusta, pero no puede enfrentarse a este inconveniente. Oh, mi 'no tengo opinión' se equipara al «Preferiría no hacerlo» de Bartleby, el escribiente. Soy una pulida superficie negra donde se refleja su rostro, pero no es ya su rostro sino otra razón: un fantasma. Reconocer a este fantasma se revela como un sortilegio, sin dominio, sin sentido, lejano, ausente, la imagen de su propia muerte y de lo poco que es [como cualquiera, como cualquiera], pero para quien es tan importante la propia imagen la constatación resulta muy dolorosa. En esto estamos: preferiría no hacerlo.

+ Slavoj Žižek en domingo. Veo el vídeo y pienso en los temas propuestos [por ejemplo]: la necesidad de una burocracia, la robotización, el paro o el ocio perpetuo, los futuros utópicos, la resignación cínica (…) ¿El cinismo siempre es de derechas? La lectura nos lleva de una orilla a otra, sin esperanza, sin miedo. La apócrifa sentencia [o la maldición] china, dice el esloveno: que vivas tiempos interesantes. Macron, Berlusconi, otros y otros que saltan y se plantan en el centro del poder, Trump, la apariencia, la nada, pero hay una reorganización del espacio político que no deja de estar tutelada. La ruptura del bipartidismo o su regreso. Nada sucede por casualidad, con una lógica interna no programada se impone. Así, la organización posee racionalidad [en su aspecto moral], pero no un autor. El autor ha muerto, hasta en los casos más significados. Cierro por un momento el vídeo, regreso a lectura, me detengo y preparo café. En el café está el secreto, la cafeína como comunión intangible. (Mientras a Žižek lo ponemos en la cuarentena de la duda, comprendemos su entendimiento de la realidad del mensaje: el medio es el mensaje, que decía no hace tanto McLuhan ¿no?)

+ «… para acabar con el “bacilo de la venganza” que domina la gestión del destino», en Esto no es música de José Luis Pardo, en referencia a Nietzche, (p. 432). Y un poco más adelante (p. 437, nota 2): «un edificio de oficinas que se puede reutilizar como colonia de viviendas o como hotel no es un verdadero edificio de oficinas, sino únicamente una ficción de tal cosa». ¿Dónde está el puente entre las dos citas? En el simulacro, en la elaboración de ficciones para sustituir al destino. Sigo con Faetón y su calidad de emblema se impone en la textura de la mañana.

+ La vida cotidiana y la decoración: los recuerdos de viajes como muestra de lo que soy. Estoy interesado en ver cómo se acumulan los objetos en los hogares, también en mi caso particular. Una postal de Cudillero, un gato de plástico transparente y pequeño, una letra F de una imprenta, por ejemplo [mi ejemplo]. Es un marco para el individuo, esta ficción necesaria. ¿Contextos? Fetiches y ornamentos que dotan lo diario de un halo satisfactorio. Esa niebla que transforma el estado gaseoso de los viajes en la solida realidad decorativa. Caracolas, máscaras venecianas, bolígrafos, láminas, fotografías, álbumes fotográficos, fondos de pantalla, un foulard, una piedra. La identidad esquiva lo dado y trata de encontrar refugio en lo paradójico e inusual. Viajamos para sorprendernos o nos sorprendemos para viajar. Media entre el viaje y el regreso un tiempo estático, un camino que precisa balizas: el bibelot o el souvenir. Pronto en Ávila, pronto de regreso.


+ Imagen: (HH) = (Habitación de Hotel) /  Nº1.

sábado, 1 de julio de 2017

Mitologías, dioses y canciones

 

+ Han regresado. Las canciones de los Beatles han regresado sin ser llamadas, pero aquí están. No me incordian, aunque me desconciertan. No es una cuestión de estilo ni de inspiración. Me asombra su facilidad y las dificultades que encierran en sí. Las lecturas se multiplican y no puedo parar de preguntarme por mi propia trayectoria, ya que considero que está tremendamente inspirada por los cuatro de Liverpool [los cuatro en unión, nunca por separado]. Digo lo que digo porque una de las primeras imágenes en movimiento que recuerdo son unos dibujos animados donde ellos corren alegres, vestidos de atildado traje con corbata estrecha [luego estarían así, en figura de cera, en el lateral izquierdo del SPLHCB]. Mi madre, someramente, me explicó de qué se trataba y que el guapo era Paul. Me acompañó aquella imagen durante la infancia. Yo quería ser como ellos y ese deseo todavía palpita en mi interior. Pero hoy es otra cosa. Quería ser guapo, rico y sin obligaciones. Nada de esto ha sido posible.

+ ¿Son medicinales las canciones de los Beatles? Sin duda, sin duda, me digo y arranco el coche. Suena S.P. y me dejo ir. Aquí está todo, todo lo que soy y todo lo que seré, añade una de mis máscaras, una querida máscara [lo sé]. Es «A Day in The Life», un día en la vida, ¿en mi vida? La canción tiene que ver con mi mismidad en la medida en que Londres siempre ha sido un territorio mítico. Pleno de canciones, sugerencias y lecturas. No todo el mundo lo comprende y detesta la ciudad sin plantear una alternativa. La cuestión no es si me gusta o no me gusta Londres, el centro está en esa atmósfera que cuajó a mediados de los años sesenta y de la que somos deudores, que con alegría se superpuso a la estirada seriedad romántica [a la que también nos debemos]. Pasear por Kensington y recordar la canción. Pensar en Lennon y en MacCartney, en su aspecto, en sus conceptos diametrales: el orden y el desorden, el hachís y la heroína, sus parejas, sus hijos, el traslucido mensaje que transmiten los instrumentos: la guitarra y el bajo, los teclados como superficie de unión. En una ocasión C. y yo nos perdimos en las inmediaciones de Redcliffe, dábamos vueltas y regresábamos al mismo punto. No había teléfonos inteligentes y el recorrido se basaba en una gruesa guía de bolsillo. Una y otra vez. En mi cabeza sonaba el puente entre una parte y otra parte de la canción, como si Tara volviese a estrellarse en aquél punto, contra una de aquellas farolas. La vida del descapotable y la etérea modelo, qué vanos resultan los diarios, la historia que cuentan (sin principio ni final). Leo uno de los capítulos de Esto no es música de José Luis Pardo y esto trata: «[14] Sueños dorados. Cerca y lejos». No sé, quizá no se llame medicina, sino que sea un narcótico traslaticio, que nos lleva de la plenitud de lo diario a un tiempo en suspenso donde habitan aquellas intuiciones de la infancia, los atildados chicos del peinado-mopa que corrían divertidos. John, Paul, Georges, Ringo. Pero ahora era otra cosa, el sonido era otro; la orquesta, el bajo, la guitarra, la voz, las voces. Y el accidente que encomienda la canción a una fuerza superior que se inscribe en la hora del nacimiento: el destino.

+ Una vez más: el carácter es el destino.

+ Hoy, otra vez, los Beatles me ayudan en el camino hacia el trabajo. En el Mp3 hago que suene el S.P. Es el disco del momento, el verano anuncia su presencia y lo sólido se hace líquido. No es el frío, sino la melancolía de los esfuerzos inútiles. Unas veces medicina, otras veces veneno, siempre nuevos, siempre jóvenes [ese es nuestro deseo]. Explicar la conjunción de los Fab Four no es posible, pero, como tantas veces, no se trata de hechos sino de opiniones y aquí se abren las puertas de un gran horno [decía Arthur Machen]. Y, cómo no, me fijo y pienso en las bandas tributo, que llegan a una precisión musical diabólica, aunque pronto se quiebra la posibilidad: lo único que nos interesa es la grabación, la niebla que se condensa en torno a la música, la leyenda, el mito sagrado y londinense que es una manera de vestir para nunca abandonar la juventud. Ahí está el legado sacro que nos subyuga. Los vemos y nada decimos; salvo, en silencio, pensamos: las bandas tributo no son para nosotros, porque lo nuestro es deseo de eternidad. El coche, arropado por Fixing a Hole, es otro coche.

+ Cuando la melancolía me ataca recurro a los Beatles. Da resultado. Lo recomiendo, pero no estoy seguro que funcione con todo el mundo. Escucho S.P. en el orden correcto [el del disco] y comienzo a sentirme mejor. No bien, sino mejor, o en otras coordenadas. No deseo que desaparezca una cierta perspectiva, un pesimismo sereno, sino que busco adquirir la capacidad de soportarlo y moldearlo en beneficio propio, una incierta inversión del malestar. Hay un espesor diario que se contrapone a la liviana certeza nocturna. Para dormir invito a un gato imaginario que se recuesta contra mi cama, le pregunto que qué tal  y me responde sin presunción: miau. Así. La melancolía puede ser un arma, pero también un veneno. A veces, a estas alturas, creo manejarla y me equivoco, hacer propio el error es comenzar a acertar. Laberintos, fosas, pasadizos, huecos, baches, agujeros, acertijos. Una acumulación de vacíos, nada menos, nada más. El disco cumple su función.

+ He encargado un póster del S.P. con la idea de enmarcarlo y dejar que presida el estudio. Una invocación a todo lo sagrado que puedo soportar. Los Beatles están bien como patronos, como emblema, como transición hacia el ateísmo. Dios ha muerto.

+ [En algún lugar de Londres]: contra la ventana se apoya la mochila, la luz la transforma en algo fantasmal. Insisto en la idea porque es la idea de los últimos días. La mochila tras el translucido cristal arroja su calidad lechosa e informe. Nada más allá del equipaje, pero el equipaje no logra alcanzar el límite de la propia vida. Una centralidad, el olvido.