sábado, 17 de diciembre de 2016
I would prefer do not
+ El título que encabeza esta entrada corresponde a El escribiente Bartlerby, de Melville. Preferiría no hacerlo, dice cada vez que se le encomienda un trabajo y allí permanece, en una esquina del despacho.
+ [Distinciones que no conducen a ningún lugar, o tal vez sí]. Leo con paciencia un breve libro. El avión es un cofre de ruidos especiales, de sonidos amortiguados, rumores que se desvelan con el grito de los niños, los avisos y esa caterva de ventas, sorteos y promociones que ofrece la compañía de bajo coste. Finalmente, en el libro, encuentro un contraste que me interesa: lo arquitectónico de la sociedad disciplinaria se opone al dopaje en la sociedad de la responsabilidad. Hay algo sobre lo que he reflexionado con frecuencia: ¿somos responsables de nuestra biografía? Mejor planteado: ¿qué parte de nuestro éxito o fracaso se debe a nuestra voluntad, a nuestro trabajo y talento? ¿qué es debido a la posición de partida, bien por nacimiento, bien por suerte o casualidad? Se impone la tendencia neoliberal que intenta obviar tantos y tantos detalles minúsculos pero significativos en una biografía. Un golpe de azar violento, brusco, brutal nos puede arrojar a una mendicidad sin contemplaciones, pero la sociedad se constituye en un espacio en el que sólo cabe el optimismo y nombrar la desgracia no es oportuno: la muerte, la vejez, la pobreza. Al tiempo, una vez en casa, me dedico a investigar superficialmente sobre la vivienda en Londres, cómo los states se van demoliendo para dar paso a viviendas inalcanzables para el trabajador del común, el que no supera las veinte mil libras anuales, ¿quién se puede permitir un piso de cuatrocientas mil libras? Desde luego que para los antiguos habitantes de las viviendas sociales esta cantidad resulta imposible. No para ricos de otros países, que compran la vivienda como inversión, lo que se traduce en que en una gran mayoría permanecen vacías. Esta contradicción incide en el punto que inicia este párrafo: la coacción no viene ya desde la disciplina (como explicaba Foucault) sino desde la responsabilidad personal: si no te puedes permitir esta vivienda es por tu culpa, no puedes responsabilizar a nadie ni a nada de tu incapacidad. Ahora veo las fotos que disparé sobre la torre de la ampliación de la Tate Modern y son una confirmación. Según el tiempo pasa, Londres es menos Londres y su silueta responde más a una megalópolis de los Emiratos Árabes. Sé que este problema es emblemático, en él se encierra una explicación del momento en el que vivimos, hacia dónde tiende la historia: ese caballo descabezado que corre sin freno (claro, no tiene boca porque no tiene cabeza: dónde colocar el freno), que sin un plan avanza mediante el crecimiento ilimitado. Hacia el infinito, hacia el absurdo, hacia la nausea. Es la hora del turbocapitalismo, Londres: su mansión.
+ No creo que la sociedad disciplinaria esté clausurada. F. todavía es válido.
+ Los pisos de cuatrocientas mil libras no son los más caros. Hemos visto precios que consiguieron que nos doliesen los ojos. Un piso de un dormitorio, cuarenta y cinco metros cuadrados, en Kensington, un millón doscientas mil libras; tres dormitorios, cuatro millones de libras. Observé a los vendedores tras el cristal, observé sus mesas y el panel con las operaciones futuras y las cerradas, el mapa zonal. Fotografías de nuestro tiempo. Recordé cómo los tulipanes se convirtieron en materia de especulación y un bulbo valía lo que un barco con su cargamento. Luego caminamos y compramos unos insípidos y carísimos sandwiches, una botellita de agua y una banana. Nos sentamos en un parque y a nuestro lado estaban aquellos que vendían y alquilaban (v. gr.: 16.500 el alquiler semanal); allí estaban con su cansancio y la necesidad de encontrar el dopping adecuado para ser productivos, para merecer ese premio, para no precipitarse en el hoyo. Londres, a esa hora, era un lugar triste, a pesar de las luces, de la navidad y de todo optimismo generado con determinación.
+ Copio un poema de Karmelo C. Iribarren: «Madrid, metro, noche»
Gente
exhausta,
con la vista
clavada
en el suelo,
preguntándose
por la vida,
la de verdad...
porque no puede ser
que sea
solo eso...
+ El poema que he copiado recoge una impresión que flota cada vez que regreso de una ciudad muy grande. En realidad, aunque con cierta constancia, sólo voy a Londres o a Madrid. Bien, también a Oporto, pero no tiene Oporto estas dimensiones inhumanas, laberínticas y nerviosas. Trenes, metros, tráfico insomne. El ritmo del desplazamiento y los sombríos rostros que se debaten entre el sueño, el cansancio y la obligación. La obligación de estar vivos, la obligación de respirar, la obligación de reproducirse. Estos días en Londres asistimos a atascos y aglomeraciones, que contrastaban con lujuriosas representaciones navideñas: luces y ángeles más próximos a un anuncio de la muerte que a una invasión de felicidad. Rostros comprimidos que escrutan su teléfono para jugar con frutas electrónicas que se deslizan irónicas por la pantalla, mensajes en blanco y verde, fotos de los hijos, de la amada o los padres ya muertos. El teléfono es hogar y es ludopatía, el teléfono es el otro yo del que hablaba aquel poeta muy prematuro, menos francés que universal, tan francés, tan poco intercambiable como único. El poema de K.C.I. habla en su sencillez y exactitud de algo que percibo como el extraño que soy a las aglomeraciones urbanas, como provinciano perplejo y curioso. El infierno recubre la conurbación y pienso ¿quién ha erigido todo esto, dónde está esa masa humana innombrable que elevó los rascacielos, trazó las calles, delimitó los trayectos del metro? ¿fueron los arquitectos, los ingenieros, los albañiles, fue el obrero o fue la pluma que escribió los nombres y las cifras en una nómina de pagos, fueron los que les dieron de comer, los que fabricaron los muebles, los que cuidaron y educaron a los niños? ¿quién nos amó en el silencio invisible del pasado con tal intensidad que nos entrega este teatro móvil, eléctrico y peligroso? Hay un enfrentamiento con el ser anónimo que hoy nombraremos: Leviatán, el que nunca duerme, el que siempre vigila. Regresaremos a Londres y todo estará como lo dejamos, a pesar de ser ya otra la ciudad.
+ He estado dos veces en París y sé que desconozco todo sobre la ciudad. La prueba está en que no he percibido, todavía, esa aspereza cruel de lo cotidiano, y, al tiempo, tampoco la grandeza de los que luchan desde el anonimato, los que constituyen la verdadera y auténtica sangre de las ciudades.
+ He comenzado la lectura de un libro de divulgación sobre las redes. Lo escribe un matemático y un periodista, Caldarelli y Cantanzaro. Italianos los dos. Este breve libro se titula: Redes: una breve introducción. Me parece interesante pensar en redes para describir lo cotidiano, en los límites o en las posibilidades que ofrecen. Leo: «los fenómenos políticos que tienen lugar en un país no son tanto el producto de una identidad nacional previa, como del modelo específico de la relaciones sociales dentro de ese país». Lo que nos lleva a situar el debate no tanto en identidades como en los intereses y las luchas por el poder. El poder es la capacidad de hacer e imponer, y, también, de negar o permitir el hacer de los otros. El poder articula la política por lo que la política es la lucha por el poder, en cualquier caso hay una simetría necesaria entre poder y política. Desde luego, todo resulta más complejo, pero la perplejidad ante las situaciones que nos parecen injustas necesita un buen punto de partida, un ángulo, un promontorio: la visión en red de las relaciones sociales me aporta un enfoque para la situación de la vivienda en Londres que estimo adecuado. Pienso en los paralelismos y coincidencias con lo que sucede en mi entorno: precarización del trabajo, el trabajador pobre, la imposibilidad de adquirir o alquilar una vivienda, elevados precios que llevan a situaciones que rozan lo indigno, el deseo inducido por la publicidad y el marketing, el cansancio, la desgana, la melancolía (…) No son anécdotas, es una tendencia que se impone. No tanto en cuanto identidad, sino como vida y relaciones. ¿La identidad se ha diluido? ¿Las redes describen este desvanecimiento? ¿Todo pasa por dibujar grafos que nos permitan entender el problema más allá del individuo? Cierro el ordenador y me dispongo a limpiar el baño y la cocina.
+ Las tareas del hogar son un ámbito propicio para la reflexión, en eso se parecen a salir a correr. Queda algo en suspenso que permite el alejamiento de lo libresco.
+ Imagen(es): tres fotos del último viaje a Londres, tres momentos, dos ideas que se mueven temporalmente entre el presente y el futuro, los tintes del pasado se anclan al autobús desenfocado que surca el Westminster Bridge.