sábado, 3 de diciembre de 2016
Posesiones
+ El retrato del rey equivale a su presencia, el retrato de la amada a su posesión. Leo esto en un artículo sobre pintura y poesía en el Siglo de Oro. No puedo dejar de pensar en ello y en esa implicación que tiene con las culturas orientales donde se estima que disparar una foto sobre uno es lo mismo que robar su alma. Así, veo los retratos que tengo enmarcados: cantantes, músicos, poetas o filósofos. Creo que más que posesiones o presencias, se trata de dioses tutelares, ‘dioses lares’, que pretendo yo que guíen en el inicio del día y me acojan en el final de éste. El retrato como el emblema contienen un propósito, por lo que es mejor dejarlo en suspenso y que cada vez que lo observas se cargue y se actualice su cifrado mensaje. Los veo y trato de mantener la mente en blanco y que sólo sean ‘dioses tutelares’, nada más: significante con significado variable y aleatorio.
+ Llegó Takashima Hisa.
+ Otro día más y me entrego a contemplar la bandera de Venecia, como si eso fuese posible. Llueve y el ritmo de la lluvia es el que marca la elaboración de un soneto que no llega a nada, salvo la traza de las rimas, salvo eso, que no es menos que nada, pero tampoco más.
+ Vemos a los artistas en sus horas de ocio y tratamos de distinguirlos de otros personajes que a diario nos cruzamos. Hemos visto que sólo pequeños detalles los distinguen: unas gafas verdes, un anillo con un ojo de cristal engastado o, tal vez, una corbata con siluetas de Andy Warhol. O no. Ni siquiera eso. No quiero pensar en que su trabajo es la elaboración de obras que son valor, que son tan nítidas como las cifras en un cheque bancario. Porque ellos beben el vino honrado de las tabernas, y hablan de su trabajo con veneración, porque creen que todavía persisten liturgias y comuniones, cuando ya todos hemos descreído de todo. Ellos están ahí: en la penumbra, recostados, un poco gordos, endiosados y sabedores de su condición mortal, con sus hijos, con sus hipotecas, con su mensualidad de electricidad y agua corriente. Les salva el empleo docente, que cada 31 les da esa extraña independencia, que los larva, que los inclina contra la acedía. Son brillantes semidioses, pero su tiempo ya no es éste y esto se debe a que han perdido el hambre de ser, la facultad de verse en el espejo y desafiarse. Ahora abandonamos la taberna y el frío de la calle es la única realidad tangible; su visión ha sido un sueño, un sueño deshilachado.
+ ¿Y el crítico de arte que dormita en los rincones de su propio olvido? Ay, qué triste es la incapacidad, la imposibilidad cuando con una pizca de talento hubiera sido suficiente. Ahora la vida es pedalear con una bicicleta de chica a las orillas del río, pararse y ver cómo la corriente desciende despreocupada. Creo que la solución es que se entregue a la carrera, correr le salvaría de la melancolía. Pero no. El ama la melancolía, refugio de su falta de talento.
+ Nos gusta el arte, pero no nos gustan los artistas. Hace tiempo que oí esta sentencia a una persona brillante en lo suyo: la confección de historias del arte, que así suena como algo entre el ganchillo y la terapia ocupacional. Y no va desencaminada la etiqueta. El arte es una cosa, sus ejecutores otra. Lo he visto unas cuantas veces y en ello me reafirmo. Prefiero no no conocer al poeta y que los versos queden limpios de contaminaciones y máculas que la persona y sus aledaños pueden empañar: esos versos que hemos encontrado sublimes no resisten el contacto con el que los ha compuesto. A veces me pregunto: ¿soy asocial?
+ Qué sutil resulta la diferencia entre tener y no tener talento, pero cuánto tiempo le lleva al que carece de él hacerse cargo. Cuánto dolor reflejado en su creativo rostro, entre el Greco y la dispersión de un abstracto americano de reciente factura. Suena Heitor Villa-Lobos y todo da igual. Exactamente igual. Ya no llueve y es momento para salir a correr.
+ Imagen: de un archivo [electrónico] rescato una foto que se disparó contra la televisión. Hay algo aleatorio y [anti]artístico que me interesa especialmente. No hay intención, y se distribuye un haz de significados sobre un único que significante que se expande más allá de lo que yo puedo ver, lo que yo puedo entender. Cuenta la hora, el encuadre y la motivación de lo actual que comienza a estar caduco. ¿Una posesión? Lejanía y espera.