sábado, 10 de diciembre de 2016
Lo normal
+ Repaso manuales de escritura y encuentro en todos ellos una nota común: se reclama como principio básico la claridad. La claridad en la exposición, en la frase y en el concepto. Dejo la idea y me centro en el aspecto formal de uno de estos libros: la cubierta sin ilustración, un hermoso rojo, una tipografía muy sencilla, la paginación, el gramaje de sus hojas. Me detengo en este placer que deviene de la contemplación del libro como objeto, en el olvido de que hay un texto que es el que le da sentido y verdad a su existencia. El libro, el manual se titula : How to Write About Contemporary Art, de Gilda Williams. Y eso me lleva a recordar una instalación donde todos sus elementos eran libros con las páginas en blanco o con líneas que representaban un texto que no era posible leer. Así, abiertos como pájaros a punto de emprender el vuelo. ¿Un significado para el significante? El lugar del libro en la vida de las personas atrae para sí una explicación, como si la biblioteca personal no dejase de ser declarativa, una suma de intenciones, una autobiografía no escrita, pero, al tiempo, palpitante tras los títulos. La claridad no es cortesía, es obligación.
+ ¿Es la claridad lo normal? ¿La norma que cada uno establece a diario, siempre presente, siempre cambiante? Hoy la claridad, mañana las tinieblas, entre ellas: el interregno del yo, esa ficción.
+ La tarde del domingo es clara y hace un calor que no se corresponde con el mes de diciembre. El coche se desliza por una carretera que corre paralela a la ría, cruzamos el puente y aparcamos (no sin dificultad). Las calles están llenas de gente y los comercios vacíos. La Navidad es una edad para la infancia, nosotros ya hemos descreído y el reflejo en la cara de los niños permanece como la única verdad que se puede atrapar. En la librería hace un calor desagradable, los dependientes montan estanterías con libros que son objetos para regalar: grandes formatos, portadas azucaradas, títulos solemnes en tipografías elegantes y pesadas. No soy capaz de concentrarme en lo que busco y no sé qué busco, me digo. C. y yo coincidimos en una percepción: hay un proceso hacia lo cutre que anuncia el final del establecimiento. La cutrificación es una de las características de la crisis, vaya: es decir: de nuestra época. Esos libros que no son para leer sino para colocar encima de una mesa, el ruido, el calor, la apertura del negocio en domingo, el cansancio en los rostros de los dependientes y encargados. Una suma que carece de límite y tiende al cansancio, a la abulia, al aburrimiento mineral de las tardes de domingo. No importa. La librería se agota, como el enfermo postrado sobre esos males de los que no le informan los médicos. Nosotros no somos los médicos, simplemente, y al calor de unas cervezas, dejamos flotar nuestras certezas en lo dorado, en la espuma amarga y deliciosa.
+ Admitir lo normal es someterse a su imposición. Se debe uno rebelar contra esta losa moralizante. «No lo esperaba; tenía otro concepto de ti; pensé que eras de otra manera; no es lo que tú me habías dicho». Yo no había dicho nada, nada prometí, pero en su rostro había chispas de norma y sanciones en consononacia. La normalidad. No acepto reglas que no me pertenecen: tan permanentes, tan variables, tan contradictorias. Son límites que se fortalecen en lo diario, pero que se podrían descomponer, transformarse, crecer o menguar. Un poco de rabia que se atenua con la carrera.
+ Se aproxima nuestro avión a Londres. Otro año. Hay tres libros en el equipaje. Una historia de los Austrias, Poemas del Conde de Villamediana y La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han. Ninguno de ellos tiene demasiadas páginas y son el perfil de un deseo del que desconfío. Siempre los libros que se atesoran para el viaje se aproximan al arpa de la que hablaba Bécquer en su poema El arpa olvidada. Así: «silenciosa y cubierta de polvo». ¿Será el arpa el emblema del viaje? ¿El arpa o el arpista displicente y ocioso? Trataré de leer, me lo propondré cada mañana londinense; allí en Kensington, mientras el underground agoniza.
+ La seducción de la modernidad, el contraste de lo últranovedoso con lo viejo, con lo antiguo, con nuestra idea del presente. Constantemente estamos sumergidos en un escenario cambiante. Hoy toca disfrutar de estas maniobras de extrañamiento en esta ciudad tan amada como desconocida.
+ Londres sin lluvia es menos Londres.
+ Imagen: un sendero en Bath. El misterio romántico ilumina nuestro interior: una luz mortecina y ámbar, delicada como las patitas del gato que atormenta al ratoncito, que mata al pajarito para luego engullir sus entrañas. Un equilibrio entre la ternura y la crueldad, que flota en nuestro amor y en el viaje. Un propósito para el nuevo año: el viaje como eliminación del yo, y este sendero en Bath trata de comprimir esa posibilidad.