sábado, 24 de diciembre de 2016

Delectare et prodesse




+ El tópico horaciano de enseñar mediante el agrado titula esta entrada; el tópico funciona como un emblema, en el día de hoy: domingo. Enseñar deleitando, ha sido la traducción más habitual. 

+ Yo soy receptor y muy pocas veces emisor. Queda así.

+ La contemplación de una imagen del Doncel de Sigüenza trae consigo la idea de la lectura perpetua. Una constante, una dirección, un deseo alcanzado. Insisto en la lectura porque en ella encuentro un sentido, una razón que me lleva a comprender y a dudar. La enseñanza tiene que conllevar placer, decía Horacio y en esto estamos. Abro otro libro más y aparece un soneto de Boscán y el primer cuarteto que me da una orientación:

            El tiempo en toda cosa puede tanto,
            que aun la fama por él inmortal muere;
            no hay fuerza tal que el tiempo, si la hiere,
            no le ponga señal de algún quebranto.

+ Pero se desvanece su pulsión para dar paso a otro estadio. Se sucede la presencia del tiempo y sus engastes y derrotas por una implícita alegría de vivir que se puede ver en la manera de jugar de la gata sobre los tejados, su guerra contra los pájaros. Es una asesina y es dulce con su barriga suave, blanda y cálida, en las últimas horas del día, cuando el sueño hace de ella una blanca espuma en la oscuridad de la leñera. Duerme y sueña su paraíso de pájaros recién cazados, de árboles a los que ascender, de tejados y mármoles desgastados por el roce de las oraciones. Boscán atraviesa el tiempo y llega entre los maullidos y el ronroneo, son llamados paralelos y se unen en este tiempo.

+ Tarde de lectura y recurro a Pascal cuando dice que «toda desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación.» La cita está tomada de un libro: El arte de la vida de Zigmunt Bauman. Me paro, escucho el discurrir de un piano, veo mis libros, pienso en lo que he escrito hace un momento y me da la impresión de que todo está bien. Hay algo de renuncia y otro poco de apropiación. Los dos extremos se unen en una dirección: la tranquilidad de ánimo, sin buscar la felicidad, el estatismo de la lectura se contrapone a placeres evaporados. Ayer vimos la cocaína volar por los bares, el humo del tabaco malo, los colores del whisky. La decoración de la noche se resume en la música electrónica y el verbo saltarín de las musas de las drogas elegantes y tan perniciosas para el corazón. Deseo, labios rojos, medias negras de seda. Su ropa interior, la precisión de un abrazo, la dejadez mortal del sexo, esa constatación de la finitud. Me detengo, otra vez, y dejo que la música del piano sea lo único posible a las siete y cuarto de la tarde de este martes tan próximo a la Navidad.

+ [En busca de las llaves que abran (...)]. Z. Bauman que postula como una de las claves de la modernidad la tensión entre libertad y seguridad, ambas codiciadas por las clases medias y es aquí donde el sociólogo cifra ese miedo que da fuerzas y dispara intenciones, pero también resulta paralizante. Reconozco esta tensión y la puedo representar con bastante precisión en comentarios y apreciaciones escuchadas con frecuencia. Hoy por hoy, todos nos consideramos clase media, lo que ha ido en detrimento de la clase trabajadora, que se ha licuado para terminar por dejar de existir, para no tener ya integrantes porque han desertado (al menos en su conciencia de clase, no en sus salarios, que dan una medida ajustada de pertenencia real a una casilla u otra). Pienso en los últimos días en Londres y en ese ejercito de camareros, personal de hotel, limpiadores, barrenderos, jardineros, carteros (…), y con ellos me identifico, a ellos me remito. Mientras, la tensión se agudiza con el atentado de Berlin: ¿seguridad o libertad? La clase media establece los miedos, siempre hay algo que perder, por contra las clases populares están más cercanas a la tierra, las clases altas son indiferentes porque los vaivenes nunca les afectan, al contrario: en la cuenta de resultados les benefician. En eso estamos: llaves que  abran puertas, pero ¿quién es el portero? Z. en este caso, sin duda.

+ [Al margen - Lo navideño y la Navidad]. Lo que, para mí, marca la diferencia entre un Belén y otro es que exista una palpable disparidad de escalas. Para mí, sin duda, algo fundamental. Esos cerditos que son más grandes que las casas que se sitúan sobre una montaña de corcho, el río de papel de aluminio donde nadan unos patos imposibles, la minúscula lavandera, el gigantesco pastor, una palmera junto a otra tres veces más grande. Y así. Hay un punto de unión infantil que conviene no olvidar. Hay una agradable enseñanza en ello que nos une a la sabiduría espontánea, gamberra y fértil de los niños. Una otra enseñanza, sin duda.


+ Imagen: el contrate entre la moto y el elefante [con la trompa hacia abajo, signo de no buena suerte] contiene una enseñanza que admite lecturas y sentidos diversos: convergentes y divergentes. Pero el momento del disparo pertenece a otra realidad: la agradable y extraña y cálida noche londinense en diciembre, las palabras y los gestos del momento, entrecordas músicas orientales. Ay, por un momento pensé que estábamos en la India, pero no, lo que nos anclaba al espacio-tiempo es lo que ahora nos transporta a Londres. La foto certifica esa posibilidad.