sábado, 31 de diciembre de 2016

Bordes de encuentro




+ Alguien habla en la televisión sobre los incendios, los incendios que yo presencié este verano pasado. Recuerdo gente llorando, el humo, los coches de las brigadas y sus potentes luces que se internaban en la penumbra de la noche. Yo iba de un lugar a otro en cumplimiento de mis obligaciones y el penetrante olor de los pinos calcinados era un anuncio del infierno. Ahora, aquí, sentado frente al ordenador mientras el televisor ofrece una deshilachada crónica, escucho y trato  de no discutir con el aparato: ese objeto de pantalla plana y brillantes colores, con su trasera negra y misteriosa, tan misteriosa como cuando el televisor está apagado y ese negro profundo refleja nuestro salón, nuestros rostros pasmados ante su incerteza. Bien. Habla el político y esgrime tristes gráficos, cifras y palabras cargadas de razón. Yo recuerdo la impotencia y el miedo. El fuego tiene vida y ahora duerme. Despertará cuando llegue el verano y las explicaciones serán las mismas, es un oficio el de político de datos y junturas, gestos y estadísticas, mentiras y verdades, medias verdades. Vuelvo a aquella reflexión del periodista portugués: lo que se cuenta en los periódicos tiene muchas veces muy poco que ver con la vida y más con lo que en la redacciones se cuenta, con los intereses personales: filias, fobias y servidumbres. Continua la entrevista y yo busco fotos de incendios forestales: no puedo dejar de escuchar el sonido del fuego, el crujir de los troncos, el resplandor de las llamas. La televisión continua con su letanía. ¿La enseñanza dónde está, el agrado dónde está? ¿Enseñar deleitando?

+ [Sobre adolescentes]. Es una costumbre antigua. Cada vez que estamos en Londres no de dejo de hacer acopio de periódicos, revistas, folletos (...), luego: sólo me traigo el del día de la partida [o ni siquiera eso]. No hay ningún propósito en ello, ningún afán investigador, es algo netamente aleatorio. Así, hoy, víspera de Noche Buena, me entretengo mientras espero con un especial de The Guardian sobre aquéllos que en 2016 cumplieron 16 años. ¿Qué me aporta? Bien, en primer lugar siempre renuncié a dar consejos a los que tienen una edad inferior a la mía porque detesto profundamente que me los den a mí. Creo que las relaciones deben ser de igual a igual, y no es correcto hablar a los niños como si fuesen tontos o a los adolescente como a desnortados inconscientes. Dicho lo dicho, me llama la atención un artículo de Tim Dowling que afirma en sus consejos para educar a adolescente que la primera regla es recordar el adolescente que fuimos, y desde ese punto de múltiples sensaciones encauzar la comprensión que requieren. Y, así, en segundo lugar, recuerdo el adolescente que fui, sus inquietudes, sus fracasos y sus victorias. Ahora soy indulgente con él y sé que a él le gustaría tener tratos conmigo y a mí con él. Me parece un triunfo, una conquista que ha llevado más de cincuenta años lograr, pero ahí está.

+ [¿Qué tal fueron tus años de adolescencia?] Parece una buena pregunta, pero no lo es. Y no lo es porque el resultado puede ser aterrador.  Sí, quizá nos dé pistas sobre la persona interrogada. No importa, pero no parece una buena pregunta: a esta hora de la tarde. ¿Disfrutaste? Sí, mucho o muchísimo. Al mismo tiempo hay una estadística que afirma que nunca antes se encontraron tan mal las personas jóvenes: depresión, baja autoestima, auto agresiones, ansiedad, estrés (…), a reglón seguido la periodista [Caelainn Barr] afirma que tampoco nunca antes las personas estaban dispuestas o en condiciones de contar lo que les pasaba. Es un buen punto de partida. Frente a la ansiedad o el estrés, compartir lo propiamente nuestro se convierte en el principio de toda cura. La cura, restablecer la calma, enfrentarse a lo dado y a lo que se espera de nosotros. ¿Defraudarás al adolescentes que fuiste? Estas vidas problemáticas reflejan nuestro momento en un sentido que no admite discusión. Y, en fin, si antes no se narraban los estados de ánimo no quiere decir que no existiese una dolorosa incomodidad, sino que permanecía oculta. No se puede admitir esa perversa imposición de enfermedades y carencias, ya que se trata de otra cosa bien distinta, que no tiene que ver con ninguna terapia new age, que no tiene que ver con la farmacopea. La cura está en esa reconciliación con el adolescente que fuimos, pienso ahora, en este preciso momento en que la Navidad está su punto álgido y pronto comenzará decaer.

+ [Will Self]. Me da la impresión que el libro encargado del autor [entre corchetes] me va a gustar. Hay una consonancia que parte del rostro y llega a la gestualidad. Este es el caso, I think so.

+ Suena Debussy y todo está bien en este día, un fagot y un bajo continuo, música programática y una serie de sonidos que llegan de las otras viviendas: lavadoras, lloros de niños, un desacompasado piano. El reloj marca los segundos con indolencia. Regreso a la lectura y todo está bien, [repito para mí, una vez más].

+ «Making Christmas cards with the mentally ill», recogido de una conocida canción de los Smiths que tiene una lectura clara si se conocen las claves, pero si no es así, la cosa se complica. ¿Se trata del dinero, la fama y los tantos por ciento? Sí, la música independiente también trata del dinero y esto en los Smiths es una constante, en Morrissey en mayor medida. La canción termina con un certero: «Oh, give us your money!». Sin embargo, lo dejaremos en ese hacer felicitaciones de Navidad bajo el estupor de una enfermedad mental, ya que la imagen, la imagen es realmente buena y apropiada.


+ Imagen: hay un extraño placer en encontrar por casualidad los minúsculos detalles que revelan el núcleo sentimental de una ciudad. El vino, el amor, la cenefa antigua que se conserva entre escombros. ¿Somos nosotros o es la ciudad? No pronunciaré el nombre de la ciudad, pero sí recordaré el camino hacia el parque, los niños, los coches plateados y los coches negros, el filtro ambarino de la mañana, la calidez de una mano amada, la textura de las hojas secas recién caídas. La ciudad, ahora mismo, duerme, y yo soy quien la vela.